Nota racial sobre el fútbol y el supremacismo blanco

Jueves, 22/12/2022 06:57 AM

El equipo negro de Francia acaba de perder la copa mundial de fútbol ante el equipo blanco de Argentina. Aunque el partido se debatió en penales, factor azar de por medio, los gauchos fueron superiores durante los dos primeros tiempos, de modo que injusto fue que terminasen empatados a dos goles y pasasen a tiempo complementario. Para explicar, hay que decir que esta situación la lograron los franceses tanto en el tiempo reglamentario como en el complementario gracias, por un lado, al talento del afrodescendiente argelino-camerunés Kylian Mbappé y, por el otro, al rédito de dos penales. Y ya se sabe que un penal jamás ocupará el sitial de un gol trabajado pierna a pierna sobre el terreno, por más justificado que esté (un penal se puede errar ante el arco). El juego, de hombre a hombre, hormonalmente le perteneció a Argentina con la excepción de un lapso de tiempo al final del segundo tiempo donde el negrito Mbappé hizo brillar su estrella.

Racismo es cuando se toma un rasgo o cualidad de una raza y se exacerba en detrimento de la raza misma y en beneficio de otra (véase Diccionario de la Real Academia Española y el primer artículo de la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación racial, ONU, 1965). La Ilustración, el imperio español con su limpieza de sangre y los portugueses cazadores de esclavos negros en el Congo sí que utilizaron esto de los colores y los orígenes humanos para estatificar a un hombre en una clasificación filosófica y justificar su sometimiento por ellos, los blancos. Recuérdese que la lumbrera ilustrada de Immanuel Kant dejó sentado que los blancos son perfectos y, por ende, seres justificados para someter a las otras razas, bárbaros o salvajes las pobres. Este escrito llama negro a Mbappé y a casi todo el resto pigmentado de los jugadores del equipo francés (negros, asiáticos, latinos y casi nada europeos) no para estigmatizarlos negativamente, como es lo inmoral, sino para redimirlos de su histórico y denigrado pasado, y realzarlos en su expresión de lo mejor del mundo, héroes reales, aunque ex campeones hoy.

¿Qué celebra tanto el purismo francés, supremacistas europeos, por los goles de su ejército futbolístico mercenario, conformado por más de 16 hijos de inmigrantes o de estigmatizados africanos, viejos dolores de sus colonias, mil veces atribulados al filo de la horca o el destierro? ¿Son los goles de ellos, los despigmentados, cuando proclaman su superioridad etno o sociocéntrica? ¿Son goles nacionales, propiamente franceses? Son los goles de África, Asia y Latinoamérica. Lo mismo hay que decir de Países Bajos con sus más de 10 fichados extranjeros en su equipo "nacional", Alemania (8 fichados), Suiza (6), Inglaterra (5) y hasta de los EEUU, con sus 15 soldados latinos, africanos y asiáticos. Para la gloria y el aplauso son buenos, y para significar una presunta superioridad "nacional" (¡ahí sí casi biológica), filosófica o de maquinaria política, como lo fue para los EEUU el negrito Jesse Owens en las olimpiadas de 1936, aplastando la cacareada superioridad purista de los blanquitos nazis.

Por otro lado, lado, no puede decirse lo mismo de los goles de los equipos latinoamericanos. Son legítimamente nacionales como auténticos. Revísese la plantilla de los equipos. No hay mercenarios extracontinentales. América Latina sustenta el mejor futbol del planeta en la sangre aborigen, mestiza y mulata, y no en ningún purismo racial, lo cual es el perfil y gentilicio latinoamericano. El continente es diverso, crisol de culturas (como dijera el mexicano Vasconcelos), destructor de paradigmas esencialistas, como el de la raza única aria o el encarnado en las solemnes creencias griegas y romanas respecto de la superioridad moral y física de los pueblos que no se mezclan. ¿Hay aquí, entonces, un racismo a la inversa, contrarracismo? En modo alguno. Si tuviera que presumir de alguna superioridad racial el continente, sería no tenerla, la impureza. México, Brasil, Ecuador, Uruguay y Argentina son puntas de lanza en la disciplina. El futbol parece manarles desde el Río Grande, el Amazonas, el Putomayo, el Uruguay, el Río La Plata o, inclusive, desde la historia misma precolombina cuando ya los guerreros lo jugaban de modo sagrado antes de que los ingleses le diesen la forma moderna que actualmente ostenta.

El comentario inicial sobre el equipo blanco ganador argentino viene a lugar porque la selección nacional no registra jugadores negros, fenotípicamente hablando. Pero no se está afirmando que ni que en Argentina no hay sangre negra en la población ni mucho menos que el país patagónico es una nación blanca. Hay afrodescendencia (el que parece blanco, pero no es catalogado negro) y los negros propiamente. Es cierto que el censo de 2010 cuantificó a la población negra en 149 mil 493 personas, el 0.3% de la población general; pero a principios del siglo XIX el 30% de la población del país era negro. Lo que ocurrió después fue un tan descomunal proceso de inmigración europea y asiática hacia el país (y un posterior mestizaje) que la representación negra quedó estadísticamente empequeñecida, creciendo a su ritmo y mezclándose, pero ritmo insignificante comparado con el avasallante aporte racial proveniente desde otras latitudes. No obstante, esto significa también que el aporte negro está en la nacionalidad argentina, no tanto borrado como difuminado. Como explica el antropólogo argentino, Alejandro Frigerio, respecto a la ausencia de negros en la selección: "si hay pocas personas fenotípicamente negras, la posibilidad de que lleguen al seleccionado en un país donde mucha gente juega al fútbol bien, es poca". Y esa otra "mucha gente" es la gente blanca, mestiza o afrodescendiente.

Ergo ni hablando de Argentina se escapa a la cuestión de la impureza y el mestizaje, este asunto de los equipos de raza cósmica, lo mejor del fútbol mundial.

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