En Cítrica casi no se habla de deportes, pero hay que hablar sobre Braian Toledo porque lo castigó el hambre. "Cuando tenía 8 años, me levanté a la madrugada y estaba mi mamá llorando. Me dijo: ‘Lloro porque no sé qué les voy a dar de comer mañana, a vos y a tu hermana’. No teníamos nada. Pero nada, nada, nada. La abracé y le dije: ‘No te preocupés, estamos todos bien, estamos juntos, yo te voy a ayudar’". Braian comenzó a hacerles las tareas de dibujo a sus compañeros a cambio de 25 centavos. Todos los dibujos servían para, al otro día, comprar una bolsa de pan. Su mamá se enojaba, entonces los hacía de madrugada, para que no lo viera. A veces robaba choclos y repollos de una quinta cercana a su casita de Marcos Paz, para que su hermana comiera algo.
Hay que hablar sobre Braian Toledo porque lo castigó el patriarcado. "Mi papá se fue cuando yo tenía pocos meses. En un momento volvió, mi mamá quedó embarazada, nació mi hermana Débora y volvió a desaparecer. Tiempo después empezó a ir a mi casa, dejó embarazada a mi mamá por tercera vez y dejó de venir de nuevo. Mi papá no estuvo nunca y siempre fue un problema. A veces decía que iba a traer plata, mi vieja contaba con eso, después no traía nada y ella quedaba angustiada. No tengo ningún buen recuerdo de él".
Hay que hablar sobre Braian Toledo porque lo castigó el bullying. "En la escuela me cargaban mucho: usaba anteojos, mi mamá me cortaba el pelo como si tuviera un casco y me decían chupamedias porque me sacaba 10. Y encima ni sabía quién era mi papá. Mis 10 eran para que mi mamá me abrazara, para que se sintiera orgullosa. Para mí, sacarme un 9 era malo. Siempre fui grandote pero no me gustaba pelear, lo evitaba, y en el barrio me tildaban de maricón, de trolo, de cualquier cosa".
Hay que hablar sobre Braian porque lo castigó la violencia familiar. "Cuando ya tenía 19, 20 años, a mi mamá se le iba la mano. Un día me levanté y tenía el ojo izquierdo morado. Me miré al espejo y me dije: ¿Merezco vivir así? ¿Qué le falta a mi familia? Nada, tienen todos los lujos. Sentí que no era un mal chico, que no merecía eso. Mi prima Romina me ayudó a escaparme y alquilar un departamento. Estuve más de un año sin hablar con mi mamá, hasta que sufrió un problema de salud y la perdoné".
Hay que hablar sobre Braian porque lo castigaron las injusticias sociales. "Todas las noches, cuando dormía en el piso, me preguntaba cómo salir de esa situación. Y no lo sabía. Yo tenía 9 años y lo pensaba en serio, me mataba pensando. Por eso, cuando un nene de 9 años me habla, yo lo escucho de verdad. En ese momento empecé a acompañar a mi mamá al trueque. Ella hacía tarta de acelga y la cambiábamos por leche o harina. La ayudaba a lavar la ropa porque no teníamos agua, no había caños. Teníamos que caminar dos cuadras hasta un lugar donde había una canilla. Yo llenaba tachos de 20 litros, los llevaba y ella lavaba a mano, incluso en días de mucho frío. Yo lavaba los platos, y también vendía cobre y aluminio que encontraba en la calle".
Hay que hablar sobre Braian porque desde que lo entrevisté y nos abrazamos fuerte, en 2016, lo sentí un amigo más. Su historia no me duele tanto porque me la haya contado él mismo en Marcos Paz, sino porque sigue siendo la historia de miles de pibas y pibes en Buenos Aires y en la Argentina y en Sudamérica.
Hay que hablar sobre Braian porque acaba de morir, a los 26 años, en un inaceptable accidente de tránsito.
Hay que hablar sobre Braian, pero no porque haya sido uno de los mejores deportistas argentinos del siglo XXI ni porque este año iba a llegar a su cima de rendimiento en los Juegos Olimpicos: hay que hablar sobre Braian para que de una vez te despiertes, te organices y empieces a luchar para que, algún día, nadie más en este mundo sufra todo lo que Braian sufrió.