Nadar contra corriente

Miércoles, 29/01/2020 02:59 PM

Hoy me disponía a escribir mi artículo de opinión y mientras preparaba el café busqué música en YouTube y apareció Schubert. Me quedé quieta unos minutos escuchándolo, luego fui a la cocina por la taza de café y regresé a mi escritorio, lentamente su música me fue llevando a otros tiempos, a otros lados; a la edad de la juventud y el hambre, la angustia y el miedo.

Busqué en mis manos los pentagramas musicales que siempre dijo el profesor de Formación Musical que tenemos todos entre los dedos, me levanté con mi taza de café y seguí el ritmo de la melodía buscando el compás, recordé entonces cuando él hablaba de los cuatro tiempos; mis pensamientos volaron por aquel salón de clases de los básicos, donde todas las tardes de los jueves el profesor tomaba los últimos periodos para enseñar Formación Musical a una manada de patojos que en otro lugar de la capital hubieran sido vistos como ladrones, asesinos, violadores, contrabandistas y narcotraficantes solo por ser de Ciudad Peronia: un arrabal.

Huele pega, moteros, borrachos y peleoneros a tope eso sí había en macollas, nada del otro mundo, lo común del arrabal. Para cuando asomaba el profesor ya habían pasado por el salón de boca en boca, por lo menos diez bolsas de agua con pajilla cada una cuarteada con un octavo de licor, el humo de la marihuana hacía niebla cuando los rayos del sol asomaban por la ventana. Él siempre con sus pensamientos metidos en la música sin que nada más lo perturbara lograba que nosotros le pusiéramos atención y que de hablar de la cantina Las Galaxias y las boquitas de hojas de jocote tierno y las capiusas a la aldea, a cortar jocotes a la casa de Marta, (una compañera del salón) que vivía al pie de las montañas verde botella, nos enteráramos de la existencia de unos tales Ludwig van Beethoven, Johann Sebastian Bach (nosotros pronunciábamos Bach y él decía Baj) Wolfgang Amadeus Mozart, Johannes Brahms, Tchaikovsky, Vivaldi.

Lo cardiaco era pronunciar sus nombres, aprendernos sus biografías y los nombres de sus composiciones musicales, las cuales el profesor siempre ponía en un casete en la grabadora que lo acompañaba. Relataba la vida de cada uno de ellos con la fascinación con la que Charles Dickens se dedicó a escribir historias. Lo veíamos anonadados, con la boca abierta. Aquel hombre de pelo cano, de estatura promedio, que recién se había mudado a vivir a Ciudad Peonia junto a su esposa y sus dos hijos, temblaba de embeleso cuando uno de nosotros lograba terminar una melodía en la flauta.

Que cada uno tuviera una flauta en aquel salón de arrabal fue un logro apoteósico, pues la pobreza no daba para semejante lujo. Acariciar la flauta propia, la famosa Yamaha que íbamos a comprar a la zona uno junto con los posters de músicos, partituras y signos musicales que teníamos que memorizar al pedalazo, era una especie de embeleso. Y así en flauta los más drogos que siempre fueron los más diestros para las sopleteadas, se soplaban El Carnavalito que en aquellos años retumbaba en las bocinas de los bailes callejeros. Canción de moda era canción que soplaban en la flauta y así fue como terminamos bailando La macarena, en el salón de clases, el Santo cachón, El venado, Matador y por supuesto todas de Proyecto Uno y la Sonora Dinamita. Sin faltar, El cóndor pasa, La Sanjuanerita, Luna de Xelajú, Do Re Mi.

Sonata claro de luna, (Bethoven) Para Elisa (Bethoven) Preludio (Bach) Sinfonía N. 4, 5 y 6. (Tchaikosky) fueron parte de aquellos años en aquel salón de clases, todos los jueves al final de la jornada. Entonces el profesor en sus relatos sobre los compositores llevaba a aquella manada a lugares como Rusia, Alemania y Austria, la cual no había pasado de la zona 1, la avenida Bolívar y por supuesto de los barrancos entre la aldea y de Ciudad Peronia. Así mismo con su magia aquel profesor nos llevaba a lugares como Quetzaltenango cuando nos hablaba de Paco Pérez y Domingo Betancourt y a Amatitlán cuando nos contaba de María del Tránsito Barrios, compositora de Noches de Escuintla.

Y así supimos del sonido del tun y la chirimía, de la melodía El ferrocarril de los altos, Río Polochic, El Paabanc. Pero también de corchetes, pentagrama, clave, plica, de figuras musicales como la blanca y la negra. De corcheas, palabras, figuras y sonidos que nunca nos hubiéramos imaginado conocer en aquel arrabal. Y llegaron los sonidos africanos, los asiáticos, los andinos, todo con aquel profesor de Formación Musical que nunca desistió de darlo todo por nosotros que éramos como todos los niños del arrabal para la sociedad: una causa perdida. Que cuando le preguntábamos para qué nos iba a servir eso en la vida siempre nos contestaba que era información general. De ese salón la alumna que nunca aprendió a tocar flauta se hizo maestra de Formación Musical (Aura). Y la que siempre se agarraba a trompadas con los patojos en las peleas callejeras, cada vez que va a escuchar a la Orquesta Sinfónica de Chicago al Centro Sinfónico, llora, recordándolo y agradeciéndole.

Automáticamente de Schubert Youtube ahora toca a Vivaldi y yo me quedo aquí, en este estudio-habitación a miles de kilómetros de Ciudad Peronia y de aquel salón de clases, junto a mi taza de café, disfrutando Las cuatro estaciones de Vivaldi. Mientras, reafirmo una y otra vez que la violencia la ejercen los de arriba hacia los de abajo y que es sistemática y patriarcal. Que no se combate con metrallas ni con desapariciones forzadas y mucho menos llenando de armas desde el gobierno a los niños y adolescentes violentados para que violenten a otros. Se combate con oportunidades que permitan el desarrollo integral del ser humano desde la etapa de fecundación. Salud, educación y recreación plenas. Y por supuesto, de personas que quieran y que estén dispuestas a nadar contra corriente.

Para el profesor de Formación Musical Marco Antonio Zepeda, gracias, donde quiere que esté.

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