La mejor estrategia política para ganar unas elecciones ha sido la de la política de la antipolítica, para alcanzar un cargo publico y el ejercicio político.
Esta estrategia ha venido con una carga ideológica de estupidización sistemática del elector y aprovecharse del agotamiento general ante la corrupción y los corruptos de oficio en la política.
Es decir, esta política de la antipolítica pretende mostrarse como aséptica de todo vicio político y negar rotundamente que la gobernanza o gobierno no es un acto político, aunque aspire a un cargo que implica hacer política.
Y desde esta aberración de la política de la antipolítica, nada se habla, ni se explica, acerca de que la principal determinación que priva sobre el resto de las relaciones sociales de producción, es la económica.
Y, aprovechándose del agotamiento y hastío poblacional frente a la corrupción de los políticos de oficio, entra el supuesto político antipolítico que trae hambre dosificada, miseria bien administrada y corrupción sofisticada y bien edulcorada.
Por lo antes dicho, no es de extrañar que cuando un país está sumergido en el caos y la corrupción gubernamental, llueven los capitales foráneos, que vienen acompañados de: trabajo esclavo con sobreexplotación entre 9 y 12 horas diarias, desaparición de las convenciones colectivas, flexibilización laboral, desaparición de servicios médicos, odontológicos y funerarios, capitales golondrina, preponderancia de la economía extractivista y la financiero especulativa por encima de la productiva, más la banca de segundo piso.
Gracias a ello, entran las extravagancias dizque asépticas que se autoproclaman como "técnicos, gerentes, administradores, autodidactas de la política o iluminados para gobernar sin gobernar", porque de fondo, tenemos unos voraces que están poniendo el acto del gobierno al servicio de intereses subalternos, como lo es ponernos en manos de trasnacionales y consorcios extranjeros, cuyos capitales jamás tendrán patria, sino asientos parasitarios con economías de capitales golondrina.
Esta paradoja o cinismo de la política de la antipolítica ha estado sustentada desde los años ochenta del siglo XX, hasta nuestros días del siglo XXI, desde las diversas poses de la postmodernidad, como condición resabiada por la fuerza de los hechos y como pretendida postura filosófica, aunque esta paradoja ofenda y degrade el sentido de la filosofía.
Esta desgracia ha calado en una población cada vez más ignorante de manera aprendida, en una población de sentires y poses, más que una población pensante o reflexiva.
Y desde esta tríada embrutecedora del sujeto contemporáneo y actual, como son: la política de la antipolítica, la desideologización profunda y la corrupción generalizada; tenemos, entonces, que nuestros pueblos occidentales, latinoamericanos y caribeños, son altamente politizados en esa política de la antipolítica y escasa o de manera nula, ideologizados, sin credos y sin posturas filosóficas o, cuando no, son víctimas del pastiche de ideas vagas, sensiblerías, fetichismo y aniñamiento.
Atrás no se quedan nuestras universidades, porque es desde éstas, extendidas a las escuelas, colegios y liceos, de donde se reproduce la estupidización y aniñamiento de la mayoría de la población y se le da un pretendido sustento ideológico de la desideologización, para la asunción de conductas autómatas y conducida a niveles primitivos del instinto y de los sentires, que los mass media reproducen a pie juntillas.
Por razones como éstas, entre muchas otras de orden político económico, de orden lógico y psicológico, que observamos en el habla espontánea de estas poblaciones, en sus limitados escritos, en donde cada vez más van suprimiendo los tiempos verbales compuestos y las letanías de "palabras cliché", tenemos poblaciones que salen de gobiernos corruptos, colocando a otros verdugos peores, que los conducen a un eterno retorno o círculo vicioso de otros corruptos, aniñados y siempre refugiados o atenidos en el engaño, la estafa y la corrupción de la que se es víctima.
Este infantilismo político se ha reflejado, recientemente, en Ecuador, Perú, Argentina y lo veremos muy pronto, en Venezuela. Huelgan los comentarios acerca de las lacras sociales que han llegado al poder político y las que faltan en los años por venir.
Somos altamente politizados y escasamente ideologizados, o ya hemos caído en brazos de la ideología de la desideologización, porque cada día sale un pendejo a la calle y el que lo agarre, ése es de él.