"Cuando alguien ha sido manchado una vez la sospecha siempre queda": (de una serie policial francesa)
La calumnia. La envidia es un sentimiento muy común, más común de lo que la gente se imagina; el deseo de tener lo que los otros tienen y quizás de manera exclusiva produce tristeza y resentimiento. El envidioso puede, por acción u omisión hacer mucho daño, usar la calumnia es una de las formas, más común de acción, del envidioso. Para perjudicar a una persona que se le ha acumulado envidia en nuestros corazones basta con distribuir rumores dañinos, descalificarla, exasperar al resentido de al lado tan envidioso como él; alimentar el odio fácil, el más fácil del mundo, el odio de la envidia. ¿Cuántos políticos chapuceros e hipócritas no desearon ver caer a Ramírez desde el mismo momento que fue nombrado ministro, y terminaron siendo sus subalternos? Eso crea y cría resentimientos en mucha gente vulgar. Por otro lado, lo más fácil del mundo es declarar en público y en voz alta –"yo no envidio a nadie". Eso parece dar mucho prestigio, sin embargo no tanto por expresarlo sino por creerlo. Al fanfarrón se le ennoblece el rostro cuando lo dice. Pero es fácil vociferar, difícil es controlar el resentimiento que arde por dentro (el resentimiento es como la libido, no se puede reprimir del todo, se transforma, se "civiliza", pero quema igual)
Descalificar, confundir… confundirnos
Descalificar a los enemigos personales (porque son enemigos personales) y confundir a la gente con la desinformación, aprovechándose de su ignorancia y su flojera por saber la verdad, es otro recurso de la infamia. La manera más simple y efectiva para descalificar a alguien desde el gobierno y en un país que se ha cultivado en la pacatería (moralismo del pequeñoburgués) como el nuestro, es acusarlo de "corrupto". Los habitantes más tranquilos y calmos de este país compensan su baja autoestima, su autodesprecio sabiendo que cerca hay alguien que es más vicioso, más pobre, peor vestido y alimentado que ellos. Pero, si se lo puede calificar de corrupto, sería un gran alivio para el paciente iracundo, sería el mejor calmante a su ansiedad de resentido personal y social (o ambos…, sea el caso).
"¡Corrupto!": siempre está referido a la administración pública. En el mundo privado no hay corruptos, más bien gente habilidosa para los negocios. En nuestra cultura es un calificativo genérico que abarca desde un simple ladrón de engrapadoras hasta el desvío de partidas, la malversación de recursos, y todo lo relacionado con la mala administración de recursos del Estado.
A nadie de aspecto decente se le ocurre pensar que la corrupción sea un estado moral, que escurre en el mundo interior de los malos sentimientos y deseos. Porque nadie, que no se ha atrevido a ni siquiera a robar en su oficina dinero o cosas, quisiera sentirse culpable por todas aquellas cosas que pasan en su mente (por ejemplo, cuando piensan en lo fácil que sería robarse una impresora, o el papel higiénico del baño). Inclusive, con los pequeños hurtos y trampas suelen ser tolerantes; para ellos (para el hombre y la mujer con aspecto decente que juzga de corrupto con la rapidez del rayo) existe un escalafón que va del "corrupto" al "hombre y la mujer de bien": primero serían las "naderías" (engrapadoras, papel higiénico, lápices, teléfonos y carteras; para el pillo pacato eso no cuenta como corrupción), luego "corrupto" (autos, camionetas 4x4., sus repuestos, cobro de comisiones, desvíos de fondos a cuentas personales, etc., y por último, el máximo de la inteligencia, del éxito social, los "hombres y mujeres de bien" (aquellos que roban empresas, tierras, minas, petróleo, tráfico a gran escala, con bufetes y muchos testaferros). Por eso no conviene pensar que la corrupción sea un problema moral, ofende y duele mucho. Mejor que siga siendo una cuestión contable… y política, un asunto de poder.
No obstante los resentidos y envidiosos de "aspecto decente", esos son los peores corruptos, "corruptos de alma", los que saben que en condiciones más seguras, sin arriesgar nada, sobre todo su reputación de hombres y mujeres honrados, podrían cometer, sin muchos escrúpulos, los delitos que sí cometen otros más osados de forma desvergonzada aprovechando de los favores que les debe el poder ... Corrupción, el gran descalificativo universal, sigue siendo un comodín, un bálsamo moral, que como juicio moral, para los más pícaros depende del tamaño de lo robado y del poder que se conquiste con el botín. Y sigue siendo lo más útil y efectivo para manchar reputaciones, sobre todo a los adversarios moralmente fuertes, con convicciones verdaderas…, y una gran medicina para aliviar los corazones cargados de resentimientos y envidia.
Personalmente no tengo trato con Rafael Ramírez, pero sé que tiene coraje, una reputación política, pública, y que tiene derechos, que ahora están difusos porque un odio generalizado hacia su persona se ha apoderado de la cordura de muchos (resentidos y envidiosos, sean los casos): el madurismo, del lado del pueblo chavista, el chavismo político, del lado del pueblo que no es chavista, y sobre todo en la derecha resentida, ofendida y dolida por no haber podido en 10 años manejar los negocios petroleros y apropiarse de toda su renta, como en la "cuarta".
Una persona tan odiada tiene que ser valiosa, ¡solo por eso debe ser valioso!, produce mucha angustia, irrita con su presencia a mucha gente, a pesar de que nadie lo conoce personalmente; lo hicieron un símbolo erigido por odio. Hoy, después de ocho años, nadie conoce su vida, más allá de las fantasías de Maduro calculadas e imaginadas desde su deseos e insatisfacciones personales: "¡palacetes!, ¡Islas privadas!... etc.", juzgan la vida y la persona del ministro Ramírez por sus propias carencias, sin acercarse al hombre (porque no lo conocen) y al político (porque no les interesa). Sin embargo es una de las personas más odiadas en este país de locos; alguna verdad se oculta detrás de tantos rencor e infundios y replicados.
El caso Ramírez amerita un análisis y debate político a fondo, por los políticos e intelectuales, dentro y fuera del PSUV, igual como el asesinato de Chávez merece una investigación política, un debate político dentro del chavismo más lúcido y verdadero, además de la investigación policial. Cuando se pierde la perspectiva política se pierde todo, cuando se pierde la estrategia, el norte político solo queda una visión personal y mezquina frente al adversario, aflora la calumnia y demás recursos de la infamia. Si tan sólo se retomara la política como medida del análisis y no los sentimientos personales. Si hay que hacerle a Ramírez un juicio, éste debería ser un juicio político, pero junto al juicio de Maduro y el madurismo de los 4 fantásticos, a los cuales, por estar aún en ese estadio de "gente de bien", como Lorenzo Mendoza, no se lo puede juzgar con claridad, con la mente lúcida.
El tiempo lo dirá, la historia sabrá juzgar a unos y a otros.
VIVA Chávez