En mi último artículo publicado en este medio me referí a los migrantes venezolanos como una realidad. Es decir, no es un cuento. Ahora quiero escribir algunas líneas para insistir en el tema, pero desde el punto de vista de la molestia que eso de los migrantes al parecer le provoca al gobierno venezolano, como poder ejecutivo, y a miembros de los demás poderes del Estado.
Pareciera como que quisieran evadir o minimizar una realidad que está a la vista de todos, independientemente de las cifras que se revelan, bien si son de ACNUR, de la oposición venezolana, de universidades o de observatorios de derechos humanos. Eso de las cifras es lo de menos. Un millón de migrantes más, o un millón de migrantes menos, no cambia mucho esa realidad.
En determinado momento se desató una ola migratoria (emigratoria) ---que por cierto continúa--, dando como resultado el desparramiento de venezolanos hacia los cuatro puntos cardinales. ¿Las causas? Pues son más que conocidas: el clima de conflictividad política que durante los últimos años se ha vivido en Venezuela, y el colapso de su economía.
A lo que tienen que apostar el gobierno venezolano y la sociedad toda es a crear las condiciones económicas, políticas y sociales que permitan frenar esa ola migratoria y recuperar poco a poco el valioso recurso humano que se ha perdido. ¿En cuánto tiempo será posible? Nadie es adivino para saberlo. Si no, se le puede preguntar a los 6 millones de ciudadanos colombianos que viven en Venezuela, o a los 36 millones de ciudadanos mexicanos que viven en Estados Unidos.
De lo que sí debemos estar orgullosos los venezolanos es de nuestro pasado abierto, tolerante y no-xenófobo que nos caracterizó cuando nos correspondió ser un país receptivo de migrantes. Todo lo contrario a la miseria humana que muchos ciudadanos y gobernantes de otros países han mostrado para con los nuestros. Triste y lamentable todo eso, pero no por ello debemos guardar odios y resentimientos. La vida continúa.