De aquel día caraqueño, 19 de abril de 1810. De la comedia e historia de la Venezuela bendita

Miércoles, 06/12/2023 04:56 AM

Corría el año de 1810 y luego el once. Los habitantes de las provincias de Caracas, Barcelona y Cumaná y todas las demás, se le alzaron al régimen español. Cuando el Capitán General Don Vicente Emparan, recién llegado a Caracas, trasladado de Cumaná donde ejercía también un alto cargo que, según se dijo y lo admitieron los vecinos, lo hizo con pulcritud y eficiencia, se asomó a aquel balcón, invitado por la revuelta de adentro, el recinto del ayuntamiento de la capital, para mirar y consultar a la gente aglomerada allá abajo en la calle, y escucho los gritos de "no le queremos" y los gestos airados de la gente, que no era contra él, sino la representación española que ejercía, gritó con resignación:

-"Si no quieren que mande, yo tampoco quiero mando".

Con aquel simple gesto, como suele suceder, ha sucedido y sigue sucediendo por años, en muchos tramos, los de arriba y los de allá abajo, creyeron resuelto el asunto y rota la relación con España y el sistema mundial. Creyeron que hasta allí llegaba la cosa y cada quien se iría para su casa y toda transcurriría como lo habían planificado en las casas de los "Amos del Valle" y los espacios donde los revoltosos hacían sus discursos y planificaban la vida como quien dibuja un cuadro con sólo dos creyones.

-"Compai o, dicen que lo amo, no tando lo españole al mando, no van a da la libertá. ¿Qué cree uté?

-"No se crea eso compai, e´ puro cuento e´ camino".

-"No se acuelda uté de la hitoria de aquel negro libre que llamaban José Leonaldo. Pué, se alzó contra lo amo pa´ liberá lo eclavo y lo amo y españole le guindaron de una mata".

-"Si me acueldo. Entonce lo amo pudieran decí eso que le dije pa´ que no quedemo quieto, mientra ello sacan a lo españole."

-"No olvide compai que nosotros semo eclavo de lo amo que son de aquí, aunque en veldad, no de aquí sino de Caraca. Lo que pasa e´ que ello y lo españole, hasta ahora habían vivido en pa´ y concoldia. Uno tapaba al otro."

En el llano el ganado se tropezaba y, las sabanas, desde que venían bajando de allá de las laderas de las montañas, se veían repletas de pintas que se movían de aquí a allá y daban la sensación de otro río que bajaba y corría paralelo al verdadero. Sólo que en veces este parecía, en lugar de bajar lentamente, de repente correr con violencia hacia arriba y el agua parecía regresarse y partirse, dejando ver un fondo verde como el de los pastizales de la sabana. Las pintas blancas, negras y hasta marrones de la manada, semejaban las mismas del agua que bajaba y chocaba con las irregularidades del lecho y las enormes piedras que de vez en cuando se atravesaban en el curso del río.

Había poca gente para tanto ganado que no era de nadie y nadie pretendía asignarse una propiedad a la que no tenía derecho. Era como si alguien pretendiese que toda esa agua que corría en la sabana, por ríos caudalosos, arroyos y hasta quedaba atrapada en las lagunas y pozos, fuese suya. O algún desquiciado, que por esos lados no los había todavía, quisiese que aquel cielo azul con nubes blancas flotando más abajo, dijese era suyo. Como si el verdor de la sabana tuviese otro dueño distinto, que aquella multitud casi incontable de cabezas de ganado vacuno, caballar y toda especie viva usaban para su mantenimiento y seguir multiplicándose.

El ganado estaba en la sabana, desde que los españoles lo introdujeron, para comerse el pasto de la sabana y este para que aquel se multiplicase sólo para ser útil al hombre. El pasto crecía por la generosidad de la tierra, el agua abundante que se desparramaba de allá arriba, primero impetuosa, como caballo desbocado en medio de la sabana y luego, a cierta distancia, cuando la pendiente comenzaba a ceder, iba poniéndose mansa y paciente. Hasta se desbordaba en algunos sitios donde el terreno se hundía y bañaba la sabana. Y los ríos, más adelante, corrían con lentitud por la sabana, después de perder el empuje y el bramar que traían al inicio de allá arriba.

Y aquellas tierras llenas de pastizales y frutos, vientre generoso, corrían tan libre como el ganado desde el piedemonte, siguiendo el serpentear de los ríos y con ellos, después de tributar al padre Orinoco, iban a chocar allá donde este se entrega al mar. Tierras por demás fértiles, ganado de todo tipo, una riqueza vegetal y animal incalculable que servía para todos y de todos era. El hombre mismo era libre, sólo lo limitaba el espacio y el deber que éste demandaba.

-"Mañana viene el compadre Antonio con la mujer y toda la muchachera a visitarnos."

Así habló aquel viejo llanero, padre de más de cinco hijos, con la mujer que estaba en la cocina del rancho preparando unas cachapas para el almuerzo. Ya la sopa está lista. El almuerzo, además de aquella sopa de carne de res salada, lo completa un "especillao de chigüire", cazado allí mismo, en los alrededores de aquel rancho campesino.

-"Entonces", continuó hablando el viejo, "hay que decile a Anselmo que temprano ensille uno de los caballos y se traiga un becerro pa´ matalo y asalo envarao, pa´ que esa gente coma".

Así resolvía el llanero antes de 1811 sus compromisos. Ese ganado que corría en abundancia en la sabana, era de quien lo necesitase. No tenía dueños.

Todos los que estaban en la calle, debajo del balcón del ayuntamiento, gritaron al buen hombre, al mismo que pocos días atrás saludaban con cortesía y hasta mucho respeto, cuando pasaba en su carruaje oficial o se paseaba acompañado por la plaza mayor:

"¡Fuera! ¡Fuera! No te queremos".

Mientras el cura, colocado detrás del Capitán General que interroga a los abajo conglomerados, que tampoco eran muchos, sino unos pocos enterados de lo que pasaba y afectaba a sus intereses, propietarios, comerciantes, que ya poco les interesaba el negocio con España, pues mejor les iba con el contrabando, hacía señas innecesarias, agitando de lado a lado el extendido índice de su mano derecha para que respondiesen ¡No!

Buena parte de ellos, y hasta ascendientes suyos, habían acudido gozosos a la Plaza Mayor de Caracas, en 1799, a presenciar el ahorcamiento de José María España y ver su cabeza exhibida en la Puerta de Caracas, por haber participado con Manuel Gual, en un movimiento tan generoso que, no sólo aspiraba a independizar a Venezuela, sino también abolir la esclavitud. Y esto último, unido a aquello, entonces significaba un atentado a lo que muchos de los que el 19 de abril estaban debajo del balcón del ayuntamiento defendían y dijeron NO, a la pregunta formulada por Don Vicente Emparan. El gesto del cura chileno, muerto años más tardes por lados de Río Hacha, Colombia, después de haber asumido un rol de discrepante frente al Libertador por aquello del centralismo, hasta haber participado en lo que impropiamente se le llama "Congresillo de Cariaco", según la crónica abundante u oficial, pareció estimular a los congregados en la calle caraqueña.

No obtuvieron Gual Y España, el respaldo de los mantuanos del Cabildo de Caracas. Al contrario, gente de éstos, como el marqués del Toro, Conde de Tovar, Conde de San Javier, de la Granja, etc., acudieron presurosos a ofrecer su apoyo a las autoridades españolas y a exigir se castigase a los rebeldes. En Coro, formaron partidas de caza que salieron en pos de José Leonardo Chirinos y sus hombres.

Y no podía ser de otra manera. Los propósitos de aquellos precursores no tenían validez ni inteligencia en la conciencia y conveniencia de los mantuanos. A esto la independencia les resultaba un planteamiento un tanto inoportuno y por demás impertinente, frente a una depresión que se iniciaba y concebían como coyuntural y transitoria; y por sus sólidos e internalizados vínculos con la historia, cultura y economía españolas.

Las propuestas abolicionistas, obviamente estaban dirigidas contra ellos y les sonaban como a familiar de ahorcado cuando le mencionan la soga. En cuanto a la idea del comercio libre, tampoco les era atractiva, pues a lo largo de la vida colonial habían gozado de esa prebenda varias veces desde el 26 de febrero de 1789 sin arriesgar nada y menos sus esclavos. Eso sólo convenía a grupos de comerciantes sin linaje ni tierras, de los tantos aventureros que aquí llegaron de España y formaron familias que comerciaban ilegalmente con los ingleses. Por eso querían hacer del contrabando, una práctica legalmente aceptada y libre y, además, para ellos, los esclavos poco o nada interesaban.

Muchos de ellos, de quienes abajo gritaban contra Emparan y también se agolpaban en el salón de sesiones, igual hicieron, conspiraron y se aliaron con el poder español contra Miranda, cuando este hizo sus primeros intentos libertarios. Todavía lo aborrecerán y mirarán con desconfianza y temor cuando llegue a Caracas después de los acontecimientos del 19 de abril de 1810.

Más de un año había transcurrido de cuando aquellos atrevidos crearon un gobierno con el nombre de "Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII". Este había conspirado y logrado conquistar el reinado de España, destronando a su padre Carlos IV, pero a su vez obligado a abdicar por Napoleón Bonaparte, quien había invadido al país ibérico, a favor de su hermano José Bonaparte, conocido por "Pepe botella", por su muy arraigada afición etílica. Como en España la resistencia seguía teniendo a Fernando VII como rey y a los franceses como invasores, fue como natural que en Venezuela, los hombres de abril de 1810, aún sin decidir el camino a tomar, una vez que destituyeron a Don Vicente Emparan, Capitán General de Venezuela, crearon una Junta gubernamental con aquel nombre.

Aquellos hombres en Caracas formaron un gobierno que se asumió como "Junta Conservadora de los derechos de Fernando VII". Habían hecho contactos con las otras provincias de lo que había sido la Capitanía General y en ellas privaba el mismo espíritu. Se constituyó un congreso constituyente y procedieron a redactar una constitución, la que daría nacimiento a la República de Venezuela.

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