En cierta ocasión, alguien escribió en una pancarta: «las mujeres son como las aguas: crecen cuando se encuentran». Viendo el auge de la lucha femenina de las últimas décadas ésta es una realidad que se extiende cada día. Ya no son los reclamos por una justa remuneración o por oportunidades para acceder a puestos de trabajo en igualdad de condiciones con los hombres. Ahora las mujeres, sea cual sea su origen étnico, su fe religiosa, su condición social, sus posibilidades económicas, su orientación sexual o su nivel académico, se hallan inmersas en una deconstrucción de verdades que antes no admitían ni el más simple de los cuestionamientos.
Está visto que la libertad de las mujeres abarca algo más que derechos constitucionalmente reconocidos, los que -de cumplirse- les otorgarían algunas importantes bases para su supervivencia material pero no serían aún suficientes. Por ello, en diferentes naciones la lucha feminista tiene fijada como meta la superación de la situación común de millares de mujeres que deben criar solas a sus hijos en condiciones de pobreza extrema, así como lo que se relaciona con el trabajo doméstico no remunerado y el derecho que le asiste a toda mujer de decidir sobre su cuerpo (si acepta o no practicarse un aborto). Otro punto importante en esta larga lucha es el referente al racismo, el cual sufren por igual las mujeres afrodescendientes y las mujeres indígenas, sin dejar de mencionar la discriminación de la que son víctimas aquellas que viven en barrios, favelas o chabolas, estableciéndose una diferenciación social, cultural y económica, a semejanza de los cánones establecidos hace siglos por el colonialismo español en nuestra América.
Además, en la actualidad se le presenta a la mujer otra situación que le tocaría trascender: los estándares de belleza impuestos por la publicidad capitalista y la industria ideológica asentada en Hollywood. En este terreno, la lucha pareciera estar ausente cuando se observa a mujeres dirigentes o en cargos de gobierno obsesionadas con su apariencia, obligándose a perder peso, someterse a cirugías estéticas y a lucir como lo dicta la moda o como estrella de cine, aún cuando su mensaje político estaría en contra de todo esto. Para algunos hombres y mujeres feministas ésta sería una violencia poco evidenciada, continuando con el patrón tradicional que le reserva a la mujer la obligación, por encima de todo, de verse bonita. Simultáneamente a ello, está el acoso sexual que tendría que combatir en escenarios tan dispares como el hogar, las empresas, las calles y los centros de estudios, lo que se agrava más a medida que las mujeres son vulnerables y son invisibilizadas por las autoridades que deben velar por ellas. Vemos entonces que la lucha feminista tiene diversos horizontes alternativos, gran parte de los cuales todavía no forman parte de un programa único de emancipación pero que comienzan a ser abrazados y debatidos por muchos grupos, colectivos y movimientos a lo largo y ancho de nuestra América; lo que se expresa en el surgimiento de diferentes feminismos, capaces de provocar la reinvención de ideas y de espacios que engloben el añejo ideal de la libertad humana.
A grandes rasgos, la lucha feminista no se limita a un concepto teórico uniforme, al modo de las doctrinas religiosas y políticas, lo cual le dota de unas dimensiones mejor ajustadas a los anhelos de mujeres y hombres por crear un modelo civilizatorio realmente democrático, libre e igualitario, sin ningún tipo de opresión, de explotación o de discriminación. No es la reproducción de los paradigmas que dieron sustento al sistema actual sino la transformación integral que en éste debe producirse para que los seres humanos dispongan de una vida verdaderamente digna. Ciertamente, los primeros focos de atención de la lucha feminista son el machismo y el patriarcado, legitimados casi desde el principio del mundo, porque son parte de sus estructuras, pero al hacerlo también enfoca otras realidades igualmente opresoras e injustas, derivándose en una nueva conciencia social. De hecho, la sororidad -que ha sido acogida por muchísimas mujeres como su sello distintivo- ha logrado imprimirle a la lucha feminista un carácter más incluyente y empático que en otros frentes de lucha emancipatoria. Como muchas otras luchas a nivel mundial, podremos confiar en que ésta logrará la construcción segura de una relación de equidad entre hombres y mujeres más allá de lo que realmente permiten las normas sociales y culturales que heredamos del pasado.