Uno de los desafíos más importantes a los que se enfrentan las democracias latinoamericanas hoy en día es a su propia realidad, muchas veces arropadas con el manto perverso de la institucionalidad que, al final de cuentas, terminan asfixiando la libertad y truncando las esperanzas de los pueblos. Lamentablemente, es una práctica recurrente que el ejercicio de las democracias en América Latina se escuden en los laberintos de la política sucia, perversas e irracional, donde muchas instituciones del Estado se prostituyen y sucumben a los bajos instintos de las clases dominantes que en su tendencia fascista se burlan de la voluntad general de los pueblos, generando de esa manera acciones represivas que fragmentan los sistemas políticos, impidiéndoles su consolidación para evitar que puedan garantizar el bienestar colectivo.
Si tomamos como ejemplos los casos recientes de Perú, Ecuador y Chile, pudiera afirmarse que esas democracias están actuando de manera disfuncional y donde la entropía aparece como manifestación de los síntomas del desencanto y el malestar general contra las democracias. Aunque las dinámicas son diferentes, el malestar tiene un solo rostro: el desgaste de los pueblos en sus sistemas de creencias respecto al rendimiento efectivo de las democracias. En el caso de Perú daría igual que el Presidente disuelva el Congreso, pero más allá de parecer una lucha por los ideales de la política, en realidad es la lucha por el botín, donde el pueblo no figura en ninguna asignación. De allí que la protesta social lo que reclama es seriedad en la conducción del Estado y en el ejercicio de la política. Como sabemos, Perú es una especie de "piñata", donde los grupos poderosos y sectores ligados a fines perversos quieren la mayor tajada, dejando para el pueblo las migajas que van quedando tiradas por allí.
Ecuador por su parte, presenta una situación de poder lisiado por la traición, donde el presidente Lenín Moreno, en un arranque y manifestación de desprecio por la vida y el bienestar de su pueblo, aplicó un "paquetazo" que hiere el alma de la gente porque desmejora considerablemente la calidad de vida y su bienestar. Pero sin importarle para nada, Moreno aplicó el "paquetazo" a sangre y fuego, para luego echar para atrás esa "receta" dictada por Fondo Monetario Internacional (FMI). En el caso de este país, además, se pone de manifiesto el carácter manifiesto de un gobierno que se cobija con el manto perverso de la entrega y la sumisión a poderes e instituciones hegemónicas. Fue de esa manera, como el gobierno de Moreno desató una terrible represión contra su propio pueblo. Por otro lado, respecto a la situación en Chile se observa con gran preocupación como el terror vuelve a aparecer con el rostro de pesadilla, donde carabineros descargan el odio reprimido contra el pueblo. Allí no valen para nada los duros recuerdos de las miles de muertes y desaparecidos con el Golpe de Estado contra Salvador Allende y la posterior dictadura de Augusto Pinochet, sino que nuevamente quieren reescribir los episodios de dolor y muerte con la sangre fresca de los chilenos.
En ese sentido, pareciera que políticamente se está involucionando y las democracias están atrapadas y amenazadas desde adentro, donde los gobernantes de turno, a través de la brutal represión (caso Perú, Chile y Ecuador) pretender exhibir como trofeo las vísceras de los que se atreven a desafiar el poder del Estado, amparándose en las institucionalidad de la falsa democracia. En realidad, se trata de un mismo formato, porque así como en América Latina se instalaron dictaduras militares en la década de los sesenta y setenta; se desconocieron y tumbaron gobiernos democráticos; se violaron y asesinaron miles de personas; hoy están volviendo los métodos represivos, el desconocimiento y ataques contra gobiernos legítimos, bloques económicos y financieros (tal es el caso de Cuba y ahora Venezuela). En todos, esas prácticas "institucionales" confluyen en una serie de intereses donde coinciden los grupos políticos y económicos elistescos, clases sociales que se creen con el derecho celestial de ser los amos del valle que, además, constituyen el séquito de aliados del imperio depredador. Para completar esa acción "encubierta", utilizan a los ejércitos para blindar el poder, y a cuerpos represivos para desbaratar la protesta social. En consecuencia, los pueblos de América Latina parecen que están despertando y Venezuela es una referencia concreta, porque aquí hay un pueblo que despertó hace rato, bañado con la luz de la conciencia revolucionaria.
Ahora bien, lo que se pide a gritos es que la democracia avance hacia nuevas realidades y no sea la fuente de corrupción e instrumento de la represión de los pueblos, ni mucho menos la del voto cada cinco años. Por eso, cuando hablamos de nuevas realidades es, precisamente, pasar de lo representativo a lo participativo, porque ya en esta avanzada del Siglo XXI, no tiene ningún sentido quedarse anclado en los puertos contaminados de la democracia representativa. Hay que soltar amarras y avanzar hacia nuevos peldaños donde se pueda ver el sol de la verdadera participación del pueblo.
Ante este desencanto y malestar manifiesto contra las democracias en América Latina, es necesario revisar la "historia medica" y centrarnos en el diagnóstico, cuyos principales síntomas son: baja calidad de los gobiernos, frustración de los ciudadanos ante la desigualdad de riqueza y poder, poco o nada participación en los asuntos públicos, corrupción galopante, inseguridad, desempleo, narcotráfico, prostitución; y para rematar, mucha pobreza y miseria. Esa es la verdad, esa es la realidad de la mayoría de las democracias latinoamericanas; realidad que los gobiernos de la derecha intentan y quieren ocultar, tal es el caso de Colombia, Perú, Ecuador, Chile, Costa Rica, Panamá, Honduras y pare usted de contar, donde los pueblos sufren y las democracias están en estado febril, pero las clases dominantes gozan de buena salud.
Por ello es necesario, hoy más que nunca, debatir y analizar la naturaleza y alcance de las democracias en crisis, para de esa manera vislumbrar y comprender los escenarios que hay que impulsar al interior de las mismas para avanzar hacia otras etapas políticas de mayor envergadura y protagonismo. Más allá de querer fortalecer la gobernabilidad del silencio sepulcral donde no pasa nada y promover religiosamente elecciones en cada primavera, lo que hay que hacer es fortalecer la sociedad, con todos sus sectores, para que sean protagonistas e impulsores de su propia historia y de las transformaciones necesarias para salir del lastre que les imponen las poderosas clases dominantes, esas que se roban el gobierno, las instituciones y las riquezas del país.
De verdad, América Latina está harta de las democracias conservadoras y derechistas, de las democracias engañosas, tuteladas y represivas, que someten y manipulan la conciencia para dominar. Entonces, el reto es no desmayar en la tarea de consolidar la democracia protagónica, tal como se están haciendo Bolivia y Venezuela.
Ahora bien, se sabe que en toda la región latinoamericana los sectores de la derecha, claramente identificados en los medios de comunicación, la cúpula de la Iglesia Católica y grupos evangélicos, grupos económicos y partidos de la derecha, empujados por el brazo aliado del imperio, a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), no van a desmayar en su obstinado empeño de detener los avances de la democracia revolucionaria. En ese sentido, recordemos que la especialidad de la política exterior de los Estados Unidos es derrocar gobiernos democráticos para colocar títeres políticos; es decir, acabar con los sueños de los pueblos. Eso es una práctica y una conducta compulsiva hacia el abuso y violación de la soberanía de las naciones.
En el caso de Chile, una de las manifestaciones más claras de esa conducta cobarde y dañina del imperio norteamericano fue contra Salvador Allende, líder socialista Chileno, electo en 1970 presidente de la República a través del voto del pueblo. Pero de manera cobarde, con la ayuda de la traición interna y las garras del águila imperial, se truncó el proyecto de los altos ideales revolucionarios, para darle paso a la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet, sostenida a sangre, fuego y represión durante casi diecisiete años. Así encontramos que mucho antes de alcanzar el poder, el proyecto revolucionario de Allende estaba marcado para un final trágico, guión diseñado en los laboratorios de la CIA, donde las balas asesinas fueron puestas a remojar en formol. Tal como lo señala Eduardo Álvarez Pugas en su libro "Abajo la democracia, el triunfo de la tiranía neoliberal", el objetivo era cegar las vías democráticas de acceso al poder de los partidos y las corrientes políticas que proponían reformas profundas en las estructuras económicas y la recuperación de las riquezas del Estado Chileno, que estaban en manos del capital extranjero.
De 1953 y hasta 1973, la CIA no descansó en Chile. Cualquier manifestación nacionalista, cualquier deseo de progreso social y de reforma era cortada de raíz. El 11 de septiembre de 1973, las furias del ego imperial apagaron los sueños y la vida de Allende, pero no apagaron las llamas de la revolución. En este octubre de 2019, el pueblo vuelve a ser reprimido y con ello vuelven las pesadillas de la dictadura pinochetista. ¿Acaso es el despertar del pueblo, o es solo la manifestación pasajera de desencanto y malestar hacia la democracia?