La tristeza de la invisibilidad. Mi biblioteca infestada y la de Eleazar Díaz Rangel

Lunes, 02/09/2024 04:37 AM

Eleazar Díaz Rangel, por razones de salud y prescripción médica, se vio obligado a buscar a quién donar su biblioteca. Nada más lógico que pensar, en primer término, en la Biblioteca Nacional. Siendo el notable periodista además una figura importante, sin que duda me quede, lo más natural era o es pensase que esa institución diese albergue y uso a sus "casi 4000 libros", según su propia cuantificación. Problemas pulmonares, según él mismo confesó en artículo escrito a propósito de ello, le hacían poco recomendable un ambiente lleno de libros, supuestamente polvo, hongos y hasta alguna otra cosa nociva que en ese mundo o ambiente se acumula.

Eleazar, como dijo él mismo, seleccionó unos cien libros –creo fue esa la cifra que mencionó, aunque pude haber imaginado yo- de esos que cada uno de quienes coleccionan libros y necesitan para apoyarse y hasta distraerse, según los gustos, para decirlo de manera simple, nunca se desprenderían. Por ejemplo, ahora ahora tengo en la mano, un muy flaco libro, calificado así por las pocas páginas que tiene, de Salvador de La Plaza, titulado "La Formación de las clases sociales en Venezuela", del cual no me desprendí ni me desprendo, pues me sirvió después, por mi empeño, para hallar respuestas a muchas interrogantes y opciones ante los vericuetos de mi camino. Pues reconozco que él, Salvador de la Plaza, dejó una huella que muchos seguimos, para entender muchas cosas.

Yo, un simple mortal, también me vi en la necesidad de hacer lo mismo que Eleazar, en cuanto a eso de deshacerme de unos cuantos libros. Pero, para fortuna mía, no por razones de salud y por supuesto menos prescripción médica, sino porque llegué a la conclusión que esa enorme cantidad de libros que había reunido durante largos años, haría un gran bien en otro u otros sitios. Nada hacían en mi biblioteca. Pues no estaba en mis planes hacer uso de ellos y al conocimiento es malo ponerle freno o enjaularlo. Entonces hice, como ya dije, lo mismo que Eleazar Díaz, seleccioné una cantidad, creo que la misma o simplemente esta fue la mía y ahora yo se la atribuyo a él por pura comodidad. Por cierto, entre los libros que decidí siguieran a mi lado, además del ya nombrado de Salvador de la Plaza, está uno sobre la "Historia del Beisbol Venezolano", escrito entre Eleazar Diaz Rangel, quien fue director de "Últimas Noticias" y Becerra Mijares, un también conocido periodista deportivo y gerente de equipos de beisbol profesional. También una Antología de Literatura Hispanoamericana que lleva la firma autógrafa de varios personajes, como Orlando Araujo, dedicado a Caupolicán Ovalles, que en una noche de farras quedó en mis manos, estando allí sólo de mirón o arrimado, aunque pagaba mis tragos que me servían directamente en la barra. Pero escuchaba y deleitaba con aquel torrente de palabras e ideas. Me guardé unos cuantos de narrativa que es, en buena medida, mi lectura preferida desde hace muchos años.

Eleazar, después de tomar la dura decisión de deshacerse de aquello tan querido que le había acompañado por años, escribió a los directivos de la "Biblioteca Nacional" haciendo saber que donaba su biblioteca privada a esa institución. El donante era y fue, como todos sabemos, un brillante periodista a quien he leído desde sus comienzos como redactor deportivo, aquellos, ¡cosas curiosas de la vida!, de cuando "Juan Vené" o realmente José Machado, cubría la fuente de la política. Ejerció por largos años como docente en la Escuela de periodismo de la UCV, hasta fue senador y, como él mismo informó, preso político en el cuartel San Carlos en la "era democrática".

Siendo un columnista de fin de semana en el diario que dirige, fue uno de los más leídos del país, pues generalmente manejaba un estilo muy equilibrado, sobrio y con el respaldo de la copiosa información que recibía por estar al frente de aquel medio informativo y sus muy buenas relaciones con ricas fuentes. En materia informativa pues, Eleazar era como uno de esos ríos enormes, quizás el Orinoco, que recibía cientos de ríos tributarios. Es decir, como ya dije, además de excelentes dotes de cordura y buena prosa, manejaba copiosa y fresca información. Además, es inocultable que Rangel estaba entre quienes veían con buenos ojos al gobierno de entonces y deseaba a éste, con fuerza nada disimulada, encontrase el derrotero y por supuesto pudiera eludir los zarpazos que los contrarios le lanzaban.

Pudo haber sido, uno siempre informado de manera precaria no lo sabe, por aquellas cualidades, a los dos días de haber enviado su carta mediante la cual donaba sus libros o su tesoro, vio llegar a su casa un enorme camión destinado a recogerlos. Él no lo dijo, pues pareció más bien lamentarse de haber tenido que desprenderse de aquello, que es un como decirle adiós a la vida pasada. Pudo sentir más adentro, como en las gradas del medio, la satisfacción que lo que pudo coleccionar y utilizar por años sería destinado a un fin que lo llenaba. Es decir, como dije antes, su trabajo, paciencia para atesorar aquello, sería recompensado de manera que le agradaba.

¿Pero por qué todos los mortales no tenemos la misma suerte? ¿Por qué para recibir esos tratos, pese la buena fe y los hermosos gestos, hay que formar parte de un círculo? ¿Cómo es posible que, para que a uno le reciban algo que dona, que deja después de haberlo atesorado y reunido por años con amor y paciencia como una biblioteca, sea necesario ser bien visto por quienes habrán de recibir la donación? ¿Qué sería de uno si tuviera qué pedir?

Estas preguntas pudieran ser extrañas, pero son buenas para juzgar la conducta del Estado o instituciones hasta privadas, en otros casos, como cuando uno no es del gusto o goza del respeto de quienes debieran recibir una donación un tanto parecida.

No tengo un millón de dólares para donarlos a una biblioteca. Si lo tuviese y lo donase, seguro que la oferta me la arrancarían del brazo, más allá de las manos. Pero si tuve una cantidad de libros no muy lejana de la que donó Rangel. Y hasta casi me atrevo asegurar que en buena medida había muchos de los libros que él coleccionó. Como una casi completa colección de "El Cojo Ilustrado", que ayer fue un tesoro y hoy lo sigue siendo. Un buen día me aparecí a la Biblioteca del Estado, aquí en Barcelona y verbalmente manifesté a quien se me identificó como directora de la misma que había decidido donarle a esa biblioteca mi inventario de libros.

-"No podemos recibir esa donación porque es casi seguro que esa biblioteca está infestada".

Esa fue la respuesta a lo que creí un bello gesto.

Pero, a pesar de aquella sentencia, me atreví a preguntar:

- Pero, ¿cómo asegura usted eso si nunca ha estado en mi biblioteca?

Me atrevo casi a asegurar que, el ambiente de mi biblioteca es mucho más sano que el de esas bibliotecas caraqueñas que no gozan del sol nuestro. Pero la funcionaria decidió por adelantado otra cosa. Como médico que no ausculta al paciente. Por mi insistencia, casi sintiéndome ofendido, optó como para calmarme y por sugerencia mía enviar dos "expertos" al día siguiente a mi casa para que observasen el estado del material que, a mis ojos, estaba muy sano. Además, le señalé que, si no les parecía apropiado destinar ese material a esa institución por su estado de salud, donde a mis ojos los libros no estaban mejor tratados que en mi casa, podrían, a su vez, donarlos a una o varias escuelas. Me fui con la promesa que irían a visitarme.

Cinco días después, cansado de esperar, volví a insistir y escuchar la misma cantaleta, salvo que esta vez no recibí ninguna promesa.

Menos mal que, un colega, se llevó una buena parte para la pequeña biblioteca de su pueblo, pues por asuntos de transporte no pudo llevarse todo y otros los doné a un buen muchacho, estudiante, que nos hacía trabajos en la casa, quien logró venderlos en su sólo beneficio, unos al mayor a un revendedor y a unas cuantas personas al detal, habiéndose instalado por días en las cercanías de la plaza Bolívar de esta ciudad oriental.

De donde, cada día que pasa parece tomar fundamento una pesimista idea que viene acompañándome, según la cual hasta para que a uno le reciban una donación hay que estar cerca de los dioses. Porque hay quienes al parecer estamos contaminados y "quien nace barrigón".

De todos modos, me alegró, Eleazar, la atención que recibiste, pues pese sólo hablamos unas dos veces, sin que tú nunca supieses de mí, no solo te leí como con devoción, por mucho más de cincuenta años, porque en mucho coincidía contigo, me agradaba tu estilo literario, manera de abordar los temas políticos, porque de tu figura emanaba sensatez y hasta bondad. Sé que los míos, me refiero a mis libros, tal como son la mayoría de ellos, andan por allí repartiendo inconformidades, pues de verdad, verdad, la mayoría son de un pensamiento "infestado". A lo mejor, la directora de la biblioteca, se refería a eso. Me alegra que donde ahora te hayas sepas que a esos libros tuyos le han dado un buen destino. ¡Cuánta falta haces!

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