¿En la comedia política venezolana, entre Maduro y Guaidó, quién es quién? “Vidas Paralelas”

Viernes, 10/01/2020 04:28 PM

La política venezolana de estos tiempos tendría mucho de comedia bufa o cómica si no fuese, como solemos decir, "por los ratos de hambre" o de tragedia, por lo que entonces se queda en puro drama. Quizás el género haya desaparecido de pantallas de televisión y hasta radio, porque haría falta mucho talento creativo, en el área de escribir e interpretar para superar la realidad y poder ponerle un poco de belleza. En el teatro de la calle, de la vida cotidiana, se desborda la tragedia y también, por ráfagas de poca intensidad, la gracia nacional y eso hace poco propicio haya escribientes y actores que se atrevan a intentar superar aquello o simplemente a recogerlo.

El conflicto nacional que pudiera ser estrictamente hablando entre los intereses del país y factores que intentan a este dominar, por la impericia y hasta aspaventosa actuación de las figuras "estelares", a los ojos de la multitud se ve borroso, porque el hambre y la pobreza toda invade los espacios y la gente atrapa.

La comedia trágica nuestra, como la clásica, está estelarizada por dos personajes, el protagonista y el otro, su antagónico. Sólo que en nuestro caso, uno y otro se truecan los roles por momentos o para mejor decirlo, los acontecimientos que se desatan hacen que en cada escena, aunque aparezcan juntos, uno de los dos estelariza. Pese la carga de individualismo de la obra, pues se trata como de dos personajes y donde a "Fuenteovejuna" poco interés le prestan o nada de protagónico tiene, según sus autores se trata de una lucha por el cambio social donde, en apariencia, por lo menos eso dice uno, ateniéndose a lo que atisba y siente, pareciera por profundizar la miseria y la tristeza.

Pero eso de estelarizar, después de decirlo, uno lo ve como un formalismo o una manera de decirlo porque o tiene otra manera de decirlo, sino que se atiene a lo tradicional, pues desde el origen uno y otro carecen de autenticidad y hasta libertad de acción. Ellos son y no lo son al mismo tiempo.

El Comandante hizo carrera como demasiado rápido. Su prestigio, popularidad, creció como con demasiada rapidez; quizás hizo mucho sacrificio en poco tiempo pero relativamente poco esfuerzo, ese que demanda el tiempo. No sintió la obligación de hacerle concesiones a la gente que llegó a rodearle ni necesidad de convencer a nadie para le acompañase; su proyecto fue como demasiado suyo y exitoso.

El Bolívar de 1810 y 1812, aquél que de manera atrevida y hasta irreverente dijese, "si la naturaleza se opone lucharemos contra ella", se halló luego ante un escollo cierto. Venezuela no era una nación, varias provincias, como copia de España, aquí habían nacido. Una y otra hasta se desconocían tanto como que ni siquiera comerciaban entre ellas. Por eso, hubo dificultades para todo, elaborar un plan común de luchas, un ejército, jefaturas y hasta subalternos. En la dureza de ese debate, en la desconfianza, en el no reconocerse en lo inmediato, hubo cosas trascendentes y dramáticas como el fusilamiento de Manuel Piar, hasta llegar a aquel pasaje de cuando el futuro Mariscal de Ayacucho, atravesando el Orinoco en sentido contrario que lo hacía el caraqueño Bolívar e increpado por éste para se identificase y al hacerlo recibir como respuesta aquello desafiante de "Yo no he ascendido a ningún General Sucre", el discreto cumanés le respondiese, "de todos modos, aunque fuese un humilde soldado, cuente conmigo para su causa". Allí, a eso, se llegó por un duro camino, trabajo inteligente, meticuloso y por un escuchar en veces con demasiada paciencia y hasta humildad.

El Comandante murió demasiado joven, apenas comenzando su trabajo. Quienes después de su salida de la cárcel y meteórica llegada al poder por su casi personal esfuerzo y hasta identificación íntima e individual con sus votantes, donde quienes con él andaban lejos de ser y menos sentirse creadores de aquello, se sintieron simples y hasta beneficiaros, como por azar, después de tanto perder el tiempo y hacer siempre lo contrario de lo que la sensatez recomendaba. No tuvieron otra cosa por hacer que agradecerle les hubiese permitido subir a su vagón y hasta viajar en un tren que llegó como demasiado rápido; nada del poco habitual avance de ellos, no por falta de velocidad, sino capacidad para hallar los caminos. No tuvieron derecho y tampoco intentaron reclamarlo, a opinar, ni ser oídos con la atención que puso Bolívar en los guerreros orientales. Y muerto el comandante, todos se creyeron en la obligación hasta de aceptar que el traslado del derecho a dirigir estuviese determinado por la orden por él dada pocos días antes de su muerte. Nadie se sentía con derecho a disentir y tuvieron hasta mucho de razón. Y sólo le siguieron las palabras y la dirección que marcó obviando que en el camino se debe enderezar el rumbo para superar los habituales obstáculos o evadir los arrecifes.

Tom Canty, el personaje de "El Príncipe y el Mendigo", obra de Marx Twain, entra a palacio a hacer las veces de Eduardo Príncipe de Gales, hijo de Enrique VIII a mediados del siglo XVI. Una de las debilidades de Tom fue no haber sabido nunca responder por el sello real que Eduardo había conservado consigo para los fines que lo usó al final, hacerse reconocer como el verdadero heredero del trono. Es decir, por ese hecho, Tom estuvo perdido y descarriado, mientras que el verdadero príncipe pudo rescatar su identidad y reconocimiento.

Maduro como Canty, se ha visto obligado a desempeñar un rol ajeno y hasta como demasiado grande. El sello real que llevó Eduardo como pasaporte para retomar sus derechos y herencia, Maduro como Canty, nunca lo ha tenido. El comandante venía elaborando su proyecto, en buena medida personal, pero afincado en su íntima relación con la multitud, aquella misma de cuando el Caracazo se halló sola y quizás por lo mismo, indispuesta y desconfiada. Ese fue el sello real del comandante que, no sé si por descuido o errores que no tuvo tiempo de subsanar, se llevó consigo a un sitio donde nadie habría de encontrarlo y por eso se dan tantos bandazos y no se encuentran los caminos.

Guaidó entra en escena como aquel carajito, limpiabotas caraqueño, del cuento de José Rafael Pocaterra "De como Panchito Mandefuá cenó con el niño Jesús". Entró a la guerra como soldado en un ejército de puros generales. La igualdad entre ellos era la propia que prevalecía entre los hijos de una parte de la gente del este caraqueño, que no es como Guaidó. Como abundaba mucho por repartir y pocos dispuestos a prestar los servicios para lo que él sí estuvo disponible, le pusieron los mismos galones pero con poco brillo, tal que hiciese juego con él. El furioso vendaval que desordenó todo, hizo que los generales se dispersaran sin cuidar sus sitios, formalidades e intereses y le halló a él parado, sin que se hubiese percatado, donde debía estar un jefe de verdad, pergaminos y por ello galones relucientes y no de los mohosos como los suyos. Claro, tampoco es que el brillo de aquellos fuese de oro o diamante sino de pura baratija y acicalamiento, pero brillantes al fin como para guardar las apariencias.

Los dos personajes que se turnan en la escena obedecen al impulso de fuerzas y voluntades que les son ajenas. Maduro se mueve por un discurso, aquel del comandante del cual no recuerda sino las palabras, como quien tiene grabado el título del libro y hasta el color de las letras sin saber lo que hay adentro pero también por quienes sabiéndolo desorientado, sin don de mando, linaje ni aquellos atributos de Eduardo, el hijo de Enrique VIII, ignorando por completo de la existencia del sello real para marcar todo su hacer de la prosapia necesaria. Y quienes lo mueven, que si saben no es Eduardo sino Nicolás, lo hacen a razón de gusto y cada quien de aquella situación, que Nicolás sabe confusa, le saca el provecho para sí y los suyos.

Guaidó, que también sabe que no es general sino un humilde soldado sin honores, de los pocos que por allí hallaron cuando los jefes se fueron en estampida, porque nunca han podido hacer lo qué se debe hacer y quedó porque sabía bien quién era y nunca, con razón, creyó le tomasen en cuenta, y para más cosas le toca ir a la cena, se halla igual de perdido. Tanto que no sabe cómo manejar los cubiertos ni cuando hacerle los honores debido al niño, su anfitrión. Y se excede en lisonjas y gestos de mal gusto y hasta dispuesto está a hacer lo que dignidad prohíbe.

Su rol, el de representar a uno que debería saber cómo hacerlo porque no es actor y tampoco se parece en nada a él, es el de quien no sabe a qué atenerse; por eso ha pedido lo liberen y ahora libre como está, según se cree, pudiera ir por sus propios pies a cenar y acertar el camino, el suyo, no hacia donde se halla el niño y tampoco el trono de Eduardo. Su vida y la de Nicolás, son "Vidas Paralelas".

En la próxima aparecerá Pompeo señalándole el nuevo plan, ese para el cual le "reeligieron" y hasta consiguieron se sintiese "libre", pero no de él y Trump, sino de los generales que de nuevo entran en el invernadero por desacertados y hasta fracasados

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