El Reportero del Pueblo

Comerciantes, aprovechan pandemia para especular con alimentos en Venezuela

Jueves, 23/04/2020 08:05 AM

¿Por qué digo que los partidos políticos actuales son perversos? Fundamentalmente porque han cambiado, han tergiversado, trastocado su razón de ser. Nacieron con una intención noble, la de aunar fuerzas para solucionar los problemas que individualmente no podía resolver el ciudadano. Nacieron para defender los intereses de éste, para representarlo, para servirlo, pero se han convertido en señores, están defendiendo sus propios intereses, y el ciudadano ha quedado relegado al anonimato. Son perversos, se han pervertido.

En una era en que se impone el diálogo, incluso a nivel internacional, para resolver los problemas, es inconcebible que, a nivel nacional, e incluso a nivel municipal, los partidos políticos sean algo antagónicos entre sí. Lo que dice un partido político es automáticamente malo y negativo para el otro. Su objetivo fundamental es en el momento actual hundir al adversario para echarle del poder y ocupar su sillón.

Es inconcebible que personas que no han demostrado ninguna cualidad en su vida, porque se han enrolado a los 16 años en un partido político, tengan en sus manos la vida y las propiedades de millones de venezolanos. Es inconcebible que muchos políticos se agarren al sillón del partido porque no saben hacer otra cosa. Es inconcebible que los partidos pretendan que los ciudadanos cambiemos y que cambie todo, cuando quizás lo único que debe cambiar son ellos. Es inconcebible que los políticos dediquen pocas horas al parlamento y seis a la televisión. La prueba más evidente de que sobra mucho parlamento

Es inconcebible que tengamos que mantener un aparato mastodóntico de políticos, mientras no hay dinero para lo fundamental: la sanidad y la educación. Es inconcebible que no se hayan enterado de que con los medios telemáticos actuales sobran el 80 % de los políticos y el 90 % de los sueldos políticos. Pero ¡ay!, ¿cómo se ganarían el pan muchos de ellos, si no saben hacer otra cosa? "Dos legislaturas como máximo", "fuera políticos profesionales", así rezaban los estatutos de uno de esos partidos que querían limpiar la vida política en el pasado. Hubo que suprimir esas palabras de los estatutos, porque a sus políticos ya se les ha pegado el sillón y ha sobrepasado con creces ese plazo.

Es una perversión que cuando se trata de solucionar sus propios asuntos - vacaciones, sueldos, privilegios- todos los partidos se pongan inmediatamente de acuerdo – y no cedan lo más mínimo cuando se trata de solucionar los problemas de los ciudadanos

Los partidos políticos no tienen por qué ser intrínsecamente malos, pero actualmente lo son, porque se han pervertido. Son intencionadamente malos, porque se están comiendo el presupuesto que debería emplearse para otras necesidades. Se han pervertido, porque en lugar de preocuparse por crear puestos de trabajo, se preocupan de crear sillones para sus afiliados. Se han pervertido, porque en lugar de considerar la política como un servicio al ciudadano, la han convertido en una fuente de financiación. Son perversos

Los actuales partidos políticos de Venezuela no son la solución, son el problema

Desde el año 2013 estamos oyendo sobre la proliferación de virus que comenzaron de una manera suave que se fueron recrudeciéndose ante la carencia de servicios sanitarios y la eliminación de Mariología, una institución de epidemiólogos que se encargaba de visualizar nuestra memoria biológica y genética.

Ya el pueblo venezolano está cansado de este tiempo muerto. de esta cuarentena que parece una ochentena con video llamadas sin final, y estamos locos por poder meternos con un árbitro, por poder desesperarnos con el atasco de la mañana y por poder descargar nuestra ira contra nuestros demonios particulares. Por Dios, si yo creo que hasta echamos de menos el tiempo de Juan Vicente Gómez, cuyo delirio era sembrar y sembrar el campo y los huertos familiares

Después de varias semanas aplaudiendo a los que dan la cara por nosotros en los hospitales y en tantos otros sitios, es en lo poco en lo que somos capaces en Venezuela de ponernos de acuerdo: en que necesitamos recuperar nuestra normalidad, aunque sea a distancia. Hemos aceptado que nos hayan robado el mes de abril. Al menos, que podamos vivir el mes de mayo en libertad condicional, ¿no?

Saldremos de esta situación, si salimos todos y todas. Nuestras preocupaciones y nuestras demandas tienen que asegurar que nadie se quede atrás. Por solidaridad, por justicia, pero también porque es la única forma de que esta crisis termine.

¿Para qué parlamentarios? ¿Sí Juan Guaido, sí Luis Parra? Ambos, ni siquiera saben manejar el discurso político, entonces, luchan entre sí, por unos cuantos dólares y el pueblo padeciendo.

Quiero olvidarme del ambiente guerra civilista de las redes sociales y comunicacionales, de los bulos –a cada cual más burdo y más zafio– que me llegan al WhatsApp y de las explicaciones sin explicación. Quiero olvidarme de que llevo días esperando que haya mascarillas en la farmacia de mi barrio y días sin poder acercarme a mi madre y esposa fallecida en oración.

Esta pandemia, el coronavirus llega a todos sitios, pero es en las personas más vulnerables donde impactará con más fuerza: con viviendas más precarias o sin ellas, salud más frágil, mayor inestabilidad laboral… El virus pone en evidencia la fragilidad de un sistema que no sitúa en el centro a las personas ni a sus cuidados, un sistema que excluye a colectivos que son parte nuclear de nuestra existencia.

Las medidas que el Gobierno proponga para salir de esta crisis tienen que ser inclusivas. Hay muchas en esta dirección: prohibir despidos objetivos, subsidios para trabajos temporales y para empleadas de hogar, suspensión de desahucios… pero todavía faltan. Hay que asegurar una recuperación que no nos haga volver a "la casilla de salida" y reduzca las desigualdades previamente existentes.

Es esencial la renta mínima garantizada que aporte unos ingresos dignos para todas las personas, y esto pasa por regularizar la situación administrativa de miles de migrantes.

Y hay que ir más allá de nuestras fronteras. Venezuela, debe empujar para que el Sur responda de forma unida y solidaria y hacer de la cooperación internacional una seña de identidad.

Queremos un Gobierno que marque la diferencia, que ponga la vida y los cuidados en el centro de nuestro sistema económico y social. Que no deje a nadie atrás.

Al principio pensamos que sería pasajero y que pronto todo volvería a la normalidad. Pero enseguida advertimos iba para largo, que no quedaría solo en un mal sueño, y que tardaríamos mucho en ser lo que fuimos, si es que algún día lo volvemos a ser.

Ahora bien, se debe ser duro con kilos consorcios comerciales y expropiar si es necesario, La Polar es la primera multinacional que hay que sancionar, Lorenzo Mendoza no es amigo del pueblo. El presidente Nicolás Maduro Moros debe actuar y recordarle nuestro bolívar es el Soberano y no el dólar. Hay una especulación estrictamente excesiva.

La vuelta esta semana a la actividad laboral no esencial y esencial en algunos países del mundo ha permitido constatar actitudes en general mucho más preventivas que las observadas en los días previos a la hibernación de Semana Santa. Con el miedo en el cuerpo se extreman las precauciones individuales a las que acompaña una mayor disposición de mascarillas y material sanitario de protección. Nadie, salvo los cuatro pirados de turno, desprecia ya el distanciamiento social ni el reforzamiento ordenado en las normas de higiene, nadie las discute y son muchos los que las llevan incluso más allá de lo exigido.

Esa concienciación social, que el temor potencia, es el mejor instrumento para ir recuperando la imprescindible actividad económica. Es obvio que la salud es lo primero, pero sujetar una estructura sanitaria, que coincidimos todos en la necesidad de reforzar, así como el mantenimiento de unas condiciones de vida saludables igualmente determinantes en el nivel de mortalidad, requiere una fortaleza financiera que solo un tejido productivo potente puede proporcionar. Y como lo dije en artículos anteriores, los comerciantes suben y suben cada día los precios. Hay sectores estratégicos como el del turismo y la hostelería donde la desescalada será lenta y complicada por el componente de sociabilidad que conlleva; en otros, en cambio, se puede recuperar la normalidad con mayor rapidez. Esta pandemia es para largo, lo digo con certeza, los médicos cubanos en sus diálogos conmigo en el 2015 me recomendaban adquirir alcohol y los otros productos de protección, tenemos que ir a una economía real.

El miedo, sin embargo, seguirá ahí mientras el común de los mortales se sienta amenazado por un enemigo al que al principio creyó pequeño y que ha ido agigantando nuestra inquietud. Un temor que solo será capaz de conjurar la ciencia a la que muchos, probablemente por ignorancia, atribuíamos un poder casi omnímodo para afrontar cualquier elemento adverso que comprometiera la salud.

La larga lista de caídos por la pandemia y el relato de quienes pasaron por los respiradores y las UCI nos tendrá acobardados hasta que alguien con hechuras de premio Nobel anuncie haber probado con éxito una molécula capaz de batir a la Covid-19 dentro del cuerpo humano. Será ese medicamento el que nos devuelva la confianza que suponemos llegará antes que la vacuna, solución definitiva pero más premiosa de obtener.

Se necesita un fármaco que cubra ese espacio de tiempo, tal y como estamos, demasiado largo. La trepidante carrera planetaria de ensayos clínicos de antivirales permitiría suponer que pronto llegará el tratamiento que le plante cara a la pandemia. Y ese será el único antídoto posible contra el miedo que, mientras tanto, nos protege.

Las previsiones son demoledoras. Aunque pudieran serlo más. El escenario dibujado por expertos de uno y otro signo, desde brillantes economistas como José Carlos Díez o Daniel Lacalle hasta organismos como el FMI, no dejan lugar a dudas. Alcanzaremos como mínimo un 20% de paro y el PIB estimado para este 2020 se contraerá en no menos de ocho puntos. Jamás se había vivido una situación parecida desde 1936.

Frente a esto, la terapia gubernamental parece seguir siendo la de aplicar tiritas para cortar una hemorragia sangrante que afecta, en mayor o menor medida, a tres millones de autónomos, y por ende a muchos otros sectores económicos. Tras una inicial resistencia a aplazar, no digamos ya a condonar, algunas obligaciones fiscales a todas luces inasumibles en la actual coyuntura, el ejecutivo parece temer ya un cierto polvorín social. Cuatro semanas de agonía, no solo sanitaria sino económica, han forzado al Ministerio de Hacienda a ofrecer un mínimo alivio.

Históricamente, el llamado Renacimiento emergió en Italia a principios del siglo XV y se extendió más tarde al resto de Europa. Trajo consigo un nuevo movimiento cultural que cambió el mundo más conocido: de Florencia al resto de la Europa occidental, incluida España. Los nuevos aires fueron también la puerta abierta a la Edad Moderna, al destierro del Medievo y sus oscuridades, con excepciones como las esplendorosas bóvedas del románico y las estilizadas agujas del gótico.

Nació así otra forma de ver el mundo y la concepción de la propia persona. Las artes, la política, el pensamiento y hasta la ciencia de la época, mudaron y comenzó a mirarse más al ser humano, a sus inquietudes, a sus sentimientos terrenales y algo menos al cielo. El Renacimiento supuso, de alguna manera, una etapa trascendental para la humanidad. Llegó la reflexión, la evolución de ciertos valores, intocables hasta entonces, y la aparición de otros más racionales y menos dogmáticos. Con su impulso cambiaron muchos conceptos vitales para la sociedad del momento.

Ya nada sería lo mismo. Surgió una persona más humanizada y más relevante, un hecho al que acompañó una filosofía más próxima y menos teocrática. Fue la primera apertura contra el corsé del feudalismo y un abono para el futuro. Curiosamente, fue también un tiempo renovado para olvidar la terrible tragedia de la peste negra de años atrás y cuyo efecto devastador segó la vida de millones de seres humanos.

Aquí y ahora, el mundo necesita otro Renacimiento. Precisa mirarse a sí mismo y comprender sin rubor su tremenda fragilidad. Si no, ¿cómo es posible que un virus pueda poner patas arriba a todo el planeta en pleno siglo XXI? Nuestra particular peste negra de la Covid-19 nos ha detenido en seco. A todos. Algo impensable en una sociedad teóricamente tan avanzada. A la hora de reemprender la marcha, más vale haber aprendido alguna lección que sirva para reordenar la escala de valores sociales.

Si rebobinásemos en el tiempo hasta el primer día del presente año y hubiéramos planteado y asumido la ficción de un drama semejante, con cientos de miles de muertos, nadie hubiera aceptado entonces que se diera importancia a las batallitas tribales internas de un gobierno y de la clase política. Más bien se pensaría con sentido común en una unidad de acción precisa y fuerte, que se enfrentara con más garantías de vencer a la deteriorada situación provocada por la pandemia. Hubiera sido prácticamente imposible imaginar en enero que ante la mortandad contabilizada cupieran actitudes de frivolidad, descaro y oportunismo. Y, sin embargo, ¿no estamos en eso?

Buena parte de la sociedad, de la ciudadanía, está demostrando un comportamiento responsable, sacrificado y solidario. Y la clase dirigente debería en esta crisis dirigir sus miradas a ese tipo de comportamientos por ser ejemplos de solidaridad y entrega a los demás, por encima de sus propias necesidades y aun a riesgo de sus vidas. Y ahí debería poner su foco esa clase dirigente, para entender mejor el momento crítico al que nos enfrentamos y contraer así la responsabilidad que le corresponda.

Pero, hay un tema fundamental, La mayoría de los empresarios, a diferencia de lo que opina un sector del gabinete, no son peligrosos capitalistas de chistera y puro sino clase media que arriesga sus ahorros, fruto del esfuerzo y del trabajo de muchos años, para crear empleo. Y están haciendo gala de un esfuerzo sobrehumano. Y lo insólito les pasa, están especulando y venden sus productos a precios prohibitivos y desde el queso a una mortadela, desde un huevo a un kilo de carne, todo es prohibitivo, especulan con el dólar y La Polar lleva el protagonismo, las autoridades deben asumir, de una vez, porque el pueblo está cansado de tanto abuso en los últimos seis años o desde que asumió la presidencia, Nicolás Maduro Moros.

¿En qué medida? En todas las medidas, el salario no vale nada. Es descomunal lo que sucede.

Comprendo que todas estas cuestiones se les alcanzan a los responsables de Economía y de Hacienda, que siguen primando el valor de la liquidez en las arcas públicas por lo que pueda venir. Pero si la economía termina por verse estrangulada no habrá impuestos que cobrar. ¿Saben que la parte del león impositivo de la tarta fiscal en Venezuela es el IVA? Si continúa sin haber consumo no habrá IVA que recaudar, señor Elisamí. Piénsenlo.

Se trata de una responsabilidad gradual, en la que entramos todos en diferentes escalones, pero que no se olvide que son los gobiernos los principales administradores de la gestión de la crisis y que a ellos les toca responder prioritariamente de lo sucedido. Por eso, los gobiernos están más obligados que nadie, aunque esto no excluya la responsabilidad de otros, a dar ejemplo de credibilidad, eficacia, coherencia, rigor y honradez, con el fin de conseguir la colaboración y la confianza del resto de los sectores políticos y sociales, para que tiendan su mano sin resquemor y de forma desinteresada.

Los gobiernos están más obligados que nadie a dar ejemplo de credibilidad, eficacia, coherencia, rigor y honradez

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