Cuento o Razón

¿Por qué existe la miseria humana?

Jueves, 27/05/2021 02:29 PM

Las calas amanecieron con unos corazones rojos como flores que saludaban de rodillas a los destellos del astro rey, mientras los helechos le brindaban su verdor y le rogaban que sus rayos no azotaran su color ni mucho menos sus hojas. Más allá un colibrí buscaba, sin sentarse en la barra del bar de las ixoras, de ingerir el licor rojo de las flores.

Entre tanto los gatos Rocky y Rockyta corrían y jugueteaban, en el piso del garaje, tranquilos y felices y sin sospechar lo que pasaba en el mundo. Estaban tan distraídos en sus juegos, que no se dieron cuenta que una lagartija al verlos, huyó en veloz carrera y se escondió en las bromelias para salvar su vida de las garras de los felinos.

El periodista Juancho Marcano y Pipo, acababan de llegar del conuco y estaban en el garaje descansando de la faena agrícola y fue ahí que el perro comentó:

- Juancho te oí hablando en el conuco con tu amigo Evaristo sobre la miseria humana y en verdad que como no oí bien, quedé en las nubes, porque no entendí. ¿Me puedes explicar al respecto?

El periodista que ya no se asombra con las preguntas de Pipo, manifestó: "Me hubiese gustado que no hubieras escuchado esa conversación, pues quería olvidar tan desagradable tema, pero ya que preguntas, te digo: Sucede, Pipo, que aquí hay personas que se la dan de religiosos, de defensores de los derechos humanos y de hasta enseñar a rezar oraciones para, supuestamente, salvar vidas, pero acontece que se muere una persona que no piensa como éllos, y ya basta y sobra para celebrar la muerte de ese ser y hasta hacen fiesta, y eso es la miseria humana en pasta, como dicen, que uno sin ser muy religioso, piensa que eso no debe tener perdón de ningún Dios de las tantas religiones que existen. Eso no tiene nombre y es un pecado mortal y sin comparación".

Pipo que escuchó atento al periodista y se dio cuenta que no quería ser extenso en su explicación sobre la miseria humana, pues lo sacaba de sus cabales, optó por hablar con el periodista de otra cosa, hasta que se decidieron a comer y que cada quien durmiera su siesta y descansara de la jornada en el conuco.

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