¡Un socialismo triste es un triste socialismo!

Martes, 07/05/2019 08:47 AM

"Cierto es que, desde un principio. La construcción del socialismo sufrió todas las cortapisas imaginables por parte del mundo establecido, pero, como decíamos, la petición de Brecht (perdonadnos porque vivimos en tiempos sombríos) no sirve como referencia en el nuevo siglo".

Pero de lo que se habla menos es de la ingenuidad del socialismo durante el siglo pasado. El socialismo del siglo XX fue ingenuo por- grandes razones. En primer lugar, por creer que bastaba asaltar el aparato del Estado para, desde ahí, cambiar el régimen social. Esa ingenuidad la conjuró Marx después de la experiencia de la Comuna de París, pero le faltó rematarla dedicándole algo de tiempo al "programa de transición".

Una vez alcanzado el poder, todo fue improvisación, y de ahí que Lenin decidiera interpretar en cada momento el rumbo del proceso, mientras que otros marxistas le reprochaban las prisas. Por creer que bastaba con la creación de un partido único, regido por una interpretación burocrática del centralismo democrático (la información circula de abajo arriba y las órdenes de arriba abajo), para regular la sociedad y dar respuesta a sus evoluciones o aunar sus diferentes voluntades. Solo si se piensa que hay una sola verdad y que se está en posesión de la misma puede postularse la existencia de un partido único.

El socialismo en el siglo XXI mantiene el sustantivo. Es socialista porque se sitúa de manera clara y definida contra el capitalismo y la explotación que conlleva, incorporando a la transformación cualquier tipo de dominación. En este sentido, el socialismo mantiene su condición de aguafiestas de la orgía prometida por el capital, ese "populismo del libre mercado" según la feliz expresión de David Harvey. El capitalismo promete a la humanidad vivir como reyes, garantizándolo solamente a unas minorías, pero consiguiendo la aceptación del sistema gracias a esa simple promesa incumplida durante siglos (injusto sería no decir que allí donde la promesa deja de ser eficaz, el monopolio de la violencia física, legítima o ilegitima pasa a ocupar el lugar de los argumentos).

El momento económico es el factor dominante que condiciona todos los demás aspectos de la vida social. Como es el lugar común, "en primer lugar hay que comer" y, por lo tanto, el desarrollo de las fuerzas productivas implica el volumen relativo del excedente y condiciona al Estado. Pero este hecho no resuelve el problema del predominio de la instancia económica o de la política-ideológica en el proceso de tomas de decisiones, cuya solución es vital para superar el desarrollo desigual entre los distintos estamentos sociales que en nuestro caso ha producido esa sociedad dual que colocamos en la esencia de la situación problemática actual.

Convertidos en fragmentos, ya no hay lógica predecible de raza, género o clase. Somos rehenes de las jerarquías construidas, aun sin ser conscientes de ello, por el capitalismo en los últimos trescientos años: de la religión, del autoritarismo familiar, de la escuela, del nacionalismo y el militarismo, de la moral sexual opresiva (e hipócrita), del arte clasicista y elitista, de la racionalidad que pesa sobre la imaginación, del cálculo que limita y condiciona el disfrute.

¡La Lucha sigue!

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