Neocolonialidad en la novela del petróleo en Venezuela

Sábado, 04/11/2023 01:24 AM

Lo que han creado durante un siglo es lo que nos está dominando. Comenzaba el siglo XX y el escritor y periodista venezolano Miguel Otero Silva atrapaba con su novela ofrecida al género del petróleo: Oficina Número 1. Venezuela narrada en la crudeza de episodios que transitaron el paso de un siglo petrolero originado por modelos de transnacionales apoyados tras la dictadura militar de Juan Vicente Gómez. Juntos impusieron el paso de un siglo de modelo colonial el cual afectó la conducción de la vida en el país.

Una parte de la historia del petróleo se desarrolló en medio de un pueblo llamado Ortiz. Aquello quedó abandonado por todos sus habitantes. Sin haberse dado cuenta habían partido. Todos en medio de estas partes del país petrolero el cual comenzaba a reseñar la vida de unos muy ricos y de otros demasiado pobres. Condiciones que hicieron tomar al país en medio de un trago de colonización. Venezuela la casa del petróleo también estuvo en las entrañas de la colonización del mismo.

Desde entonces la sociedad se fracturó en dos, mientras el país seguía igual. Atónitos sus habitantes observaron el nacimiento de una notada clase media la cual derrochaba, compraba en exageración y reproducía eslóganes como "esta barato, dame dos", "la Venezuela saudita", "vamos para Miami". Un país estupefacto de hechos nunca vistos los cuales trajeron apresuradamente el rentismo del petróleo.

Hubo pueblos creados para ser petroleros, "El Tigre" fue uno de ellos y allí estaban los campos de La Oficina. Muchas anécdotas encontraron brechas entre clases sociales pudientes y las que ni siquiera fueron clase; eran pobres. Un escritor —Efraín Subero— lo relata en su obra Campo Sur, donde se perdían vidas de jovencitas empujadas a otro campo, el de la prostitución y como compañías petroleras junto al gobierno crearon el Campo Norte, distinto al Sur donde habían quedado obreros, necesitados y barracas.

Sitios llenos de privilegios y sorpresas, escenario obsceno para los percibidos extraños en su tierra. Así se entraron, instaurados en desigual comercio las trasnacionales del petróleo estadounidense, ingleses y holandés. Juntos explotaron irracionalmente, mientras una naciente sociedad era obligada a dejar sus campos y agricultura por imbuirse en el negocio de la renta.

Pero la historia del petróleo en Venezuela no es ni un recuerdo. Decididos, sin presionar la úlcera sensible de la memoria. La mala, escogida por naturaleza para advertir el negocio de extranjeros advertidos, atendidos por ellos mismos. Algo expresado en el último siglo y medio en todas sus maneras. Si hubiésemos estado enterados no habríamos deseado que toda esta planeación de agotamiento resistiera tanto. Como cuando las ocurrencias de un trapo limpio tapa los deslices de las diferentes iglesias quedando como recuerdo un santo deportado. Así fueron las cosas en la casa sudamericana del petróleo.

Venimos del dolor tras su explotación. Un aprovechamiento criminal, impuesto a sangre y fuego. Su inicio fundó cientos de bares y empujó a miles de jovencitas a la prostitución para luego dar a luz cientos de muchachitos, muchos muriendo a días de haber respirado, vinieron para ser depositados en endebles cajas de madera donde los gringos importaban manzanas para sus ciudades del petróleo.

Campos donde el miserable violaba la alambrada con sus hijos para robar agua. Y si recogían del suelo un mango (fruta jugosa rica en vitaminas) y el Guachimán (venezolanismo de vigilante) lo veía padre y niños iban presos.

La naturaleza no tuvo la culpa de conformar por medio de presión y calor microorganismos vegetales y animales en descomposición combinados con depósitos marinos descompuestos para formar una compleja mezcla oscura llamada Mene (vocablo indígena correspondiente al petróleo).

Esa mezcolanza impregnó a seres humanos transformándolos en esclavos, clasificados en hombres de tres regiones geográficas; el Andino quien vigilaba a favor del amo; el margariteño, hombre oceánico quien aguantaba el Resuello y fue a construir cientos de torres petroleras asesinando por órdenes de transnacionales la vida en el Lago de Maracaibo, luego el falconiano, (ambos estados Zulia y Falcón situados al Norte costero de Venezuela) hombre trabajador, duro para la diaria faena.

Nunca el venezolano supo que en los alrededores de su humanidad estuvo tan cerca el manejo sólido de una riqueza tras su comercialización y la cual ni siquiera pudo tocar. No obstante, en medio de tanta opulencia y tendencias siguen manifestándose preocupaciones tras un negocio el cual no alcanzó a levantar una idea que consiguiera advertir como nación productora no desviara sus esperanzas al llegar tarde a este acontecimiento.

Así se desdobló un paisaje de sólido espacio entre compradores y malgastadores en los cuales ninguno triunfó sobre el desarrollo en arcas de dineros, aun cuando su expansión comprometió abusos tras su miserable explotación e injusta comercialización arrastrando extensos números de muertos en todas las guerras habidas y las anunciadas por petróleo.

El triste caso venezolano exportó más del 90 % de su producción. Su negocio apenas dedicó a la agricultura una limosna, 13% cuando la mayoría de sus tierras son cultivables, quedando el 86% de sus dominios bajo la propiedad privada.

Un 13 de noviembre de 1939 la Costa Oriental del Lago de Maracaibo —Venezuela— ardió. Mucho se ha dicho lo cierto es que el párroco denunciaba un par de meses antes el inusual derrame de petróleo, todos acusaban a las transnacionales interesadas en despachar a los pobladores para extraer el crudo que se escondió por siglos en esos lados. Esa noche el fuego dejó cinco mil víctimas.

En la mañana las imágenes eran un sitio de guerra. Presentaron como culpable a Alicia Mendoza dueña del Bar Caracas. Pero aún hoy la verdad se esconde pues los Prefectos actuaron y el área quedó sujeta a sus órdenes y con todos los derrames siempre se hicieron los desentendidos. La estrategia era correrlos y quedarse con aquellas ricas tierras de la Costa Oriental y occidental del Lago de Maracaibo el Lago Madre de Venezuela.

Después de explotar El Zumaque en Mene Grande en 1914 entonces vino Cabimas. Anterior a esto la gente ocupaba los terrenos del pueblo, pero con el petróleo llegaron grandes máquinas en complicidad con los Intendentes, Jefes Civiles y prefectos diciendo que todo lo había comprado la compañía, comenzó el desalojado y sus potentes máquinas demolieron sus casas. Nuestro petróleo es gracia o maldición.

Todos se vieron obligados a irse a las orillas del Lago y construir palafitos, allí hicieron Muay, caminos que comunicaban a sus casas, pero debajo de sus viviendas iban recibiendo el aceite, era el mene.

Cuando Humboldt y Bonpland levantaron el inventario de sumideros se creía que en el Zulia existían volcanes pues había tanto gas que explotaban naturalmente, ayudados por el calor hicieron grandes cortinas de fuego. Su presión era impresionante.

Pero a las orillas al lado de palafitos el aceite se acumulaba produciendo el silencio que devoraban al Lago. En sus alrededores se crearon cordones de bares y prostitución, muchachas lanzadas a ese terrible mundo y como el obrero petrolero ganaba más dinero que el habitual al salir de su faena la distracción eran los bares, garitos, burdeles, por eso muchas no tuvieron otra opción que trabajar en esos sitios empujadas a esos niveles de pobreza.

Muchos se vieron sin salida desplazados hacia aquellos terrenos pues sus casas fueron invadidas salvajemente generando gran malestar a pesar de ser zonas de extensos territorios, sin embargo, el gobierno de ese momento —Juan Vicente Gómez— consideró que había que sacarlos de allí.

En esos sitios nacieron los campos pertenecientes a las compañías petroleras, aún existe uno llamado Hollywood. Gozaban de calles, avenidas, alumbrado, asfaltado, supermercados. Padres en pobreza pasaban de noche las alambradas para tomar agua potable y si alguien se atrevía a tomar un mango desde el suelo, iba preso.

El poder estuvo en los superintendentes, detenían a sus trabajadores y cobrarles multas, aparte de dejar gran parte del sueldo en bares, ebrios desandaban y cuando eran vistos por los jefes estos tenían la autoridad de detenerlos.

Así se desarrolló la vida la cual relatada en su novela encontró en unos trescientos autores el reflejo del daño sufrido por aquellas épocas donde sus pobladores se vieron obligados a asilarse a las orillas del Lago.

Para 1880 esa ciudad de puertos conocida posteriormente como Maracaibo, ya era pujante. Cada año un promedio de doscientos vapores se estacionaban a lo largo de sus costas haciendo negocios junto a una flota de ochocientos cayucos, bongos y piraguas, estas últimas llegaban a tener hasta quince metros de largo y cuatro de ancho, todos paseaban alrededor de cuatro buques que semanalmente atracaban sus aguas.

Con el pasar del tiempo aquellos momentos también generaron tragedias como la vivida en 1937 cuando la piragua Ana Cecilia se hundió ahogándose junto a ciento veinte ocupantes. En 1955 igual destino tuvo La Diáfana, entre otras falleció la gloria deportiva Rosario Solarte.

Aquella Maracaibo de veinte mil habitantes ocupada en las labores del Lago junto a cinco mil hombres y unas cuantas mujeres dedicadas a trabajos de marineros representó el veinticinco por ciento de su población.

Sus habitantes mil quinientos años atrás eran conocidos como Los señores de la laguna. Entre ellos hablaban de pueblos de agua y de pueblos de tierra. En tiempos de la colonia sus poblaciones se fundaron a las orillas del Lago: Maracaibo, Los Puertos de Altagracia, Moporo, Santa Rita, Gibraltar, La Cañada, Lagunillas y Cabimas.

Para 1950 en sus astilleros se construyeron los vapores Trujillo y Venceremos, copia de los que ya surcaban el Mississippi. En 1878 surcaron sus aguas los vapores Progreso de la Casa alemana Boulton, luego hicieron lo mismo Venezuela, Colombia, Maracaibo, Filadelfia, Zulia y Mérida.

Los viajantes hicieron de sus alrededores una ciudad y fundaron para 1834 su propio cementerio donde fueron a parar colonias de extranjeros conformadas por alemanes, ingleses y judíos. El camposanto fue cerrado para 1842 y saqueado un siglo después en 1942.

En las ciénagas de Juan Manuel está el Relámpago del Catatumbo el mismo se observa a cuatrocientos kilómetros y su encendido relampaguea más de 1.176.000 veces al año. Este fenómeno genera el diez por ciento del ozono que sustenta el planeta.

Lagunillas de Agua creció como una zona de palafitos y la misma se remonta a más de diez mil años de antigüedad. En el siglo XV hordas coloniales y piratas entre esos Morgan la atacaron, pero sobrevivió al igual que lo hicieron en tiempos de corsarios un siglo después. Luego vino el despojo tras la colonización la cual perduró cuatrocientos años y a partir del siglo XX fue fuente inagotable de petróleo y un siglo después aún mantiene reservas. Toda esta zona logró resistir cuatro grandes incendios, aunque el de 1939 la arrasó.

En solo una noche el fuego destruyó a Lagunillas. Poblado lacustre que dio origen al nombre de Venezuela. En 1774 su nombre la distinguía como Nuestra Señora de la Candelaria de Lagunillas, ya desde aquel entonces había afloramientos de mene los cuales fueron solicitados con regularidad por el Rey Carlos V, todos con fines medicinales.

Más del sesenta por ciento de toda la producción provino de Lagunillas. A todas sus partes llegaron pescadores margariteños, aborígenes de Coro y zamarros mestizos provenientes de los llanos venezolanos, su objetivo era vencer la pobreza en sus hogares trabajando de sol a sol en aquellas estaciones.

El pueblo creció exageradamente. Se instalaron planchones los cuales descansaban en profundas estacas, todo esto hizo crecer a Lagunillas de Agua. A un lado protegido del verde oleaje se encontraba escondido el jugo de la tierra y esto lo sabían las empresas extractoras.

Aquello se inundaba de familias, pero tras ellos llegaban oportunistas, jugadores, cerveceros, prostitutas y leguleyos. Muchos sindicatos y las llamadas asociaciones de defensa fueron constituidas, casi todos ilegales frente a los ojos del gobierno y muy incómodos para las costumbres de las transnacionales las cuales no estaban dispuestas a tolerarlas.

Los voceros de las compañías petroleras califican a través de periódicos y en sermones domingueros que aquel poblado era una Sodoma moderna, pueblo inundado de sindicalistas y prostitutas. El sector donde vivían los obreros construido por la Lago Petroleum Corporation fue etiquetado como La cueva del humo o Campo Rojo.

Lagunillas fue famosa por los incendios de 1927, 1928, 1932 y 1939 al poco tiempo de iniciarse la era petrolera. El incendio del 16 de abril de 1932 fue muy lamentable pero el ocurrido en 1939 logró poner punto final a la historia de los palafitos sobre Lagunillas.

En 1932 el fuego comenzó a las 4:10 pm. Se inició en una casa que llevaba signado arriba del marco de su puerta el número 3. Perteneció a Antonio José Navarro. Aquello literalmente arrasó toda la población, lenguas de fuego se vieron a leguas en la distancia, llegaron hasta la avenida a sesenta metros y cincuenta y dos casas quedaron hechas polvo. Las pérdidas sumaron medio millón de dólares.

Pero aún el infierno no llegaba y como una imagen violenta la cual se asoma más allá de un dintel desaparecido salió la noche del 13 de noviembre de 1939. Por allí se encontraba distraído Juan Arrieta quien al percatarse del fuego su garganta se le pelo de tanto gritar. Aquello fue desgarrador. Algunos afirman que fueron tres mil personas las que murieron calcinadas, otras cifras revelan algo mucho más aterrador, los muertos llegaron a cinco mil. A la mañana siguiente todo escupía un humo triste desde pocos horcones los cuales ardían por dentro para disimular su desastre.

La culpa —como de costumbre en Venezuela— recayó sobre una pobre mujer, Alicia Mendoza le decían La Caraqueña, dueña del Bar Caracas. Una morena preciosa proveniente de la capital de la república quien al encender una lámpara de queroseno por impericia derramó su líquido y cayó encendido sobre sus dedos, no teniendo más opción que lanzar aquel aparato por la ventana, y todo comenzó. Trescientos palafitos fueron arrasados. Esta vez las pérdidas se situaron en dos millones y tanto de dólares.

Aquel evento fue el punto final de Lagunillas de Agua pues en 1937 el presidente Eleazar López Contreras, quien venía de ser ministro de Guerra y Marina del dictador Juan Vicente Gómez había firmado el decreto para que aquellos incrédulos habitantes se fueran a los terrenos de una nueva ciudad, Ciudad Ojeda. Así aquellas áreas irían a parar a los propietarios de las transnacionales. Así todo quedaba cuadrado.

Hoy, apenas con un muro de una longitud de veintisiete kilómetros se protege aquella área para que las aguas del Lago no entren a una superficie que está siete metros debajo del nivel del mar pues las transnacionales extrajeron tanto crudo que la tierra se hundió. Se llama la zona de subsidencia.

Historia de eventos ansiosos por conseguir dinero fácil por parte de compañías petroleras ocasionó feroces eventos, pues resultaba difícil la explotación de innumerables y apetecibles depósitos de petróleo los cuales se escondían debajo de tablones que protegían a indefensos lugareños.

Todas sus entrañas quedaron amarradas por un sistema de tuberías las cuales han originado cientos de derrames, para esconderlos las transnacionales utilizaron una espuma la cual hacía que el crudo se hundiera en el fondo. Capa sobre capa impermeabilizante, eso fue haciendo que el Lago muriera lentamente junto a sus peces y algas.

Por eso la literatura del petróleo en Venezuela indaga entre los límites de un tema escondido. En ella se encaran dolencias las cuales el tiempo se ha encargado de mostrar a quienes mostrando una ausencia de testigos dentro y fuera de campos petroleros mostraron un país vitrina, modelo, sembrado de fortunas, escondido a la realidad de quienes lo habitaban a través de tiempos inundados por riquezas colonizadas, luego nacionalizadas tras comportamientos, gestos, actitudes y conductas implementadas tras cada reventón a lo cual podemos llamar la cultura del petróleo.

Todo en medio de una nación agraria sorprendida. Conformada entre tradiciones y costumbres desde sus alimentos, juegos de palabras, expresiones, colores, pinturas, hábitos, historias, pasatiempos, casas de zaguanes blancos, ventanas y cerrojos, ropas de kaki, maneras y expresiones las cuales fueron creando una primera historia a finales del siglo XIX y tuvo su máximo desarrollo a partir del siglo XX.

Quedando sorprendidos por un proceso económico que dejó atrás al café, plátano, cacao, añil, tabaco y costumbres, todo cambió por un nuevo proceso cultural conducido tras el petróleo y de allí las nuevas relaciones con el mundo las cuales improvisaban torbellinos de dinero, pero sin saber qué hacer con él.

La vida comenzó a ser radical. Cambió comportamientos, gestos, actitudes, colores, ropas, palabras, olores, sabores, conductas y hasta la forma de divertirse ebrios sobre garitos, bares y lugares reservados.

Con el estallido de cada pozo sin misericordia ni complejos se instalaba una nueva vida, conductas, exigencias y por vez primera se escuchó en boca del venezolano el rechinante modernismo.

Cuando el mundo cambiaba en 1914 con el inicio de la I Guerra Mundial y la inauguración del Canal de Panamá, aquí nadie advertía que ambas se ejecutaban por petróleo. En aquel año se crearon los periódicos Heraldo de Maracaibo y el Diario Panorama, Pedro Elías Gutiérrez nos sorprendía con el Alma Llanera y Julio Cortázar nacía.

El imaginario del petróleo creaba su cultura transformando el esfuerzo y la constancia en facilismo y de allí a la viveza criolla, lo que hubo fue un respiro. Malamente se imitó en la cultura de los valores norteamericanos y con ella su decadente subcultura.

Ávidos en bienes materiales y estatus al precio que fuera, el cual fue mantenido desde entonces por un único modelo; la corrupción. La modestia quedó reemplazada por la pantallera. La sencillez y las conductas provincianas fueron burladas. Pero los modernos tiempos tenían sus comportamientos privilegiados en viajes, licores y trapos nuevos, tallando el antes, después y el ahora de una nación privilegiada por el petróleo.

En Venezuela su negocio destruyó la agricultura y desde entonces todos los proyectos de grandes empresas y materias primas han fracasado unas tras otras. Nunca se construyó tradición ni esfuerzo pues una vez el petróleo arriba en la superficie alcanzaba más valor y de allí al descalabro tras su royalty.

Se vieron habitantes sorprendidos de como prefectos, jefes civiles e intendentes destruyen sus casas para la Compañía. Siguieron con la exterminación de nuestros indígenas pues antes de las cinco de la tarde cuando las jornadas descansaban, grupos de hombres se animaban entre sí para ir a "cazar indios". Así fueron acorralados, azotados, encarcelados y asesinados nuestros aborígenes.

Verdaderos abogados mafiosos como un gánster acompañaron aquel inmenso y miserable despojo del cual un siglo y tanto después aún no nos reponemos. Inocente gente engañada con el famoso traspaso de tierras a los intereses foráneos. Juegos de palabras, conceptos, oraciones y mentiras traídas por ingleses, holandeses y norteamericanos. El malinche, creación mexicana también habitó en Venezuela, pero fue reproducida por los arijunas: los criollos.

Llegó el desarrollo, siempre se habló de él. No fue más que la captura de materias primas y agrícolas ahora impuestas por el progreso de las trasnacionales, que como un demonio surgido del negreo defendieron la propiedad de la tierra como lo hizo el pavoroso debut de la United Fruit en Centroamérica quienes asesinaron campesinos, promovieron intervenciones, y ejecutaron el más grande laboratorio en golpes de Estado y una habilidad para tramitar masacres de trabajadores.

La extracción de nuestro crudo sirvió para impulsar dictaduras en América Latina aparte de crear la enorme necesidad de consumo de gasolinas y acabar redes ferroviarias, así el petróleo ganó cantidad de dinero por su descarada explotación.

Todo regresó refinado, hasta nuestro comportamiento el cual nos sirvió para negarnos y establecer diversas clases sociales. Para 1910 el 50% del presupuesto del Ministerio de Obras Públicas fue encomendado a la construcción de carreteras y de allí vinieron importaciones de vehículos instaurándose la FORD y General Motors.

Cuando las máquinas llegaron a San Timoteo acompañadas por los Jefes Civiles para derribar casas vendidas a la Compañía, con aquel concepto, nombre, desgracia o suerte, siempre todo lo definieron los amos del petróleo.

Allí, inocentes y empobrecidos padres regalaban a sus hijos a jóvenes parejas de ingenieros para que "La Empresa" les asignará una casa en el Campo Petrolero donde había de todo: vacunas, escuelas, tarjetas para el economato, agua, luz, teléfono, avenidas y alambradas.

Mientras la riqueza por el negocio del petróleo fue sacada lejos del país y en sustitución entraron todas las marcas. Incipientes Estados tardaron años en impulsar la cancelación de compensaciones tributarias a unas compañías que cada año consumen vorazmente la verdadera riqueza del país.

Hablo que el petróleo cambió la historia y la conciencia nacional. Terminamos importando latas de tomates italianos cuando sus siembras se daban todos los meses del año. Papas fritas inundadas de salsa de tomate importada eran los pasapalos deseados en fiestas y las ramas que hicieron un arbolito de navidad anegado con pasta de jabón blanco simulando nieve fue sustituido por copas de pinos canadienses.

Así el país que ha tenido las mayores condiciones y potencialidades de América Latina para abandonar el subdesarrollo quedó como un tonto disfrazado con corbata y flux en medio de una acalorada sabana atolondrada por balancines los cuales eran observados con el sueño de sacarnos de la pobreza.

Oficinas y residencias de ejecutivos extranjeros y yanaconas nacionales sirvieron para convertir la floreciente industria petrolera en un Estado dentro del Estado. Como lo escribió en 1960 Efraín Subero en su obra Campo Sur, el de los trabajadores y el Campo Norte solo para los gerentes. Allí se conoció la moderna discriminación porque la vieja mirada que rechazaba a negros e indígenas venía instituida siglos atrás.

Los pagos a los trabajadores eran misérrimos. La situación obligaba a renunciar porque los permisos no existían para ir a ver a la mujer y los tripones. Pero de regreso te achicharras en los portones suplicando una nueva plaza y si te aceptaban trabajabas por la mitad del último salario.

Juventudes acolchadas de aceites sin perspectivas, desesperados comentaban entre pobres sin comida ni trabajo. Un padre peón tuvo que abandonar la gran hacienda del petróleo pues su familia estaba muy mal y debía producir. Algunos buenos amigos les hacían diligencias en el pueblo con allegados a las transnacionales a ver si conseguían un trabajo en el campo de Oriente.

El alcoholismo tomó los campos. Era la respuesta a la evasión de la realidad. El desamparo del campesino sujetó las arbitrariedades del dueño de la tierra quien ayer compró terrenos por cualquier moneda, destruyó una ilusión de un mundo agrario e incentivó las irresponsabilidades de una sociedad perdida.

Por eso el colonialismo es triste, porque es desigual hasta en sus agallas colindantes desde lo real a lo hipotético. No fue fácil subsistir con un subsuelo tan rico, privilegiado, donde se recompone a cada rato con respecto a los demás mundos productores, pero obedeciendo a sus más particulares reglas.

Conservar su memoria tampoco fue difícil frente a quienes lo relataron en medio de ansias en el poder. Conservar la casa del petróleo la cual esconde entre sus frisos fracturas revela aficiones individuales y olvida las comunitarias.

Como negarse a rescatar el interés de un país mientras se reciben a diario ilusiones de un trabajo como fe de ilusión prolifera por la ganancia de la negra brea. Esta historia que hoy proponemos advertir está en medio de muchos caminos arriesgados.

A la literatura del petróleo se le une la coincidencia de sus escritores por narrar a una Venezuela con distancia, pero también con cercanía. Unidos al tema los imposibilita separarse en la narrativa la cual se inmiscuye contando, describiendo, relatando cada detalle en los gobiernos de Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Mediana Angarita, Rómulo Gallegos, Junta de gobierno, Pérez Jiménez y Edgar Sanabria, hasta allí encontramos detalles importantes.

Imposible evadir la evidente presencia de una Venezuela destruida, pero próspera y metida en cuanta moda pudo apoderarse. Eminente mirada mientras el agresor de otras tierras arma las ganancias de cada quien.

Pero nada que toque la historia del petróleo en Venezuela puede ignorar el largo periodo de inicio y consolidación de un pensamiento que se aprovechó de sus recursos y a la vez hacer la abstracción del muy largo tiempo en el cual Juan Vicente Gómez estuvo en el poder, instalando el conglomerado de empresas petroleras en el país.

En las primeras novelas como Lilia de Ramón Ayala publicada en New York en 1909 existe un personaje femenino cálido, flexible al igual que en Elvia de Daniel Rojas, pero en la Tierra del Sol Amada de José Rafael Pocaterra es la narración de un intelectual duró en contra del gomecismo.

Relatos descriptivos van cuajando lo mejor de la continuidad del talento literario el cual no tiene fecha de arranque y hoy, aún no termina. Lilia y Elvia son discursos amorosos donde lo político no existe solo se implanta lo romántico.

Haber hecho vivir a personajes como Teófilo Aldana en Mene por parte del prolífico escritor Ramón Díaz Sánchez es una obra de arte para la literatura del petróleo en Venezuela. Un venezolano arrastrado por la indiferencia de las compañías petroleras, allí está el dolor y muestra la famosa lista negra de aquellas corporaciones. Por eso Aldana toma venganza con la posesión de la mujer de quien oprime y desprecia.

En 1947 en Mancha de Aceite del colombiano Carlos Uribe Piedrahita médico de la Shell hechizado por la magia de El Lago de Maracaibo describe hasta el fuerte olor que llega a lo lejos del Mar. En todas está un deseo de fantasía, diríamos hoy pura realidad virtual.

Una mente se escabulle de su mismo instinto concreto, real, es que no hay otra manera de ser feliz en medio de aquello tan rudo y extraño para nuestra gente la cual asume cada orden a punta de gritos y regaños. En los primeros pasos de la industria petrolera se desató el sacrificio de sus vidas.

En 1938 la devoción de una anciana madre entregaba los originales de la novela Eufrosina —una obra aún desconocida para los venezolanos— a Guillermo A. Coronado quien reveló con hermosura y realismo la vida de un pueblo serrano expoliado por diversas injusticias en la época sombría del caudillismo. Sobre aquella sombra de atraso social, barbarie y relatos una acción de país discurrió en aquel relato sencillo, lineal y sin exuberancias verbales.

Más bien la sobriedad del paisaje como una pintura geográfica en lienzos sociales discurre cronológicamente mientras la incipiente instalación dará lo que será la novela del petróleo. Con esta se destacan vicios y espejismos que proyectaron lejanas poblaciones cuyas costumbres y valores afectarán los límites de la corrupción.

Es el relato de pequeños pueblos donde el intervalo de tres campanadas acompaña la voz de un repiqueo menor de la ennegrecida torre la cual nunca ha dejado de cantar en el sinérgico vaivén de cabrias, complejos y barcos repletos de crudo.

Por eso el disimulo en el llanto frío del niño obsequiado ha desatado el sufrimiento en medio de la vida fácil de una joven que entrando en un Bar pensaba que su vida se iba a salvar en medio del dolor de otro niño que moría abandonado por un desprecio que ha tenido a las mujeres en una desventaja semejante a la de una guerra siendo este un país maleable a los malos momentos.

Por eso la novela del petróleo quedó muda sin poder ver a El Zumaque I en Mene Grande. Un sonido metálico facilitaba la jornada de la faena y un carretel sonoro de órdenes ensuciaba espacios vírgenes y despertaba a los dioses de la tierra. Subsuelo vivo por donde corría el Mene desplazándose para no ser alcanzado por los porrazos de la Star Machine del Cerro La Estrella donde una tarde del 31 de julio de 1914, Duarte observó como la tierra se movía y sintió el ruido del petróleo. Bramaba la tierra y la torre y la cabria parecían caerse.

Desde entonces los crudos no han perdido su espesor; Merey, Tía Juana, Mesa 30, Santa Bárbara, El Furrial. Todos fueron trasegados y en cabotaje partieron, pero como eran la sangre de la tierra se percolaban por entre el medio de tornillos martillados a punta de fragua.

El llanto llegó hasta México donde la Virgen de Guadalupe lleva en el fondo de sus ojos los campos petroleros con un criollo intruso y un extranjero familiar. La mancha avanza mientras las torres devoraban casas para construir edificios desbordados por la tragedia del mineral el cual ha traído más odio y división por sobre el planeta. Pero si todos lo hacen no hay pecado ni crimen.

Nos tocó un país colonial oculto al petróleo, mantenido por él en su pensamiento, donde nadie lamenta su explotación, latrocinio ni su administración. Su poder destruyó los envíos a los puertos de Hamburgo, Nueva York con productos agrícolas, cambiados por los nuevos envíos a la Costa Este de Estados Unidos. De vapores a cargueros fueron ricos con nuestro maléfico "Oro Negro".

Un país agrícola, rural, criado a sacrificio, curado con ramas, quien comenzó a ver a los nuevos jefes; sobre botas de cuero cuando el resto andaba descalzo, tomando whisky, cuando otros calentaban aguamiel, mientras su jefe comía Corn Flakes de Kellogg's un resto apenas probaba carabinas con cebollín.

Si con esto no estamos divididos o fracturados, sería negar el cuerpo de la historia el cual no interesaba. Un país inocente pasó a tener malicia y está escondido en la literatura interpretándose en las formas puras de ser venezolano.

En el largo poema Oro Rojo, Udón Pérez descarga el fuego de la salvación de la patria donde una doncella al borde de la violación a manos de un extranjero incendió los caminos; Fue el golpe del digno al villano. Del débil al fuerte en abuso. Del manso al soberbio. Del siervo al tirano. Del criollo al intruso.

Piedrahita en Mancha de Aceite continúa el reclamo; abatió las torres, devoró los edificios, y corrió desbordada por las colinas hasta el Lago… Es la huella del hombre levantándose en contra del dolor, abuso e intolerancia de extranjeros muy lejanos.

Rufino Blanco Fombona escritor de La Bella y la Fiera describe con saña el físico de ese alter ego que era Juan Vicente Gómez reflejado en un personaje inmisericorde, el General Tiberio. Por eso Toro Ramírez en lengua lombrosiana describe en El señor Rasvel sus características corporales; Era Rasvel un hombre todo nariz, sin cuerpo casi, cabeza pequeña y ojos negros de sorprendente viveza. A Rasvel no se le veía sino los ojos y la nariz. La nariz era su cuerpo y los ojos su inteligencia. Allí comienza la pelea contra un monstruo que ha transformado las entrañas de la tierra el cual ha sacado sin permiso su sangre; el petróleo.

En fin, más allá de las distancias perforadas por balancines y cabrias de aquella industria, también queda la intención de otros escritos tímidos, escondidos ante el poder del petróleo. Ya no podemos evadir argumentos y es justicia que los personajes criollos de esta actividad sean reconocidos en un tratado moral, ya no se puede tapar después de siglo y medio la degradación nacional, estamos obligados a voltear la mudez sobre el imaginario del compromiso espiritual en la conciencia del petróleo hacia una sensible literatura para el venezolano y dejar atrás su colonialismo…

Hasta más pronto…

Miguel A. Jaimes N.

https://www.geopoliticapetrolera.com

venezuela01@gmail.com

Venezuela, 4 noviembre del 2023.

 

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