El señor Nicolás Maduro ya tiene ganado un lugar en la pequeña historia nacional y mundial, esa historia reservada para la gente carente de virtudes, para las personas dañinas a su país, para los tiranos, los charlatanes, los demagogos, para los verdugos del desdichado pueblo con el que conviven. Ese puesto se lo ha ganado Maduro con sobradas razones. Ha reunido suficientes méritos para ello. Allí está el calamitoso escenario venezolano para constatarlo; la evidencia es incontrovertible, está a ojos vista.
La catástrofe venezolana es de dimensiones colosales, gigantescas, mayúscula, al punto que ha sido considerada como la mayor tragedia conocida mundialmente, causada no por la guerra ni por un fenómeno natural, sino por la pésima gestión de un gobierno. En ningún lugar del mundo, en los tiempos modernos, se ha conocido una desventura parecida, ocasionada por un gobierno electo por el voto popular. El fracaso de esta gente no tiene parangón, el daño provocado a nuestro país es inconmensurable. Precisamente, es por lo cuantioso del daño producido, que Maduro y su corte de inútiles tiene ganado un puesto en esa historia que reúne a los fracasados, a los tiranos, a los desalmados, a las peores personas. Se escribirán en el futuro, cuando esta tragedia termine, numerosas obras para dar a conocer a las nuevas generaciones de hombres y mujeres el mal ejemplo de estos gobernantes. Paradojas de la historia venezolana. El mismo país que parió hombres de extraordinarias virtudes, que parió a los libertadores, que parió al gigante Simón Bolívar, también parió verdugos, pario a su sepulturero, a Nicolás Maduro.
La tragedia del presente nos hace recordar la novela de Miguel Otero Silva, "Casas Muertas", en cuyas páginas describe el novelista la desaparición de la población de Ortiz, en el estado Guárico; en los tiempos de la dictadura de Juan Vicente Gómez. "Yo no vi las casas, ni vi las ruinas. Yo solo vi las llagas de los hombres. Se están derrumbando como las casas, como el país en el que nacimos. No es posible soportar más". La diferencia respecto al presente es que ahora no es una pequeña población venezolana la que se encuentra en tránsito hacia la muerte, sino que es todo un país, es Venezuela completa la que transita el calvario de su propia extinción. Y la está matando el gobierno presidido por el actual ocupante de Miraflores.
No exageramos al afirmar que nuestro país es hoy día un inmenso camposanto, un negruzco cementerio, abundante de muertos, enfermos, hambrientos, famélicos, lisiados, desempleados, gente sin porvenir, desahuciados que deambulan por las calles en búsqueda de un mendrugo de pan o una pastilla para calmar su dolor. La tragedia es de dimensiones mayúsculas en todos los ámbitos. No existe nada en nuestra nación que no haya sido caotizado, destruido, arruinado por esa banda política que en fatídica hora se adueñó de los destinos de la nación, una banda cívico-militar según expresan los mismos responsables.
La historiografía hablará de Maduro calificándolo con diferentes motes, pero quizá el más apropiado sea el de sepulturero, el sepulturero de los venezolanos y de Venezuela. Sepulturero es el conductor de un vehículo fúnebre. Dentro del vehículo se encuentra un ataúd, y en su interior está el muerto. Ese muerto es Venezuela, nuestra nación, la república, el país. El sepulturero está al volante, en Miraflores. Y ya arribamos al cementerio. El mandado se ha cumplido.
Los muertos venezolanos durante la malograda gestión de este hombre y su corte de inútiles se cuentan por miles. No escapa nadie a su razzia. Niños, ancianos, mujeres, jóvenes, profesionales, empresarios, comerciantes, obreros, campesinos, balseros, desplazados, nadie ha quedado indemne a la hecatombe nacional en estos seis años de su mandato. Es que este hombre es un ser primitivo, rupestre, de pensamiento básico, elemental. Mira hacia atrás. Su horizonte es la prehistoria, el pasado. Su horizonte no es la civilización sino la barbarie. Por ello, Venezuela ha retrocedido en estos seis años de su mandato a los tiempos de comienzos del siglo XX, a los tiempos de Juan Vicente Gómez, de la Venezuela rupestre, rural, palúdica, calamitosa, atrasada, decadente. Veamos algunos números referidos a la catástrofe venezolana ahora en tiempos del sepulturero nacional.
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La producción de petróleo cayó de 3 millones de barriles diarios en 2013, a 700 mil barriles hoy día. La disminución ha sido de más de 2,3 millones de barriles diarios en los años de gobierno del sepulturero. A los precios actuales esa disminución significa una pérdida de más de 40 mil millones de dólares anuales. En seis años son 240 mil millones de dólares, una cifra colosal. Por su parte, las exportaciones petroleras cayeron de 93.569 millones de dólares en 2012, a 29.810 millones de dólares en 2018; casi 70% de disminución. Y en general, toda la actividad petrolera ha mermado estrepitosamente, entre 2013 y 2018, en un 50%. Como consecuencia de este desastre, ahora el país tiene que importar gasolina y otros derivados del petróleo. Y la empresa emblemática nacional, PDVSA está casi paralizada, en inminente quiebra.
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Venezuela es el país con el mayor índice inflacionario mundial. De acuerdo con datos del BCV la inflación acumulada entre abril de 2012 y abril de 2019 es de 475.617.934%. Mientras tanto, el salario mínimo es apenas de 7.6 dólares al mes, el más bajo de Latinoamérica, incluyendo Cuba y Haití. Y no se observa de parte del gobierno ninguna reacción en procura de enfrentar este problema. Su dejadez ha provocado una epidemia de hambre generalizada en nuestro país. La miserabilización de los venezolanos es la consecuencia notoria de la pérdida de su poder adquisitivo, de la destrucción del signo monetario venezolano, de la destrucción de la economía por parte de la corte de improvisados e incapaces que ha dirigido nuestro país estos años.
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El Índice Nacional de Precios al Consumidor de 2018 fue de 130.060,20 un aumento del 646.965,7% si lo comparamos con el 20,1 del año 2012.
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En relación con los alimentos, el índice nacional de precios de 2018 fue de 143.786,9; un aumento del 606.595,7%, comparado con el 23,7 de 2012.
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La producción interna de manufacturas, se ha derrumbado en un 46.10%. Este dato nos indica que el aparato productivo nacional está casi paralizado, debido a la falta de insumos, de electricidad, por la destrucción del transporte, por la falta de combustible, por los bajos salarios de los venezolanos. En términos generales, el tamaño de la economía nacional se ha contraído en tal magnitud, que corresponde hoy al país que teníamos en 1998, cuando la población nacional era de unos 20 millones de personas.
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La industria de la construcción, la que más empleo genera, ha tenido una caída notoria del 67,9% en el 2018. La parálisis en este sector es casi total. Es que las materias primas de la construcción desaparecieron del país por el quiebre de las industrias del ramo, como es el caso del hierro, del acero y del cemento.
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La pobreza de la población alcanza al 81% de los hogares venezolanos. De cada diez venezolanos, 8 son pobres, y de estos, cuatro viven en la miseria.
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El sueldo mínimo venezolano es el más bajo de Latinoamérica. Con ese sueldo mínimo los venezolanos apenas pueden comprar dos kilos de carne en un mes, No más. Estudios han demostrado que los venezolanos, cuyos ingresos se lo permiten, gastan el 85% del mismo en alimentos y el 15% restante en servicios.
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Los sectores de mayor incidencia en la pobreza del venezolano son: Alimentos y Bebidas no alcohólicas. En este caso los precios se han incrementado de 24,8 en 2012 a 75.468 en 2018; Vestidos y Calzados se han incrementado de 35,7 en 2012 a 38.440 en 2018; Salud: de 24.7 en 2012 a 68.613 en 2018; Transporte: de 39,4 en 2012 a 56.118 en 2018; Educación: de 23,9 en 2012 a 40.745 en 2018; Bienes y Servicios: de 22 en 2012 a 91.384 en 2018.
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Entre enero y abril de este año 2019 el índice de precios al consumidor en estos sectores ha pasado de 1.344.190.128,9 a 4.993.636.297, un incremento de 293%. (Estos datos fueron tomados del artículo de Rafael Ramírez, publicado en Aporrea. La economía madurista: Un fracaso inocultable. Domingo, 02/06/2019
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Venezuela ha conocido ahora en estos años el fenómeno del desplazamiento de su población. Más de tres millones de venezolanos se han visto obligados a salir de nuestro país, por aire, tierra y mar, escapando a la calamitosa situación nacional. Lo hacen para buscar en otros lugares del mundo un futuro promisorio. De quedarse aquí tendrían que afrontar los riesgos que supone la quiebra de Venezuela. Han salido profesionales de distinto tipo, sobre todo médicos. Se calcula en 25 mil la cifra de estos profesionales expulsados del territorio venezolano por Maduro y su banda de inútiles.
Son algunas estadísticas incontrovertibles que arroja hoy día la calamitosa realidad Venezolana, un país que dejó de serlo, pues sus instituciones jurídico-políticas han sido destruidas, lo mismo que ha pasado con sus industrias, escuelas, hospitales, universidades, comercio, hatos, haciendas, servicios públicos, carreteras, avenidas, transporte público y privado, moneda nacional, con PDVSA, con el Banco Central, sindicatos, gremios, clase media. Toda esta destrucción se ha realizado levantando la bandera de un supuesto socialismo Bolivariano, un socialismo que ha resultado una gigantesca estafa, un fraude, una bribonada. Tal estafa servirá de ahora en adelante como el mejor argumento para defenestrar en nuestro continente todo aquello asociado a socialismo. Así entonces, el fracasado experimento madurista se convertirá en la evidencia más contundente de que socialismo es sinónimo de miseria, de pobreza, de destrucción, de tiranía, de dolo y corrupción. Y el hombre de los méritos, el que demostró la veracidad de esa propaganda, es el actual inquilino de Miraflores, que será reconocido, por ello, como el sepulturero del socialismo mundial.