¿Qué diferencia a un Maestro de un Profesor?

Domingo, 16/01/2022 08:43 AM

"Creo que de todos los hombres que nos encontramos, nueve de cada diez son lo que son, buenos o malos, útiles o inútiles, gracias a la educación"

John Locke

"El Tractatus tiene, de hecho, dos partes, una lógica (ontología atomista, teoría pictórica, tautologías, matemática, ciencia) y una mística (solipsismo, ética, estética). El significado real de la distinción decir/mostrar se ubica en el hecho de que mantiene unidas las dos al proscribir tanto proposiciones sobre la esencia de la representación simbólica y aseveraciones místicas sobre el reino de valor"

Hans-Johann Glock

I. DECIR Y MOSTRAR

En los tiempos modernos la cuestión más importante es cómo hablar de lo que no se puede hablar. Esta es la temática alrededor de la cual girará la obra de los filósofos, artistas e intelectuales de la Viena fin-de-siécle, entre los que se encuentra Ludwig Wittgenstein. La obra de Wittgenstein, la única filosófica que publicó en vida, el Tractatus Logico-Philosophicus,, ha sido interpretada a menudo fuera del contexto en el que fue pensada: la Viena inmediatamente anterior a la primera guerra mundial.

A principios del siglo xx, los intereses de Wittgenstein giran alrededor de la crisis del lenguaje. Al mismo tiempo, el imperativo con el que finaliza el Tractatus, "De lo que no se puede hablar, se debe guardar silencio", es una nueva muestra radical de una filosofía de la finitud humana, una filosofía que ha marcado buena parte de los debates contemporáneos. Pocas veces una frase de un filósofo ha hecho correr tantos ríos de tinta.

Las nociones de "decir" y "mostrar" son de vital importancia en el objetivo de delimitar el pensamiento y para comenzar a trazar el límite entre el mundo y lo místico. En el Tractatus, hay una parte lógica (ontología atomista, teoría pictórica, tautologías, matemática, ciencia) y una mística (solipsismo, ética, estética). El significado real de la distinción decir/mostrar se ubica en el hecho de que mantiene unidas las dos al proscribir tanto proposiciones sobre la esencia de la representación simbólica como aseveraciones místicas sobre el reino de valor .Lo inefable es todo aquello que no puede ser representado mediante proposiciones bipolares (verdaderas/falsas); es decir, mediante proposiciones que representan hechos posibles, como lo hacen las proposiciones científicas que tienen a la base la misma estructura lógica. De haber proposiciones que no cumplen con este criterio deben ser consideradas como pseudo-proposiciones, las cuales no dependen, de cómo son las cosas, porque se relacionan con precondiciones ‘trascendentales’ de la representación y del mundo .Lo místico, al ir más allá de lo que se puede decir con sentido, solo puede ser mostrado. Lo inefable se mueve en el límite de lo expresable, constituido por el propio sistema de representación, razón por la cual no es posible expresar en proposiciones significativas la estructura del pensamiento o del mundo. En suma, representar los hechos y comprenderlos es algo que se da en la lógica. Dentro de este marco está todo lo que se puede decir. Pero ir más allá de esto, para intentar explicar la lógica, sería necesario suspenderla, lo cual es imposible. Esto tiene como consecuencia que los conceptos formales de la lógica son en realidad pseudo-conceptos y, por tanto, que las proposiciones del propio Tractatus carecen de sentido, ya que emplean conceptos formales (‘hecho’, ‘proposición’, ‘objeto’) para hacer aseveraciones acerca de la esencia de la representación. Además, al no usar símbolos de forma significativa, estas proposiciones, de acuerdo a la misma lógica del Tractatus, ni siquiera podrían mostrar lo que tratan de decir.

Wittgenstein diferencia entre decir y mostrar:-Lo que se dice es aquella oración que cumple la función de representar la función de representar una realidad. Cualquier objeto real puede decirse mediante el lenguaje.-Lo que se muestra no es un objeto real pero es lo que permite al lenguaje referirse a objetos reales y tener un significado. Disciplinas como la lógica, la ética o la forma lógica son disciplinas que no pueden decirse porque no son objetos del mundo pero se muestran en el lenguaje ya que son la condición de posibilidad de que dichas proposiciones tengan significado. Wittgenstein las califica de mística. Estas reflexiones conducen a Wittgenstein a establecer los límites del lenguaje y a distinguir entre lo que se puede y no se puede decir. Estos límites están determinados por la noción de forma lógica y por la diferencia entre decir y mostrar:-La forma lógica establece unos límites porque el lenguaje no puede utilizarse para referirse a un estado de cosas imposible en la realidad. Tradicionalmente los enunciados filosóficos se han caracterizado por carecer de forma lógica: sus proposiciones no tenían representaban una realidad lógicamente imposible. La filosofía está formada por tanto por pseudoproblemas que tienen su raíz en el inadecuado uso de la lengua.-La diferencia entre decir y mostrar evidencia también los límites del lenguaje. En este caso lo que se muestra es la sustancia o base de la vida pero el lenguaje no tiene capacidad de describirlo: mística.

Mucho se ha discutido sobre las fuentes de las que pudo beber Wittgenstein para llegar a formular la distinción entre mostrar y decir y su tesis de que lo mostrado no puede decirse. Para algunos Wittgenstein pudo inspirarse en este punto en Frege, para otros en Tolstoi. Podrían citarse otros nombres como los de Hertz, Weininger o incluso Mauthner.

Lo que sí podemos saber con certeza es cuándo aparece por primera vez formulada en sus escritos y en qué contexto.

Lo hace en las notas dictadas a Moore en Noruega entre el 29 de marzo y el 14 de abril de 1914. En la primera observación que las mismas recogen puede leerse: "Las así llamadas proposiciones LÓGICAS muestran (las) propiedades lógicas del lenguaje, y por tanto, de(l) Universo, pero no dicen nada". Es decir, que la distinción entre mostrar y decir se introduce por primera vez en los escritos de Wittgenstein para tratar una cuestión relacionada con la filosofía de la lógica, en concreto: el estatuto de sus proposiciones. No resulta difícil entender por qué las proposiciones lógicas no dicen nada. No dicen nada porque son tautologías, es decir verdades lógicamente necesarias, de modo que no describen ningún hecho contingente que pueda darse en el mundo. Si decimos "llueve o no llueve" no decimos nada acerca del tiempo que hace.

II. EL PROFESOR Y EL MAESTRO

Según  Mélich, la distinción que establece Ludwig Wittgenstein entre el decir y el mostrar es muy útil para establecer una diferencia fundamental –al modo de "tipos ideales" á la Weber- entre dos figuras pedagógicas: el maestro y el profesor. Esta tipología debería servirnos para intentar responder a las preguntas:

  • ¿Se puede educar (enseñar) el perdón?

  • ¿Se puede educar (enseñar) el amor?

  • ¿Se puede educar (enseñar) la tolerancia?

Todo lo que Wittgenstein engloba bajo el término místico no viene configurado por una teoría científica. Allí donde las teorías científicas terminan comienza lo místico, lo indecible, lo indemostrable. "Lo místico es un modo de ser y de vivir que se concreta epistemológicamente en experiencias y acciones."( Joan-Carles Mélich)

Ambos ámbitos (el decir y el mostrar) no son antagónicos, o no deberían serlo. Serían, por así decir, dos formas expresivas. La primera estaría próxima al signo, la segunda al símbolo. Pero ni la primera ni la segunda son contradicciones ni excluyentes. La primera, para Wittgenstein, es lenguaje; la segunda, silencio. Pero esto, insisto, no implica que se excluyan. Lo que se deduce de su diferenciación es que la segunda forma expresiva (el mostrar), y lo que ella conlleva (la ética, la estética, la religión) no puede fundamentarse en la primera, en el decir, en una teoría científica, en una demostración, porque lo que se puede "mostrar" no se puede "demostrar".

Que lo místico (ético, estético, religioso) se encuentre más allá de los límites del lenguaje de la razón, de la lógica, de la ciencia, no significa necesariamente que sea irracional. Significa, eso sí, que nos hallamos ante una forma expresiva que es afectiva, una relación sensible, una razón del corazón (Pascal). Apliquemos ahora la distinción entre decir y mostrar a nuestros "tipos ideales".

Mientras que el profesor esgrime un discurso lógico, un discurso informativo, el maestro propiamente no habla, muestra, y, por lo tanto, su forma expresiva es inspiradora, evocadora, sugerente… Mientras que el lenguaje del profesor es "sígnico", el del maestro es "simbólico". Por eso el maestro que muestra, que evoca, se mueve en el «ámbito testimonial», que no debe confundirse con la (auto) presentación de un ejemplo. Sostener que la forma expresiva del maestro es evocadora significa que el silencio (no el mutismo) es una forma intensa de comunicación. Es en este instante que cobra todo su sentido el último aforismo del Tractatus, que reclama un imperativo del silencio.

Este silencio, el silencio del mostrar, el silencio mítico, en el caso del maestro, podría concretarse en los siguientes tres aspectos. Primero: lo que puede ser mostrado no puede ser demostrado. Segundo: lo que puede ser mostrado no puede ser explicado. Y, por último: lo que puede ser mostrado no puede ser explicitado.

La relación maestro-discípulo (a diferencia de la del profesor-alumno) no es propiamente una relación de enseñanza / aprendizaje, sino una transmisión testimonial. Esto significa que no se basa ni en demostraciones, ni en explicaciones, ni en explicitaciones. Digámoslo de otro modo: lo que el maestro transmite, no lo puede demostrar, explicar o explicitar porque no se reduce a la lógica del lenguaje, al decir. No es ningún "hecho del mundo", sino su "experiencia vital". Pero precisamente porque es transmisión testimonial el maestro no convierte en ejemplo su experiencia, ni la transmite para que sea repetida o tomada como modelo. Si la transmisión magisterial es silenciosa (y no tiene nada que ver con el mutismo, puesto que éste no comunica nada en absoluto mientras que el silencio es justamente un instante intenso de comunicación), si es silenciosa, pues, es porque nada de lo que se transmite puede ser demostrado, sino simplemente mostrado.

Ahora bien, precisamente porque es mostrado (y no puede ser dicho) tampoco puede ser explicado. La explicación se mueve en el ámbito de la lógica, por eso si se explica lo que se transmite, el mostrar propiamente dicho desaparece. La explicación hace referencia a un discurso coherente, que parte de unas premisas, y a través de un desarrollo llega a unas conclusiones. La transmisión del maestro nada tiene que ver con esto, por eso no explica nada, ni tampoco puede transmitir algo explícito, porque su valor, si lo tiene, es justamente la sugerencia, la evocación ("el que tenga oídos que oiga..."). La transmisión del maestro abre un sutil juego de implícitos que pueden ser escuchados (o no). Por eso la inseguridad es propia de esta transmisión, una transmisión que no puede ser evaluada con los parámetros al uso. Estas expresiones del maestro se parecen a lo que uno hace cuando lee, por ejemplo, un poema. Se capta lo que no se ha dicho a través de lo que se dice. Cualquier intento de decirlo lo destruirá. Así, mientras que hay profesores expertos es imposible que pueda haber maestros expertos. El experto es alguien que parte de un corpus teórico de conocimientos y sabe cuándo y cómo aplicarlos. Por esto no es posible con el maestro. Este es, digámoslo así, un indigente.

En la transmisión maestro-discípulo lo que se transmite no se puede explicar. De no ser así el efecto de la transmisión quedaría arruinado. Pero es evidente que, aunque no se puede enseñar, lo que el maestro desea transmitir tiene que ser aprehendido por su discípulo. En este caso, la forma de aprender es el contagio mimético.

Así como todo buen cocinero no enseña a cocinar (o el amante no enseña a amar) dando un manual de instrucciones, el maestro no puede enseñar enseñando explícitamente, esto es, demostrando o explicando lo que quiere enseñar. El maestro enseña enseñando lo que no se puede enseñar. El maestro muestra, de testimonio. Es entonces cuando el discípulo aprende, aprende "por contagio", por mímesis, y descubre lo que el manual no puede enseñar, comprende el juego de implícitos y de evocaciones aunque, al mismo tiempo, no pueda hacerlo explícito. ¿Cómo explicarle a alguien lo que es el gusto, el tacto, la sensibilidad, la emoción? ¿Cómo explicarle en qué consiste el perdón, la tolerancia, lo bello?

Del mismo modo que el poeta o el músico además de técnica poseen esa sensibilidad que les hace sentir realmente buenos poetas o buenos músicos, el maestro sabe transmitir la tolerancia, el perdón, el amor aunque no sepa (ni pueda) explicar. El testimonio se desliza entre los intersticios de sus palabras, en los espacios vacíos de su lenguaje. De ahí la dificultad del oficio de poeta, y de nuevo la sospecha que se trata de un arte inenseñable. No se pueden tomar notas o apuntes, no se puede uno esforzar por decir esto o aquello, no se puede hacer otra cosa más que esperar. En silencio. Esperar ese golpe de espíritu en que un momento del mundo se hace palabra como se espera a que un niño se haga hombre o a que un fruto madure, sin que sea posible acelerar el proceso por mucha urgencia que uno tenga de esa palabra, y con el temor constante de que el asunto se malogre, pero con mucha mayor dosis de azar, porque aquí no se sabe nunca de antemano lo que puede uno esperar, porque es preciso aprender, como sugería el viejo Heráclito de Éfeso, a esperar lo inesperado.

Al igual que el profesor el maestro transmite pero, a diferencia de él, no transmite explícitamente. El profesor explica teóricamente, argumentativamente, necesita demostrar lo que dice. El maestro, en cambio, no sólo no quiere explicar, tampoco puede porque la explicitación arruinaría la transmisión, porque la fuerza de lo transmitido radica precisamente en su "poder de evocación". Precisamente porque la transmisión maestro-discípulo no es una mera transmisión de enseñanza-aprendizaje sino una «transmisión testimonial» uno no puede saber cuánto tiempo necesita para aprender. Digámoslo de otro modo, mientras que el profesor se mueve en una dimensión cronológica, el maestro hace lo propio en una kairológica. En una palabra, en la transmisión testimonial no es el kronos el que marca el tiempo sino el kairós.

El kairós es el tiempo oportuno, el instante que surge de repente, que llega sin avisar, que no se puede prever, ni programar, ni planificar, ni organizar. El tiempo kairológico está próximo al acontecimiento. Un buen maestro sabe cuándo tiene que acercarse a un alumno, cuándo debe ser crítico con él y cuándo debe ser atento y cuidadoso. Pero no lo sabe a priori. De hecho no sabe que lo sabe, no sabe explícitamente que lo sabe hasta que lo descubre in situ, en la situación, en el momento en que se produce.

El buen maestro sabe que tener tacto no es una técnica y, por lo tanto, algo de lo que puede echar mano como el que consulta un manual para saber cómo funciona un teléfono móvil. El alumno, por su parte, sabe que no es el tiempo cronológico el que marca el tiempo de la transmisión. El alumno sabe que nunca terminará de adquirir el modo de ser que le transmite el maestro, porque tampoco el maestro posee ese modo de ser, tampoco lo domina. El maestro es un incompetente.

Uno de los mayores errores educativos consiste en creer que el aprendizaje mejoraría si mejorasen las técnicas, los instrumentos, las evaluaciones, si todo se planificara mejor, más explícitamente, más tecnológicamente. Dicho de otro modo, se cree que el fracaso pedagógico podría superarse a fuerza de añadir más explícitos a los implícitos. Pero, en este caso, se olvida algo obvio, a saber, que la diferencia entre el decir y el mostrar es una diferencia de naturaleza y no de grado, y que, por tanto nunca se llena o se optimiza el mostrar a base de mejorar el decir. En otras palabras, por más que uno sea mejor profesor nunca llegará a ser maestro, porque por más que se esfuerce en mejorar las técnicas de enseñanza nunca acaba convirtiéndose en testimonio. En este caso no se tiene en cuenta la fractura, el límite del lenguaje que Wittgenstein había descrito en el Tractatus: lo que se puede mostrar no se puede decir.

III. BIBLIOGRAFIA USADA YRECOMENDADA

  • Carmona, Carla. Ludwig Wittgenstein: La consciencia del límite

  • Glock, Hans-Johann El surgimiento de la filosofía analítica

  • Mélich, Joan-Carles : Filosofía de la finitud

  • Mélich, Joan-Carles : Transformaciones, Tres ensayos de filosofía de la educación

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