Es una falacia decir ingenuamente que la pandemia trata a todos por igual, cuando la realidad es que golpea con más fuerza a las poblaciones más vulnerables. También en educación son los pobres quienes sufren las peores consecuencias. Ante la dificultad de realizar la educación presencial, que es la que posibilita una verdadera educación, se ha extendido la educación online. Y no podemos ignorar que a este mundo virtual no todo el mundo tiene igual acceso, con lo que a las nuevas discriminaciones y desigualdades, habría que añadir la discriminación digital, dado que las poblaciones más vulnerables y los grupos empobrecidos y excluidos, escasamente pueden acceder al mundo de internet. Por ello, hoy se han acuñado los términos de infopobres e inforicos, para subrayar la brecha digital. Y si para muchas personas, navegar por internet es una acción cotidiana, no podemos olvidar que en todo el mundo todavía hay más de 4.000 millones de personas que viven sin acceso a internet. Según datos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), la agencia para la comunicación y las nuevas tecnologías, tan solo un 51% de la población mundial está conectado a internet: más del 85% en las regiones desarrolladas (Europa, Norteamérica), pero menos del 40% en regiones más pobres, como África y Latinoamérica, en especial, Venezuela, que tiene la peor conectividad del continente, el salario más miserable y donde la electricidad se va a cada rato.
De hecho, si bien muchos consideran que las nuevas tecnologías están contribuyendo a una mayor igualdad en la educación, la realidad es que, con su utilización tan dispareja, en vez de favorecer una democratización, y una mayor extensión de la educación, se está propiciando una discriminación de las personas que, por sus recursos económicos o por la zona o países donde viven, no pueden tener acceso a estas nuevas herramientas.
El problema es que esta brecha digital se está convirtiendo en elemento de separación, de exclusión de personas, instituciones y países. De forma que la separación y marginación meramente tecnológica, se está convirtiendo en separación y marginación social y personal. Es decir, que la brecha digital, se convierte en brecha social, de forma que la tecnología es un elemento de exclusión y no de inclusión social.
Por otra parte, no podemos olvidar que la igualdad de acceso al conocimiento, no supone igualdad ante el conocimiento. Es importante siempre tener en cuenta que en Internet nos encontramos con una información prácticamente inabarcable, pero ello no implica que la información se convierta en conocimiento, que requiere un grado de madurez cognitiva y de preparación del usuario que no siempre tiene.
Tampoco podemos olvidar la brecha digital generacional y de género, pues las personas mayores y en muchos países las mujeres, tienen menos posibilidades de dominar o acceder a estos aparatos.
Para superar o disminuir la brecha, Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, comenta que "no dejar a nadie atrás significa no dejar a nadie desconectado", lo que va a suponer, si no queremos agrandar la brecha, enormes esfuerzos especialmente en Venezuela donde la mayor parte de los hogares no tienen computadora, teléfonos inteligentes y mucho menos internet. De ahí la necesidad de garantizar lo antes posible la educación presencial, que posibilita además la interacción humana y social, elementos esenciales para una genuina educación.