El Arado y el Mar

Hay que tumbarlo

Martes, 26/11/2019 04:58 PM

Allá en un pueblo del interior, si la memoria nos acompaña fue en las Mercedes, o quizá Aragua de Maturín, existía un árbol inmenso en las inmediaciones de un casa, seguramente un samán, tal vez un mango. El árbol creaba muchos problemas, las raíces levantaban el piso, las ramas caían en el techo, las hojas tapaban las cañerías, pero obsequiaba su sombra, cobijaba a pájaros y ardillas. La gente de la casa soportaba al árbol, en aquellos lares los árboles son sagrados, es costumbre protegerlos, allí se cumple lo del himno: "Al árbol debemos solícito amor, jamás olvidemos que es obra de Dios"… Se cumple hasta que el árbol deja de renovar las hojas, de dar fruto, entonces se oye la voz de la jefa de la familia, la dueña de la casa, que dice: "ya se agotó el árbol, hay que tumbarlo"…

Sabiduría popular. El árbol se había agotado, no había otra solución que tumbarlo, seguir con él era correr riesgo de perder la casa entera, el árbol podía derrumbarse y acabar con todo. Es igual en la vida, hay que saber cuando se llega el final del camino.

En las sociedades no es frecuente esta sabiduría, los agotamientos en la humanidad se resisten a ceder el paso, ya decía el alemán aquel: "la violencia es la partera de la historia". Los cambios se dan con violencia. No es fortuito que uno de los pilares de la vida humana sea la guerra, la economía se mueve en gran medida por la industria bélica, aquí llegaron primero los misiles, los sukhoi, que el trigo. Miles de millones de hambrientos comerían, tendrían futuro, si no hubiese la preparación para la guerra, para la violencia.

Cuando un gobierno se agota es el último en reconocer su incapacidad. ¿Cuánto se ahorraría a los pueblos si los gobiernos, los sistemas, reconocieran su incompetencia, cedieran el paso?. La historia está llena de gobernantes que no aceptaron el final, y salieron del poder de manera vergonzosa, terminaron en un pestilente hueco, o corriéndole a un palo de escoba, con una poblada atrás.

El capitalismo inventó una fórmula para paliar los agotamientos: la alternabilidad. De esta manera, entrega a los gobernantes y mantiene el sistema. Pero, muchas veces es tal el deterioro que las elecciones, la alternabilidad no resuelve, también, algunos gobernantes agotados violan la ley de la alternabilidad, y se aferran a reelecciones suicidas y terminan exiliados en México.

Cuando un gobierno agotado se empecina en seguir en el poder, en el interior de esa sociedad se gesta la violencia necesaria para expulsarlo, esa es una ley. No hay gobierno agotado que no sea, tarde o temprano, sustituido. Sólo cambia el gasto social de esa terquedad, que puede llegar hasta la disolución del país, su fragmentación.

Un gobierno agotado se conoce por las medidas desesperadas que toma: inventa monedas, reparte bonos, levanta miedos, se excusa tras enemigos ficticios. Todo eso sólo trae más sufrimiento a la sociedad. Lo definitivo de esta situación, lo que va a determinar el sufrimiento, es la capacidad de la sociedad para sustituir al gobierno. Al agotamiento no lo solucionan elecciones, ni trampitas trasnochadas, lo que se agota debe ser tumbado, como el árbol del cuento.

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