En la defensa de Maduro, las palabras son como las piedras en la honda. Y los batazos argumentos

Jueves, 23/07/2020 04:58 PM

Según una nota inserta en Aporrea, un grupo de jóvenes, intentando "convencer" a unos "descarriados", que andan por calles y sin tapabocas, en un momento de cuarentena radical, usan bates como recurso pedagógico y batazos como pedagogía y contenidos.

En mi barrio, alguna gente solía decir, hablo de los tiempos de mi niñez, para decirlo como Gallegos, "más allá de más nunca", que no había argumento más convincente para meter a alguien por el carril que un palo por las costillas. Por supuesto, eran tiempos cuando las escuelas poco abundaban, las teorías pedagógicas modernas no habían prendido en mucha gente, la fuerza prevalecía sobre la razón y el derecho, tanto que educadores mismos decían, "la letra con sangre entra". Refiriéndose a un método de enseñanza y aprendizaje, según el cual, para manejar la cartilla, porque por allí se empezaba, no había mejor forma que pellizcar y darle coñazos al carajito para que las letras memorizase. Y mientras más carajazos se le daba se le hacía repetir cada letra hasta el cansancio, no del "educando", si no del brazo del "maestro". Si lo sabré, que fui víctima de eso. Y como dato curioso, las "maestras" de entonces, que empezaban siendo nuestras madres, porque uno debía entrar a la escuela a los 8 años y "conociendo ya las letras", ponían particular interés en amenazar nuestros ojos con puyarlos con la pluma de gallina que se usaban como punteros para "la enseñanza", con la idea que ese conocimiento entraba y se fijaba por allí. Por algo, la ignorancia se asocia todavía a la ceguera. "Ese carajo está ciego, no entiende nada".

Hubo un personaje de la vieja AD, de los tiempos de aquella fanfarria y falsa comedia que llamaron "Revolución de Octubre", que no fue más que un triste golpe de Estado dado al general Medina que se le estaba volviendo incómodo a los gringos en el manejo del asunto petrolero, lo que de paso revela que eso de la "Revolución" no es nada novedoso y menos original en Venezuela, llamado Juan Herrera, supuestamente "dirigente de los trabajadores de la construcción", cuya arma y argumento fundamental en todo debate era un pedazo de cabilla de 3 cuartos. Viéndole siempre agresivo y agresor, cuando alguien le reclamaba por la "democracia sindical", respondía:

"Mi democracia sindical es esta", mientras exhibía la cabilla agitándola a la altura de la cabeza, "para metérsela por las costillas a quien venga a echarle vainas al gobierno del partido".

"Echarle vainas al gobierno", en aquella "Revolución", era que los obreros y sus verdaderos dirigentes sindicales, en ese caso en el área de la construcción, reclamasen mejoras salariales.

Si el lector encuentra alguna similitud en el pasado y el presente, no culpe de ello a la casualidad. Averigüe por qué pasan esas vainas.

Los muchachos de antes, y no me refiero a bandas de delincuentes, sino sanos, definían sus espacios a fuerza de garrotazos, así como las fieras mean los suyos para que cada quien sepa a qué atenerse.

Los "intelectuales" son como más sutiles. No usan piedras ni garrotes en sus ondas sino palabras, que igualmente lanzan con intención ofensiva, como si fuesen piedras, una forma peyorativa y esto quiere decir humillar a quienes se dirigen. Ellos "marcan" sus espacios a fuerza de palabras extrañas, ajenas a la cotidianidad, como por ejemplo epistemología y al carajo los enfermos, si entiendes no importa, eso no está en su interés, sino en taparte la boca para que no sigas atosigándolo con tus razones. Los muchachos de mi tiempo, para dejarle claro a los de los espacios vecinos que el terreno de jugar beisbol dentro de los límites del barrio les pertenecía y que buscasen para otro lado, lo hacían más o menos como Juan Herrera. Nadie tenía que entender nada, porque razones no habían sino que eso era así porque me da la gana y al carajo cada quien con sus problemas y limitaciones.

Ayer, hablando por teléfono con una muy querida sobrina caraqueña, le pregunté "¿qué haces?" "Bueno, ahorita dicto en la universidad una cátedra de epistemología", me contestó. Callé un rato, me acordé de mi brillante profesor de Filosofía del Derecho, Federico Riu y como tenía que seguir hablando, pregunté con aquel viejo lugar común:

¿Con qué se come eso?

Mi sobrina es una joven muy ilustrada, quizás por eso mismo goza de mi preferencia y además muy humilde, ajena a poses para aparecer como cosa grande. Tanto que quien le mire, le tenga frente así, pensará que es alguna mujer insignificante, pero me habló así, como ella mismo lo admitió, "por la fuerza de la costumbre". Derivado de andar en un mundo donde hay que cubrir el prestigio de la sabiduría detrás de lo hermético y hasta fanfarria de las palabras. Es como vestirse lujosamente. Se piensa que si lo que el sabio sabe, la gente común lo entiende, entonces la sabiduría y el sabio dejarían de serlo o por lo menos ese prestigio perderían. Por eso, hay que mantenerse en la vieja pose, de los tiempos de María Castañas, de las antiguas culturas, logias, que la sabiduría y el conocimiento sólo deben transcurrir en ciertos espacios y ser administrados por los elegidos.

Por eso, ella al escuchar mi pregunta optó por reír y me dijo, "en veces, pese uno lucha contra eso, termina atado, pues le rodean quienes quieren seguir atados." Yo diría que quieren que el saber sea como un secreto de elites, pese en veces digan lo contario.

Hay un grupo de intelectuales, muy cultos ellos, que en su faltriquera acumulan palabras, que pudieran sustituirse por otras más usuales, propias del lenguaje común que dicen la misma vaina, pero ellos piensan que eso sería como "democratizar" el conocimiento o lo que es lo mismo que la gente entienda como ellos y eso quitaría privilegios y el derecho a dirigir y hasta sancionar, como darle a la gente batazos, cabillazos, pero con palabras encriptadas y entre más raras mejor.

Así, se vuelven a poner de moda las palabras "reformismo y economicismo", del estereotipado lenguaje de políticos e intelectuales de esos que han asumido la tarea de justificar el por qué la "Revolución" de ahora, que como la de Betancourt, camina como Chencha.

Betancourt a aquella palabra "revolución", tan de su gusto en 1945, ya en 1958 la odiaba y hasta le tenía, como decíamos en Cumaná, "miedo pavoroso".

En 1958, ya en rol de precandidato presidencial, pues se debatía por la opción del candidato único para darle mayor fundamento a la nueva situación, dada la supervivencia del peligro pérezjimenista, siendo el suscrito Secretario Juvenil del partido AD en Cumaná, Betancourt nos visitó en una gira electoral nada discreta. AD, por disposición suya organizó un mitin en la llamada entonces Fuente Luminosa, la ubicada al lado del Parque Ayacucho, en el cual me tomé la atribución de animar el espacio antes del mitin. Dada mi juventud, fiebre y glotonería por la palabra revolución, la usé no sé cuántas veces mientras me dejaron hablar. De repente, se me acercó un conocido locutor de Radio Sucre, quien era el destinado a animar propiamente el mitin, y por ser mi amigo, me dijo discretamente, "Eligio, el propio Betancourt me mandó a quitarte el micrófono, porque está arrecho por la mención que haces de la palabra revolución". Y llegó a más, ordenó me bajasen de la tarima.

Cuando el entonces precandidato tomó la palabra, previa presentación que le hizo mi amigo el locutor, empezó diciendo "Yo no vine a aquí, ni a ninguna parte, a hacer revolución alguna". Me estaba regañando y cuidando su "imagen". Para él, la palabra revolución era una piedra, pero "en el camino" que le pudiera impedir el "saber llegar" y lo mejor en ese caso era dejar de pronunciarla.

Gente muy vinculada al gobierno, de esa que le llegó a Chávez desde la extrema izquierda y que en buena parte con el gobierno se quedó, pese este nada tiene que ver con aquello que ella predicó, viéndose atada en los vericuetos del modelo capitalista, sin saber cómo responder, lo que no tiene que ver y no puede ser con antiguas posiciones, como apenada, entonces apela a sus viejas y archivadas hondas y palabras y con ellas responder a quienes le critica, sobre todo en materia económica, donde se favorece descaradamente y sin saber qué hacer a los privilegiados, llamando a sus críticos "reformistas y economicistas". Esto, simplemente, por pedir que se cuide el salario y se controle los precios. Sin explicar, a quien nada entiende, según ellos, que significan esas palabras. Pues son sólo piedras.

Es la misma cultura de los batazos por la cuarentena, los cabillazos de Juan Herrera y el fingir de Betancourt.

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