El banco de préstamos de granos se remonta a Mesopotamia. Luego, en la antigua Grecia en el Imperio Romano, los prestamistas hacían empréstitos, aceptaban depósitos y cambiaban dinero. Existe evidencia arqueológica para este período en la antigua China y de préstamos monetarios. En el sentido moderno del término, la banca tuvo sus inicios en las ricas ciudades del norte de Italia, como Florencia, Venecia y Génova, a finales del periodo medieval y principios del Renacimiento. (Wikipedia)
Sobre los contratos, no voy a remontarme a los siglos que prácticamente hasta ayer, pues la historia de la civilización se cuenta por milenios, los contratos comerciales y de todo tipo, fueron verbales. Tampoco me remontaré a los antiguos persas que consideraban firme una transacción si el acuerdo adoptado ebrios, coincidía luego cuando estaban sobrios. Ni siquiera a los contratos de venta a plazos en el franquismo cuya ley estaba basada en un libro galardonado por el Colegio de Abogados de Madrid con el premio Azcárate, con el título, "La Ley de venta a plazos de los bienes muebles" en 1953, del que fue autor mi padre José Vázquez Richart, no precisamente adicto al Régimen de la dictadura… Todo, en fin, hasta como quien dice ayer, fue verbal; todo basado en la confianza…
La confianza ha sido secularmente un elemento esencial en la vida mercantil. En un sistema de mercado libre que, a medida que pasa el tiempo se va haciendo cada vez menos libre, más intervencionista y no precisamente intervencionista por el Estado, a su vez cada día que pasa más adelgazado, si no por monopolios, por oligopolios y por otros factores de control extra legal..
Pero es que, a raíz de la irrupción de la cibernética, la desconfianza se extiende como un manto invisible sobre la sociedad mercantil y civil. Reina la desconfianza pese a que la actividad comercial esté alcanzando un volumen nunca imaginado. No se fía el vendedor del comprador aunque le tiene asegurado porque un Banco es automáticamente su fiador. Pero tampoco el comprador o contratante, persona física o jurídica, se fía de la otra parte contratante. El hacker acecha. Las actualizaciones de los sistemas responden a la necesidad de su constante protección frente a ellos…
La informática, las tarjetas de débito y de crédito, la asechanza del hacker (que puede estar tanto fuera del sistema como dentro del sistema) han hecho astillas la confianza y la buena fe mercantiles. La vida de las relaciones comerciales gira en torno a condiciones y términos de contratos de adhesión compuestos por decenas de cláusulas que ni leemos ni firmamos, que simplemente "aceptamos" forzosamente en prueba de nuestra ficticia conformidad, si deseamos adquirir "eso" o ese servicio. Todo empieza por la inevitabilidad de la cuenta en un Banco y una tarjeta suya, de crédito o de débito, sin la que a duras penas podríamos desenvolvernos en la vida cotidiana, Hasta tal punto que llegará un momento que ni siquiera podremos pagar en efectivo. Lo "aceptamos" todo. Lo aceptamos, pero con una latente desconfianza e incomodidad por vernos más como sujetos y objetos de consumo al mismo tiempo, que como ciudadanos libres con autonomía de nuestra voluntad. Y dentro de esta desconfianza sobresale por encima de todo la figura del Banco, convertido en el valedor y garante de todo, como si no lo hubiera sido siempre. Pues bien, en el Banco cuya figura, como digo, es casi arqueológica, y ahora en su instrumento esencial, las tarjetas bancarias, se centra buena parte de nuestra atención y de nuestras preocupaciones, más allá de la que nos dan el cambio climático y la amenaza nuclear…