El socialismo necesita un líder y el planeta una esperanza

Miércoles, 11/03/2020 02:45 PM

Los prejuicios y el virus del pragmatismo infectaron a Díaz Canel; hace Falta Fidel en el mundo. La postura política del presidente de Cuba frente a los ingenieros encarcelados por Tark el Aissami, "el gran inquisidor", es un síntoma de pragmatismo; no se detiene a considerar el caso, no lo investiga, no ahonda, pero emite un juicio automático en favor de esas detenciones por conveniencias políticas, o comerciales, no se ve muy claro dónde están las diferencias. Eso es muy malo, viniendo de Cuba socialista. El pragmatismo está uniformando a los reformistas y revolucionarios cansados. Hace falta un líder socialista que estimule de nuevo la fuerza revolucionaria; hace falta Chávez o Fidel para contener esta blandura de carácter, esta falta altura en la visión.

El mundo está en una situación muy precaria. Una guerra en Siria y medio oriente por el agua y el petróleo. La desaparición, ante la vista indolente de todos, de la nación palestina, por voluntad de Trump y el sionismo. El corona virus 19, hecho en laboratorios, infectando al planeta, dentro de una guerra comercial con china y una aventura para capturar mercados y colonizar de nuevo al mundo. Los medios de información exaltados confundiendo a una población débil mental, exacerbando el miedo y las emociones. El capitalismo mundial arrasando con el planeta, como si nos peleáramos por el último bollo de pan en la tierra, como si se pelearan por el último bidón de gasolina. Hay que frenar este verdadero sacrificio planetario por nada, por la nada.

La crisis de Venezuela es la misma en todo el continente latinoamericano, en Guatemala no viven mejor que en Venezuela, o en Colombia. La salvación de unos pocos no es indicador de que Mayami sea un buen sitio para que crezcan nuestros hijos; la mayoría de los migrantes se sumarán a la multitud de tontos de la Tierra, inocentes del destino que les depara a sus hijos y a los hijos de sus hijo – si es que nacen. Sin embargo la gente emigra con la fuerza de la esperanza, una esperanza vana, pero esperanza al fin.

La esperanza debe ser esperanza para toda la humanidad, para el planeta, no para la familia Rodríguez o Díaz o González, debe ser para todos. Y debe ser fundada en la acción humana, en una lucha por cambiar el orden de la cosas, sacudirse las lagañas de las necesidades primarias y comenzar a ver y pensar en un mundo mejor y más digno; en la vida y su sentido, en el trabajo y su sentido, en la herencia y la noble tradición y proyectar con ellas el futuro de la humanidad. Un empresario insaciable, enfermo de gota o diabetes, un diletante ignorante, no puede ser el objetivo de la vida humana. La humanidad merece permanecer en la tierra siguiendo el ejemplo de modelos humanos superiores, que mueran en batallas, no codiciosos que mueren en sus camas de un infarto, o hemipléjicos, o dispépticos.

Chávez fue una esperanza verdadera de cambios, una esperanza fundada en la acción humana, en su lucha, no la promesa de salvación después de la vida – después de la vida está la muerte, lo único que nos sobre vive lo hace como especie, como cultura; valores, obras, modelos pulcros; la grandeza de la humanidad que transciende en el tiempo y deja su obra: un hombre y una mujer evolucionados, más fuertes, más conscientes, más pacientes y sosegados, pisando firme –. Chávez es el ejemplo de que sí se puede cambiar el orden del mundo; de que el socialismo es el camino. Chávez fue socialismo, visto como esperanza, no con la simpleza de aquellos que esperaron de él (y de cualquier otro) que eliminara todos sus males los de forma milagrosa o mágica, de los que se arrechan porque Chávez no los hizo ricos, no les subió el sueldo o les tapó los huecos de la calle. Chávez fue la esperanza de hacer una revolución socialista y criar a un hombre nuevo; fue un modelo que hubo que leerlo bien, desde lo alto, no desde el estómago y la desesperación por tenerlo lleno.

Lo mismo fue Fidel para los cubanos, una esperanza. Pero cuando eso no se entiende bien, no se lee correctamente; cuando se confunde la fuerza del trabajo con el milagro, no se es exigente con el trabajo revolucionario, el líder se afloja, se deja vencer por las viejas mañas de rogarle a Dios y a la virgen, y echarse a invernar como un oso.

Todos los días es una oportunidad de hacer algo por cambiar el mundo, darle sentido a nuestras vidas más allá del vicio y del éxito momentáneo, más allá de resolver el diario. Claro, siempre y cuando sepamos que hay que cambiarlo. Saber es el presupuesto para la acción, y la acción lo es todo.

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