La solidaridad: virtud necesaria, más no suficiente contra la pandemia (II)

Miércoles, 01/04/2020 03:03 PM

La parábola del buen samaritano

Aunque la palabra moderna solidaridad no aparece en los evangelios, éstos pueden considerarse, sin lugar a dudas, una constante invitación a su práctica, como expresión de amor universal sin barreras de ningún tipo. La palabra más próxima a ésta, porque la supone y la incluye, es aguapé que aparece 116 veces en el Nuevo Testamento . Con ésta se indica en el amor que proviene o tiene por objeto a Dios, o al hombre en cumplimiento del precepto divino: "Amarás a Dios... y al prójimo como a tí mismo"(Lc 10, 27).

El principio de solidaridad se formula claramente en Mt 7,12. texto denominado "regla de oro", donde Jesús resume el Antiguo Testamento con esta frase: "Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los Profetas". Jesús invita a ser solidario, o lo que es igual, a ponerse en el lugar del otro, como si fuera uno mismo, haciendo con él lo que uno desearía que le hicieran. Para ello hay que renunciar al egocentrismo; cada uno ha de considerar que los demás tienen con él un destino común, y, que, por tanto, merecen su atención e interés.

Este principio de solidaridad en su formulación extrema se expresa en el evangelio de Lucas (6, 27-31): "Ahora bien, a vosotros los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os maltratan. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica; a todo el que te pide, dale, y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. O sea, tratad a los demás como queréis que ellos os traten".

Ésta es la utopía a la que hay que tender: un amor que no excluye a nadie ni siquiera a enemigos y agresores; un amor tan solidario del otro que no espera recompensa alguna y llega hasta la renuncia de los propios derechos.

Hay que notar, no obstante, que "el ámbito del amor cristiano va más allá de la solidaridad e incluye toda relación positiva entre personas: la justicia, la generosidad, el respeto, la comprensión, la tolerancia, la ayuda, el afecto y la entrega, que forjan la unidad entre los seres humanos". La solidaridad es, por tanto, una de las manifestaciones del amor que lleva al cristiano a fundirse o identificarse con el prójimo.

Hay una parábola del evangelio de Jesús que se ha vuelto paradigmática para una ética actual de la solidaridad. Es la parábola del buen samaritano o simplemente del samaritano:

"Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión, y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva" (Lc 10, 30-35).

Las referencias a esta parábola no aparecen ya solamente en libros de teología, de moral, de espiritualidad cristiana. Esta parábola no es ya patrimonio exclusivo de las Iglesias cristianas. Aparece también en libros y discursos de creyentes de otras tradiciones religiosas y de no creyentes, de agnósticos y ateos. Está en el corazón del debate ético actual, respaldando la apuesta por la llamada "ética compasiva". Es un buen ejemplo de que lo más puro y genuino del evangelio cristiano es patrimonio de toda la humanidad. "Devolvednos a Jesús, devolvednos su evangelio". Este grito se ha escuchado en tiempos recientes fuera de las Iglesias cristianas como un reclamo a las mismas. Se trata de una parábola a la que se hacen frecuentes alusiones en el actual debate ético, en el actual debate sobre el valor ético y la necesidad histórica de la solidaridad. A ella recurren sobre todo los partidarios de la "ética compasiva", que hunde sus raíces en la más genuina tradición bíblica y judía. Lucas sitúa la parábola exactamente después de la gran cuestión que un legista ha planteado a Jesús: "Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?" (Lc 10, 25). (La cuestión en el evangelio de Mateo es la siguiente: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?" (Mt 22,36). La cuestión es central para la religión judía. La respuesta de Jesús en Mateo y del mismo legista en Lucas es conocida: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas... y a tu prójimo como a ti mismo" (Lc 10,27). Era una respuesta obvia, conocida por todos los judíos. Pero en la respuesta de Jesús hay ya una gran novedad: la estrecha vinculación entre ambos mandamientos: "El segundo (mandamiento) es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22, 39-40).

LA URGENCIA DE LA SOLIDARIDAD

Para entender qué significa solidaridad, parece obligado empezar por recordar el significado originario y etimológico del término, porque en él de hecho podemos ver reunidos y sistematizados los diferentes significados que posteriormente resaltarán separadamente las diferentes corrientes en su uso y reivindicación del concepto y en su esfuerzo por elaborarlo.

Como se sabe, el término "solidaridad" procede de una expresión jurídica latina in solidum (in solidum cavire), nombre de una conocida figura del derecho, que designa la relación jurídica de una obligación, "gracias a la cual, la totalidad de la cosa puede ser demandada por cada uno de los acreedores a cualquiera de los deudores. Además, entre los acreedores hay el derecho concedido a cada uno de recaudar el pago total del crédito, y entre los deudores la obligación impuesta a cada uno de pagar él solo la totalidad de la deuda, si el pago le es demandado".^ Se trata por tanto de una relación de obligación que hace que todos los deudores incluso singularmente respondan de la deuda, y esto significa que todos son responsables de ella, porque cada uno responde de la deuda entera.

Este origen jurídico del término pone ya de manifiesto el significado básico de la solidaridad, que consiste en que cada uno es responsable de todos y todos lo son de cada uno,^ uno para todos y todos para uno, o dicho en términos metafóricos y muy reales al mismo tiempo, llevar cargas del otro, pagar su deuda, luchar sus causas haciéndolas causa propia. Así solidaridad expresa al mismo tiempo dos cosas:

1) la unión o vinculación entre las personas y 2) la responsabilidad recíproca individual y personalizada respecto de cada uno y de todos en conjunto. Expresa algo más que el típico grito —sin duda con gran sentido solidario— de "Fuenteovejuna: todos a una", que suena a más masivo, anónimo, despersonalizado, donde nadie da la cara, a no ser el alcalde, el responsable (como si solamente lo fuera él), al que todos apoyan; mientras que en la solidaridad cada uno personalmente se hace responsable de todos; significa por tanto, además de la unión colectiva, individualización personal, por la que el individuo no queda cubierto o absorbido por la masa colectiva, sin que por ello se merme la responsabilidad común.

Fierre Leroux (1797-1871), uno de los primeros en elaborar e introducir el término en el contexto de las ideas socialistas, hace de la solidaridad una especie de característica antropológica-social que la convierte en la base de la vida social, porque supera la división del género humano en naciones, familias y propiedades, restableciendo la unión entre los hombres. Esta concepción será la que tomará el sociólogo E. Durkheim y ya antes A. Comte. En este ambiente, y en general en toda la corriente socialista desde el mismo Leroux pasando por L. Feuerbach y el joven Marx hasta J. Habermas, se subraya la universalidad de la solidaridad, convirtiéndola en una propiedad humana, de base antropológica, que exige una adecuada realización social. Con ello la solidaridad se convierte en la virtud social y el deber social por excelencia, adquiriendo un carácter necesario, superando el subjetivismo y la voluntariedad o arbitrariedad que revestía la caridad o benevolencia. Podríamos considerar, como las aportaciones del pensamiento socialista: el fundamento antropológico, la dimensión universal y el carácter de deber, si bien con ello, por otra parte, la solidaridad se aproxima a la pura sociabilidad humana y su realización concreta en la sociedad.

Acaso una postura intermedia entre el compromiso por el particular que necesita apoyo y el vínculo social viene dada por la concepción de la solidaridad dentro del utilitarismo de John Stuart Mill, donde la solidaridad tiene que ver con la atención a los más necesitados, pero persiguiendo el objetivo general de conseguir el mayor bienestar posible para el mayor número de gente posible. De todos modos, ambos lados no están afirmados con la misma fuerza: el fin propiamente dicho es el postulado de bienestar igualitario general, mientras que el compromiso por los particulares desfavorecidos —en la medida que escapan al fin general— es objeto de la benevolencia de cada uno, en base a una orientación altruista.

El anarquismo ha hecho también de la solidaridad un lema de sus programas, y es uno de los ámbitos donde más se ha elaborado el concepto. También aquí la solidaridad es pensada con un fundamento antropológico, y con él su carácter necesario, aunque el fundamento no esté anclado en el ser humano en general, sino en el individuo mismo, en su propia soberanía. Pero a la vez característica de esta concepción de la solidaridad es que no tiene nada que ver con ninguna institución político-social, porque éstas no son más que objetivaciones del poder de los otros, de los poderosos. La solidaridad surge del individuo y se dirige al individuo y al grupo, no siendo nunca una institución ni en ella misma institucionable. El anarquismo mantiene el concepto de solidaridad más próximo al originario sentido jurídico, aunque no tenga ni pueda revestir ningún carácter jurídico o institucional. Por la negación del Estado, y con él de toda institución, el anarquismo, a cambio, ha desarrollado la concepción de la solidaridad como ayuda mutua, dando origen a toda una práctica de mutualismo; ha resaltado el carácter personal y recíproco de la solidaridad.

En dos momentos y en dos contextos diferentes: 1: en el ambiente francés defínales del siglo XIX y primeros del XX, por una parte en un contexto socialista y por otra en un contexto de propuesta de una tercera vía y en un sentido práctico:

la creación de mutualidades, y 2: en la Alemania en un contexto de catolicismo social, se ha hablado de "solidarismo", con el intento de hacer de la solidaridad no ya la virtud y el deber social por excelencia, sino el principio constructor de la sociedad misma, como un paradigma alternativo tanto al colectivismo (a veces también como alternativa al socialismo) como al individualismo, por cuanto la solidaridad une y mediatiza ambos lados: el personal-individual y el social-comunitario. La tesis fundamental del solidarismo es la vinculación recíproca tanto entre individuos como entre la sociedad y los individuos:

"El individuo está ordenado a la comunidad en virtud de la disposición para la vida social Ínsita en su naturaleza, la comunidad (que no es sino el conjunto de los mismos individuos en su estado de vinculación comunitaria) se halla ordenada a los individuos que le dan el ser, en los cuales y por los cuales exclusivamente existe, haciéndose realidad el sentido de aquélla sólo con la perfección personal de los individuos y la personal realización de lo que su esencia importa".

En este breve esbozo de la historia del concepto de solidaridad pueden verse reflejadas las coordenadas en las que se plantea dicho concepto:

1. Las coordenadas de individualismo y colectivismo, como superación de dichos extremos mediante una síntesis positiva de los mismos;

2 La benevolencia, la caridad o altruismo por una parte y la justicia o el deber social por excelencia;

3. La comprensión de la solidaridad como un universal antropológico, social y humanista (como sociabilidad) y el compromiso por el singular desprotegido.

Quizás se podría atribuir simplemente a las circunstancias contextúales el énfasis en uno u otro aspecto, o por intereses sean cognitivos o sociales, o ambos a la vez. Pero aquí no interesa el estudio histórico, sino la construcción del concepto, que, según presumo, se mueve más allá de las disyuntivas en que le sitúan estas coordenadas; un más allá de las disyuntivas que en cada caso reviste su carácter peculiar, sea por síntesis o por rechazo del carácter disyuntivo de los términos o por situarse en otro terreno, sea por afirmación de uno de los extremos. En este sentido la solidaridad puede ser pensada como alternativa tanto a una situación social como a una disyuntiva usual entre conceptos.

Pero antes de entrar en la discusión de estas coordenadas que configuran las determinaciones del concepto, hay que decir unas palabras sobre el contexto en el que hoy surge la pregunta por la solidaridad, porque ayudan a situar y a plantear debidamente el problema. En efecto, la pregunta por la solidaridad no surge como un problema del orden de la historia de los conceptos, por mucho que hayamos empezado recordando esta historia; es más, es desde este contexto actual que leemos dicha historia y de ella extraemos la problemática conceptual, que vamos a tratar en las próximas entregas.

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