Alrededor del término "comunas" vuela una nube de ilusiones y significaciones que permiten el mareo propio de toda manipulación. Es un ejemplo de cómo una noción, que pudiera ser interesante, se convierte en un instrumento de la demagogia y, finalmente, en herramienta de control de los movimientos populares por parte del aparato de poder que hoy domina el país.
También ilustra cómo una idea que pudo haber sido positiva, hoy, después de haber pasado tanta agua bajo el puente, significa algo muy distinto: una oferta compensadora, aunque engañosa, dirigida a una base activista inquieta porque las promesas de la fulana "revolución" tardan demasiado en cumplirse, y hasta, de hecho, parecen haberse desechado a juzgar por el rumbo que, de unos años a esta parte, ha tomado la conducción del "proceso".
La oferta tiene un aspecto económico, cuando se le asocia a otros planteamientos que nos remiten al siglo XIX, como los conucos y el trueque, pero también a propuestas más modernas que han probado su viabilidad. Se supone que las "comunas" son asociaciones de productores en las cuales se distribuyen las ganancias entre los trabajadores, así como las decisiones, tomadas mediante procedimientos democráticos directos y además asumen una responsabilidad con las comunidades adyacentes. Las comunas se parecen bastante a formas asociativas que los campesinos en Lara y otros estados han ensayado durante décadas, mucho antes del chavismo: el cooperativismo. Igual si, además de sembrar la tierra, elaboran, pongamos, útiles y uniformes escolares, otorgamiento de créditos personales o familiares, etc. En este sentido, las comunas debieran ser aspectos de un plan económico y, en todo caso, de la legislación y las políticas públicas se orienten hacia un mejoramiento en el acceso de créditos, equipamiento, entrenamiento y otras facilidades y estímulos. Pero el paquete legislativo económico de la actual Asamblea Nacional de mayoría PSUV, se orienta más bien a la privatización, las facilidades tributarias a los capitales, el trato con capitales extranjeros para explotar las riquezas nacionales, y cosas así.
La otra significación que adquieren las comunas es política. Por una parte, es un nuevo aparato estatal, bautizado como "poder popular" con fines demagógicos, para dar la impresión de que es el pueblo "mesmo" el que manda. Algo así como lo que hicieron los indígenas del cuento aquel de Chávez, que bautizaron con picardía como "pescado" a un cochino, para poder comérselo en Semana Santa, siguiendo las indicaciones del cura que los evangelizaba. El nombre, por supuesto, no crea la realidad de lo que nombra. La experiencia de los organismos de base, como los Consejos Comunales, por ejemplo, muestra que el Partido (PSUV) o los enviados del Frente Francisco de Miranda, terminan imponiendo a sus efectivos al frente de esos organismos. Hoy día, no son otros que las UBCh, órganos de base del Partido, los que controlan la distribución de las bolsas CLAP, el reparto del gas y otros asuntos, asumiendo competencias que antes podían asumir las Juntas Parroquiales. Por otro lado, pareciera que se buscara compensar el agotamiento de los activistas sinceros del PSUV, los que ya están en crisis moral precisamente por sus buenas intenciones, los que ya no pueden evitar la irritabilidad y la muerte de las ilusiones. Participar en esos "parlamentos comunales" da un nuevo incentivo simbólico a la militancia de base ¿Para lograr qué? Bueno, eso: participar.
Esto tiene matices. Por ejemplo, el camarada diputado del PCV, después de señalar que él mismo no había leído una línea de la fulana ley porque la comisión legislativa que elaboró el proyecto de ley de Comunas no lo había distribuido para su debida lectura por parte de todos los legisladores quienes, igual levantaron a una la mano aprobatoria, proclamó que el Partido Comunista votaría afirmativamente porque se trataba de dar "control popular" a las decisiones de los organismos estatales. El argumento no aguanta un soplido de esos que se usan para apagar las velitas de la torta. ¿Cómo puede el diputado, si no ha leído el proyecto, decir que este garantiza el control popular de alguna cosa, y además comprometer el voto del PCV que tan bien ha señalado las desviaciones del gobierno?
Aquí se nota la trampa demagógica. Si es este el "poder popular" que va a controlar el estado, ello implica en primer lugar que todos los órganos del actual Estado, incluyendo en primer lugar la Asamblea Nacional con mayoría del PSUV, no representa al pueblo, con lo cual se entra en contradicción con el discurso oficial que hasta llama del "Poder Popular" a los ministerios. Por otra parte, si esa intrincada y frondosa estructura de Consejos, Asambleas, voceros, parlamentos y supraparlamentos que prevé la flamante Ley de Comunas, que será otro Poder Público o parte del Estado por supuesto, cómo se la va a llevar con la otra estructura, ya instituida en la Constitución. Aquí vuelven las contradicciones. Si su misión, como dicen los "camaradas" es el de controlar, entonces ¿en qué quedan instituciones como la Contraloría y todo el llamado "Poder Ciudadano", que es ya un poder público cuya función es esa precisamente: controlar.
Hay, en primer lugar, un aspecto sacramental, no de los marxistas, sino de los que se creen marxistas y hasta revolucionarios porque guardan un recogimiento ceremonial ante ciertas frases y rituales. La palabra "comuna" suena a "Comuna de París" y esto, a su vez, le hace eco con la primera experiencia de poder proletario del mundo. Algo así como una de las estaciones del viacrucis, frente a cuya imagen el devoto sólo debe arrodillarse y rezar con el puño en alto una de esas consignas que despliegan la emoción y la disposición combativa. Por supuesto, sabemos que una palabra es solo una palabra, y no debiera fetichizarse de esa manera. Comenzando con que ella, esa palabra en específico, designaba en la Francia del siglo XIX, simplemente una municipalidad. Es decir, en un contexto español o latinoamericano, "comuna" no significa otra cosa que un municipio. Aquí puede llegar a connotar algo diferente y hasta opuesto al municipio ¿Qué? Eso está muy borroso.
También el devoto de la Santa Simplicidad asocia la palabra con las comunas campesinas chinas, en tiempos de Mao Ze Dong. La experiencia histórica resultó interesante en China, pero hay que contextualizarla. Fueron muchos los altibajos del proceso chino, hasta llegar a este estado híbrido en que el capitalismo pone (y saca) los reales y el Partido pone el orden. En todo caso, allá hay varios milenios de continuidad cultural de un Imperio. Aquí, de vaina llegamos a 200 años de vida republicana y, si se es generoso, otros quinientos años de colonialismo.
En este plano difuso de lo simbólico y lo discursivo, hablar de "comunas" se acerca a hablar de "comunismo", lo cual provoca terrores de un lado (lo cual es muy divertido), y por el otro la emoción de acercarse, así sea de palabra, a aquel sueño que terminó siendo utópico. Por eso un amigo del APR recordaba en estos días a Fourier, uno de los utópicos literarios, a quienes Marx y Engels producían ambiguas sonrisitas mordaces porque no calzaban la "ciencia". Tal vez por eso, el camarada diputado aceptó votar por algo que no había leído.
Pero el aspecto principal de esta Ley, que ya fue aprobada en primera discusión, es que constituye una nueva palada de tierra en la fosa donde descansa la Constitución. No sólo porque instituye un "socialismo" de cuyas realizaciones no vemos ni el horizonte, y no figura en las formulaciones de la actual Constitución. Sino porque, de facto, como suelen ser las cosas en este Estado, se le da al Poder Legislativo el poder de cambiar la Constitución sin los procedimientos del caso, sin siquiera una consulta a nivel de base, como se procedió, por ejemplo, en la Constituyente de 2000.
La ley de Comunas no tiene nada que ver con los "comuneros" sinceros, los productores asociados, tampoco con el "Poder Popular", simple frase para atrapar a los santos simples, a los Jobs de la militancia, a los que ahora tal vez aspiren a ser tomados en cuenta.
En realidad, se trata de un aparato estatal, bajo el control del Ejecutivo, paralelo al resto de los Poderes Públicos. O sea, otra fuente de burocracia, presupuesto (que no hay) y de pugna por cargos. Otro lugar de ineficiencia y, seguramente, de corrupción. Es, además, aplastar cualquier iniciativa de base, cualquier organismo auténticamente popular que surja. La noción del "control popular" ya naufragó desde el momento en que otras instituciones, cuya función era precisamente ese, controlar, se sometieron al control del único Poder que va quedando: el del Partido. O mejor, el de su Jefe. Sólo equilibrado por los generales que logran, a veces, hacer valer sus voces de defensa del territorio nacional.