El dentista era uno de esos oficios infaltables en la vida de los pueblos; donde generalmente la extracción de la pieza era lo único que salvaba a un dolor de muelas, después de haber probado con el guayacol y otros mejunjes caseros En Palmira ese dentista de apellido Ochoa estuvo ubicado entre las carreras 6 y 7 en la calle 3. Hasta allí asistían los pacientes, si eran niños ante la presencia de tan descomunales tenazas, comenzaban a gritar; pero él los aplacaba y con una palmadita les decía…no grite que me corre la clientela. Hace décadas, no recuerdo si fue en Michelena, se puso de moda las fulanas planchas, era una dentadura postiza, brillante, parejita; a veces le incrustaban un diente de oro. El paciente obsesionado por tan lustrosa dentadura permitía que el dentista le sacara su dentadura natural, junto con algunas piezas impecables. Esto lo hacía porque dentro de estos dentistas, había mucho indolente y falto de profesionalismo y ética, que practicaba tamañas barbaridades. Con esto no quiero decir que el Sr. Ochoa empleara estas prácticas; pero de que los había….los había
Tres centurias:
El Dr. J.J. Villamizar Molina, en su libro Palmira Tres Centurias, narra las peripecias del indiecito Diego (sin el apellido), era tal la minusvalía que hasta el apellido le quitaban a la servidumbre, solo le dejaban el lugar de origen. Así que lo llamaban Diego de Guasimos. Señala el Dr. Villamizar Molina que este indio "era perteneciente a la encomienda de Juan López del Rio, agregado a este pueblo criado por el padre Agustino Fray Antonio Barba Verdugo, el indio había logrado para 1657 una habilidad en el idioma, además en el arte de ayudar a misa, y en los demás menesteres de la iglesia. Sin embargo agrega el Dr. Villamizar que la suerte de los indios no era tan benigna para el momento del tributo. Cuando le llegó a Diego la edad de ello, en nada le valieron las peticiones del padre Barba Verdugo y Diego fue enviado a los servicios del encomendero, quedando la iglesia sin monaguillo y sacristán". Esta anécdota, de esta conducta disfrazada de los mantuanos de encomenderos, era pura y sencillamente una actitud servil de esclavos, al viejo estilo del feudalismo europeo; donde la doctrina de la iglesia no se inmutaba, sino la veía con indiferencia; pese a que tales procederes chocaba contra las prédicas de la religión católica. De todas formas todos estos excesos y atrocidades fueron debidamente dejados atrás con la emancipación de los pueblos.