Es la inflación, pana, es la inflación nuestra prioridad

Miércoles, 27/09/2023 01:38 PM

En los tres últimos artículos, intentando escudriñar con estadísticas la compleja y complicada realidad venezolana, abordamos separadamente los tres aspectos de mayor consideración y de los cuales abundan mayores cifras, el PIB, la inflación y la desigualdad. Mientras para los dos primeros es relativamente más fácil encontrar registros numéricos más o menos regulares y confiables, en el caso de la desigualdad hay escasez de información certera y sobre todo oportuna. La crisis que padecemos nos ha llevado a estar todos los días pendiente del valor del dólar, pues a partir de allí se toman las principales decisiones las que, a su vez, en definitiva conducen a mayor o menor crecimiento y a acelerar o desacelerar la inflación. La desigualdad será mayor o menor en función de los resultados que se obtengan en los otros dos, en el PIB y en la lucha contra la inflación.

Como evidencian las estadísticas históricas, la inflación era un factor poco relevante en la economía venezolana hasta finales de la década de los años sesenta. Como muestra la gráfica, entre 1952 (Gobierno militar de Pérez Jiménez) y 1973 (último año del primer gobierno de Rafael Caldera) la inflación no sobrepasó el 4 % anual. Es con CAP que se dispara la inflación y desde entonces no han podido, ni socialdemócratas, bolivarianos o no, ni neoliberales, ni neo rentistas, meterla en cintura.

En los tres últimos artículos, intentando escudriñar con estadísticas la compleja y complicada realidad venezolana, abordamos separadamente los tres aspectos de mayor consideración y de los cuales abundan mayores cifras, elPib, la inlfación y la desigualdad. Mientras para los dos primeros es relativamente más facil encontrar registros numéricos mas o menos regulares y confiables, en el caso de la desigualdad hay escasez de información certera y sobre todo oportuna. La crisis que padecemos nos ha llevado a estar todos los días pendiente del valor del dólar pues a partir de allí se toman las principales decisiones las que, a su vez, en definitiva conducen a mayor o menor crecimiento y a acelerar o desacelerar la inflación. La desigualdad será mayor o menor en función de los resultados que se obengan en los otros dos, en el Pib y en la lucha contra la inflación.

 

Durante 21 años, entre 1952 y 1973, Venezuela disfrutó de un moderado pero sostenido crecimiento (1,5% en promedio creció el PIB per cápita en ese período) con baja inflación (esta promedió apenas un dos por ciento). ¿Qué hemos hecho mal desde 1974 hasta la fecha? Obviamente, muchas cosas pero la peor de todas es trasladar el centro de la controversia al ámbito político, y dentro de este, encerrarlo en el cuarto de la politiquería, reforzada esta con una sobre simplificación del complejo tema de la inflación como fenómeno socioeconómico, solo explicable por la mediocridad de nuestras elites (!, de todas!, ¡sin excepción!). Un problema esencialmente económico, al no resolverse adecuada y oportunamente, se convirtió en un problema político con interferencia extranjera que ha socavado la soberanía nacional.

Retrospectivamente, las complejidades son digeribles por la data y análisis estadísticos del pasado. Así se podría especular que en el período 1952-1973, un periodo que abarca dos regímenes bien diferenciados, el militar y el civil, se logró crecer pero no lo suficiente como lo demandaba una población que, como pocas veces en la historia, exhibía una alta crecimiento poblacional. Nuestra demografía durante el período analizado no solamente se dinamizó por un mayor aprovechamiento de la fecundidad de nuestras mujeres, al disminuir la tasa de mortalidad infantil pero también por la recepción de millares de vecinos latinoamericanos que atraídos por la estabilidad económica del país, se allegaron a nuestra patria a disfrutar de una modesta renta petrolera. Más allá de las confrontaciones y belicosidades presentes tanto en la Venezuela de Pérez Jiménez como en la del Pacto de Punto Fijo, la renta petrolera se distribuía a ritmo lento pero continuado desde que el petróleo abultó el erario público y desplazó al café como el rubro sostenedor de la vida económica del país.

Con el golpe de Acción Democrática en 1945, recordar es vivir, con el para entonces Mayor Pérez Jiménez, se colocó en la agenda pública el primer dilema de la economía rentista. ¿En qué invertir la renta, en lo social o en la industria de la construcción? Los miles de «ingenieros constructores semianalfabetos», que nos llegaron ustedes saben de dónde, el concreto vaciado en la Venezuela de poco más de cinco millones de habitantes, redibujó la economía bajo el régimen de Pérez Jiménez. Con el Pacto de Punto Fijo se intentó resolver el dilema con el gasto, ¿inversión?, social, en educación, salud y tímidamente en viviendas.

Al llegar el primer chorro de petrodólares, en 1974, gracias al irresoluble conflicto musulmán-judío en el Medio Oriente, no le paramos a la recién llegada inflación importada desde Estados Unidos. Mientras este país hegemón, con Nixon en la Casa Blanca, en 1971 devaluó el dólar, acabó con Bretton Woods y se alió con China para comprar allí, con salarios miserables, lo que necesitaban los adictos consumidores gringos, nosotros en Venezuela nos estrenábamos como agresivos consumidores en la Aldea Global. No había dilema. Podíamos crecer, nos decía Gumersindo Rodríguez y su Plan 1976-1980, y además resolver lo que se creía era el primer problema del país, el desempleo.

Mientras la inflación de costos, generada por los aumentos de los precios del petróleo, primero por el embargo árabe en octubre de 1973 y luego por la Revolución Islámica en Irán en enero de 1978, fue controlada en unos cuantos años por los países consumidores de petróleo, nosotros balurdamente ingresamos al túnel de la inflación de dos dígitos del cual no salimos, sino que más bien nos montamos en la inflación de tres dígitos y hasta hiperinflación hemos padecido.

De 1979 a 2008 según Asdrúbal Baptista (1830-2008 bases cuantitativas de le economía venezolana) y desde 2009-2017 segun BCV (Pib e inflación) y Banco Mundial (población)

Siendo un país convertido por obra y gracia de la renta y los precios del petróleo en importador nato, la función de consumo de Keynes se entronizó y como esos enfermos a quienes se les medica cortisona, nos sentíamos que estábamos creciendo a pesar de los aumentos de precios. El dilema de dónde invertir la riqueza petrolera planteada por la generación del 28 y sus contemporáneos militares no se enfrentó, sino que se dejó bajo el principio del filósofo de Rubio, ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.

Ya con el agua al cuello, en 1993 las elites gobernantes le sacuden el piso a CAP II (ver La rebelión de los náufragos de Mirta Rivero) y del dilema inicial de 1945 dónde invertir y/o gastar los ingresos petroleros se pasó a otro dilema: ¿quiénes deben salvar el sistema político apuntalado en la captación y disfrute por las elites de la renta petrolera?,¿los propios del establishment o un outsider? ¿Y qué hacemos con la inflación? ¿Qué que qué? Primero, lo primero: salvar el pellejo, vale decir, mantenerse en la estructura de poder para captar renta petrolera.

Ni se ha salvado el sistema de Punto Fijo ni su sustituto, el militar-cívico sectario, termina de legitimarse y con precaria legalidad subsiste un cascarón vacío del otrora Estado rentista. No resuelto el dilema original, qué hacer con el petróleo, ahora tenemos un trilema, si no un cuatrilema, o tetradilema, y pronto tendremos que discutir sobre un pentadilema. Como el estudiante que no lleva al día sus estudios y de súbito debe presentar un quiz que lo sacará o retendrá en el sistema educativo, ahora no sabemos a quién llamar, pues por mucho que busquemos afuera, o nos lleguen, asesores extranjeros, Venezuela no es un caso, sino un problema muy concreto sin parangón alguno en otras realidades de donde asirnos. Tenemos que hacer como Juan Palomo que el mismo hace el guiso y el mismo se lo come.

Hay estudios sobre el trilema económico planteado en economías muy distintas a la nuestra, por lo que nos sale «parir» estudios específicos para el contexto venezolano. Dicen que cuando el problema se logra reconocer se avanza un gran trecho en la búsqueda de su solución. Solo cuando el adicto al alcohol, droga o cigarrillo admite su adicción, acepta someterse a tratamiento. Barrunto que a pesar de tener más de cuarenta años padeciendo de inflación, no terminamos de aceptar que tenemos un serio problema al respecto.

A pesar de nombrar al diablo de la inflación y clamar por su abatimiento como una condición para salir de la crisis, no avanzamos en consensuar en qué grado es importante este elemento. Mucho menos nos interesamos por examinar las relaciones entre ella y otros elementos también presentes en la crisis, como los ya mencionados del crecimiento del PIB per cápita y de la desigualdad.

Como no hemos trascendido del dilema básico de «to be, or not to be», ser o no ser un país rentista, ahora tenemos un problema más complejo y nos debiéramos confrontar individual y colectivamente acerca de qué es lo más crítico actualmente para salir del atolladero. Cada quien, atrincherado no en función de lo que puede aportar a la solución, sino en atención de «como quedo yo ahí», trata de» arrimar el ascua a su sardina» (https://dle.rae.es/ascua?m=form) y lucha por sus intereses, alegando que los mismos son muy legítimos. Y unos cuantos alegan que los suyos son más legítimos que el de los otros.

Para algunos, la prioridad debe ser el crecimiento, alegando que la mejor política social es aquella que estimule el aumento de la riqueza (PIB). Sin duda, ello es acertado para los sobrevivientes del ajuste social y económico que prioriza el crecimiento por encima de otros elementos concurrentes en la crisis existente. Para otros, es la desigualdad lo que prioritariamente debe atenderse so pena de provocar «tomas tipo La Bastilla» o abrir compuertas a estallidos tipo el Caracazo de 1989. Otros plantean que si bien puede haber crecimiento aun con inflación, «euforia con cortisona», de no atacar consistente y coherentemente la inflación, ese crecimiento es frágil y más temprano que tarde se interrumpirá y agravará la crisis.

Pero en el caso venezolano, asombrosamente nuestro liderazgo opta por evadir los aspectos mencionados de la crisis y centran la solución de este en un factor extra económico. A tenor de las propuestas de las elites, pareciera que primero aspiran a construir una institucionalidad (reglas de juego en los términos de Douglass North, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico) que otorgue la legalidad con legitimidad necesaria para adelantar los cambios en las políticas públicas, las que, finalmente, atenderán las demandas de la población.

Es impresionante la resistencia, que no resiliencia, del pueblo venezolano para aguantar la ineficacia de sus elites en acordar una salida viable, y con horizonte de tiempo creíble, a una crisis que ya cumplió cuarenta años desde el viernes negro de febrero de 1983. No se trata ya de un trilema económico de buscar un equilibrio adecuado al crecimiento, la inflación y la desigualdad, sino de un tetradilema en el cual hay un cuarto elemento para buscar la salida a la crisis. Llamemos a ese cuarto elemento «normalidad político-institucional».

Ahora, el reemplazo de lo político por lo económico, que también, por cierto, es político, coloca el acento en temas como elecciones, inhabilitaciones, sanciones, corrupción, represión, etc. que sin duda alguna gravitan en la crisis pero distraen las energías del liderazgo, y de buena parte de la nación, desatendiendo lo económico que sigue avanzando con dinámica propia de la mano invisible de un mercado desregulado y salvaje. Los partidarios de priorizar lo político-institucional abusan de la paciencia del habitante sin voz ni poder político al dejarlo a la intemperie para afrontar las penosas condiciones de vida derivadas de la crisis económicas. Error de apreciación en la cual curiosamente coinciden gobierno, y sus distintas facciones, y las diversas oposiciones. La historia, incluyendo la nuestra, está repleta de estos errores de apreciación. Algunos se consuelan argumentando que la historia no se repite y otros alegan que tales y cuales hitos ocurrieron porque los decisores y protagonistas de los mismos ignoraron esto y lo otro, pero que ellos no caerán en esa ignorancia.

Sin pretender caer en un tremendismo me atrevo simplemente a extrapolar la progresividad en la complejidad que toda crisis acumula cuando no se encara su enfrentamiento. De allí que al cuarto elemento que nuestro liderazgo nos ha impuesto a la crisis habría que agregar ya un quinto. La soberanía necesaria para decidir las soluciones tanto a los aspectos económicos como al cacareado elemento de la institucionalidad.

¿Cuál de estos cinco elementos es el más importante, ahora, para iniciar una salida a la crisis? Probablemente, usted amigo o amiga lectora responderá, igual que yo: la inflación. Dos preguntas, por la medida chiquita, debemos hacernos usted y yo. Primero, ¿cuánto más importante es la inflación en relación con cada uno de los restantes cuatro elementos? Segunda, ¿cuántos compatriotas expatriados o no, junto a los residentes extranjeros «presos» aquí, concordarán con usted y conmigo que es la inflación lo más importante? Si lo desea, hágame saber en los comentarios su opinión.

Les cuento que en otros países, y para numerosas situaciones tan o más complejas que la actual nuestra, han aplicado diversas maneras para encontrar soluciones. Una que me gustaría compartir con ustedes en próxima ocasión se refiere al proceso jerárquico analítico, AHP por sus siglas en inglés (Analytic Hierarchy Procesó) diseñado en 1980 por el profesor Thomas Saaty (1926-2017) para ayudar a tomar decisiones individuales y colectivas a partir de una comprensión y desglose del problema en sus elementos claves.

Ojalá podamos despertar el interés de algunos actores para ensayar la metodología legada por el profesor Saaty y tratar de vender la idea dentro de nuestras elites sobre la perentoria necesidad de encarar con seriedad y profesionalismo el tema de la inflación. Necesitamos una cruzada para convencernos como país que sin control de la inflación no tendremos vida en paz.

Para los interesados en saber más del trabajo del profesor Saaty les recomiendo su libro Toma de decisiones para líderes.

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