Sorprende que, ante la gravedad del cambio climático, no se manifiesten sindicatos, iglesias, defensores de los derechos de las minorías. Que no se lancen campañas de resistencia pasiva. Que no se exija
El movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos. Las marchas de agricultores en la India. Las revueltas callejeras en Hong Kong. En los últimos años, la contienda por las reivindicaciones sociales se ha intensificado al calor de la pandemia y se expande la acción colectiva frente a las injusticias. Sorprende, sin embargo, que el hecho que más va a afectar a nuestras vidas en las próximas décadas apenas sea contestado desde la calle.
Sin siquiera haber entrado en el verano, hemos superado las temperaturas habituales de la estación más cálida, y las llamas han barrido campos y bosques a destiempo. En España, Francia, Estados Unidos y partes de Asia. En una desviación creciente de la media de los termómetros que Bloomberg ha titulado “El nuevo y preocupante ritmo de los récords de temperatura en el mundo”. No obstante, esta situación anómala se observa con una mezcla de resignación, acidia y hasta contrariedad.
Sorprende que ante la gravedad los hechos no se manifiesten sindicatos, iglesias, defensores de los derechos de las minorías. Que no se lancen campañas de resistencia pasiva, o activa. Que no se señale, se exija. Que no nos plantemos. Sorprende la incapacidad de conectar tres puntos: lo que hacemos ―nuestro estilo de vida―, lo que estamos experimentando ―clima extremo― y lo que sabemos sobre el calentamiento global inducido por la acción humana. En parte porque es relativamente fácil articular agravios contra otros, reclamar justicia frente a terceros, otra cosa distinta es asumir nuestra parte de responsabilidad como ciudadanos-consumidores y actuar en consecuencia.
Y, sin embargo, lo que está en juego es mucho más de lo que se denuncia en la suma de todas las movilizaciones recientes. La mayor amenaza para la democracia y el bienestar social proviene del cambio climático, que como poco, intensificará los problemas actuales, como ha ocurrido con la pandemia.
Quienes, por el contrario, están organizados y responden con reflejos son los negacionistas. El Financial Times, junto con Bloomberg, nada sospechosos de tener una agenda de izquierdas, se lamentaba recientemente del boicot de activistas conservadores al “capitalismo de las partes interesadas”, stakeholder capitalism, esto es, los esfuerzos por sacar adelante una agenda de crecimiento económico más sostenible y responsable con el medio ambiente. Y como la batalla por las ideas se fragua en las palabras, para descalificarlo los escépticos lo han etiquetado de “capitalismo woke”, algo así como “capitalismo neo-progre” (por aquí se habla de “dictadura verde”). Y, sin embargo, su alternativa encarna la imagen de un “capitalismo durmiente”. Por falta de visión, por inconsciencia, por encarnar la impotencia de la inacción.
Podría aducirse que en algunos casos anticipar el desastre que se avecina puede generar más rechazo que adhesión. Pero lamentablemente, no hay tiempo para terapias de aproximación. Lo señala el último informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático. Nos lo recordará cada récord de temperaturas que alcancemos este verano.
Despierta.
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*Profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de ‘Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea’.
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