Desde el conuco

Las maravillosas manos de mamá

Miércoles, 24/03/2021 04:05 PM

Mi mamá se habia comprado una máquina de coser, marca Eterna, lo recuerdo clarito. Ni se les ocurra pensar en una maquina electrica, en esos tiempos ni soñabamos con luz electrica en los campos. La máquina era de funcionamiento manual, con una manibela que hacia girar todo el sistema, ni siquiera era de pedal. (Haciendo honor a su nombre, esa maquina todabia esta viva). Pasando el rio montado en el burro mocho, por poco se nos cae la maquina de coser que mi madre con su sudor de campesina laboriosa, habia logrado adquirir en el Almacén Síria, de José Doveir. En ese almacén se conseguia de todo, zapatos, hamacas, cobijas, sombreros, ropa para damas, caballeros y niños, tál como se leía en las bolsas de papel color marrón y letras rojas, en que eran envueltos los artículos comprados.

El Musiú José, o mejor dicho José el árabe, que es como se le conoce desde hace mucho rato, tenía la habilidad de calcular el tamaño del pie del muchacho o la muchacha con solo preguntarle al padre cuantos años tenía. Asi, los clientes llegaban y decian yo quiero un par de zapatos para un niño de siete años, y zas, salía José el árabe con los zapatos, asegurando, como en efecto ocurría, que ése era el número que calzaba el muchacho en cuestión. Eso mismo pasaba con las camisas, los pantalones o los vestidos de las niñas. En ese entonces las mujeres no usaban pantalones, no señor, eso eran cosas de hombre. Digame hoy, los hombres quieren parecer mujeres y las mujeres hombres.

Algunas veces nos tomaban la medida en casa con una cabulla que medía el tamaño del pie despues de remarcarlo en el suelo. De modo que cuando alguien se disponia a visitar el pueblo se llevaba los bolsillos llenos de cabullitas de colores para identificar de quien era el pie; en el caserio se aprobechaba y se mandaba a buscar los zapatos con quien tenia previsto ir al pueblo. Por cierto yo nunca me puse unos zapatos de goma, de huequitos que usaban mucho los muchachos de entonces, nunca me agradaron esos zapatos rrellenos de huequitos que simulaban ser unos zapatos de zuela, eran negros aquellos zapatos tan feos, gracias a Dios, en casa, ni a mi papá, ni a mi mamá le agradaban aquellos fasimil de zapatos que usaron mucho los muchachos de entonces. Preferia ponerme alpargatas que esos horribles calzados que aún detesto y que siempre pensé que eran hediondos.

Las alpargatas de zuela eran una belleza, pero eran veraneros, en el invierno eran un jabón y auguraban una caida casi que segura, ademas al mojarse se dañaban muy rapido. Las alpargatas de llanta eran mas duraderas y esas no resbalaban como las de zuela. Se llamaban de llanta porque la planta era de caucho de carro o llanta, de allí su nombre.

En el caserío, la señora Goya esposa del señor Terecio Delfin, tejía las capelladas de las alpargatas, ella tenia una maquina de tejer, uno compraba el hilo y ella se las tejía, de cualquier color o de varios colores. De ese modo cuando se nos rompían las alpargatas pero la planta aún estaba buena, mandabamos a remontar la alpargatas y estrenabamos calzado nuevamente.

En mi casa nunca se andaba descalzo, estaba prohibido, en alpargatas nuevas o viejas pero nunca descalzos, esa era una norma de mis padres que aun recuerdo con perfecta claridad. Cuanto amor el de mis padres, siempre pendientes de nosotros, remendados pero limpios, bañaitos y limpios. El ser pobre esta en Dios y el ser sucio esta en uno. Asi decia papá. Yo no se si Dios tendrá culpa de la pobreza de uno, pero lo que si es cierto es que lo sucio y lo cochino depende de nosotros.

Mamá sabia hacer un pan muy sabroso, hacía pan dulce y salado, lo vendia a medio la unidad, (25 céntimos de bolivar). A Mamá la eseño mi abuela Hortencia, es decir su Mamá. Se compró un horno de lata, donde José López otro de los almacenes que habia en Biscucuy. Una cocina de kerosen de dos hornillas, el horno y todas las semanas habia pan en casa. Es que mi mamá hacia de todo. Unos pastelitos, fritos en manteca de cochino super sabrosos. Pórque en ese tiempo no se usaba aceite comestible, ese veneno nos lo impusieron después, la manteca de cochino era la que mataba la liga. Por eso nadie sufria de la tensión, esa es una enfermedad que llegó con el aceite branca, "que si brinca no es branca"

Mi Mamá hacía un atól de maíz caliente, de película. Era toda una nota aquel atól de maíz caliente y leche de chiva, Con eso nos criaron a todos nosotros. Dicen que la leche de chiva es buena para el hombre, le dá la vitalidad que las damas prefieren. Yo estoy por creer que esa vaina es verdad, a mis sesenta y dos, ¡Ay Dios!

Na' guará, Mamá tenia mágia en sus manos, costureaba la ropa nuestra y recibía cortes ajenos. Amasaba pan, cocinaba unas hallacas que pa' que más, unos pastelitos de carne que vendiamos en la gallera del Mocho Fidel. Hacía mantequilla con la leche de vaca, tambien hacia un tipo de yogurt que llamabamos Oruga endulsado con papelón, eso si es verdad que era una locura.

Si mi mamá estubiera aún con nosotros, le pediría que me hiciera una taza grandota de oruga, que solo ella sabía hacer. O quizas le diría que preparara las caraotas con maíz pilado, orejas y patas de cochino, a esa receta le llamabamos "Mico". Tendría que decidir entre las hallacas de quinchoncho fresco y la mazamorra de maíz jojoto, o tal vez le pediría que cocinara un dulce de lechoza, una chicha añejada en tinaja de barro, una cachapa asada en brazas o unos bollitos duces de jojoto.

La lista de cosas que hacía mi Mamá, Ada Honoria Azuaje, es inmensa. Como inmenso era su corazón que nos arropaba a los doce hijos y sobrada cariño para el que se acercara. Otra cosa, antes de que se me olvide, mi mamá acostumbraba que todo el que llegara a casa, algo comía, al menos un sabroso café se llevaba en el buche. Por eso ella siempre hacía la arepa del viajero, que guardaba celosamente en la canasta para cualquier eventualidad de algun inesperado visitante.

¿Dónde estará mi madre hoy? a veces pienso que está aquí conmigo. Si somos energía, y ésta energía, como me enseñaron en el Liceo, ni se crea ni se destruye sino que se transforma. Por aquí anda ¡Segurito!

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