La sombra del 27 de Febrero o Víctor Hugo en los saqueos

Jueves, 30/04/2020 02:30 PM

Como en las profecías bíblicas, todas las plagas han caído sobre Venezuela ¿Tengo que hacer la lista donde no puede faltar la hiperinflación, la destrucción de la industria petrolera, la caída de los sectores productivos, la corrupción, la desintegración institucional, las sanciones financieras norteamericanas, el oportunismo geopolítico, etc.? Para enumerar esos males, una de las cúpulas que forcejean por el poder, como las "madres" que ante Salomón halaban al niño hasta desmembrarlo, uno de los bandos, digo, rehúye ciertas palabras. El hambre, por ejemplo. El gobierno no quiere ni mencionar esa mala palabra, aunque su referente salta a la vista. El otro bando, usa eufemismos y dudosas interpretaciones históricas para justificar que son marionetas del gobierno norteamericano. Por supuesto, las dos cúpulas figuran en la lista de desgracias.

Hemos atravesado semanas en las cuales, de nuevo, la sombra del 27 y 28 de febrero, o el mito elaborado al respecto, ha entrado incluso en los espacios cerrados de la cuarentena. La paz a juro del confinamiento en casa, ayudada por la sequía de la gasolina, para lograr una curva "aplanada" de los infectados del Corona virus, se ha visto rota por manifestaciones, disturbios, reacciones violentas, incluso, saqueos. Por supuesto, nadie apoya los saqueos. El gobierno ha reaccionado con eficacia represiva. Ya va un muerto en esos desórdenes y decenas de presos. La otra cúpula evita fomentarlos porque, a fin de cuentas, sabe que esos disturbios resultan de la acción de los más audaces, muchas veces malandros, y afectarían el orden de la propiedad privada.

Hablé de mitos. Los entiendo aquí como relatos que le dan sentido e incluso estimulan ciertos comportamientos, independientemente de su veracidad. Muchas veces son ilusiones, siempre son ficciones, pero con una gran eficacia social, cultural, propagandística. El 27 y 28 de febrero, por ejemplo, más allá de su realidad histórica, fue elaborado, desde la izquierda, como el mito por antonomasia de la rebeldía del pueblo frente al neoliberalismo del gobierno de CAP. Una "explosión social" de alguna manera justificada por el sufrimiento popular. Un planteamiento político, la repulsa de las políticas neoliberales, se recubrió con una conveniente envoltura moral y emocional cristiana: la compasión por los más pobres.

En las últimas semanas, parecieran haberse incrementado las reacciones populares frente a los tremendos aumentos de precio de los alimentos, así como por el colapso de la distribución de la gasolina. Es una reacción completamente comprensible. Es desesperación, rabia, incluso hambre, el concepto que no se puede aceptar. Lo que los venezolanos hemos tenido que aguantar en los últimos 7 años ha sido mucho peor que aquel aumento de la gasolina d febrero de 1989, que hoy nos luce irrisorio. Ya hay una larga lista de lugares donde la ira popular se ha manifestado: Punta de Mata, Cumanacoa, Upata, Turén, Jajó, Siquisique, Tacarigua, etc. Por supuesto, ha habido saqueos.

Estas acciones, claro, tienen su lado injusto. Sus víctimas son los pequeños comerciantes. Además, son inútiles e inconvenientes para la masa popular. No resuelven nada; al contrario, agudizan el problema de la distribución de alimentos, al ir contra los pequeños comerciantes. Es posible que la iniciativa, como ocurrió con los saqueos del 27 y 28 de febrero, haya correspondido a los elementos más audaces, casi siempre jóvenes, en fin, "malandros". Al ser dispersas, esas explosiones son sólo "candelitas" que se apagan con la suela de la bota.

No es casual que Chávez haya publicado y distribuido en su momento, miles y miles de voluminosos ejemplares de "Los Miserables", ese inmenso libro de extensión poco menos que insoportable, de Víctor Hugo. La estética de la compasión social alcanza su máxima expresión en ese libro. Aparte de una visión patética y lacrimógena de la pobreza en París, "Los Miserables" narra la historia de una venganza. Su protagonista roba un pan. Tenía mucha hambre. Y su delito fue duramente castigado. El castigo por su falta es obviamente injusto. Pero ya vendría el tiempo del gran desquite. Este llega con los años, cuando el personaje principal se hace rico y logra disfrutar del plato frío de la venganza.

Hace pocos días una señora en Naguanagua reprodujo el drama de Jean Van Jean, el protagonista de la novela voluminosa del gran francés. Robó un paquete de harina y, por eso, fue presa y hasta presentada a los medios como ladrona. Lo curioso fue que, quienes hoy ponen presa a la versión femenina del inolvidable personaje de Valjean, sean los mismos que se dicen herederos del gran divulgador de Víctor Hugo. Gracias una abundante respuesta por las redes sociales, especialmente de aquellas de los que apoyan al gobierno "popular", la señora finalmente fue liberada. La buena conciencia compasiva, identificada con el drama del hambre, cultivada con comentarios de Chávez por TV, de "Los Miserables" (dudo que el libro haya sido muy leído, la verdad), logró una respuesta.

En 1989, la moral de muchos soldados, oficiales y policías, fue afectada por la orden de matar para ahogar en sangre aquella explosión social. Igualmente, la confianza popular en aquellos partidos hegemónicos en aquel entonces. No estoy al cabo de saber la eficacia que hoy tenga un liderazgo como el de Maduro que recomienda películas de Netflix al tiempo que anuncia un aumento de sueldo a todas luces irrisorio, en medio de una crisis y una dolarización de facto que él mismo, sucesivamente, criticó y alabó. Digo, no sé cuán creíble sea su verbo que ha prometido ya tantas cosas, sobre todo frente a los miles de Jean Valjean que ahora salen a la calle. Tampoco sé cuánta capacidad de orientación política tenga hoy una oposición cuya cabeza visible ni siquiera es un venezolano, sino un funcionario norteamericano.

Lo único que sé es que Jean Valjean al final de "Los Miserables" logró desquitarse

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