¿Cómo sé que me he convertido en un docente justo?

Martes, 14/01/2025 12:01 PM

"Lo que Yahveh de ti reclama: tan solo practicar la equidad, amar la ternura, y caminar humildemente ante tu Dios"

Miqueas 6:8

"Sólo el amor puede hacer surgir el deber"

J-F. de Raymond

"Es justo dar a cada uno lo que le es debido"

Simónides

"La justicia debe ser la primera cualidad de un ordenamiento social, igual que la verdad es lo primero que exigimos a un sistema de pensamiento"

John Rawls

"El educador influye en el educando, en primer lugar

a través de lo que es.

Después, a través de lo que dice .Por último, a través de lo que hace"

R. Guardini

A la memoria de mi madre Ana Verónica Bates de Azócar

I

Persona, conducta y sensibilidad moral son los términos que subrayan la predisposición, los conocimientos y la sabiduría práctica que un individuo aporta en su papel de docente (profesor, maestra). Existimos desde los demás, llegamos a ser con los demás y logramos nuestro mejor yo cuando vivimos para los demás. Ese proceso mediante el cual nos ayudamos los unos los otros para el descubrimiento, realización y plenificación de nuestra existencia humana es la Educación.

En el camino de su propia realización, el ser humano se mueve por deseos contradictorios. Existe en nosotros una fuerza que ha de ser orientada y canalizada para que se convierta en energía constructiva. Esto requiere un dominio de si y una educación de nosotros mismos para transformar el querer en un poder bueno. Es voluntad de Dios que el educador se eduque educando, que crezca haciendo crecer, que desarrolle su parte mejor en el empeño de educar a los otros. Dios pide que nos empeñemos en hacer mejores a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes que nos son confiados; pide que los ayudemos a crecer en sabiduría, a desarrollar sus potencialidades, a negociar con sus talentos con prudencia y equilibrio. Está en juego su crecimiento humano, profesional, y también su crecimiento interior, espiritual en el sentido pleno de la palabra, que les haga capaces de afrontar también una sociedad exigente, dura, despiadada, competitiva. En este sentido y en este horizonte educativo, necesitamos una educación "global", para prepararles a los desafíos de la vida. El crecimiento humano y profesional ha de ir unido con la responsabilidad "ética", que significa convertirse en "buenos ciudadanos", honrados y responsables. La tarea educativa, que involucra muchas energías, es una verdadera misión "humanitaria". Por lo demás, ¿Qué cosa hay más grande que hacer crecer a personas que mejoran la calidad de vida propia y ajena, porque se han mejorado interiormente?

La educación (docencia) necesita de gente muy despierta y animada, y sobre todo, consciente de su responsabilidad. Necesita de una respuesta diaria. Quien es llamado para la educación, tiene que saber que es responsable ante el llamado para educar. Si somos llamados para las clases es porque tenemos madera, no de santo tal vez, pero sí de alguien que puede transmitir e influir en otros de manera positiva y duradera. Quien es llamado a la docencia, es llamado a tener una conversación constante con la verdad, con el conocimiento, con el ser humano, con la humanización de la persona. El llamado es la huella trascendente del docente.

II

Junto con la verdad, la justicia es uno de los contenidos más importantes de la acción educativa. La considero como contenido y no sólo como una forma adecuada para las relaciones entre grupos y personas. Por supuesto que la base de toda buena relación entre seres humanos es el trato justo, pero vivir y practicar la justicia no es solamente una cuestión de "buenas maneras", sino una opción moral que se debe conocer, adoptar, practicar y, en el caso de la educación, saber enseñar.

El término justicia es uno de los más utilizados por políticos, comunicadores, analistas e intelectuales. El ser humano aspira a la justicia, entendida como el elemento básico de las relaciones, la asignación adecuada de recursos, premios y castigos y el imperio de la ley. Quizás en estos tiempos la conciencia universal de los propios derechos y la constatación de la distancia que existe entre su plena vigencia y la realidad, impulsa aún más el afán natural por la justicia. De la mano de la toma de conciencia de los derechos individuales y sociales, va la aspiración de justicia de individuos y sociedades.

Muchas personas dedican su vida a trabajar por la justicia, a crear condiciones para una sociedad y un mundo más justo. Otros, aún bien intencionados, terminan limitando la búsqueda de justicia a la satisfacción de una demanda personal o sectorial. Aunque es legítimo defenderlos, identificar a la justicia con un interés particular puede vaciarla de contenido y reducirla a un buen eslogan, o parcializar su alcance, con lo cual en lugar de hombres justos nos topamos con justicieros. Estas tergiversaciones no deben apartarnos de asumir a la justicia como el valor básico de toda vida moral y social, En esta tarea, Aristóteles puede ayudarnos. En su Ética nicomaquea, emparenta la justicia con lo "legal y lo igual" y afirma que lo justo es aquello que produce y protege la felicidad. A partir de esta sencilla definición comprendemos por qué el filósofo consideraba a la justicia como una virtud perfecta. La justicia siempre se dirige hacia el otro, no hacia el propio ser o interés; implica compromiso con los demás. Al proteger la felicidad, brinda un horizonte estable para el desarrollo individual en relación con los otros miembros de una comunidad. La justicia no solamente protege el derecho de los individuos, sino que produce su felicidad, es un camino imprescindible a transitar para hallar el sentido pleno de la vida. La justicia cuenta con dos dimensiones concatenadas:

* La inmediata o superficial, consistente en el proceso establecido y aceptado de dar y recibir, de acuerdo a la ley vigente.

* La profunda y de largo alcance, donde la justicia se transforma en hábito y comportamiento central de la persona.

Cuando nos quedamos en una dimensión superficial o meramente transaccional, la justicia siempre es limitada, porque las interacciones entre personas no se agotan en un simple trueque y porque la percepción de lo adecuado o legitimo fácilmente puede ser motivo de controversias, disputas y malestar. Cuando se reduce a un simple contrato o transacción, el vuelo de la justicia es de corto alcance. Nuestra sociedad cae con frecuencia en la tentación de una justicia parcial, limitada e incompleta. Para muchos, la justicia es algo externo, una serie de condiciones a las cuales aspiro por derecho propio, ajenas a mi comportamiento y a mis acciones. Cuando caemos en este reduccionismo, sin darnos cuenta nos quitamos el compromiso de trabajar por la justicia y solo la exigimos, la añoramos o nos lamentamos por no disfrutarla. En ocasiones, blandiendo banderas justas favorecemos la injusticia. Cuando herimos a los demás, cuando les hacemos daño, no solo los injuriamos sino que somos profundamente injustos. Por todo ello siempre cabe preguntarnos, como un examen de vida permanente, si queremos ser personas justas y si nuestra vida está comprometida con la justicia, más allá –y a veces, en contradicción- con nuestros intereses y demandas.

En la misión educativa no solamente debemos considerar las legítimas demandas de justicia, sino considerar la educación como un campo propicio para el ejercicio y la enseñanza de la justicia. Volvemos a Aristóteles cuando define al hombre justo como aquel observante de la ley y de la igualdad». Habiendo desarrollado el hábito, el hombre justo trata de vivir la justicia en su vida de todos los días como una virtud. Es bueno señalar alguna de las características de su personalidad y de su forma de comportarse:

* Conoce sus fallos, los asume y los recuerda al establecer relaciones de cooperación y no de imposición frente a los demás.

* Para relacionarse con otros, deja de lado sus prejuicios.

* Piensa buscando honestamente la verdad y no de acuerdo con sus intereses. Juzga sin corromper su pensamiento.

* Considera que toda persona tiene derechos que deben respetarse

* En su comportamiento, atiende a todos por igual y no prefiere, a priori, a nadie.

"Sabe que lo justo siempre es proporcional y que lo injusto consiste en estar fuera de toda proporción. Por lo tanto, sabe distribuir cargas según el mérito y las posibilidades de cada persona"(Gustavo Magdaleno)

Muy importantes para todos los seres humanos, estas características son fundamentales para los buenos educadores. Así como pide llegar a la verdad, el alumno demanda justicia y debe ser formado en la justicia y para la justicia. Una de las primeras y principales quejas de los alumnos es "la profe fue injusta conmigo" o tal hecho "fue injusto". Cuando ya han pasado varios años de nuestro paso por la escuela, es frecuente recordar situaciones que vivimos como injustas o incluso calificar a determinados docentes como injustos. Estos ejemplos pretenden marcar lo relevante que es la justicia para las relaciones educativas.

La acción educativa se sustenta, antes que en importantes programas y en irrenunciables capacidades técnicas, en la persona de quien educa. En el caso de la justicia, el punto de partida es un educador que haya optado éticamente por intentar vivir la justicia como hábito, preocupado por desarrollar sus relaciones desde la justicia y atento al progresivo desarrollo de la justicia en la sociedad a la que pertenece. En términos esquemáticos, el educador justo entrelaza su preocupación política -porque la educación es una actividad política, formadora de ciudadanía y su compromiso ético al intentar ser justo en el ejercicio de su misión. La buena educación necesita de una verdadera y constante pedagogía de la justicia. En primer lugar, la pedagogía de la justicia debe ser practicada por el educador, que debe aprender a ser un justo conductor de grupos y personas. Todos sabemos que la justicia requiere de un buen ejercicio del poder, desde la razón y no por medio de la humillación del gobernado. El educador justo sabe ejercer el poder conferido por los padres y por la sociedad, cuando lo basa en su ejemplo y en la autoridad que deviene de sus actos justos. Un punto fundamental para lograrlo es el buen trato, la atención hacia todos (especialmente, a los más débiles y solitarios), la sencillez en las maneras y la calidez en la comunicación. La justicia siempre va unida a la templanza, la magnanimidad y la compasión: los educadores debemos ejercitar estas virtudes si queremos ser justos con nuestros alumnos.

Un aspecto esencial para el ejercicio de la justicia en la educación es la evaluación. Todo educador de un sistema formal evalúa, promueve o desaprueba. Es claro que debemos hacerlo en referencia al rendimiento específico de un alumno, nunca sobre su persona. Pero aún en su aspecto técnico, es bueno orientar nuestros juicios evaluativos y nuestro ejercicio de la justicia a través de la equidad. Aristóteles la define como el "enderezamiento de lo justo legal", una mirada particular a partir de una ley general. La justicia se basa en la ley y esta rige para todos, pero el efecto deseado (el imperio de la justicia) no siempre se obtiene. "Es allí donde se requiere la rectificación de la ley en la parte en que esta es deficiente por su carácter general".

La equidad nos permite, sin apartarnos de las reglas comunes, personalizar las exigencias y apuntalar a las personas con las que tratamos. Nos da la flexibilidad necesaria para, sin caer en pragmatismos innobles, no ser implacables y alejarnos, sin darnos cuenta, del sendero de la justicia.

En segundo lugar, la pedagogía de la justicia requiere que el educador asuma las consecuencias del justo obrar. En principio, asumir cabalmente la responsabilidad de los actos y también de las omisiones. Pero también implica estar dispuesto a dar cuenta de nuestras acciones como educadores. Estamos acostumbrados a evaluar y a dar opiniones sobre nuestros alumnos, pero la justicia exige que aceptemos la necesidad de dar cuenta de lo que hacemos en el proceso educativo, de asumir las rectificaciones que sean necesarias para cumplir con nuestra misión. Instrumentos como la autoevaluación del trabajo de un año, la consulta a los alumnos sobre el propio trabajo y la evaluación anual a cargo de los directivos son buenos recursos para vivir la justicia como profesional.

Tercero, la pedagogía de la justicia exige que la sepamos enseñar. El mundo necesita de personas con un claro sentido de justicia. Personas que sepan anteponer los criterios justos a sus intereses. Personas que descubran que el mundo no siempre es un campo donde reina la justicia y, por lo tanto, que asuman el compromiso de trabajar por su progresiva implantación. Personas que aprendan a sostener convicciones en nombre de la justicia, aunque impliquen sufrimiento y oscuridad. Personas que sepan trabajar por la justicia aunque no alcancen recompensas o éxitos. En definitiva, personas que, en el trato escolar de todos los días, en la preparación académica, en sus análisis aprendan a ser justos, sin esperar que otros lo sean. Son temas sobre los cuales nos cuesta hablar o que pueden resultar impopulares, pero la formación de la voluntad, una tarea no sencilla, lo exige.

La pedagogía de la justicia no es simplemente ceñirse a un marco legal o normativo. Tampoco lo minimiza, sino que lo reconoce tal cual es: primer escalón imprescindible y que debe respetarse para la acción. Escalón imprescindible pero no suficiente. Luego de cumplir con las obligaciones legales, la pedagogía de la justicia insta al educador a ser equitativo, a apuntalar -en la medida de nuestras posibilidades y con el margen que nos brinden las circunstancias a los alumnos que requieran de una atención especial para cumplir con lo dispuesto.

Pero más allá del cumplimiento de la ley y el tratamiento educativo, los educadores nunca debemos olvidar que la justicia, aunque es una virtud perfecta y una base imprescindible para la conducta personal y el bienestar general, no cubre todas las dimensiones de la persona ni sus expectativas. En la tarea educativa, hay momentos en que la persona necesita algo más que justicia. La buena educación requiere de justicia y de docentes justos, pero con ellos no alcanza. También requiere de hombres y mujeres que practiquen el amor y la misericordia, más allá de la justicia. Saber perdonar, saber olvidar, amar más allá de lo establecido y merecido es un horizonte al cual no podemos ni debemos renunciar.

III CODA

La referencia al yo es esencial en la acción educativa, pero esta referencia no se puede ni se debe traducir en una voluntad proselitista de convencer al educando. Hay que hacerle ver, en todo momento, que la visión de la cosa que se le presenta no es una visión absoluta, sino una perspectiva más que él ha de contrastar con otras perspectivas sobre la misma cosa.

Como dice Aristóteles en la Metafísica, el ente se dice de muchas maneras (ens dicitur multipliciter) y, por tanto, sería una pretensión insensata intentar mantener la tesis de que la realidad solo se puede presentar de una manera, que la del educador. Allí donde hay voluntad hegemónica, difícilmente puede haber acción educativa. Precisamente el adoctrinamiento es el olvido del diálogo, la negación de que el otro puede tener razón. Esto significa que la tarea educativa es, irremisiblemente, una empresa hermenéutica, en el sentido más gadameriano del término. Interpretar el mundo correctamente significa admitir que el otro puede tener razón y que yo puedo estar equivocado. El educador no puede ocultar su singularidad, porque la educación es esencialmente un juego de identidades, una interrelación de singularidades en la historia, un diálogo permanentemente abierto entre dos rostros que se abren a la complejidad del mundo y tratan de comprenderla. El educador debe partir de la idea de que no todo lo que acontece en el mundo puede ser dicho. La distinción wittgensteiniana entre el decir (sagen) y el mostrar (zeigen) adquiere, en este punto, toda su relevancia. La finalidad del filósofo es pensar la realidad, pero la finalidad del educador no consiste solamente en pensarla, de manera aislada e individual,sino también en comunicarla al educando a fin de que este comprenda dónde se encuentra y pueda orientarse en la existencia. Si, como dice el creador del Tractatus, hay dimensiones del mundo que no pueden ser dichas, será esencial mostrar al educando aquello que no puede ser dicho a través de otra forma de lenguaje, como el silencio, el arte, el gesto o la música.

ALGUNAS REFERENCIAS

  • Gustavo J.Magdaleno, El espíritu del educador

  • Javier Barraca, Una antropología educativa fundada en el amor

  • Fernando Bárcena, El aprendizaje como acontecimiento ético. Sobre las formas del aprender

  • Fernando Bárcena Aprendiz Eterno: Filosofía, Educación Y El Arte De Vivir

  • Benedicto XVI., Carta sobre la tarea urgente de la educación, Roma, 21.1.2008

  • Pier Giordano Cabra, Las bienaventuranzas del educador

  • Joan-Carles Mélich, Ética de la compasión

  • Joan-Carles Mélich, Transformaciones:Tres ensayos de filosofia de la educación.

  • David T. Hansen , Explorando el corazón moral de la enseñanza. España: Idea Universitaria,

  • Francesc Torralba Rosello . Un nuevo curso: educar, educar y educar [en línea]. Forum Libertas. Disponible en: http://www.forumlibertas.com/un-nuevo-curso-educar-educar-y-educar/

  • http://socialismo-budismo-y-cristianismo.blogspot.com/

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