Del sentido de la justicia o impunidad en la gente que come empanadas

Miércoles, 07/08/2024 05:48 AM

Cuando en una sociedad hay situaciones de impunidad rampante, como la de Henrique Capriles, Juan Guaidó o María Corina Machado, el ciudadano común, que también puede sentir inmensos deseos de descargar su arrechera sin que nadie lo aprese, puede sufrir un cortocircuito cerebral tratando de explicarse por qué a una de esas estrellas de allá arriba nadie les cobra nada y a él, en cambio, le pueden pintar una paloma condenatoria de hasta treinta años.

El ciudadano común, vulgarmente llamado también “de a pie”, es ése que sobrevive con sus ingresos, come empanadas regularmente y redondea el cuadro de su sencilla felicidad zampándose unas veinte cervezas el fin de semana. El ciudadano estrella, por su parte, también puede que con frecuencia se zampe unas empanadas y hasta un montón de cervezas, pero nunca estará en condición de supervivencia por el ejercicio de tales hábitos.

El cortocircuito empieza cuando un ciudadano corriente de estos nota que puede comer empanadas como lo hace también un ciudadano de aquellos, estrellas, pagando el mismo costo; y explota cuando descubren que, si derriban una estatua o atropellan a algún desventurado, por ejemplo, reciben tratamientos distintos.

Por ejemplo, se dice que Julio Borges atropelló con su vehículo a un juvenil y nadie le dijo pío; se dice, también, que el mismo Capriles mandó a un gentío a matarse a las calles y todavía anda por ahí riéndose de la verga, viendo películas en sus Cines Unidos; y ahora se habla de que el candidato Edmundo, que bastante se igualó a los pendejos comiendo empanadas durante su campaña, es un agente de la CIA, como si nada, y matador de gentes en Centroamérica. Para coronar, María Corina Machado, una política inhabilitada, le dio la gana de lanzarse a presidenta y crear un CNE paralelo sin que le picase ni un mosquito.

Es que estos carajos son como esas naves alienígenas recubiertas por una especie de escudo magnético que hace que reboten las flechas de la justicia. La triste realidad para el pendejito corriente es que, si se le ocurre comerse una empanada y no pagarla, por decir mínimo, matar a un perro de raza, por decir medio, o mal descargar una arrechera como una estrella de aquellas acometiendo una locura, por decir máximo, ¡joder, le cae hasta una lluvia de meteoritos justicieros, no salvándose de la putrefacción en la cárcel, aunque corra o se encarame!

Carajo, ahí mismito se le leen sus derechos y delitos, y hasta es posible que lo encarcelen de antemano si, por ejemplo, se le ocurre dársela de estrella (que no de arrecho) y no asistir a la citación. ¡Échenle bolas, el viejito Edmundo y su compañera política se dieron el gustazo de no asistir a una citación nada menos que del Tribunal Supremo de Justicia, sacándoles la lengua a las togas y girando las manos dentro de los oídos contra los ensacados magistrados! ¡Una pelusa!

Para evitar los chispazos neuronales, lo que debe saber todo comedor de empanadas en condición de supervivencia es que en política hay una atmósfera especial, de otra dimensión, donde los objetos y personas se mueven o detienen según un reloj de oportunidades o conveniencias del eje central. Si se malogra un perol de esos en pleno movimiento, deteniéndolo, por ejemplo, cuando tiene que seguir caminando, es probable que se destruya el susodicho mando central de cualquier sociedad en mil pedazos. La política es el lado inasible o guabinoso de toda sociedad. En ella es posible que una estrella de repente se aplaste contra el suelo o que un pata-en-el-suelo, también de repente, se convierta en sol, dejando de tragar empanaditas para degustar vinos con caviar, en vez de las horribles cervezas de siempre. Es entonces cuando ambos, estrella caída como sol refulgente, descubren que deben ajustarse a otros ritmos dimensionales.

Así, en fin, conclúyase diciendo que, aunque se libre una orden de captura contra María Corina Machado, por ejemplo, es completamente contraproducente en estos momentos su arresto; como también hay que decir que desde hace rato parece oportuno que Juan Guaidó o Henrique Capriles paguen por sus crímenes, deteniéndolos. En ambas situaciones, de contrariarse la lógica política dimensional, puede estropearse el ralentí del mando central, amén de los circuitos de un montón de cerebritos comunes por ahí.

 

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