Conocí a Carmelo en Montalbán, estado Carabobo frente a la plaza Bolívar donde funcionaba la galería dos puertas hoy casa del cronista. Desde ese momento fundamos una amistad que no terminó con su desaparición física. Un ser que se estremecía, al oír las canciones de la resistencia chilena. Solía acompañarme a las clases de Metodología de la Investigación, que daba para estudiantes de Ingeniería de Alimentos en la UNESR, núcleo Canoabo y llevar la secuencia del curso. Disfrutaba conversar con los campesinos que tenían sus puestos de verduras en la vía a la universidad y poder internalizar en su memoria sus problemas, incluso cuales habían sido víctimas de Leishmaniasis cutánea y hasta la salud de los asnos de carga.
Al nacer mi segundo hijo, le escribió un poema muy hermoso que describe al guerrillero heroico montado en una mula, en las cumbres bolivianas y enaltece la vida como continuidad de esperanza. Mis dos hijos eran para él sus nietos Montalbaneros. En ese mismo tiempo diseña un modelo económico entre servilletas y bolsas de papel como sustentar un rebaño de ganado bovino, usando como ingreso mi salario como profesor universitario, el cual funcionó y permitió la independencia económica. En dicho modelo ajusto la adquisición de los semovientes y su mantenimiento en el tiempo.
En época de Semana Santa, era un ritual ir a los mercados a comprar chiguiire, ya que me decía que él podría ser engañado con otras especies. Pero su conocimiento en la compra de pescado era impresionante, parecía un ictiólogo académico. Era amante del arroz con leche y del café con leche muy fuerte sin azúcar.
Sus años de reclusión en la isla del Burro, en vez de producir amarguras, logro estimular el amor por los desposeídos y consolidar sus ideales. Cuando compre a través de un adelanto de prestaciones la casa colonial de mis bisabuelos, me acompañaba a colectar tejas viejas, para la remodelación. No como intelectual o teórico de la obra, hacia labor de compañero obrero. No se cansaba a pesar de su edad, dando ejemplo vivo de solidaridad.
Recuerdo un día que llego de Caracas, y fue visitarme a mi casa, después del saludo, me dijo que antes de morir quería conocer al comandante Magoya, me sorprendió la forma de expresarlo. Fuimos esa misma noche y le dije Carmelo misión cumplida. Esa expresión antes que muera todavía la siento viva. Esa conversación fue muy larga, entre café, frutas de urupagua y licor de cocuy. Cuando la rebelión de Chávez, sirvió de enlace solidario con algunos militares exilados. Tenía, una gran hermandad con Simón Giran, el cual represento en el occidente de Carabobo, como un gran defensor del ambiente.
Fue un ser de grandes ideales y convicciones, por la vida y el socialismo. Su enfermedad lo obliga a ser trasladado a caracas en una ambulancia donde nos vimos la última vez. Considerado un maestro por muchos de sus compañeros, para mí un ser de gran amor por la humanidad.