Venía a decir en un artículo reciente titulado “Un negocio más” —ahora perdido intencionadamente en el amplio espacio virtual de internet—, que los eslóganes de salvar el planeta y el cambio climático, se nutren más de publicidad y de negocio empresarial que de soluciones efectivas. Este es uno de tantos negocios que el gran capital ha puesto en escena para incrementar su símbolo de poder —el capital—, ganándose la ingenua voluntad de las gentes. Hay muchos más, sin que ahora se entre en el detalle, pero en este punto destaca el que se conoce como progreso, en cuanto ha sido y es profusamente explotado. Concretamente, el referido al progreso tecnológico ha pasado a ser el modelo estrella. Se trata de un amplio concepto de avances variados que sirve tanto para seguir la marcha hacia adelante como para emprender el camino de retorno. En todo caso, hay que mencionarlo porque está de plena actualidad en los países que se dicen vanguardistas en el tratamiento del dinero, dado que, comercialmente hablando, viene a ser un negocio de referencia.
Si se quiere entender el progreso alcanzado en el ámbito social en las sociedades del bien-vivir tras la entrega total a los mandatos de la doctrina que predica el consumismo, los derechos de papel y otras bondades, regidos por una oligarquía permanente y otras de circunstancias, bastaría examinar el cerco al que están sometidas. Al objeto de completar el proceso de implantación de las creencias doctrinales se ha acudido, una vez más, a la tecnología para estrechar ese cerco, utilizando la videovigilancia permanente y generalizada, de manera que nadie escape al ojo de las máquinas, al objeto de que la represión actúe contra quienes se rebelan contra sus mandatos.
Al fin, el ojo que todo lo ve de las fábulas ha pasado a ser una realidad material. Justificado en términos de racionalidad para poner coto a la maldad de algunos, las consecuencias las sufren todas las personas. Al margen de esa racionalidad aparente, como justificante del sistema de control establecido sobre las personas, paralelamente operan otras racionalidades, como la acción de la burocracia y la del puro negocio. La primera, solo se atiene a desplegar su autoridad para recaudar, aprovechando para sancionar, no tanto al delincuente como al ciudadano despistado; la segunda, simplemente se acoge a la parte negocial, y la aprovechan las empresas que, por otro lado, también recae beneficiosamente en los bolsillos de algunos representantes de la autoridad formal. El hecho es que utilizando cámaras en cada espacio posible, asistidas de los francotiradores del teléfono móvil y las tarjetas de control de diversa naturaleza, no se mueve una paja sin dejar constancia de su movimiento.
Las imágenes visuales y los complementos de vigilancia ciudadana han pasado a ser, junto con los datos, además de un gran negocio comercial, el medio para que la privacidad y la intimidad, ambas jurídicamente protegidas, queden al alcance de cualquiera. A este respecto, la doctrina solo está para contener y entretener a la plebe y asegurar la buena marcha del negocio de gobernantes y mercaderes, mientras la ciudadanía se ha quedado desnuda para que los grandes controladores la vigilen hasta cuando duerme. La sociedad huxleriana ha dejado de ser la fábula ejemplarizante para pasar a ser realidad, aunque algunos piensan que no es tan triste, en tanto se pueda seguir respirando aires de libertad consumista en el mercado.
Socialmente, se ha llevado a las gentes a entregarse, además el consumo guiado por las modas, al que todo se lo den hecho, a tomar como referencia de existencia a los influenciers y caer en la dependencia del smartphone. Con los dos primeros se trata de cumplir el principio fundamental de la doctrina, ante todo, los otros son formas de llenar la existencia conectadas con el mandato fundamental de la doctrina. La creencia en el que todo se les dé hecho se deriva del mínimo esfuerzo, alentado por el modelo de políticas sociales dirigidas a mejorar el estado de las gentes y del mercado. A lo que conduce es a la total falta de interés por superarse. Que a todos se les procure un salario, vivienda, cobrar sin trabajar, vacaciones indefinidas, mucho ocio o que se atiendan todas sus exigencias, son la representación escénica de las demandas inasumibles que han sido patrocinadas por la doctrina, trasladadas al Estado.
El resultado acabará siendo que esta nueva forma de nihilismo social llegará a su fin, porque tarde o temprano vendrá el despertar a la realidad, donde nada es como dice la doctrina. Entre tanto, propaganda y publicidad tienen una misión doctrinal importante, que no es otra que conducir a las masas por el terreno de la fantasía para aterrizar en el mercado. De otro lado, las personas solamente parecen existir para adorar a su teléfono inteligente, de obligada tenencia y a ser posible de última generación. Como instrumento eficaz para la difusión de la doctrina en el campo de la comunicación, resultando indispensable en la sociedad actual, ha pasado a ser tan importante que incluso se sacrifican por él todos los ahorros, dejando la opción para comer a tener que acudir a las colas del hambre. El motivo no es otro que esa necesidad perentoria de estar bien informados, junto con tratar de entretenerse para apaciguar el aburrimiento, estar a las ultimas ocurrencias servidas por la publicidad o a las acontecimientos del momento.