Farc: El fracaso de las vanguardias autoproclamadas

Martes, 03/09/2019 02:19 PM

La reciente decisión de retomar la lucha armada por una porción minoritaria de la comandancia de las FARC refleja una vez más la profundidad del fracaso político de quienes por más de 50 años impulsaron un proyecto de transformación revolucionaria para la vecina Colombia.

Desde hace ya varias décadas la lucha armada en Colombia entró en un proceso de estancamiento y debilitamiento que no fue rectificado en su momento por quienes liderizaron y siguen dirigiendo esas organizaciones guerrilleras como las FARC y el ELN. Por lo menos desde los años 80 se percibió claramente la dicotomía entre una influencia guerrillera relativamente significativa en las zonas campesinas, y un alejamiento cada vez mayor de la dinámica política mayoritaria que se suscitaba en las principales ciudades de Colombia.

La falta absoluta de una estrategia de poder por parte de las FARC, el ELN, el EPL y otras fuerzas guerrilleras, llevó a que se impusiera con el tiempo una política de "subsistencia" o permanencia en las zonas campesinas y selváticas, "acumulando fuerzas" para una ofensiva militar que nunca llegó. La guerrilla poco ortodoxa del M-19 intentó revertir esa estrategia foquista rural cuando tomó el Palacio de Justicia en 1986, en pleno corazón de Bogotá; su fracaso militar en ese momento sirvió para marcar un punto de inflexión donde la lucha guerrillera rural dejaba de tener pertinencia, no sólo para Colombia, sino para toda América Latina. Desde finales de esa década de los 80 y comienzos de los 90, los procesos de pacificación en El Salvador y Guatemala desmontaron las guerras civiles en esos países y dejaron claro que el camino de la lucha política junto al pueblo era preferible al mantenimiento al infinito de unas guerras campesinas sin ninguna posibilidad de triunfo revolucionario.

La lucha armada revolucionaria en América Latina terminó siendo utilizada por el imperialismo yanqui y sus representantes criollos como excusa para justificar el mantenimiento de una constante represión contra las luchas populares, estuvieran o no vinculadas realmente con los grupos armados. Tanto en Perú, como en Guatemala, y sobre todo en Colombia, la existencia de grupos armados revolucionarios sirvió por décadas a las burguesías criollas para reprimir todo asomo de protesta social, para mantener una permanente política de asesinatos, desapariciones y detenciones contra líderes populares, para crear mediáticamente un "enemigo interno" contra el cual unificar al país y justificar los fracasos y limitaciones de sus políticas económicas y sociales.

Es por lo anterior que podemos presenciar la alegría del sector más recalcitrante de la oligarquía colombiana, Duque y Uribe, ante la decisión de Iván Márquez y otros comandantes de las FARC en retomar la lucha armada. Con la vuelta a las armas de una parte de las FARC, vuelve a retomarse esa política imperialista de utilizar esa lucha armada como excusa para impedir todo intento de transformación democrática al interior de Colombia.

Cuando la comandancia de las FARC encabezada por Timochenko decidió acogerse al proceso de pacificación propuesto por el anterior presidente Santos, lo hizo como posible salida ante su evidente derrota militar y política. Las FARC estaban ya derrotadas militarmente cuando deciden pacificarse. Considero que en esa derrota influyó decisivamente tanto la falta de apoyo popular como los avances tecnológicos de la industria militar occidental que hizo cada vez más difícil la permanencia de grandes contingentes armados en zonas selváticas, las cuales anteriormente les habían servido de seguro refugio.

La demostración más contundente de la derrota política de las FARC fue la pérdida del referéndum donde la ciudadanía colombiana rechazó los acuerdos de paz negociados en La Habana (derrota política que también lo fue para el presidente Santos). Las posteriores elecciones nacionales, ganadas por Duque, pero en donde hubo una muy importante votación ciudadana a favor de la candidatura izquierdista de Gustavo Petro, y un escasísimo apoyo a los candidatos pacificados de la guerrilla, reflejaron nuevamente el aislamiento político de las FARC y la derrota más absoluta del proyecto iniciado por Manuel Marulanda Vélez a comienzos de la década de 1960.

En su proceso degenerativo que los llevó de guerrilla revolucionaria a grupo armado extorsionador y narcotraficante, tanto las FARC como el ELN perdieron toda perspectiva política de poder y terminaron subsistiendo como bandas criminales que a nombre de una "revolución" pospuesta para un futuro indeterminado, secuestraban, traficaban, extorsionaban y hasta asesinaban a civiles indefensos.

Autoproclamados como "vanguardia" del pueblo colombiano (por cierto, un hecho que se parece en la distancia a otros autoproclamados en Venezuela en ambos bandos de la polarización), las FARC decidieron pacificarse, pero nunca debatieron, ni interna ni públicamente, las razones y culpas de su fracaso político-militar. Casi 60 años de lucha armada fueron pasados como quien pasa la página de un libro, olvidando que la vida es implacable, y así como fracasaste en el pasado por no darte cuenta de los procesos reales y tratar de imponer tus fantasías dogmáticas de un marxismo-leninismo periclitado, pues nuevamente la realidad te abofeteará duramente al intentar tomar un nuevo rumbo que tampoco has reflexionado y estudiado adecuada y colectivamente.

Las FARC se pacificaron, creyendo, asombrosamente, en las promesas democráticas de una oligarquía asesina que históricamente se ha conducido como represora y sanguinaria contra todo tipo de protesta social. Cuesta creer que los mismos comandantes, fieros y radicales revolucionarios, que por más de medio siglo mantuvieron una guerra a muerte contra la burguesía y el imperialismo, se hayan tragado mansamente esos acuerdos de paz sin prever que en el corto, mediano y largo plazo, la misma burguesía con la que hoy negociaban, procedería a perseguirlos y asesinarlos uno por uno, como en efecto ocurrió y sigue ocurriendo en toda Colombia.

Por supuesto que lo anterior no sirve para justificar la vuelta a la lucha armada. Una lucha armada de la cual nunca se analizó y debatió sobre las razones y culpas de su estruendoso fracaso, no puede retomarse nuevamente sin que pueda considerarse más allá de un intento colectivo de suicidarse en términos literales.

Siempre fuimos de la opinión, desde hace unos 30 años, que la guerrilla colombiana estaba fracasada en términos militares y políticos. Que por las características sanguinarias de la burguesía colombiana, no era posible un proceso de pacificación como el que se dio en Venezuela en 1969 y 1979, y que por tanto el destino del grueso de comandantes guerrilleros era el exilio, disolver todos los frentes armados, e insertar en las ciudades a los miles de combatientes como simples ciudadanos para que buscaran actuar política y socialmente bajo organizaciones de manpara que dificultaran la represión asesina de los distintos gobiernos colombianos. Era la única opción de vida ante el fracaso guerrillero. Ya se tenía la mala experiencia de la Unión Patriótica y sus cinco mil asesinados por creer en las falsas promesas democráticas de la oligarquía. Irónicamente, el señor Timochenko, y con él todo el alto mando guerrillero, se volvieron a prestar a unos acuerdos de paz que no garantizaban nada, y lo menos que garantizaban era la vida de los revolucionarios pacificados.

Hoy en 2019, la vuelta a las armas anunciada por Iván Máquez y Santrich no tiene ningún futuro seguro, salvo el de la inmolación personal. Podemos pensar que el único beneficiado con la decisión de Márquez-Santrich es el gobierno de Nicolás Maduro, quien de esta forma obtiene argumentos para acusar a Duque y su gobierno de haber hecho fracasar los acuerdos de paz y haber traído de vuelta a Colombia una guerra que la ciudadanía rechaza mayoritariamente.

En los hechos, esta porción de las FARC que retoma la lucha armada sólo puede tener futuro como instrumento de la geopolítica de gobiernos como los de Venezuela, Cuba y la misma Rusia. Es decir, no pueden actuar a favor del pueblo colombiano, con el cual tienen muy escasos vínculos, sino como piezas de un tablero de guerra que se delinea en Caracas, Moscú y La Habana. Triste papel de esta guerrilla ya fracasada y derrotada que termina cumpliendo fielmente la famosa frase de Marx: los hechos históricos se presentan primero como tragedia, y luego se repiten como comedia.

El capitalismo ruso que encabeza Putin, y el capitalismo chino de los antiguos comunistas, será quienes puedan utilizar para su beneficio geopolítico, como fichas de presión hacia los gringos dentro del tablero político latinoamericano, a esta nueva guerrilla colombiana que ya no tiene ninguna justificación histórica para existir.

A su vez, la declaración de Iván Márquez será utilizada por los gobiernos de Duque y Trump para acusar a Venezuela de ser protectora de esa nueva guerrilla, lo cual les servirá como excusa para nuevas sanciones y posibles agresiones militares contra nuestro país. Aunque por ahora esta nueva situación pareciera favorecer a Maduro en términos mediáticos y propagandísticos, a mediano plazo puede ser un boomerang que termine de dividir y hundir a la izquierda colombiana, impactando en nuevas divisiones de las fuerzas progresistas en el continente.

Dejando claro que sí creemos, reivindicaremos y hasta tomaremos parte, de producirse una agresión imperialista en Venezuela u otro territorio de Nuestra América, en una lucha armada popular de resistencia. Pero que esté distanciada de los fracasados modelos de partido único, vanguardia autoproclamada, comandantes eternos y todo el resto de dogmas obsoletos del leninismo-estalinismo que dejaron de tener vigencia y colapsaron a todo lo largo del pasado siglo. Dogmas y modelos que sólo generaron enormes fracasos y tragedias, fortaleciendo al capitalismo que logró encontrar nuevas opciones de explotación y opresión contra la humanidad. Nuevas opciones de explotación humana de la cual los chinos son el mejor ejemplo.

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