Todavía recuerdo cuando en mi casa hubo una larga discusión por una afirmación que una amiga de mi madrehizo, cuando ésta, después de saludarla y ante la pregunta de mi madre, frente a una exhibición y venta de vestidos, le respondiera: "-Aquí, mirando para ver"
Mis hermanas indicaban que esa frase era repetitiva. Mis padres, que no. Que estaba bien. O sea; que la señora estaba mirando, observando los vestidos para ‘ver’ qué se compraba. Una vecina, como siempre las hay, decía que la fulana lo que estaba era ‘viendo y reviendo’ las ofertas y no sabía qué hacer. En fin, que de esa discusión pasaron varias gratas, acaloradas y divertidas horas, y su recuerdo, después de más de 55 años, todavía resuena en mis oídos.
Indico esto porque en días pasados leí una nota, por las redes sociales, donde se reflexionaba de manera concienzuda, sobre estas dos palabras y su sentido último en la experiencia del ‘ver/mirar’. Para ello se trajeron a colación nombres de destacados intelectuales y pensadores. Uno de ellos, el propio poeta y pensador, Reiner María Rilke, con su siempre pedagógica palabra que da luces a los ‘iniciáticos poetas’. El otro es el filósofo, Henri Bergson, Premio Nobel de Literatura en 1927.
De Rilke me siento hermanado a su vida y obra, tanto por los días de mi juventud, y por haber adquirido y leído sus poemas en mis inicios (casi aprendí a leer con su obra poética), cuando en una librería compré mi primer libro, y era un precioso ejemplar con sus poesías enmarcado en cobertura de terciopelo rojo, y llegué a mi casa con la sensación de tener, más que un libro, un objeto que se acunaba suavemente entre mis manos, un delicado regalo de la vida. Muchos años después, ya en la universidad, recibí de regalo la última publicación (libro póstumo) del poeta de las Elegías duinesas, El Testamento. Eran, por así decirlo, sus memorias o algo muy cercano a ello.
De ese esplendoroso libro solo recuerdo el relato donde el poeta declara su amor por unas manzanas que dejan su sombra al borde del alféizar. Es la hermosa experiencia que le dejó la mirada a la obra, Madonna de Lucca, del pintor JanVan Eyck. Tanta mirada que queda impregnada, no en losobjetos, sino en la sombra que ellos dejan. Esa sensación de vacío, de belleza y plenitud que es apenas instante y emoción de lo siempre ido. Esa mirada que va más allá del puro ver.
Esas "lágrimas de gratitud" que confiesa el poeta ante el rasgo de sombra que dejan las manzanas es la afirmación de una existencia que queda para siempre adherida a la memoria. Rilke no ansía ser la manzana, que "es demasiado", lo confiesa, sino la sombra, la fugacidad que se desprende de esos frutos.
De esa lectura me queda el resumen de semejante reflexión en la sombra de esas manzanas que son, en realidad, el ser de esas frutas. Es una escritura de clarividencias, un asunto de profecías que anuncian lo que se abre a lo inmenso, que colma y es dicha y celebración de vida. Porque mirar de manera consciente trasciende, aunque ello solo sea un instante en nuestra sonámbula existencia.
La otra experiencia la viví en el pueblo de Recanati, Italia, mientras observaba la obra del pintor, Lorenzo Lotto, La Anunciación (c. 1527). En el museo cívico se encuentra esta espléndida obra de arte que me cautivó y después de más de cuarenta años aún sigue despertando mi interés de vida. Es una de las primeras obras de la pintura donde los rostros parecen moverse. Esto lo supo explicar muy bien uno de los más calificados estudiosos de esta obra, Henri Bergson, en la llamada ‘mirada psicológica’ para indicarnos el maravilloso movimiento que se aprecia en la madonna, cuando parece estar ‘saliendo’ del mismo cuadro. La madonna ‘mira’, nos observa mientras la ‘vemos’. Sin embargo, al mirar observamos otros rasgos, apreciamos el absoluto movimiento que existe en medio del oratorio. El salto del gato ante la intempestiva presencia del ángel Gabriel. Entonces nos damos cuenta que hay una historia del antes y el después. Antes quizás la madonna estaba leyendo y el gato transitaba por la estancia. Pero al abrirse los cielos Dios se manifiesta y señala, entonces el ángel aparece y estremece. El gato salta mientras la madonna se voltea y mira hacia afuera, más allá del encuadre, hacia el infinito. Esta, en síntesis, es la mirada que procede de la misma intimidad del ser, y aquí está referida a lo femenino, un tema que también ahonda y es menester estudiarlo.
No, de ninguna manera mi madre, ni mis hermanas, ni las amigas de la familia, llegaron a estas reflexiones. Sin embargo, la experiencia del ‘ver y mirar’ es esplendorosamente similar, se estrechan en la lógica de la vida, emotiva o racional. Una muestra en la cotidianidad la necesidad inmediata; la otra, en la búsqueda de trascendencia, nos lleva a apreciar en ambos términos la belleza y plenitud del lenguaje.