El poema fucsia de la flor de la Pomalaca, era un estrella reluciente en el cielo de las hojas verdes del árbol, mientras que los tucusitos (torcuchitas) se embriagaban con su néctar y más allá las guacharacas tenían un concierto con sus notas alborotadas.
Juancho Marcano, periodista jubilado, dedicado a trabajos personales, atender a su familia, leer y atender un pequeño conuco, había llegado a éste, como siempre, con su perro Pipo, que, para no perder la costumbre, había salido a recorrer el pequeño terreno, para comprobar que nada extraño había pasado.
La mata de mango, confidente del reportero, se mostraba tranquila y su floración también brillaba en el follaje de la planta, cuyas hojas aún danzaban de alegría con el abrazo sutil de unas lloviznas que habían caído la noche anterior.
El periodista, observando su pequeña plantación, le dio por irse por el camino del recuerdo, y ahí vio en su Tacarigua de Margarita, aquellos conucos ubérrimos, donde los dueños se dedicaban a cosechar de todo y hasta compartir con otros. En eso estaba, cuando del conuco del lado, lo saludó su amigo Evaristo, a quien le pregunto: ¿Usted se acuerda amigo de los conucos que antes había en este pueblo?
Evaristo, observó al periodista, calladamente y luego señaló: "Claro, Juancho, y ahí en esos terrenos había de todo y eso que tampoco llovía tanto, pero el amor, el trabajo y la dedicación de nuestros agricultores hacía el milagro de cosechar aquella variedad de frutas, que nosotros degustábamos con placer, tales como: mango, mamey, naranja, níspero, anón, catuche, pomalaca, merey, tamarindo, hicaco, ponsigué, ciruelas, jovitos, coco, dátiles, melón, patilla, jojotos, castañas, pomarrosa, parchita y pare usted de contar.
- Así es, amigo Evaristo, dijo Juancho y, luego de hablar ciertas cosas con su amigo, quien se despidió, continuó con su labor en su conuco y más tarde, le dijo a su perro Pipo, para irse a casa, y en el camino el periodista iba bañado con la lluvia de la nostalgia, que le producían aquellos recuerdos.