El Reloj del Tiempo

Bolivia, eje medular de América Latina, ¿Dónde hubo el error histórico para el Golpe? (1)

Martes, 12/11/2019 03:15 PM

*El bocazas de Miraflores dinamizo la salida de Morales por sus palabreríos a Donald Trump.

En primer lugar hay que comprender que el concepto de guerra civil es en mismo histórico aunque, según la propuesta de István Kende, responde a por lo menos cuatro características principales: en primer lugar que correspondan a conflictos de masas, esto es que haya un equilibrio entre las fuerzas de tal manera que los genocidios y masacres no entran en esta categoría; además deben enfrentar a dos fuerzas de las cuales una por lo menos debe ser un ejército regular al servicio del gobierno, es decir, excluye el mero bandidismo o los golpes de estado; en tercer lugar ambos bandos deben tener una mínima organización centralizada, y finalmente sus acciones se llevan a cabo de manera planificada respondiendo a una estrategia global. En este sentido las guerras civiles decimonónicas, tanto europeas como latinoamericanas, se ajustan perfectamente a este modelo.

Peter Waldmann, un tanto en la misma línea que Pieter Spierenburg y Norbert Elias, considera que el proceso de construcción de estados y naciones en Europa difiere sustancialmente de las demás regiones del orbe en tanto las guerras entre los príncipes y reyes sirvió como palanca para consolidar los estados, a diferencia de las naciones latinoamericanas en las que después de la independencia la reorganización al interior de las fronteras fue un proceso violento que enfrentó a las diferentes clientelas políticas. En este sentido se asume que las guerras civiles fueron el resultado de un estado débil, incapaz de mantener el control sobre su territorio por medios institucionales, con lo cual el caudillismo resultó de la debilidad del estado, el regionalismo y el desorden comercial.

Habría que preguntarse entonces ¿si el estado hubiese sido fuerte no habrían ocurrido guerras civiles? La dificultad radica en definir qué sustenta la fortaleza del Estado, por ejemplo, para el caso mexicano la pax porfiriana fue posible gracias al control férreo de la oposición política, pero en Colombia el periodo de paz posterior a la Guerra de los Mil Días fue producto del poder compartido entre conservadores y liberales. Sin embargo, ambos proyectos resultaron en un nuevo conflicto, el porfiriato fue derrocado por la Revolución mexicana en tanto el régimen abierto colombiano fue puesto en jaque por la acción violenta de guerrillas conservadoras y liberales sólo controladas con la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla en 1953. La fortaleza estatal entonces no radica sólo en lo militar, puede basarse en efectivamente en un ejecutivo fuerte, pero también en acuerdos para equilibrar el reparto de poder o de la burocracia, e incluso de amalgamiento social ante el temor por el desorden o la destrucción de la nación misma.

El análisis tampoco puede reducirse a la consideración según la cual las guerras civiles fueron producto sólo de un estado excluyente enfrentado a las clientelas regionales. Como muestra Posada Carbó, la participación en las guerras civiles no fue un simple ejercicio oligárquico o clientelista, muchas tropas iniciaron con unas cuantas decenas de milicianos mal armados y terminaron en ejércitos de número lo suficientemente significativos como para enfrentar al gobierno. Muchos de los participantes en las confrontaciones, de origen humilde, vieron la posibilidad de ascenso social en las milicias y con ello la recompensa por sus sacrificios, en tanto en la caída de la tropa podía derrumbar también a los caudillos, como en 1859 en Chile cuando Abdón Garlín perdió la lealtad de sus seguidores y tuvo que huir de su ajusticiamiento.

Las guerras civiles entonces no dependen tanto de la debilidad del estado, de su incapacidad o negligencia para monopolizar la fuerza, sino de la capacidad de los rebeldes para movilizar, atraer y sostener las tropas, así como de las oportunidades que para los combatientes representa la victoria sobre el gobierno, ya sea en reparto burocrático y fiscal a nivel nacional o regional, como en ascenso social para aquellos combatientes de extracción más humilde. Hay que tener en cuenta que los ejércitos decimonónicos tuvieron problemas de conscripción, sostenimiento, actualización tecnológica y disciplina, pero el enemigo también tenía esos problemas y aún en mayor medida, por lo tanto, si bien el estado era débil también lo era su contrincante.

A pesar de que las guerras civiles no son producto de la debilidad estatal sí acompañan el proceso de consolidación del estado y de creación de la nación. Los conflictos armados en sus diferentes dimensiones enfrentan al gobierno, pero no necesariamente transforman las instituciones estatales, antes bien fortalecen a un grupo en el gobierno o reemplazan los cuerpos burocráticos con nuevos grupos. La relación de estos caudillismos con los sectores populares es diversa, como ya se dijo anteriormente los adeptos se consiguen más por la promesa de obtener beneficios que por una verdadera fundamentación ideológica; por otra parte, los campesinos e indígenas que protagonizarán revueltas por lo general tratarán de mantener su autonomía regional antes que intentar transformar el sistema institucional.

La Guerra de los Mil Días en Colombia, si bien logra desafiar al gobierno tras la exclusión del partido liberal de la participación política y la pérdida de independencia del poder legislativo y el judicial, no consigue derrocar el gobierno, ni destruye la institucionalidad, de hecho deja intacta la constitución conservadora de 1886 que se mantendrá vigente hasta la nueva carta de 1991. El sistema de exclusión se verá pronto debilitado por los acuerdos bipartidistas que permitieron la reforma electoral y con ello el reemplazo de los frentes armados por las coaliciones electorales, muchas de ellas basadas en las relaciones interpartidistas. Sin embargo esto no fue el resultado de una acción exclusiva del gobierno, también fueron significativos otros factores como la pérdida de confianza en el conservadurismo después de la separación de Panamá en 1903 y el derrocamiento del general Rafael Reyes en 1909 después de una serie de protestas populares en marzo de dicho año, así mismo el reemplazo generacional de las élites partidistas de raigambre militar por líderes políticos de tradición civilista cumplió un papel fundamental en la nueva política electoral, más incluso que los mismos efectos de la Guerra Civil de 1889 a 1902.

Con respecto a México la constitución resultado de la Revolución de Ayutla y la consolidación de ésta después de la Guerra de Reforma son sin duda un hito en la construcción del estado nacional, pero están enmarcadas en dos eventos fundamentales: la invasión estadounidense de 1846 a 1848 y la invasión francesa seguido del imperio de Maximiliano. En este plano la Guerra de Reforma juega un papel indiscutible en la construcción del proyecto nacional, pero lo fue tanto como los desafíos que tuvo que enfrentar una nación que se vio enfrentada en sí misma a la destrucción por los imperios extranjeros y que por ende tuvo que fortalecer su control central aunque sosteniendo una federalización en términos formales, proceso que llegará a su culmen con la larga presidencia de Porfirio Díaz y que incluso tuvo efectos significativos en la Revolución Mexicana (basta recordar la fuerza del partido constitucionalista). Como ha señalado Safford, la diferencia entre México y Colombia es que a pesar de que ambas naciones presenciaron una serie de confrontaciones entre federalistas y centralistas después de 1830, México resolvió ese problema después de la Guerra de Reforma, en tanto Colombia tuvo que esperar hasta las primeras décadas del siglo XX.

Argentina por su parte tuvo una convulsa historia de enfrentamientos que se engloban en la llamada "Guerra Grande" en la que, por poco más de una década, se entremezclaron conflictos armados entre facciones provinciales e internacionales de Uruguay, Brasil, Francia e Inglaterra. El resultado final fue la elaboración de la constitución de 1853 que dividió el país en dos: la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires, la cual sobrevivió la posterior unificación del país en la década de 1870. En 1870 y 1876 algunos grupos armados se levantaron en la provincia de Buenos Aires para rechazar la constitución, sin embargo, sus reivindicaciones cayeron sobre terreno estéril, la burocratización civil y militar había logrado consolidar un aparato institucional sólido que le permitió a ese país enfocarse en la producción de bienes de exportación. David Rock señala que para la mayoría de los pobladores de Argentina la guerra civil desatada en 1880 carecía de sentido, tanto así que el embajador francés de la época consideró que más que una guerra civil lo que había era una lucha de unos cuantos caballeros deseosos de ocupar unos cuantos cargos públicos.

El caso más particular sería el de Perú cuya definición nacional estará fuertemente influenciada por la guerra contra Bolivia y la guerra del Pacífico que implicó la aplastante victoria del poder militar chileno sobre el peruano. Después de la resolución del conflicto con Chile el estado del Perú fue de una debilidad manifiesta, como lo ha señalado Brooke Larson, se desató una nueva fase de guerra ahora entre facciones nacionales entre 1883 y 1884, por una parte, llevada a cabo por el conflicto entre los caudillos militares Miguel Iglesias y Andrés A. Cáceres, además de las "montoneras" que invadían haciendas y villas aprovechando el clima de desorganización gubernamental. Sería hasta la década de 1880 cuando las élites peruanas entrarían en diálogo para enfrentar las guerrillas de campesinos indígenas. La reconstrucción nacional que inició con Cáceres será reemplazada en la década de 1890 por la República Aristocrática de Nicolás de Piérola, proyecto que consolidó el orden nacional bajo la premisa de la exclusión de los indígenas campesinos, que como el régimen argentino y el mexicano ganó legitimidad entre los círculos de poder gracias al crecimiento económico.

Tal como lo planteó Marc Bloch, tal vez una de las mayores ventajas de la historia comparada sea el servir de instrumento para plantear y probar hipótesis, por ello más que conclusiones, inalcanzables en un trabajo de tan corto aliento como este, quisiera finalizar este texto con una serie de hipótesis que se construyeron a lo largo de la elaboración del manuscrito. Desde la última década del siglo XIX las naciones latinoamericanas presenciaron la pérdida gradual de legitimidad de las guerras civiles como formas de hacer políticas, las tropas irregulares cada vez fueron más difíciles de incorporar y mantener en tanto los ejércitos se fueron modernizando y fortaleciendo. En Colombia, por ejemplo, el cambio de mentalidad de los líderes políticos, cada vez más cercanos al ideal civilizatorio que al espíritu guerrero, tuvo incluso más importancia para las posteriores negociaciones interpartidistas que el fortalecimiento del ejército nacional. Las guerras civiles no fueron resultado de la debilidad del estado ni de su negligencia por mantener el orden, responden ante todo de las limitaciones políticas, la fuerte centralización, el peso mayor del ejecutivo sobre los demás poderes, los intereses por acaparar u obtener puestos burocráticos, todo esto acompañado por un contexto de lenta interconexión económica, fuertes poderes locales sustentados por redes clientelares, así como liderazgos político-militares de los caudillos políticos.

Las guerras civiles no comprendieron los únicos enfrentamientos sociales decimonónicos, las revueltas campesinas tuvieron diferente nivel de impacto, a veces alcanzando repercusiones nacionales. En ocasiones una revuelta campesina se entremezclaba con las guerras civiles, pero en general lograron que las élites que obtenían el control del gobierno negociaran con los poderes locales para obtener ciertos beneficios, como por ejemplo el repartimiento de tierras en México después de la Guerra de Reforma o la eliminación del tributo personal en las comunidades indígenas peruanas después del establecimiento del pierolismo.

Las guerras civiles al igual que las internacionales sirvieron a las élites gubernamentales para legitimar la paz y el orden, los recuerdos del desorden y barbarismo de los enfrentamientos pasados funcionaron como justificantes de un férreo y excluyente ejecutivo en tanto se conducía a los estados al concierto de las naciones civilizadas. La paz porfiriana fue el fundamento del orden y el progreso, la regeneración colombiana se basaba en la paz social y eficiencia administrativa, el pierolismo peruano excluyó a los campesinos en pro del crecimiento económico, al igual que lo hizo Argentina que sacrificó su poder regional para centrarse en Buenos Aires que funcionó como eje articulador de la nación.

Sin embargo, lo más evidente es que tal vez lo único común entre los diferentes casos haya sido la irrupción de guerras civiles durante la construcción del estado nacional, pero, lo más relevante, es que en cada caso los grupos políticos optaron por diversas estrategias para consolidar el orden estatal, que tal vez sólo en Chile haya estado asociado a un ejército fuerte. En Colombia fue necesaria la negociación interpartidista, en México la unión ante la amenaza extranjera, en Argentina la burocratización hizo su parte y en Perú la exclusión de los indígenas y la organización aristocrática garantizó la institucionalidad. En todo caso lo que se demuestra es que no puede considerarse el proceso de construcción estatal y nacional como una fórmula que siguen o no los países de acuerdo con un guion preestablecido por sus próceres, gobernantes o "agentes del imperio", al contrario, la evolución de los estados latinoamericanos se llevó a cabo muy a pesar de los intereses originales de aquellos personajes que asumieron las riendas de un proyecto que muchas veces no iba más allá de sus intereses particulares.

Si clasificamos los problemas más principales de América Latina, surgen adelante estos tres temas sin duda: la desigualdad, la violencia y el problema de seguridad. Aunque estos problemas todos tienen detalles colosales cada uno, estos tres problemas forman un triángulo que nutren el uno al otro siendo un callejón sin salida. Estos problemas se añaden por la corrupción, la insensibilidad de las elites en el centro a su ámbito y la desigualdad de oportunidades. Por esta razón aparece y se cultiva una generación amplia de jóvenes que consideran su última salida como los caminos oscuros. Esta amplia masa forma el origen de los problemas sociales y políticos en muchos países latinoamericanos siendo el núcleo y el seguidor del problema, pero ¿qué tipo de oferta de solución se presenta y por qué es difícil de solucionar este problema en América Latina?

América Latina es el continente donde es más amplia la desigualdad económica. El abismo de ingreso entre los ricos y los pobres es tan amplio que es posible solucionarlo a través de una reforma de arriba abajo y muy grande. En el Continente Sur, la clase media ya es desaparecida. Muchas personas creen que la transición entre los niveles más superiores y más inferiores solamente puede ocurrir a través de los métodos ilegales. Por ello las personas típicas como Pablo Escobar y Chapo Guzmán se consideran como los ejemplos que muestran que es posible existir un mundo diferente donde destruyen los callejones sin salida de la estructura social y económica. La admiración a las personas y las estructuras de mafia es posible explicarse solamente pero solamente con las desilusiones de las personas a pesar de todos sus esfuerzos. Otro elemento que rompe las limitaciones sociales es ser futbolista. Cuando miramos a las historias de vida de los futbolistas latinoamericanos, mayoritariamente vemos que vienen de un pasado humilde. Por ello el fútbol es importante igual que la religión, los futbolistas casi se consideran como los dioses. A lo mejor podemos afirmar que ser artista es otro método para cambiar las clases socialmente. Pero ser famoso siendo un cantautor necesita haberse una elite en el continente con una fama extra. Por lo menos procederse de una familia de clase media facilita los contactos con el mercado de música.

Es tan natural y es una parte de vida cotidiana hablar de la violencia cuando hablamos de América Latina. Aún es casi un elemento ‘normalizado’ ya, la violencia en la cultura latina.

La costumbre y la fatiga de muchos años, causaron que se asumiera la violencia por parte del pueblo, aunque no lo deseó tanto. Cuando se unifican esta situación y la cultura de violencia de muchos años, aunque no fue deseado, se hicieron los elementos que formaron la vida en el continente. A pesar de que los elementos políticos e ideológicos detonan la violencia en el continente, el elemento real que sostiene el círculo de violencia es la desigualdad de la distribución del ingreso como fue mencionado hace poco tiempo. Las personas del continente en vez de creer en la religión y la existencia de una vida después de la misma, ya tienen una creencia más cerca al ateísmo. Especialmente esta tendencia observada en los jóvenes cuando se unifica con la aproximación de vivir mejor en esta vida, la violencia y el crimen se transforman en un aparato legalizado para obtener el objetivo.

El problemático de seguridad que forma otra cuestión en el continente se siente en cada etapa de la vida. Por la existencia fuerte del estado en casi todos los lugares, distintas organizaciones que toman el lugar del estado ya existen en la zona rural en especial. Estas organizaciones administran la zona como si fueran un estado y ponen reglas. Considerablemente aseguran la seguridad, pero estas estructuras causan un problema serio de seguridad. La seguridad de las ciudades y los crímenes ordinarios existen como un fenómeno no controlado por ningún estado en el continente. Por ejemplo, en Colombia el robo de teléfono móvil se registra como el tipo de robo número uno en el país cada año. En el continente hay un problema de crímenes ordinarios. La insuficiencia del sistema de cámara, la desconfianza a la policía, los problemas sistemáticos y a lo mejor lo más importante el sector de seguridad forma el mayor obstáculo ante la solución para los crímenes ordinarios como estiman muchas personas. El debate político está incandescente. En cualquier caso, la controversia es continua y se deja sentir también en el interés creciente que hay por fijar y delimitar las posiciones. En el ámbito conservador y entre los españoles, cumple esa misión el libro de Gregorio Luri, .

Roger Scruton, El mejor resumen de la evolución del conservadurismo (y de lo permanente en él) lo hace el autor en las páginas finales: «El conservadurismo moderno nació como una defensa de la tradición contra las exigencias de la soberanía popular, y se fue convirtiendo en una llamada a enarbolar la religión y la alta cultura frente a la corriente materialista del progreso, antes de unir sus fuerzas a las de los liberales clásicos en la lucha contra el socialismo. En su intento más reciente por definirse, se ha transformado en el adalid de la civilización occidental contra sus enemigos, y contra dos de ellos en particular; la corrección política […] y el extremismo político, especialmente el islamismo militante […]. A través de estas metamorfosis algo ha permanecido igual, a saber, la convicción de que lo bueno es más fácil de destruir que de crear, y la determinación por defender ese bien frente a los cambios pretendidos por la ingeniería política»

Con la misma intención a la vez expositiva y expuesta, sir Roger Scruton publicó en 2018 su Conservadurismo. Otra prueba más del interés existente es que, a diferencia de otros tiempos, donde las traducciones de Scruton se hacían esperar, ahora se publican enseguida. La editorial El Buey Mudo ha sacado ya la traducción española de este libro. l volumen merece esta traducción simultánea. Es una bibliografía comentada del pensamiento conservador desde sus orígenes a nuestros días. Muy completa y muy inteligentemente glosada.

En realidad, es mucho más lo que Scruton considera el núcleo duro, invariable, del conservadurismo. Una concepción comprometida de la libertad, especialmente. En palabras de Samuel Johnson: «La verdadera libertad sólo nace de la cultura de la obediencia». La libertad no es una huida de las obligaciones y deberes, sino la llamada a cumplirlos. Matthew Arnold lo expuso con una metáfora ecuestre: «La libertad es un caballo estupendo, siempre que cabalguemos hacia algún sitio».

Enlazando con eso, Scruton encara, apoyándose en Edmund Burke, la relación con el liberalismo. El liberalismo solo tiene sentido en el contexto social que el conservadurismo defiende. La propiedad privada es la expresión natural y la realización de la libertad individual en el mundo de los objetos.

Otra constante del conservadurismo es la defensa de separación del Estado y de la sociedad civil, fortaleciendo, sobre todo, a la sociedad civil, pues el Estado se fortalece solo. Confluyen en esa idea básica la mano invisible de Adam Smith, el concepto favorable de prejuicio de Burke y el sentido común de Johnson, además de la defensa del derecho de Hegel.

Scruton aporta un dato de enorme interés al fijar el momento en el que el conservadurismo adquiere su carácter antagónico por antonomasia. Fue tras la Revolución Francesa. Aunque los mejores pensadores de entonces remontan su rechazo a las raíces intelectuales de aquella revolución. Maistre, Chateaubriand y Tocqueville repudiaron algunos aspectos de la Ilustración: la soberanía popular, en el caso de Maistre; el secularismo, en el de Chateaubriand; y el igualitarismo, en el de Tocqueville.

Siguiendo la estela de Samuel Taylor Coleridge, Scruton recalca la importancia de la cultura (de la alta cultura) dentro de la cosmovisión conservadora. En el prefacio hace una salvedad sustancial: «Los mejores intelectuales conservadores han dedicado parte de su atención a la naturaleza del arte y a los mensajes que contiene. La primera publicación importante de Burke, por ejemplo, fue un tratado sobre las ideas de lo sublime y la belleza. Las Lecciones sobre la estética de Hegel son la cumbre de su contribución al pensamiento del siglo XIX, y muchos conservadores culturales fueron también autores destacados, en verso y prosa: Chateaubriand, por ejemplo, o Coleridge, Ruskin y Eliot. Si se desea comprender totalmente lo que estaba en juego en Austria durante el debate acerca del orden espontáneo, no se deberían estudiar sólo los escritos de Hayek y su escuela. Igual de relevantes, a su manera, fueron las sinfonías de Mahler, los poemas de Rilke y las óperas de Hofmannsthal y Strauss».

Meza y Camacho, representan ese mundo amargo del conservadurismo boliviano

Tales advertencias tienen su interés paradójico. Son una manifestación del constante anti-intelectualismo conservador o, mejor dicho, de lo secundario de su contenido ideológico comparado con su fuerza vital, su capacidad de trabajo y su energía creadora y artística. Constatado lo cual, el ensayo se centra en lo ideológico, porque la claridad de ideas políticas es una necesidad perentoria del debate público actual.

Consciente, Roger Scruton concluye: «Creo que el conservadurismo seguirá siendo un ingrediente necesario de cualquier solución que se ofrezca a los problemas actuales. La tradición intelectual esbozada en este libro debería formar parte, por lo tanto, de la educación de todos los políticos de cualquier posición». El estudio de estos debates escapa al objetivo y al espacio de estas páginas; pero subrayar su largo etcétera y atisbar su complejidad contribuye a que nos hagamos cargo del «escenario Waterloo". Podemos concluir que los dos términos de los innumerables debates están entre los que sostienen que en realidad nada es excesivamente verdad y los que mantienen que existen la realidad y la verdad. Para los primeros, todo depende de la cultura y la sociedad, o sea, de la imagen y el relato, esto es, de la voluntad subjetiva. El hombre es una tabla rasa donde escribiremos, prometeicos, cuanto queramos. Por otro lado, están aquellos que defienden la consistencia de lo existente, incluyendo las instituciones, las tradiciones o el cuerpo humano.

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