Mágicos encuentros de María Lionza con el cacique Yaracuy y el negro Miguel

Miércoles, 09/11/2022 10:27 AM

Las historias mágicas comienzan en el plano real, se continúan en el histórico y culminan en el plano mítico. La primera empieza cuando a las autoridades del estado Yaracuy, comenzando la década de los años 50 en el siglo XX, les urge crear los símbolos para la entidad. Entonces se ponen en contacto con el conocido escultor Alejandro Colina, artista reconocido como creador de extraordinarias obras nacionalistas sobre los caciques Tiuna, Guaicaipuro, Terepaima, Chacao, Arichuna, Manaure y otros; invitándole a que realice una escultura para el estado Yaracuy, dado el renombre alcanzado por el artista como autor de la escultura sobre la deidad aborigen conocida como María Lionza sobre el danto realizada en 1951, para celebrar los Juegos Bolivarianos en Caracas. La diosa luce montada a horcajadas en una danta y lleva en sus brazos, en lo alto, los fuegos olímpicos en un pebetero, colocados a su vez sobre una pelvis. Los juegos se llevaron a cabo, pero la escultura no fue presentada oficialmente, por coincidir con la celebración en esos días de la Virgen de Coromoto, patrona de la iglesia católica y de Venezuela. Para entonces, la leyenda de María Lionza era bastante conocida entre las gentes del pueblo y referida por investigadores, historiadores, mitógrafos y antropólogos, mientras que sobre el cacique Yaracuy no se sabía nada significativo, debido sencillamente a que no se había probado históricamente su existencia, por carecer de documentos probatorios al respecto. La escultura de Alejandro Colina lo presenta en gesto feroz, extendiendo el brazo izquierdo hacia adelante al mismo nivel de su rostro, mientras el brazo derecho sostiene un hacha con la que amenaza al agresor, acompañado de un gran felino que también levanta sus patas delanteras en la misma dirección del indio, como si fuera parte de él, de su corporeidad. Es quizá el cacique de los realizados por Colina que presenta mayor fuerza de resistencia y un gesto más bravío. Mientras realizaba estas obras, Colina tuvo de seguro conversaciones con escritores yaracuyanos contemporáneos suyos como Gilberto Antolinez, Manuel Rodríguez Cárdenas y José Parra, que probablemente hayan incidido en su concepción del personaje, aunque en esa época eran ya conocidas y muy divulgadas las versiones especulativas de caciques aborígenes escritas por autores como Rafael Bolívar Coronado y Antonio Reyes, las cuales causaron numerosas polémicas debido a su carácter especulativo y fantasioso, reñido con la historia.

Una historia inventada

Debido a la ausencia de una historia oficial, las autoridades de la entidad usaron para Yaracuy el texto de un conocido escritor fallecido en 1924, célebre inventando autores e historias ficticias, poemas y perpetrando plagios literarios, que le valieron varias acusaciones de falsario e imitador: Rafael Bolívar Coronado era su nombre y trabajaba por encargo, con una capacidad natural para tal fin, al punto de poder imitar el estilo de cualquier escritor contemporáneo suyo, romántico o modernista. De esta manera, las autoridades pudieron obtener una historia sobre el cacique para crear un símbolo de lucha aborigen en el estado, la cual a su vez pudiera ser parte del pedestal que se pondría en la escultura del indio Yaracuy en San Felipe, ubicada en la redoma más alta de esta ciudad. Ambas esculturas, con el tiempo, pasarían a formar parte del imaginario (inconsciente colectivo) regional y nacional, tal es la fuerza expresiva que el artista comunicó a sus obras.

Desde entonces, los historiadores no han cesado de arremeter contra el cacique considerándolo una invención, como también numerosas autoridades de la Iglesia católica o evangélica lo han hecho contra la figura de María Lionza, calificándola de bruja, loca o perjudicial para el pueblo o la sociedad. A pesar de todo esto, la gente del pueblo comenzó a rendirle el debido culto, sobre todo a la diosa, debido al poder mítico, lunar, sensual, acuático, sinónimo de fertilidad, valentía, belleza, bondad y resistencia que esta figura encarna, la cual ha sido invocada para curar males y enfermedades, hacer milagros o castigar a la gente mala, a ladrones, mentirosos, asesinos y falsos hechiceros. Poco a poco, su culto se fue extendiendo, y después ya nada lo pudo detener. Luego de estar ubicada en un lugar adecuado en la avenida Francisco Fajardo de Caracas, la escultura fue desplazada años después a una intersección en dicha avenida y quedando aislada, con lo cual la obra perdió dignidad espacial para su debida apreciación.

Auge inicial de María Lionza

Se dice que, mientras Alejandro Colina realizaba estas obras, entraba en un trance, se hallaba como poseído por la diosa; a tal punto se convirtió en una obsesión, que se llegó a considerar este trabajo su obra maestra, por la cual se le recordó como artista y como creador. Tuvo como modelo ocasional para su obra a Beatriz Correa (mejor conocida como Beatriz Veig-Tané), quien con el tiempo vendría a formar parte de los rituales que se llevaban a cabo en Sorte. La diosa continuó siendo objeto de otras interpretaciones plásticas, visuales, cinematográficas y literarias, siendo asociada su imagen a vírgenes cristianas y católicas, mediante un proceso de sincretismo cultural, no solamente con la Virgen María, sino también con otras versiones de ésta como la virgen de Coromoto, la virgen del Carmen, Fátima, la Inmaculada Concepción y muchas otras. La imagen creada por Colima mutó en otras imágenes, idolillos y estampas, en oraciones de la imaginación popular que se expenden en tiendas, donde se la asocia a otras figuras como a héroes de la guerra de la Independencia, deidades africanas o asiáticas, indios y caciques, héroes, santos y apóstoles; en fin, María Lionza desbordó las simbologías aborígenes y se fundió a otras creencias y religiones, que la han hecho famosa en el mundo. Vivió entre las montañas de Sorte, Quivayo y Nirgua, en los valles de Vararida y Uadabacoa, en lo que es hoy el estado Yaracuy, espacio llamado por el explorador alemán Federmann Valle de las Damas, justamente debido a la belleza de las mujeres indias, lugar donde los indígenas libraron muchas batallas contra los conquistadores españoles.

Presencia del indio Yaracuy

El valle Uadabacoa se halla atravesado por el río Yaracuy, (nombre que significa río entre palmeras o buscar agua lejos) valle defendido por los indios caquetíos, con sus naturales caciques, por lo cual no tendría nada de extraño que tuvieran a uno que tomara este nombre, así como el cacique Nívar toma el suyo de la montaña de Nívar (Nirgua) y la cacica Yara (río) tomara el suyo de las primeras letras del nombre del rio Yaracuy; las comunidades y pueblos, necesitados de símbolos aglutinantes, dioses o guerreros, los inventan por necesidades espirituales y luego los convierten en entidades trascendentes; justo por requerir de una entidad mágica, pudo haberse creado un cacique, valeroso guerrero caquetío que comenzaba a ganar batallas contra conquistadores españoles, quienes tenían azotados aquellos valles, y pretendían violar o raptar a las bellas mujeres que los habitaban. De modo que el cacique Yaracuy –o cualquier otro nombre que tuviese- lo mismo pudo haber encarnado en una entidad de carne y hueso, la cual un buen día pudo haber ido al encuentro de la princesa Guiomar, la guiadora María (Guio-Mar), mujer que comandaba a los suyos, a mujeres, niños y animales, defendiendo sus territorios originarios y las bondades de la madre tierra. Todo ello nos ofrece la posibilidad de imaginarnos el encuentro que la dama pudo haber tenido con un cacique de mucha más edad que ella.

De este cacique, nunca conocido por ningún historiador o cronista, ni referido por alguno de los conquistadores o registrado en documentos, el gran ficcionador Bolívar Coronado pudo bien haber sido el autor de las líneas siguientes, ya del dominio público:

"Yaracuy fue un cacique y jefe guerrero de los caquetíos del estado Yaracuy, nieto del cacique Yare, hijo del cacique Chilúa. Mantuvo un importante comercio marítimo con franceses y holandeses, logró una alianza de tribus indígenas que integraban la región que hoy se conoce como estado Yaracuy, en Venezuela. Venció en la batalla de Cuyucutúa a conquistadores del imperio español en 1552. Secuestrado por los colonizadores, muere enfrentando a sus captores en 1569. Fue cacique de alianzas con los Taranana, Yaritagua, Acharigua, Torondoyes y Zararas.

El cacique Yaracuy comandaba unos 500 aliados indígenas que vivían en Guadabacoa (hoy estado Yaracuy) integrado por Tarananas, Yaritaguas, Torondoyes, Achariguas y Zararas. Los Caripes y Macaures no quisieron conformar esa alianza, y acechaban, junto con los españoles, a los aliados del cacique Yaracuy.

En 1552 se preparan en el Tocuyo los invasores españoles castellanos y alemanes Belzares (o Welsers), junto con sus aliados indígenas Caripes y Macaures, dirigidos por los capitanes españoles Diego García de Paredes y el capitán Juan de Vargas, para tomar Guadabacoa, particularmente las minas de Aroa y de Nirgua, donde había plata y oro.

El cacique Yaracuy armó un gran contingente con los indios Tarananas y Achariguas, Zararas, Torondoyes y algunos pocos Yaritaguas, para atacar a García de Paredes cuando estos preparaban un avance desde El Tocuyo: en este primer enfrentamiento la lucha fue terrible y amarga, y allí pudo contar el cacique Yaracuy con las habilidades guerreras de su amigo el cacique Terepaima, donde lograron incluso deserciones en los ejércitos invasores. Sin embargo, los colonizadores, dirigidos por Diego García de Paredes y el capitán Juan de Vargas, atacan en Cuyucutúa a los aliados indígenas comandados por Yaracuy, quien destroza a los invasores españoles, y luego regresan a El Tocuyo, para tomar el control de la provincia caquetía de Variquicimeto –actual ciudad capital del estado Lara-- con una victoria que les permite tomar el control de esta provincia por más de diez años.

En 1561, el cacique Yaracuy recibe la noticia del avance del conquistador Juan Rodríguez Suárez hacia la región central, y entonces decide enviar allí a su amigo el cacique Terepaima a reunirse con Guaicaipuro, con el fin de proponer una alianza para enfrentar al invasor. Los españoles fundan entonces un emplazamiento denominado Nueva Segovia de Barquisimeto, retomando la costumbre de dar nombres de ciudades españolas a los territorios conquistados. Y comienzan entonces a colonizar los territorios cercanos.

Indignado por la presencia -cada día más cercana- de los europeos, Yaracuy envía un mensaje al jefe de las tropas españolas, Mencio Vargas, que dice: "Les pido con mi pueblo que dejen estas tierras que no les pertenecen, y se marchen hacia otros rumbos". La respuesta de Mencio Vargas fue; "Id y decidle al cacique que venga él a echarnos". Y así fue. Yaracuy fue a echarlos. Primero atacó con sus guerreros los destacamentos de indígenas Macaures al servicio de los españoles, ante la inminente llegada del Tirano Lope de Aguirre en 1561, a quien los españoles decidieron enfrentar. Y esta oportunidad la aprovechó el indio Yaracuy para iniciar su asedio al campamento de El Tocuyo, que era por entonces el principal bastión del imperio español en Venezuela. El Tirano Aguirre atraviesa Nirgua desde Borburata para así tomar Barquisimeto, y García de Paredes corre a enfrentarlo y vencerlo.

En 1569, Pedro Ponce de León es enviado como gobernador de la Provincia de Venezuela a enfrentar a los líderes indígenas Guaicaipuro y Yaracuy. Ponce de León designa entonces a Diego de Lozada para enfrentar el asedio de Yaracuy en El Tocuyo donde, mediante intrigas, lograron dividir a las tribus aliadas. Entonces Yaracuy se apresura a atacar a Ponce de León y a Diego de Lozada en el sitio de Uricagua, pero las divisiones surten efecto y Yaracuy es derrotado. Para no perder el grueso de sus guerreros, Yaracuy decide replegarse a las montañas, que es justamente cuando Ponce de León decide enviar a Diego de Lozada a enfrentar a Guaicaipuro, mientras él enfrenta a Yaracuy: lo asedian y lo van acorralando hasta que lo capturan y secuestran, es llevado a El Tocuyo y acusado de conspirar contra el Rey Felipe.

Yaracuy fue amarrado a un árbol y no pudieron ejecutarlo porque les increpó protestando, pues debían cumplir un Decreto que indicaba que todos los indígenas eran súbditos y estaban regidos por la Ley. Entonces lo llevan preso a El Tocuyo a esperar la sentencia de la Real Audiencia para su ejecución, y en un descuido, el cacique intenta escapar. Uno de los arcabuceros se da cuenta y le increpa: "¡Hasta aquí llego tu suerte, Yaracuy!", y le dispara, pero el cacique se incorpora y le dice al captor: "La suerte no me acompaña. Voy a morir, lo sé, pero yo solo no me he de ir, porque alguien me acompaña" y le dispara a su captor".

Como advertimos, en el texto precedente se realiza una diestra amalgama de personajes reales con otros inventados; su autor crea situaciones imaginarias con fechas ciertas, va tejiendo hechos posibles pero irreales que luego fueron recogidos o glosados por historiadores de manera desordenada, y así logra crear esta versión donde hace una apología del cacique, sin tener una sola prueba documental en sus manos. Pero su destreza narrativa está fuera de toda duda. Avancemos entonces nosotros con nuestra versión de un posible encuentro entre ambos símbolos.

Encuentro mágico de María Lionza y el cacique Yaracuy

El cacique Yaracuy, un buen día, conoció a María Lionza en aquellos valles, pudo apreciar su esbelta figura, sus pechos asombrosos y sus glúteos perfectos, sus piernas torneadas, toda la belleza y el poder de aquella mujer que se acercaba en su danta, acompañada de un séquito de 22 guerreros y guerreras. El cacique Yaracuy era algo menor que el cacique Nívar, padre de la doncella, en cuanto a la edad, y el día en que se encontró con María Lionza en las riberas del rio Yaracuy, pactaron para defender juntos aquellos valles de Vararida y Uadabacoa, y así rendir tributos a sus dioses en los altares de Sorte y Quivayo. Se dieron un abrazo en las riberas del río, y su amistad quedó sellada para siempre. Al hacerlo, después del pacto, se oyó un gran estruendo al principio, muchos relámpagos y rayos, y un aguacero cayó con un formidable tronar, destapando los cielos y haciendo retumbar todo, pero al breve rato el paisaje quedó despejado, el cielo se ofreció en todo su grandioso azul, se formó un arcoíris fulgurante; las nubes desfilaron blancas como grandes copos; el sol brilló con su esplendente luz como nunca antes lo había hecho; las montañas se mostraron en toda su majestad; la brisa corrió fresca como jamás había ocurrido; los pájaros cantaron y las mariposas volaron; las culebras y serpientes se deslizaron alegres mientras los leopardos y dantas se paseaban libres, y los monos viajaban de rama en rama por aquellas selvas; las aguas de los ríos bañaron todas las riberas, fluyeron los manantiales, las ranas sagradas croaron, las cigarras se alebrestaron y todo el paisaje se llenó del arrullo de las canciones y de los bailes de los indios caquetíos, en aquel día en que todos fueron tan libres y felices como nunca antes lo habían sido.


 

María Lionza conoce al negro Miguel

Por el lado de la historia y en esos mismos años llegó a Venezuela, proveniente de Curazao, un grupo de esclavos negros a trabajar en las minas de San Felipe de Buría, entre los cuales vino uno llamado Miguel, que estuvo trabajando allí y desarrolló una habilidad muy grande para localizar el oro a través de su olfato, cuestión por la cual, en vez de granjearle un mejor trato, fue humillado a la manera de un perro sabueso, lastimado y maltratado, razón por la cual tramó su huida de aquellas minas con un grupo de compañeros negros, logrando internarse en las montañas cercanas, desde donde bajaba cada cierto tiempo a liberar más esclavos, burlando las vigilancias o eliminando a sus adversarios españoles. Fueron haciendo todos ellos una pequeña sociedad y finalmente un reino aparte, donde Miguel se coronó Rey casándose con una india a quien coronó reina, teniendo con ella un hijo a quien dio título de príncipe, y a otro de sus seguidores le confirió el cargo de Obispo de la Iglesia.

Se ha dicho que esa mujer india que se desposa al negro Miguel, llamada Guiomar, bien pudo ser la misma María Lionza. Varios cimarrones e indígenas se habrían incorporado a esta rebelión, que fue creciendo hasta el punto de intentar tomar la ciudad de Nueva Segovia, la cual estaba al mando de los generales Diego García de Paredes y Diego Fernández de Serpa, ya mencionados, quienes rechazaron también a los hombres del cacique Yaracuy que venían de El Tocuyo. No hay una razón de peso para desechar la posibilidad de que la mujer india que se desposó al negro Miguel, llamada Guiomar, haya sido también María Lionza, pues ambas razas estaban luchando para liberarse del yugo español e independizarse. De hecho, ya el negro Miguel de Buría y sus hombres venían de vencer a los españoles en varios combates, los europeos estaban contrariados y enfurecidos y decidieron trazar un plan para aniquilar la rebelión de Miguel.

Entonces Diego García de Paredes y Diego Fernández de Serpa, con refuerzos del Tocuyo y encabezados por Diego de Lozada –los mismos que habían fraguado las batallas contra el indio Yaracuy-, entraron al cumbe donde se encontraba el negro Miguel, usando la táctica de la emboscada nocturna y los mataron a casi todos, incluyendo al negro Miguel y a su hijo. En cambio, la india Guiomar logró escapar lanzándose desde una gran altura, y la dieron por muerta.

Dicen que sobrevivió gracias a los cuidados de unos indios que andaban por el lugar; quienes la atendieron con remedios, infusiones, yerbas y la cercanía de muchos animales, leopardos, monos, onzas, dantas, pájaros. Mientras se está recuperando la mujer es vista, espiada o reconocida por jóvenes, españoles, indios, negros, frailes, mujeres o niños que llevan los cuentos a los centros poblados, y así va creciendo la leyenda de la india Guiomar, regenerada en los relatos raigales de la tierra: se trata del renacer simbólico de la India, convertida después en María de la Onza por obra de la Iglesia y del santoral católico, por los curas que no estaban de acuerdo con seguir matando a los indios sólo por no abrazar la fe católica, contribuyendo así los frailes a mezclar la leyenda de Guiomar sincretizándola a la de la virgen María, llamándola María de la Onza (María Lionza), y consagrándola como tal en la iglesia de Nirgua (Talavera de Nívar).

La historia del padre Hermes Jiménez

En este sentido, es oportuno recordar la anécdota del cura párroco de la ciudad de Nirgua, Hermes Jiménez, nacido en Madrid, que ocupó por muchos años un lugar notable en la iglesia de esa ciudad. Cuentan que se encontraba monseñor Jiménez de paseo en unos bosques de las inmediaciones de Nirgua con un grupo de religiosos, en un día de campo. Por un momento, se alejó un poco del grupo a caminar por un pequeño bosque, cuando percibió una presencia cercana entre los árboles, y se acercó. Al fijarse bien, advirtió una figura femenina cerca de un riachuelo; al aproximarse más vio que se trataba de una mujer india tomando un baño en el río, semidesnuda. Su belleza era completa y cantaba mientras chapoteaba entre unas cascadas, imagen que tuvo un influjo sublime en él, un efecto de embrujo extasiado, asociado directamente a la famosa reina de aquellos parajes, pues además vio cómo la mujer, un tanto nerviosa, montaba en una danta y se alejaba, sin advertir su presencia. El padre Jiménez se retiró cautelosamente del lugar. A causa de esta visión, Hermes Jiménez propuso a la iglesia asociar la imagen de la princesa Guiomar a la virgen María, llamándola María de la Onza de Nívar o Nirgua, propuesta que fue aceptada por la iglesia regional, mas no así por la iglesia de Roma.

Algunos trabajos literarios

En lo que respecta a trabajos de recreación literaria sobre la historia del negro Miguel, no hay uno mejor que la novela El reino de Buría cuyo autor es el artista y erudito caraqueño Miguel Arroyo. En cuanto a trabajos de recreación plástica en el siglo XXI cito el de María Lionza en comic; mientras entre los estudios exhaustivos recientes destaca el de Daisy Barreto María Lionza. Divinidad sin fronteras. A los dos últimos tuve el honor de prologar, pero la bibliografía sobre el tema es, por suerte, realmente profusa e importante, desde los trabajos tempranos de Gilberto Antolinez hasta los de Gustavo Martín, entre los más notables. Entre los poéticos está el de mi padrino José Parra, nacido en Chivacoa, con su interesante poema María Leonza; otro con el mismo título del cuentista Oscar Guaramato, el ensayo novelado La venus venezolana de Elisio Jiménez Sierra; y entre los teatrales la magistral pieza María Lionza. Pieza dramática en tres actos de Ida Gramcko, la gran poeta de Puerto Cabello, que a mi modo de ver es la mejor obra literaria inspirada por la diosa. Aparte, están innumerables artículos sobre el tema firmados por escritores tan importantes como Francisco Tamayo, Gilberto Antolinez, Manuel Rodríguez Cárdenas, Herman Garmendia, Juan Liscano, Miguel Acosta Saignes y muchos otros.

Leyenda final

De acuerdo a otras versiones legendarias sobre el negro Miguel y su relación con María Lionza, una de ellas nos dice que al negro a quien habían apresado y matado durante la refriega en Buría no era el negro Miguel, sino otro hombre muy parecido a él, que el verdadero Miguel había logrado huir también, internándose por unas cuevas en las montañas de una zona llamada el Totumo de Gamelotal, donde estuvo un tiempo recuperándose, para ir luego a encontrarse con María Lionza, quien también se encontraba ya sana. En este caso, los indios que habían asistido y curado a María Lionza, tomaron contacto con Miguel para decirle que Guiomar estaba viva, y así los esposos pudieron estar juntos de nuevo, viviendo en las cuevas de las montañas de El Totumo y Quebrada Honda, cerca de Barquisimeto. Desde ahí fueron a buscar un tesoro oculto en una de las cuevas donde se había escondido el negro Miguel durante su convalecencia, consistente en una gran cantidad de oro extraído de las minas, que luego fue a buscar con unas mulas, acompañado de Guiomar, para huir con ella y con el tesoro a tierras donde no pudieran reconocerlos; cambiaron sus nombres para ocultar sus verdaderas identidades, pero continuaron alimentando siempre la leyenda de María Lionza que terminaría siendo, a la larga, el mito femenino más importante de Venezuela, y Miguel de Buría el protagonista de la primera rebelión negra en América.

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