Llega un momento en el que el abuso y la injusticia cansan a los pueblos y los hacen despertar en indignación, así es como salen a buscar la libertad y la democracia. Unos tardan más que otros, cada uno con sus procesos y su historia pero logran si se unen, vencer la impunidad y toda forma de dictadura. Son rarezas eso sí, pero por eso son hermosas estas alboradas que como campos florecidos llenan de ilusión y contagian la alegría de la gran fiesta popular.
Para unirse hay que tener sentido común y una sed inmensa por vivir en un territorio libre de neoliberalismo: sin abuso gubernamental, sin saqueos de los recursos naturales, sin censura, sin estados de sitio y con la plena libertad de la emisión del pensamiento. Para luchar hay que tener agallas, porque no es solo cosa de despotricar cualquier palabrería en redes sociales o manifestar en las plazas los sábados de ir a broncearse e ir por la tarde a tomarse las cervezas con los amigos para celebrar la hazaña de la nueva foto de perfil.
Porque mucha ha sido la sangre derramada en este continente para que nosotros ahora, de grandes atracadores de la moral vengamos con pretensiones de chambones y hagamos chapuces cuando lo que se necesita es valor y dignidad. Lo que sucedió en Ecuador y la forma en que la policía y el ejército dispararon contra su propio pueblo, es similar a lo de Colombia haciendo lo mismo, por las mismas razones. Las mismas razones que movilizaron al pueblo chileno a volcarse a las calles y dar un ejemplo al mundo de cómo se lucha cuando un pueblo está indignado. Indignado estaba el pueblo boliviano cuando salió a votar para recuperar la democracia. El pueblo haitiano ha vivido en indignación permanente pero, ¿quién lo escucha?
¿Cómo le hizo Bolivia? Eso es apoteósico, que pasarán generaciones y esa hazaña será una especie de relato mítico, tan mítico y grandioso como Túpac Katari y Bartolina Sisa. Como fabulosa fue la primera línea de jóvenes chilenos al frente de las manifestaciones, poniendo el pecho en defensa de los que venían atrás acuerpándolos. Esa primera línea en Guatemala y los que los acuerpan siempre han sido de los pueblos originarios, ellos solos al frente y ellos mismos cubriéndose las espaldas porque entre el Estado y la sociedad racista y clasista, saben que la puñalada vendrá por cualquier lugar. No por gusto en tiempos de dictadura se ensañaron contra ellos, tanto que los querían exterminar para darles las tierras a los ladronazos de siempre. A excepciones, claro está, de los mestizos que dieron la vida en la lucha por una sociedad más justa y los que sobrevivieron a ese tiempo de tortura colectiva.
En Colombia, los pueblos que deben salir huyendo de sus territorios se apuñuscan en cualquier lugar, convirtiéndose en desplazados que no importan al Estado porque el mismo Estado y su sistema de paramilitarismo los violentan hasta hacerlos renunciar a sus tierras. La minga los dignifica, la minga es dignidad, resistencia, es voz de lucha, es palabra de pueblo presente y firme en la búsqueda de sus derechos. Cuando la minga toma la carretera y va en busca de los tiranos, los tiranos se esconden porque es tan grande la dignidad de los pueblos originarios que ninguna impunidad puede con su luz.
Latinoamérica está herida de muerte, nos han secado los ríos, nos han talado las selvas y quemaron el follaje, un ecocidio tras otro. Los minerales salen de nuestros territorios para ser utilizados en otros, lejos, muy lejos y a nosotros nos dejan la burla. La limosna se la llevan los ladronazos de siempre que cuando llega el tiempo reciben su patada en el culo. Educación, salud, privatizadas porque un pueblo enfermo e ignorante es necesario para que la impunidad ejerza su mando territorial. Desapariciones forzadas, limpiezas sociales, tierra arrasada y líderes asesinados porque los pueblos temerosos y angustiados son necesarios para que un Estado saqueador y abusador funcione. Brasil de los últimos cuatro años es un ejemplo claro.
Celebramos el coraje de la minga colombiana, como la hazaña del pueblo boliviano y la dignidad del pueblo chileno, pero también nos preguntamos, ¿cuándo se cansarán los otros pueblos latinoamericanos que viven de rodillas en sistemas de impunidad y neoliberales? ¿Cuándo el valor y la indignación tomarán las calles y dirán basta al saqueo? ¿Cuándo honrarán la memoria de los que lucharon por liberar sus territorios? ¿Cuándo pensarán en el legado que les dejarán a las generaciones que vienen naciendo? Ese legado es decir; el país, ¿qué país quieren que vivan los que vienen? ¿El mismo país que recibimos o un país con sociedades más justas, con salud y educación públicas? ¿Un país donde se pueda caminar libremente sin temor a desaparecer? ¿Un país donde no sea castigado ser mujer, homosexual, indígena o negro? Un país donde el desarrollo para una vida integral no sea solamente un texto de planificación magisterial.
Un país donde la belleza del rocío sobre el pétalo de una flor no sea una quimera.
Un país donde la alegría de los pueblos dignos sea permanente. ¿Quién sueña con eso? Yo, sí.