Una práctica que se pone más de manifiesto en Venezuela, en estos tiempos del pandémico año 2020, es eso de cocinar con leña. Cada vez son más las personas, habitantes de espacios intraurbanos, periurbanos y rurales, las que tienen que recurrir a la tradicional forma de cocinar con leña. Muchas han tenido que aprender esta técnica, ya que nunca la habían utilizado.
La razón de lo anterior es que la distribución de gas doméstico en Venezuela se ha convertido en un verdadero problema, en un perturbador dolor de cabeza. Son muchos los lugares a donde el gas para cocinar no está llegando con regularidad, transcurriendo períodos de hasta tres meses para que a este preciado y volátil hidrocarburo se le vuelva a ver la cara.
A falta de gas, buena es la leña, dice la conseja popular que se ha convertido en una especie de frase de resignación y de darse ánimo, o, para usar una palabra de más reciente data, de resiliencia social. Cualquier recurso disponible, cualquier pedazo de madera, están siendo utilizados para armar fogones improvisados, a fin de cocinar los alimentos. En algunos lugares, incluso, ya se comienzan a observar las huellas de la extracción de especies arbóreas para convertirlas en leña.
Como se sabe, el uso masivo e indiscriminado de la leña para cocinar tiene efectos negativos, que se traducen en procesos de deforestación y erosión, contaminación del aire y daños en las vías respiratorias de las personas. Sin embargo, para extraer algún aspecto no negativo de todo este proceso, las personas no sólo aprenden esta técnica rudimentaria para cocinar, sino que también aprenden a racionar un recurso escaso como es la leña, a planificar cuidadosamente lo que se va a cocinar en función del tiempo disponible y de las condiciones atmosféricas, y también a utilizar un residuo como es la ceniza, bien como fertilizante para las plantas, o como desinfectante para lavarse las manos. Al fuego, ¡fuego!