Crónica de la cultura andina en el estado Mérida

Lunes, 10/02/2020 07:29 AM

Hay venezolanos que se beben un cafecito recién coladito por la mañana, para sentirse llenos de vida y romper el crepúsculo del nuevo día. Pero también existen compatriotas que necesitan poner a prueba el azar del destino, para no caer en la mediocridad que rebasa el Pico Bolívar, que se ahoga en El Vigía, y que respira en el corazón del municipio Libertador.

La capital del estado Mérida es considerada la ciudad de los caballeros en Venezuela, gracias a la cortesía del pueblo merideño y a las buenas tradiciones andinas, porque más allá de la crisis económica venezolana, sabemos que Mérida jamás olvida celebrar la santísima Paradura en el mes de enero, para que el Niño Jesús siga siendo el protagonista de la cultura cristiana merideña, y para que el reguetón de los zulianos y los vallenatos de los colombianos, no terminen robándose el gloria a Dios en las alturas, y en la Tierra paz para los merideños.

Mal llamados "gochos", los merideños del siglo XXI han perdido la benignidad de las melcochitas de sus abuelos, porque ahora el bizcochuelo se hornea con bolívares venezolanos, pero se paga con dólares americanos, y la obsesión de los merideños del siglo XXI por quemar el pasado que los tildaba de gochos y gochas, ha hecho que la sangre de la transculturación, el smog de los alérgicos autobuses, y las montañitas de basura mundana en sus calles, sigan contaminando el agua turbia del antiquísimo río Chama.

Seamos sinceros, los vagabundos se han convertido en parte de la cultura merideña. Tan solo en el casco central del municipio Libertador, abundan los vagabundos echados en las puertas de la Catedral, en los pisos de los tribunales, frente a la gobernación, frente al consejo legislativo y en todo el perímetro de la plaza Bolívar, porque aunque siempre hay cola de gente para comprar churros, para sacar efectivo del cajero automático del Banco de Venezuela, y hasta para comprar un sabroso panecillo de Subway, nunca hay manos solidarias que erradiquen tanta inmunda borrachera, y tanta desolación canina en cuatro patas.

Quizás poco o nada quede por decir, sobre la rentabilizada cultura turística merideña, que se enciende en Mukumbarí, y que se explota con la Feria del Sol.

Los aleros, el teleférico, la Venezuela de antier, los chorros de Milla, el páramo La Culata, las heroínas, el parque Beethoven, la Sierra Nevada, las cinco águilas blancas, los famosos helados con el récord Guinness, el monumento al bolivariano perro Nevado, la capilla de piedra, la macabra plaza de Toros, el acuario, los bailadores de Bailadores, el vitamínico mercado principal, y cualquier otro punto geográfico merideño, que aunque se recorra con sucia pata descalza o con hediondo sudor enchaquetado de trolebús, siempre nos obliga a disponer de tarjeta de crédito, de tarjeta de débito, de teléfono inteligente, y de punto de venta, para poder disfrutar el sabor de una mentira llamada Mérida.

Tienes razón Carlos Ruperto, Mérida se ha convertido en pura diversión capitalista y consumista, que te deja espiritualmente vacío y mentalmente contaminado, porque si no tienes bastante plata en los bolsillos para comprar la trucha arcoíris, para comprar la pisca andina, y para comprar las fresas con crema, pues ni siquiera la bendita calavera del Santo Niño de La Cuchilla, podrá ayudarte a pagar el precio de una mercancía llamada Mérida.

Sin embargo, hoy yo quiero compartir el olor a pomarrosas de una genuina experiencia personal, que demuestra que no hay que ser médico para salvar vidas, que demuestra que no hay que ser millonario para comprar aventuras merideñas, y que demuestra que no hay que ser brujo para predecir el futuro.

No pude evitarlo y no quise negarlo. Una profecía no es una promesa, no es un capricho, no es una locura. Quizás una profecía es simplemente una profecía, pero una profecía bíblica es una responsabilidad que se debe cumplir a cabalidad, para evitar que los demonios se apoderen de los rebeldes eruditos, y para no sangrar más de la cuenta, por no querer pagar las deudas de la vida.

Como todo buen profeta que debe cumplir una profecía bíblica, la oposición llegó como una gran carie en la muela del juicio final.

Mi familia no deseaba que yo rompiera la sonrisa de la unión familiar, durante la melancólica madrugada del 30 de diciembre del 2019, pero yo debía escapar del bonito calor familiar, y debía llegar hasta la fría colina de la profecía.

Realmente yo entendía el desconsuelo familiar, y para mí, hubiera sido muy fácil romper la botella de champaña, y celebrar el nacimiento de un nuevo año en compañía de mi familia, pero como les dije anteriormente, los profetas por muy presionados y por muy angustiados que nos encontremos emocionalmente, debemos confiar ciegamente en el propósito de Dios en nuestras vidas, y yo sabía que debía dar gracias a Dios por elegirme a mí, para cumplir una profecía bíblica que me hizo ver lágrimas en los ojos de mis seres queridos, pero que también me hizo sentir el poder de Dios, para no quebrar rodillas, para no dar un paso atrás, para no decir ustedes ganan, yo pierdo, y aquí me quedo.

Los aviones venezolanos no llegan hasta Jají, los aviones venezolanos no llegan hasta Ejido, y los aviones venezolanos ni siquiera llegan hasta la parroquia El Sagrario.

Hasta finales del año 2019, los aviones venezolanos tan solo llegan hasta El Vigía, y debido a la prisa de mi viaje, no hubo ni tiempo ni chance para comprar un boleto de avión, y por la ausencia de gasolina en las estaciones zulianas de combustible, tampoco fue posible cuadrar el viaje a Mérida manejando en carro particular, por lo que el asiento reclinable de un pirata autobús maracucho, fue el santo e inmediato remedio para llegar en expreso hasta El Vigía, para luego agarrar un taxi pirata en la tempestad de la calle, que me llevaría directamente hasta el merideño municipio Libertador.

Gracias a Dios, así fue, el profeta llegó a la profética tierra merideña, y siendo sincero, no quería revisar los mensajes de texto y las llamadas perdidas de mi teléfono celular, pues sabía que la mezcla de reproches familiares y las palabras de añoranza, me dejarían con un semblante triste que no debía enlutar el alegre cumplimiento de la profecía, por lo que decidí apagar el teléfono tras llegar a Mérida, y quise desligarme de todo vínculo tecnológico hasta nuevo aviso.

No me crucifiquen por haberme ido tan repentinamente de mi casa. Yo tuve una revelación divina en un sueño, y fui profetizado como el hombre que abandonaría su tierra, para llegar hasta el mirador de la cabaña de su difunto padrino Ruperto, quien esperaba que yo llegara hasta ese hermosísimo mirador celestial, y así protegiera el futuro de paz de la familia Fermín Ramírez.

Yo también me sentí presionado por tal responsabilidad, pero jamás dudé en llegar a tiempo hasta el mirador de la colina, porque yo sé que Jesucristo es el camino, es la verdad y es la vida, por lo que cada paso que caminé, cada puerta que cerré, cada lágrima de sangre que sequé de mis ojos, cada acelerado latido que palpité, y cada reclamo que recibí por mi vertiginoso viaje merideño, NO se robó mi paz, NO se robó mi lucha, NO se robó mi profecía, y aunque los ángeles caídos vomitaron tinieblas de oscuridad, e hicieron hasta lo imposible para evitar mi llegada al mirador de la colina, jamás olvidé que Jesús es la luz que ilumina mi Mundo, y convierte el destino imposible en destino posible.

Es cierto querido hermano, el sol sale tanto para justos como para pecadores. Yo jamás he merecido ver el sol resplandeciente de un nuevo día, porque soy un sucio pecador incapaz de lavar mis culpas, pero yo sé que con la preciosa sangre que derramó Jesús en la cruz del calvario, puedo lavar mis culpas, puedo redimir mis errores, y lo más importante, puedo cumplir la profecía bíblica establecida.

No lo voy a negar, llegar a Mérida el 30 de diciembre del 2019, fue un enorme alivio existencial, porque sentía que cumplir la profecía sería pan comido.

No sé si pequé de ingenuo, no sé si me confié antes de tiempo, no sé si me ahogué en un vaso de agua, no sé si estaba extenuado por dormir despierto mientras pasaban kilómetros y más kilómetros de la camaleónica travesía, no sé si tal vez estaba esperando que saliera un genio de una arábica botella, y me llevara en una lujosa limusina hasta el mirador de la colina en Jají.

Pero la lujosa limusina nunca llegó hasta el árbol de limón donde yo esperaba la limusina, así como no llegó ni el taxi, ni el helicóptero, ni el motorizado, ni el amigo que me debía un favor y dijo que me llevaría hasta Jají, ni el genio de la mentirosa botella, ni el oso frontino, ni el gavilán, ni el malandro que aprovechando mi taciturna desesperación en la calle merideña, pudo haberme secuestrado, robado y matado.

Nadie pero absolutamente nadie llegó con premura a rescatarme, nadie pero absolutamente nadie se postró ante mis pies, y nadie pero absolutamente nadie se acordó de mi angustiante profecía.

El mundo contra mí y yo contra el Mundo. Típica desgracia de profeta. Pero en el fondo, me alegraba sentir esa sensación de mundano abandono, porque más cerca me sentía de Dios Padre, y jamás dejé de orar, velar, ayunar, y esperar que un milagro cayera del soleado cielo, y me llevara hasta la colina en Jají.

Cuando el reloj marcaba las tres de la tarde del 31 de diciembre del 2019, necesitaba un verdadero milagro para cumplir mi profecía, y aunque seguía ilusionado con la idea de llegar al mirador de la cabaña de Jají, la friolenta realidad me estaba amargando el sueño profético, y hasta siete cuervos volaron a mi alrededor, danzando en las negras ramas llenas de histeria, burlándose de mis tropiezos con cada asqueroso picoteo, y gritándome bullas de pesadilla como si conocieran perfectamente, la inseguridad que estaba sintiendo en ese agrio momento, y me obligaban a transformar lo azul del cielo en lo rojo del infierno.

Toda la rabieta, todo el holocausto, toda la borrosa alucinación en mis ojos, que se estaba robando el fiel cumplimiento de mi profecía, tenía nombre, tenía sabor, tenía precio. El gran culpable de mi inevitable fracaso, se llamaba gasolina.

Sí, aquí en Mérida, la gasolina también se encontraba en peligro crítico de extinción, y aunque muchísimos animales malgastan los litros de la gasolina, había un profeta que necesitaba gasolina para llegar hasta la tierra prometida.

Así fue, el gran culpable de mi tragedia se llamaba gasolina con plomo y sin plomo. Por la falta de gasolina en las bombas de abastecimiento, ningún merideño quería prender el motor de su automóvil para llegar hasta Jají, y si recordamos que el calendario indicaba que era martes 31 de diciembre del 2019, pues yo creo que casi todos los merideños se habían resignado a pasar el fin de año sin una gota de gasolina en sus vehículos, y muy probablemente, ya estaban echados en sus camas como las perezosas bestias, viendo televisión, bebiendo aguardiente y olvidando mi profecía.

Aunque yo siempre elogié al inventor de la bicicleta, las empinadas distancias y las revoluciones por minuto, boicoteaban el uso de la bicicleta, y aunque el deseo de cumplir la sagrada profecía, me hubiera dado la fuerza necesaria para caminar y llegar con los pies descalzos hasta Jají, no debía caer en delirantes fantasías que escapaban de la peligrosa realidad que enfrentaba, y que podían perjudicar gravemente mi salud física y mental, hasta el punto de llegar a desmayarme o a descompensarme, porque no debía olvidar que en menos de 24 horas, escapé del caluroso Lago de Maracaibo del Zulia, y me refugié en la fría Plaza El Espejo de Mérida.

Siendo sincero, empecé a caminar casi sin rumbo y casi con joroba, porque el reloj marcaba las cuatro de la tarde, y porque aunque la esperanza es lo último que se pierde en la vida, yo también era consciente de que el 31 de diciembre empezaba a menguar por la retaguardia, y sin gasolina ni para pagar un taxi ni para prenderme fuego, pues solo deseaba caminar, seguir caminando, caminar un poquito más, y con algo de suerte, tal vez pasito a pasito llegaría caminando hasta la colina de Jají, donde debía cumplir la profecía por la paz de mi familia.

Mientras caminaba sin vislumbrar el camino por caminar, mis cuatro puntos cardinales no respetaban los linderos de la brújula merideña, y yo solo quería literalmente matar mi tiempo, matar mi agonía, matar mi fracaso, matar mi profecía y matar mi existencia, porque yo sabía que si no cumplía la profecía, sería mi familia la fatal víctima de mi lápida en el cementerio.

Y cuando precisamente pensaba en la muerte, en los cementerios, en las cenizas, en las tumbas profanadas, en los globos negros, en los agónicos camellos persas, en los incendios forestales merideños, y en las profecías venezolanas incumplidas, pues en el camino de un miserable caminante llamado Carlos Ruperto, se apreciaba ni muy lejos ni muy cerca, una destartalada camioneta Pick Up.

Yo veía como muchas personas se encaramaban a la camioneta pick up, por lo que podía ser el comienzo de una caravana o de una manifestación popular, ya que la gente se metía dentro de la camioneta, como si fuera un corral o gallinero.

Cuando finalmente llegué hasta el lugar donde se encontraba la camioneta pick up, también observé la llegada de una carroza fúnebre, y obviamente todas las piezas del mortífero rompecabezas, ya habían comprendido y concretado la escalofriante escena visualizada, y supongo que esa persona era muy querida por la comunidad, ya que la camioneta pick up iba a reventar por tanta gente parada sobre sus pesadas cuatro ruedas, esperando acompañar al difunto hasta el cementerio merideño, donde sería enterrado cuatro metros bajo tierra.

Sin nada que perder y mucho por ganar, yo hablé con el conductor de la camioneta pick up, quien ya había prendido el motor del carro y estaba por salir al cementerio, con el lloriqueo de la gente en la parte trasera del vehículo.

El conductor me dijo que iba hasta el cementerio Jardines La Inmaculada. Yo le pedí permiso para montarme en su camioneta, y me dijo: "Claro que sí amigo, móntese atrás y salimos", por lo que no dudé en encaramarme dentro de la funesta camioneta pick up, y yo también me metí en el lloroso cuchitril 4x4.

Si decidí meterme dentro de la funesta camioneta pick up, fue porque yo sabía que el cementerio La Inmaculada, se encontraba en la vía para llegar hasta la colina de Jají. De hecho, en el pasado yo me había tomado una fotografía frente al símbolo de la paz, que se encuentra dentro del mencionado cementerio merideño, y debido a que tenía el tiempo en contra para cumplir mi profecía, pues decidí abordar la camioneta pick up para estar más cerca de Jají, aunque yo no conocía ni al difunto, ni a sus familiares, ni a sus amigos, ni a sus enemigos.

La semilla del remordimiento me estaba acorralando, me estaba consumiendo, me estaba sepultando hasta la coronilla, porque estaba aprovechando el olor de la muerte a mi propia conveniencia, pero en una Mérida que amaneció el 31 de diciembre del 2019 sin una gota de gasolina en sus calles, y con la presión que me atormentaba para cumplir la profecía en poquísimas horas, pues esa camioneta pick up era una luz de esperanza, para eventualmente llegar hasta Jají.

Cuando finalmente llegamos como sardinas enlatadas hasta el cementerio, y después que toda la gente se bajó de la camioneta pick up y custodió la famosa urna del difunto, tuve que sincerarme con el conductor de la camioneta, quien se estaba fumando un cigarrillo frente al cementerio, pues aunque fácilmente podía haberme quedado callado y no dar ninguna explicación a nadie, yo sentía la necesidad de explicar mi situación al conductor, siendo un desesperante sentimiento que nació por la necesidad de pedir auxilio para cumplir la profecía.

Yo le dije al conductor que tuve que abandonar el estado Zulia, que había llegado a Mérida con gran premura, y que llevaba menos de 24 horas en el municipio Libertador. Le dije que por motivo de un sueño profético, yo estaba obligado a pasar la transición del fin de año al nuevo año, en el mirador de una legendaria cabaña de mi padrino Ruperto ubicada en Jají, y le dije que por el problema de la falta de gasolina, no había ubicado ningún medio de transporte ni público ni privado, que me llevara rápidamente hasta Jají, y también le dije al conductor que yo no conocía al difunto, y que me había montado en su camioneta solo buscando mi propio beneficio, para poder estar un poco más cerca de Jají, y así intentar cumplir la profecía antes del dramático fin de año.

Con el riesgo latente de que el conductor de la camioneta me insultara, me golpeara, me linchara, me escupiera, me abofeteara, me pisoteara, me humillara y hasta me acribillara frente al cementerio, después de haberle confesado mi mentira y luego de explicarle mi verdad, pues me sorprendió un mundo escuchar la respuesta del conductor, quien con voz calmada y poniendo su mano en mi hombro, me dijo textualmente: "No se preocupe, ahorita lo subo hasta Jají".

No me llamó loco de perinola, no me llamó maldita rata peluda de cloaca, no me llamó Satanás. El conductor de la camioneta con su acentito merideño lleno de inocencia y credulidad, me dijo: "No se preocupe, ahorita lo subo hasta Jají", y pese a que el conductor me pareció un hombre repugnante después de verlo fumar cigarrillos, pues ahora se estaba transformando en un ángel con gasolina en el tanque, para ayudarme a cumplir mi bíblica profecía.

El conductor me dijo que realmente faltaban dos horas, para celebrar el servicio fúnebre, pero que había salido antes de tiempo, para evitar las posibles colas de carros en las calles, en espera de que llegara la gasolina a una bomba de abastecimiento, ubicada muy cerca del cementerio La Inmaculada. También me dijo que la cabaña de mi padrino se ubicaba vía Jají, pero que no había necesidad de llegar hasta el centro de Jají, por lo que me afirmó que tenía el tiempo justo, para llevarme hasta la colina y regresar al entierro.

El reloj marcaba las cuatro y cincuenta de la tarde del martes 31 de diciembre del 2019, y el conductor de la camioneta pick up otra vez prendió el motor de su destartalado vehículo, para llevar a Carlos Ruperto hasta la cabaña de su padrino en la vía hacia Jají, y así cumplir con éxito la profecía profetizada en un sueño.

Mientras el conductor de la camioneta me llevaba hasta la cabaña, pude darme cuenta que todavía existen buenos samaritanos en Mérida, y muchas veces las personas que no saben leer ni escribir, y muchas veces las personas que no tienen ni un simple telefonito celular, pues son las personas que resultan más empáticas y más solidarias en aras de ayudar desinteresadamente a su prójimo, ya que el conductor de la pick up se rehusó a aceptar dinero por el viajecito, y tampoco quiso recibir una transferencia bancaria por el gasto de gasolina, lo cual demuestra que todavía se puede hacer el bien, sin mirar el bolsillo ajeno.

También, mientras recorría en camioneta la vía hacia Jají, me extrañó no ver ningún muñeco de año viejo, que sobresaliera frente a una casa o que estuviera puesto en una acera, pues durante mi infancia siempre observaba a los típicos y extravagantes muñecos de año viejo, que aunque realmente no sé si me daban risa o pavor, yo debo reconocer que esos ardientes muñecos se habían quedado plasmados en la retina de mis recuerdos, y si bien mi familia nunca participó en esa pagana tradición andina, y aunque nunca quemamos un muñeco de año viejo en nuestro hogar, no voy a negar que mis ojos buscaban un supersticioso muñeco de año viejo en la carretera, durante el viajecito en la camioneta pick up.

El reloj marcaba las cinco y media de la última tarde del año 2019, y Carlos Ruperto llegó hasta la colina vía Jají.

Muchas gracias al conductor de la camioneta pick up. Realmente nunca supe su nombre, ya que él no me lo dijo y yo no se lo pregunté, porque todo lo que pasó dentro de esa camioneta fue una patada de adrenalina y de vértigo, pero de todas formas, me alegra haberle dado un buen apretón de manos al conductor, y me alegra haberle dicho que fumar cigarrillos es muy malo para la salud humana.

Es cierto, había llegado hasta la colina vía Jají, más no había llegado hasta la cabaña de mi padrino. Usted puede estar muy cerca de algo, pero hasta que no llega a alcanzar ese algo, no existe diferencia entre un milímetro y una milla.

No era un convento, era un monasterio. No eran caramelos, eran carmelitas. No eran rosas, eran claveles. No eran palos, eran pinos. No estaban descalzas, estaban de parranda.

Realmente estaba un poco aturdido por tanta migraña, por tanta presión, por tanto cansancio. Aunque la alegría por haber llegado hasta la colina, no me la quitó ni la caca de las vacas, ni los zancudos ebrios, ni los estómagos revueltos.

Yo estaba alegre porque sabía que cumpliría la profecía familiar, y cuando llegué a la colina exclamé: ¡Llegué! ¡Gracias Dios! ¡Llegué!

Con cada paso que daba para subir la colina, más alegre me sentía, no porque Dios caminaba junto a mí, sino porque Dios caminaba dentro de mí. Y así fue, porque la fuerza de Dios me llevó hasta la colina, ya que si hubiera dependido de mi propia fuerza, no hubiera soportado los venenosos reclamos de mi familia, que cruzaba los dedos para que yo no cumpliera la profecía, aunque nunca comprendió que ese sacrificio del destino, lo hice por la santa paz familiar.

Me sentía tan unido a Dios, que me olvidé de mis propios lamentos, y decidí asistir a una misa en la iglesia de la colina, para agradecerle a Dios por darme paz y por su intercesión en mi vida. Yo sé que primero tenía que llegar a la cabaña de mi padrino, descansar un rato, y luego esperar la medianoche para cumplir la profecía, pero realmente primero quería ir a misa, porque yo sé que en Mérida casi todas las misas de la Iglesia Católica, se celebran a las cuatro o cinco de la tarde, y si primero llegaba a la cabaña para gritar el aleluya y marcar mi territorio, pues luego no me alcanzaría el tiempo para llegar a la santa misa.

Ya habiendo subido la mitad de la colina, yo sabía que estaba cerca de la iglesia, aunque estaba esperando quizás unas campanadas para guiarme por el sonido y llegar a la eucaristía, aunque también había escuchado que la misa de fin de año se celebraba a las siete u ocho de la noche, por lo que también estaba con la sensación de incertidumbre, por no saber la hora correcta de la misa del martes.

Yo decidí esperar que un lugareño o una lugareña pasara frente a mí, y así aprovechar su cercanía para preguntarle a qué hora sería la misa de fin de año, y de ser posible, ir con él o con ella hasta la iglesia de la colina, pues no sabía la ubicación exacta del religioso lugar, y me urgía recibir la hostia antes de cumplir la profecía en la medianoche.

Tuve que esperar un cuarto de hora varado a mitad de la colina, pero finalmente pasó un hombre de avanzada edad frente a mis ojos.

Mi primera impresión tras ver llegar al abuelito, me hizo sentir que él estaba muy triste, pues el viejito no levantaba ni su cabeza ni su sombrerito, estaba muy barbudo, además caminaba como sin rumbo, tal vez recordando no sé qué cosas. No me pareció que estaba pasando la borrachera, yo solo pensé que el abuelito simplemente estaba deprimido, pues en sus ojos se notaba que había llorado hacía muy poquito, aunque desconocía las razones de su languidez.

El abuelito me dijo que la misa empezaría en veinte minutos, y aunque me dijo que él no asistiría a la misa, fue muy gentil y aceptó caminar conmigo para llevarme hasta la iglesia, pues según él, había un feroz perro de la calle que ladraba como endemoniado, y que mordía a turistas y a gente foránea.

El casual encuentro entre ambos, fue un choque emocional bastante fuerte. Por un lado, yo estaba feliz porque sabía que cumpliría la profecía confiada por Dios. Pero por el otro lado, el abuelito estaba tristón y negado a entrar en la casa de oración de Dios.

Aunque la pesadumbre del viejito, definitivamente no era una buena compañía ni para mí ni para nadie, él conocía la dirección de la iglesia, y si ya había usado a un conductor de camión para llegar hasta la vía de Jají, pues supuse que ahora usaría a un solitario viejito, para asistir a la misa de fin de año.

El abuelito y yo, empezamos a subir la enarbolada media colina restante.

Tan solo cuando el viejito empezaba a subir la colina, sentí la necesidad de bromear un poquito y decirle textualmente: "¡Caramba compadre! ¿Subiendo sin bastón? Vas más rápido que yo ¡WOW! Debería grabarte y seguro que hoy sales en televisión".

El abuelito se sonrió, y me dijo: "Pues sí, mire, aquí voy".

Inmediatamente, el abuelito me dijo que se llamaba Aurelio, y que tenía 87 años. En ese instante yo le dije: "¡Qué chévere Aurelio! Dios te bendiga. Yo me llamo Carlos Ruperto, tengo 34 años de edad. Un placer conocerte".

Luego, no dudé en poner mi mano derecha sobre el hombro izquierdo de Aurelio, así como el conductor de la camioneta pick up hizo lo mismo conmigo, cuando me vio desesperado por llegar a Jají, y me tranquilizó poniendo su mano en mi hombro, y diciéndome que él me llevaría hasta la colina.

Yo seguí subiendo la colina con el abuelito Aurelio, esperando llegar prontamente a la iglesia, y estar en santa comunión con Jesús.

Mientras conversábamos como dos buenos amigos, le dije a Aurelio que yo había llegado a Mérida proveniente del estado Zulia, y le dije que en Maracaibo hacía muchísimo calor, que la gente se la pasaba sudando y transpirando. En cambio en Mérida, aunque también hacía muchísimo sol, no se llegaba a sudar la ropa como en el Zulia, porque el friíto merideño siempre sabe hacer lo suyo.

Aurelio se sonreía, y con su mirada insistía en mirarme a los ojos, quizás pensaba que él me conocía a mí, o tal vez pensaba que yo lo conocía a él, pues yo lo tuteaba y le hablaba de una forma muy distendida, sin preocuparme en qué va a pensar de mí o qué va a decir de mí, ya que sentía que nunca más volvería a verlo, y mi norte seguía siendo ir a misa y luego cumplir la profecía.

Yo le pregunté a Aurelio, si él había visto volar al Cóndor Andino. Me dijo que no. La verdad me sorprendió su respuesta, pues por su avanzada edad, casi juraba que él había visto volar al extinto símbolo cultural merideño, por eso le pregunté si él siempre había vivido en el estado Mérida, y Aurelio me dijo que sí, pero que nunca vio volar al cóndor por esa zona próxima a Jají.

Yo le dije a Aurelio que estaba buscando a un merideño vivo y lúcido, para que me contara un relato verídico sobre el vuelo del cóndor andino, pues es lamentable que una ave tan extraordinaria, se extinguiera por culpa de la indiferencia ambiental de los gobiernos, y por culpa de la explotación agrícola que envenenaban sus alas.

Aurelio me escuchaba con atención, y seguíamos subiendo la colina.

Pese a que no me sorprendió ver tanta maleza, en los costados del trayecto hacia la iglesia, porque la maleza crece hasta en el desierto, lo que de verdad me sorprendió, fue ver unas hermosas y diminutas flores amarillas y rosadas, que habían germinado y crecido dentro de los mismos matorrales de la colina, y aunque nadie intencionalmente las cultivó allí, fue impresionante ver que la Naturaleza brota donde ella quiere y cuando ella quiere, por lo que no dudé en decirle textualmente a Aurelio: "Viste, que de lo malo puede salir algo bueno".

Aurelio otra vez se sonrió y me preguntó: ¿Usted lo cree? Y yo le respondí: ¡Claro que lo creo! ¿No lo estás viendo? De lo malo siempre sale algo bueno.

La verdad, yo no sé si mis palabras eran para él, o si mis palabras eran para mí. Yo sé que suena extraño lo que digo, y más extraño suena escribirlo, pero cuando le dije a Aurelio que de lo malo siempre sale algo bueno, no solamente me refería a las bonitas flores que brotaron en medio de la maleza, sino también me refería a mi propia experiencia personal, que estaba viviendo en secreto.

Seguíamos subiendo la cristiana colina merideña, y Aurelio me dijo que ya estábamos llegando al famoso convento de las monjitas, mientras yo veía dos ranchitos casi cayéndose a pedazos en lo alto de la colina, aunque sus antenas de DirecTV estaban tan pulidas y tan limpias, que brillaban con capitalista luz propia.

¡Llegamos a la cúspide! Aurelio me dijo que finalmente habíamos llegado hasta la iglesia de la colina. Me sorprendió no ver ni un ápice de muchedumbre avivando la iglesia, aunque se trataba de la famosísima misa de fin de año, y aunque faltaban solo cinco minutos para celebrar la última eucaristía del 2019.

Yo le dije a Aurelio que si estuvieran regalando harina de trigo leudante, o que si estuvieran negociando los plátanos dentro de la iglesia, pues seguro que la iglesia estaría full de mundana gentuza gocha, y seguro que habría una cola de carros afuera de la iglesia, porque por la plata bailan los monitos gochitos.

¡Lo logré! Aurelio se echó una buena carcajada gracias a los monitos gochitos, y con una palmada en la espalda se despidió de mí, pues él me dijo que solo me llevaría hasta la iglesia, pero que no asistiría a la misa.

Recuerdo que yo le dije a Aurelio: "¿Qué me estás diciendo? Si llegamos juntos, nos vamos juntos. Anda, vamos a la misa, mira que está por anochecer, y es peligroso que te regreses solo. Cuidado y te muerde un perro. Anda, vamos".

Aunque se quedó muy pensativo, lo convencí. Aurelio entró conmigo a la iglesia de la colina, para participar en la misa de fin de año.

En la misa se habló sobre los anticristos que han aparecido a lo largo de los siglos, para robarse la fe de los cristianos aparentando ser hijos de Dios, aunque ninguna mentira viene de la verdad. También reconocimos a Jesucristo como la luz que ilumina el Mundo, y el salmo fue: "Alégrese el cielo, goce la Tierra".

Como suele ocurrir en las misas venezolanas de la Iglesia Católica, siempre se politiza la liturgia cristiana, y siempre aparecen los fariseos con sotana y los fariseos con pintalabios, que piden con fervor y ruegan al Señor por los desamparados inmigrantes venezolanos, que supuestamente sufren en las calles de Ecuador, de Colombia y de Panamá, aunque esos mismos anticristos que rezan en voz alta por los pobres inmigrantes que abandonan Venezuela, son los mismos anticristos que se acostumbraron a rasgarse las vestiduras en las cuatro paredes de un convento merideño, pero que son incapaces de salir a las hambrientas calles merideñas, para regalar un plato de comida a los vagabundos que deambulan en la plaza Bolívar de Mérida en Venezuela, donde de verdad se necesita el altruismo de los fariseos y la compasión de los politiqueros.

Aurelio y yo, nos sentamos juntos en uno de los escaños de la iglesia, escuchamos la lectura bíblica, comulgamos, nos dimos el cariñoso abrazo de paz, observamos el bonito pesebre navideño con las luces encendidas, y también nos fuimos juntos, una vez terminada la misa en la iglesia de la colina.

Mientras bajábamos por la vertiginosa colina sin policías acostados, Aurelio me pidió que le dijera la hora, y yo le dije que el reloj marcaba diez minutos para las siete de la noche, mientras mi mano derecha sujetaba el brazo izquierdo de Aurelio, porque aunque de subida no necesitábamos bastones eléctricos para subir, ahora de bajada los dos necesitábamos zapatos con frenos automáticos para bajar, porque entre los huecos de la carretera medio asfaltada de la colina, y entre la sombría oscuridad por la falta de alumbrado público, Aurelio y yo caminábamos pasito a pasito, sin prisa pero sin pausa, para no caer pendiente abajo por la descontrolada colina.

Recuerdo que le dije a Aurelio que me parecía muy peligroso, que estuvieran quemados o apagados los bombillos de los postes del alumbrado público, en todo el trayecto que recorrimos de ida y de vuelta para llegar a la iglesia de la colina, porque aunque faltaban diez minutos para las siete de la noche, el panorama parecía de las tres de la madrugada, y de verdad que a cualquier individuo lo pueden robar, vejar, violar, secuestrar, y hasta matar en medio de la oscura neblina merideña, y seguro que al cuerpo desnudo lo descuartizan y lo queman en cualquier barranco de la colina, y nadie nunca jamás encontrará el cuerpo del delito.

Mientras seguíamos bajando la pendenciera colina, Aurelio y yo, no recordamos que el Padre invitara a los feligreses a la misa del primero de enero, por lo que no supimos si habría eucaristía de nuevo año, ni tampoco supimos la posible hora en que se efectuaría la supuesta misa.

Cuando estábamos a punto de llegar al mismo paraje de la colina donde nos conocimos, no sé la razón por la cual le dije a Aurelio lo siguiente: "No importa si habrá o no habrá misa mañana, en Jesús encontramos pronto auxilio aquí y ahora, él nos escucha en cualquier momento y en cualquier lugar, y nos ayuda a superar los problemas y a soñar con una vida eterna en el cielo".

Aurelio respondió a mis palabras con un sonriente: "Dios me lo bendiga".

La verdad, yo no le pregunté a él dónde vivía, y él tampoco me preguntó a mí dónde yo vivía. Simplemente Aurelio y yo, nos despedimos con un fuerte apretón de manos y con un cálido abrazo, en el mismo lugar donde nos saludamos por vez primera en la fría tarde merideña, y creo que quedará atesorado para la historia merideña, las anécdotas que juntos hablamos y que juntos compartimos, durante esos inolvidables minutos en los que pasito a pasito subíamos la colina, sin saber qué pasaría con nuestras vidas en el futuro.

El reloj marcaba las ocho de la mañana del miércoles 1 de enero del 2020, y finalmente prendí mi teléfono celular, mientras llamaba a más de diez taxistas que según los resultados de la búsqueda en Google, atenderían mi llamado y me recogerían en un santiamén. Pero claro, Google no sabe que en Venezuela el primero de enero la gente se pasa la resaca, se pasa la borrachera, se pasa la indigestión, se pasan los bochornos, y se pasa la página de cara a un nuevo año.

Otra vez yo pequé de ingenuo, pensando que un taxista llegaría hasta Jají en el despertar de un primero de enero, y sumado al problema de la falta de gasolina en Mérida, la mejor idea que tuve fue visitar una plaza muy pintoresca, donde me senté en una banquita, para escuchar música instrumental relajante.

Al cabo de unos minutos, llegó un heladero con esas dulces campanitas que ya no se escuchan en la enfurecida capital merideña, y aunque quisiera decir que el heladero llegó, pasó de largo y se fue. La verdad, es que el heladero se quedó mirándome por motivos desconocidos, como si quisiera decirme algo pero no me decía nada, mientras seguía vendiendo sus heladitos a los niños, que estaban jugando con sus padres en la plaza.

Finalmente, el heladero rompió el hielo de su heladera, se acercó a mí, y me preguntó: ¿Usted fue el muchacho que estuvo hablando ayer con el señor Aurelio y lo llevó a la misa en la tarde?

Yo le dije: "Sí, fui yo, ¿Por qué me lo pregunta? ¿Le pasó algo?"

El heladero me dijo que el viejito Aurelio, era un hombre muy respetado y muy querido por todo el pueblo de Jají, pero después que su esposa falleciera en fechas recientes, Aurelio había caído en una terrible depresión, porque sus hijos lo abandonaron después de saquear el oro de sus tierras, y mucha gente pensaba y temía que Aurelio se iba a suicidar a fin de año, pues desde que enviudó había quedado muy triste, desconsolado, no quería hablar con nadie, y estaba sin ánimos para vivir.

Tras escuchar al heladero, de una vez le pregunté: ¿Aurelio se suicidó? ¿Por qué hablas de él en tiempo pasado? ¿Por qué dices que era un hombre muy querido?

Pero para mi sorpresa, el heladero sonrió con picardía y me dijo que Aurelio no había muerto, luego me tomó las manos y me dio las gracias por haber hablado con el viejito y por haberlo llevado a misa, pues me dijo que Aurelio y él llevaban años siendo buenos amigos, y que fue Aurelio quien le había conseguido el digno trabajo de vender helados, para sustentar a su familia.

El heladero insistía en darme las gracias por haber hablado con Aurelio, pues lo había saludado hacía menos de media hora, y dijo haber visto a Aurelio muy contento, afeitado y muy rozagante. Según el heladero, Aurelio le dio el abrazo de feliz año, lo invitó a su casa para tomar un cafecito que él mismo había colado, y le había preguntado si había visto a un muchacho que encajaba con mi perfil, por lo que el heladero me dijo que Aurelio estaba buscándome, ya que deseaba volver a hablar conmigo en el naciente primero de enero del 2020.

Pero las sorpresas no terminaron con la telenovela del heladero, pues luego se me acercó una señora que yo había visto en la misa de fin de año, y también me dio las gracias por haber conversado con el señor Aurelio, ya que según ella, acababa de ver a Aurelio muy sonriente, leyendo la prensa, perfumado y vestido muy elegante, aunque yo creo que nadie imaginaba el trasfondo fortuito de nuestra relación, y la espontaneidad del encuentro que se dio entre ambos.

La verdad, yo no sabía absolutamente nada sobre la historia de vida del señor llamado Aurelio. Yo no sabía que él había enviudado antes de la Navidad, no sabía que él estaba pensando en suicidarse a fin de año, y no sabía que él era tan famoso en el pueblo de Jají. Y de hecho, yo creo que si hubiera sabido de antemano el motivo de su tristeza, tan solo le hubiera dado mis condolencias y el sentido pésame, pero jamás hubiera congeniado tanto con Aurelio, no lo hubiera tuteado, y jamás hubiera conversado de todo un poco con él.

Yo creo que hay muchísimos abuelitos andinos en Venezuela, que están muriendo de purita soledad en las frías calles y en las frías casas de Mérida, porque no son escuchados por nadie, no son abrazados por nadie, no son valorados por nadie, y ya no son amados por sus seres queridos, quienes permitieron que el frío del siglo XXI, se robara el calor familiar del siglo XX.

No obstante, yo no pensaba que con una simple conversación que duró no más de veinte minutos, había podido ayudar espiritualmente a un hermano que se sentía muy deprimido, y que necesitaba nuevas palabras de aliento para seguir vivo en la vida, por lo que esa fortuita situación me hizo reflexionar, sobre hasta qué punto el simple hecho de compartir unas palabras con otra persona, puede ayudar o perjudicar la vida de otro ser humano, y creo que nosotros no somos conscientes del poder de la palabra, y también deberíamos autoevaluarnos para saber si hablamos con el fin de construir amistades, o si hablamos con el fin de destruir corazones.

Es gratificante para el alma pecadora que hoy escribe, saber que mis palabras fueron un bálsamo para otra persona tan herida como yo, y sin duda Aurelio también me ayudó a mí, prestándome atención, siendo empático con mis comentarios, y acompañándome a la misa, por lo que yo sé que el poder sanador de la Santísima Trinidad, escuchó nuestros ruegos y nos fortaleció en aquel día de fin de año.

De hecho, mientras subía la colina, yo recordaba mucho un bonito cántico que dice: "Puedes con tu luz a algún perdido rescatar, brilla en el sitio donde estés, brilla en el sitio donde estés, brilla en el sitio donde estés". Me encanta la candidez de ese cántico, y lo recordé mucho en la colina de Jají.

Como comunicador social, siempre he sentido aflicción por las típicas conversaciones frívolas, en las que se enfrascan diariamente los venezolanos, quienes no se cansan de endiosar la presencia de Dios Dinero, y que por ende, terminan siendo mentalmente contaminados, y terminan sintiéndose infelices e insatisfechos en sus mediocres vidas mundanales, porque aunque millones de venezolanos dicen ser cristianos a capa y espada, realmente esos millones de venezolanos nunca fijan sus ojos en la cruz del amor, donde Jesucristo derramó su preciosa sangre para redimir nuestros pecados, y donde todavía hoy usted puede ser amado, reformado, y liberado del yugo capitalista que esclaviza a muchísima gente venezolana, que necesita arrodillarse para pedir perdón con un corazón sinceramente arrepentido, y que necesita confiar solo en Jesús.

Quiero pensar que algún lector venezolano o extranjero, se pregunta qué pasó con mi profecía bíblica, pues parece que desde que empecé a subir la colina con Aurelio, yo mismo me olvidé de cumplir mi propia profecía.

Debo decir que yo jamás me olvidé de cumplir mi profecía, pues ese fue el único motivo que me hizo viajar, y que me hizo llegar hasta las montañas de Mérida.

Gracias a Dios, después que me despedí de Aurelio, llegué sano y salvo hasta la cabaña de mi padrino Ruperto, y pude pasar la transición del 31 de diciembre del 2019 al 1 de enero del 2020, en el profético mirador donde Dios me dijo en sueños cristianos, que yo debía cumplir la profecía por la paz de mi familia.

Nunca encontré ni taxi ni taxista, para que el primero de enero me regresara hasta el centro del municipio Libertador, por lo que se me ocurrió volver a subir la empinada colina de Jají, para visitar otra vez el acaramelado convento merideño, y para preguntar si habría misa de nuevo año, pues como les dije con anterioridad, el Padre no informó nada al respecto en la misa de fin de año.

Cuando llevaba media colina ya subida, otra vez me encontré al señor Aurelio, en el mismo sitio donde ayer nos habíamos conocido, pero ya no se veía triste y desconsolado, pues ahora Aurelio se veía alegre, muy extrovertido, y hasta me dio un beso en la frente para saludarme y demostrar su cariño.

Aurelio me dijo que la misa de Año Nuevo sería a las nueve de la mañana, y me pidió que lo acompañara hasta la iglesia de la colina.

Yo le dije con entusiasmo: "Claro que sí Aurelio, para allá vamos".

Decidí no decirle a Aurelio, que ya conocía su trágica circunstancia de vida, porque para mí, el pasado bueno o malo simplemente ya quedó en el pasado, y si en el presente hay una sonrisa que quiere vivir la vida con una sonrisa, pues hoy vamos a sonreírle a la vida, como si no hubiera una sollozante cicatriz debajo del sombrero.

Las cosas que Aurelio y yo hablamos mientras subíamos otra vez la colina, serán reveladas solo cuando el majestuoso cóndor andino, vuelva a volar libremente en la libertad de un cielo azulado, que espera su regreso a Mérida.

Pido disculpas por no relatar los detalles del cumplimiento de mi profecía bíblica, pero de verdad que prefiero atesorar ese recuerdo de medianoche solo en mi memoria, aunque tal vez algún día me atreva a contar la experiencia sobrenatural vivida, y que sin duda cambió el rumbo de mi vida para siempre.

El mirador de la colina quedó consagrado por Dios, y si alguien desea visitarlo, con gusto puede ponerse en contacto, y coordinamos la visita.

Durante la profética madrugada en el mirador de la colina, usé la videocámara para grabar la versión A capela de mi canción "Dios Aquí Conmigo", si desea visualizar el video visite el siguiente hipervínculo https://www.youtube.com/watch?v=mOtk4Lq2uAY

De igual manera, si desea visualizar el soleado paisaje del 1 de enero del 2020, fotografiado desde el mirador de la colina donde se cumplió la profecía, pues visite el siguiente hipervínculo https://drive.google.com/file/d/1Zcywh_R-EGVyyDqUzE7okyeyxOjCuLEn/view?usp=sharing

Antes de despedirme, quiero señalar que la redacción de la crónica presentada, se hizo a finales del mes de enero del 2020, y de hecho, la crónica fue terminada el 2 de febrero del 2020, fecha en que los católicos celebran el Día de la Candelaria, y llevan sus velas hasta las iglesias para que sean bendecidas.

Debo confesar que el domingo 2 de febrero del 2020 fui a la Catedral de Mérida, que es el corazón de la fe cristiana del pueblo merideño, y escuché al Padre que ofició la misa de las nueve de la mañana, informar que se estaba realizando una rifa para recaudar dinero, ya que la catedral necesitaba reunir fondos para seguir ofreciendo sus servicios religiosos.

Podemos tolerar que se vendieran las velas dentro de la propia Catedral, aunque yo creo que ningún cristiano mentalmente sano y ningún cristiano espiritualmente sano, compraría una cosa llamada vela buscando obtener una cosa llamada fe, porque si de verdad hay que gastar dinero para prender la luz de nuestra fe cristiana, entonces felicitamos a Jesús por haber expulsado a los mercaderes del Templo de Jerusalén, y es una lástima que no utilice otra vez su látigo de justicia, para expulsar a los mercaderes de la Catedral de Mérida.

Podemos tolerar que el Padre pidiera plata a los feligreses, casi al final de la misa en la Catedral, porque aunque se pueden anunciar avisos breves, en el rito de conclusión que finaliza la eucaristía, el interés capitalista del Padre por pedir plata antes del clásico "podéis ir en paz", obliga a que la gente tenga que escuchar y acatar el lucrativo chantaje, y obliga a que la gente tenga que permanecer dentro de la Catedral, si realmente desea marcharse en santa paz.

Pero lo que me molestó muchísimo y me pareció realmente imperdonable, fue que el Padre dijo que el primer premio de la rifa, sería "una cesta de alimentos con de todo un poco", y que el segundo premio de la rifa sería una Biblia.

¡Qué barbaridad! ¡Qué falta de respeto! ¡Qué inmoralidad!

¿Acaso la mundana comida del Mundo vale más que la santa palabra de Dios?

¡Claro! Si se hubiera puesto a la Biblia como el primer premio de la rifa, pues casi nadie (por no decir absolutamente nadie), hubiera querido participar en el aburrido sorteo católico. Pero se puso a la codiciada cesta de comida como el primer premio de la rifa, porque los anticristos que gobiernan en la Catedral de Mérida, sabían que así participaría muchísima más gentuza merideña, que prefiere ganar un paquete de harina PAN para comer arepas, antes que ganar una Santa Biblia que no se leerá, que no se entenderá, y que nadie se comerá.

Es un acto atroz y lamentable que la prestigiosa Catedral de Mérida, que debería dar cátedra de fidelidad y de sana doctrina cristiana católica en Venezuela, pues decidió poner el alimento de Dios llamado Biblia en un miserable segundo lugar, y puso en primer lugar a la comida mundana que se traga, se defeca, y se olvida. Y tampoco hay que olvidar, que la Biblia condena los pecaminosos juegos de azar, más aún cuando pervierten y menosprecian la ley de Dios.

En mi crónica me referí a la cultura cristiana del estado Mérida, y aunque en el pasado, la capitalina Catedral fue el centro de la devoción religiosa merideña, no hay duda que en el presente venezolano, la Catedral prostituyó la fe cristiana, y está vendiendo el capitalista cristianismo y el capitalista marianismo, como si fuera una anglosajona entidad bancaria, como si fuera una atractiva casa de apuestas, y como si fuera un chiquero de fariseos.

Si Dios Dinero ya se apoderó de la Catedral de Mérida, pues el futuro de la cultura cristiana merideña, se escribirá con sangrientas letras ateas.

Gracias a cualquier hermano que leyó mi crónica. Bendiciones.

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