Imperialismo y racismo van de la mano

Lunes, 10/08/2020 03:55 PM

A partir de 1870, el racismo sirvió al colonialismo como una de las principales justificaciones para imponer al mundo un sistema de dominación. En Estados Unidos, el expansionismo se desarrolló sobre el robo de las tierras ancestrales y el exterminio de los pueblos indígenas, y la acumulación de riquezas se produjo sobre la sangre, el sudor y las lágrimas de los esclavos negros. Con el imperialismo (en el concepto leninista de "fase superior del capitalismo") se utilizó, con métodos más sutiles pero no menos crueles, el odio racial como instrumento de dominio, como herramienta para dividir al movimiento obrero, para infundir, sobre todo en la clase media, temores injustificados que sirivieran de excusa para la represión. Mucho, aunque no suficiente, se ha escrito sobre el racismo en Estados Unidos; tenemos, por ejemplo, "La otra historia de Estados Unidos", magistral obra de Howard Zinn; pero sobre la exportación del racismo de Estados Unidos para facilitar su dominación en otros países, principalmente en los aledaños del Caribe, falta mucho por investigar, esclarecer y, sobre todo, divulgar. Cuba ha sido una de las primeras víctimas en este sentido. Revisemos en los siguientes párrafos como las intervenciones militares del poderoso país del norte generaron o incentivaron los conflictos raciales en la Isla.

José Martí, en su famoso discurso "Con todos y para el bien de todos", del 26 de noviembre de 1891, en Tampa, dijo: "Yo sé que el negro ha erguido el cuerpo noble y está poniéndose de columna firme de las libertades patrias." Y en estas palabras de Martí está la clave del asunto: "columna firme de las libertades patrias", es decir, el negro, con su participación masiva y su heroísmo en las guerras de independencia, ganaba el respeto de los sectores más patrióticos y revolucionarios del pueblo y, al mismo tiempo, el odio de aquellos más reaccionarios y dependientes de los Estados Unidos. El negro cubano se había convertido ya en un serio obstáculo para los objetivos imperialistas de dominación de la Isla.

El 24 de enero de 1898, Estados Unidos envió al puerto de La Habana al acorazado Maine, cuyo misterioso hundimiento proporcionó el pretexto para el inicio de la primera guerra imperialista. El derecho a la justicia social, que los negros habían conquistado con su valor y sacrificio, quedó frustrado con la intervención militar norteamericana en Cuba en ese mismo año. Derrotada España, el ejército de ocupación prohibió a los mambises la entrada en las ciudades que abandonaba el ejército español y en muchos lugares nombró como autoridades locales a los que habían sido notorios enemigos de la independencia cubana. Los integrantes del Ejército Libertador, que en su mayoría eran negros, fueron postergados y humillados, mientras los anexionistas, voluntarios y guerrilleros al servicio de España, eran colocados en los cargos de la administración pública y pasaban a integrar una policía y un ejército en los cuales solo se permitían oficiales blancos.

El general John R. Brooke, al frente del gobierno militar, nombró en su gabinete solo a cubanos blancos que habían vivido en Estados Unidos y no habían participado en las guerras de independencia. El mismo patrón discriminatorio fue seguido por el general Leonard Wood, quien reemplazó a Brooke como gobernador militar en diciembre de 1899. De esta etapa ha quedado para la historia una verdadera "joya" racista contenida en un documento de la "Cuban Educational Association" fundada por la administración norteamericana. Esta institución declaró el primero de diciembre de 1898 que "solo algunos cubanos con considerados aptos para ser americanizados" ("only certain Cubans are considered fit to be Americanized").

Otra "perla" racista del período es la carta del general Wood al presidente Theodore Roosevelt sobre los que se oponían a la Enmienda Platt: "Son los degenerados y los agitadores de la Convención, lidereados por un negrito llamado Juan Gualberto Gómez, hombre de infame reputación así en lo moral como en lo político." Juan Gualberto Gómez (1854-1933) fue uno de los grandes patriotas cubanos, que luchó siempre por la independencia de Cuba y por la integración racial. Hombre de amplia cultura, fundó varios periódicos y se distinguió como un excelente orador. Por su gran estatura moral y revolucionaria, fue el hombre de confianza de José Martí y tuvo el honor de recibir de éste la orden de levantamiento para el inicio de la Guerra de Independencia. Al ofender a este cubano íntegro, uno de los pilares de la independencia de Cuba, el gobierno interventor ofendía al Ejército Libertador y a todo el pueblo de Cuba.

Estados Unidos impuso como primer presidente a uno de sus principales cipayos, Tomás Estrada Palma, ciudadano norteamericano que vivía en ese país desde 1878. En 25 años no había estado en Cuba y tampoco estuvo presente durante la campaña electoral. Fue elegido en ausencia, sin oposición, porque ante las irregularidades y los fraudes, su oponente, Bartolomé Masó, se abstuvo de concurrir a las elecciones. Masó, héroe de las guerras de independencia, antiplattista, que en la Convención Constituyente señaló que el "derecho de la fuerza" era la única base de los Estados Unidos para intervenir en los asuntos internos de Cuba, era el representante de los sectores más humildes y nacionalistas de la población cubana, y fue quien nos legó, escrita de su puño y letra, la única copia de la Declaración de Independencia que se conseva.

En San Lorenzo, Sierra Maestra, el 27 de febrero de 1874, poco antes de morir en combate contra una columna española, el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, escribió una página en su Diario descalificando a Estrada Palma, tachándole de inmoral en su vida privada y de "hipócrita en sus manifestaciones públicas" y, en lo que se refiere a la

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