Carta al Presidente

Martes, 02/06/2020 04:22 PM

Caracas, 1 de junio de 2020

Ciudadano

Nicolás Maduro Moros

Presidente de la República Bolivariana de Venezuela

Miraflores

Ciudad.

Presidente:

No sé si desde el claustro del poder usted se da cuenta, pero Venezuela muere de mengua. No importa cuál sea la causa última, si la herencia de 40 años de puntofijismo, estos últimos 21 de erradas políticas económicas estatistas y populistas, o las repudiables sanciones gringas contra nuestro país. Tal vez es una combinación de todos estos factores. Cuando lo escucho en sus cadenas, año tras año, sostener que ahora sí es el tiempo de la recuperación económica, pero con las mismas políticas, me pregunto si sus equipos de gobierno han diagnosticado adecuadamente nuestros males. Cuando lo escuché en estos días hablar del bienestar de todos los venezolanos, me preguntaba si usted se ha percatado del hambre que padecen millones de compatriotas, de la regresión civilizatoria que significan los continuos apagones y los cortes de agua, de la vergüenza dolorosa que significa que un país petrolero como el nuestro padezca penosas escenas de escasez de gasolina, de la irritante involución que es que millones hoy cocinen con leña, del muladar infame en que se ha convertido el Metro de Caracas, de las enfermedades que matan a los más pobres, y de la devastación de nuestro aparato productivo, por sólo mencionar algunas facetas de la gran tragedia nacional que padecemos. Muchos venezolanos pueden pensar que esa alocución suya era una burla. Al ir a la cama hoy, tenga un momento para pensar en el tercio de los niños de este país que padece desnutrición, en los enfermos que no consiguen la cura que reclaman, en los millones de ancianos empujados al abismo de la indigencia debido a sus míseras pensiones y jubilaciones, en una nación que clama al cielo por atención y protección y no las consigue. Hágalo en nombre de los ideales de justicia social por los que usted y yo, y miles de compatriotas, luchamos en la calle en los ’80 y los ’90.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces. Ya es hora de poner al día los ideales de cambio social que al final de cuentas todos compartimos. No es en un mayor autoritarismo, en más eficientes controles por parte del poder, en un centralismo más intenso, donde se podrá hallar la vía para solucionar nuestros males. No es con más estatismo como podrán desarrollarse nuestras fuerzas productivas. No es en el populismo donde los venezolanos podemos encontrar los senderos del progreso con justicia social. No es con una caja de alimentos, muchos importados, que sacaremos a Venezuela del pozo destructivo en que se encuentra. Un país fracturado, así lo enseña la historia universal, no consigue la ruta del desarrollo. Ya lo dijo Jesús: Un reino dividido contra sí mismo no prevalecerá, una casa dividida contra sí misma no se sostendrá en pie. Se requiere del concurso plural de todos los venezolanos en un gobierno de unidad nacional para enfrentar los grandes desafíos de la Venezuela post-pandemia, aún mayores que antes. No nos sirve el sectarismo de un partido/Estado animado sólo por el propósito de perpetuarse en el poder a cualquier costo.

Si algo hemos aprendido con los años quienes aún nos definimos como socialistas, ustedes desde la perspectiva de lo que llaman socialismo del siglo XXI, otros como yo desde la perspectiva del socialismo democrático y liberal, es que no se puede repartir la riqueza que la sociedad no crea con su trabajo productivo. Eso es populismo. Ya Marx, que se equivocó mucho, lo dijo en uno de sus aciertos con claridad meridiana: sólo el desarrollo de las fuerzas productivas puede conducir a un cambio en el modo de producción. Asunto de la segunda ley de la dialéctica: la transformación de la cantidad en calidad. En otras palabras: si alguna tarea tendría un revolucionario hoy, aquí y ahora, y lo dice un reformista radical como yo, es la de desarrollar las fuerzas productivas capitalistas tanto como sea posible para lograr un cambio en el modo de producción hacia modalidades más sociales (la cogestión es la primera de ellas). Sin la abundancia que crea ese desarrollo de las fuerzas productivas, lo que se reparte es la escasez, es decir, la pobreza. Eso lo comprendieron los socialistas europeos, y más recientemente los chinos y los vietnamitas, hace rato. Esto, claro, con la presencia de un vigoroso Estado social de derecho que proteja a los más débiles sociales.

Así mismo, es claro que no es posible avanzar hacia escenarios de democracia directa y de participación popular sin resguardar las grandes conquistas de la democracia liberal que erróneamente definimos por años como burguesa. En ésta persiste, sí, una legalidad que protege privilegios, pero también abundan grandes conquistas del movimiento obrero y social de los siglos XIX y XX. El voto universal, los derechos humanos, los derechos políticos y civiles como el de organización de partidos y los de reunión y manifestación pública, los derechos laborales a la sindicalización, a la contratación colectiva y a la huelga, son impensables sin la democracia liberal. El ideal socialista no es más que el desarrollo, la profundización y la trascendencia de los ideales liberales. Así que para explorar escenarios de esa democracia directa y popular que todos soñamos, debemos defender primero algunas reglas y garantías propias de la democracia liberal: que el poder detenga al poder, como argumentaba Montesquieu. No se llegará al, sino antes por el contrario nos alejaremos del, ideal de democracia directa y popular, si no resguardamos escrupulosamente la autonomía de las diversas ramas del Poder Público, la atribución parlamentaria de investigación y control, la plena libertad de la opinión pública, y la idea misma de alternancia republicana para que la democracia sea en efecto el poder de todos. Nada más alejado de esta visión democrática, nada que sea más contradictorio con el proyecto constitucional de una democracia participativa, que el partido/Estado, que el control por una parcialidad de todas las instituciones, que la partidización de la institución militar, que la pretensión de un grupo de perpetuarse en el poder de lo que, como nos lo recordara el liberal Bolívar, se originan la usurpación y la tiranía. Mientras más poderoso y concentrado sea el Estado, más distante estará la democracia participativa.

Disculpe esta larga digresión doctrinaria pero quería dejar asentados los parámetros ideológicos sobre los que se construyen las propuestas programáticas que siguen: democracia representativa y liberal como marco para alcanzar la democracia participativa y economía social de mercado para alcanzar el progreso con justicia social y el Estado de bienestar para todos.

Los desafíos de la Venezuela postpandemia deben ser abordados desde esta perspectiva. Ellos son, en el área económica y social, entre otros los siguientes:

• Recuperar la confianza en el país para poder conseguir los centenares de miles de millones de dólares de inversión que requerimos para salir del hueco de pobreza y atraso en que nos hallamos, que será aún más profundo después de la peste.

• Construir un nuevo pacto social de los trabajadores, los gremios, los empresarios, todos ellos, y no sólo los que inclinen la cerviz frente al poder, y el Estado.

• Suscribir un pacto nacional anti-inflacionario entre todos los actores económicos y sociales y el Estado, con metas precisas y sistemas de control de los logros.

• Reprivatizar de cara al país, en un esquema que incluya a los trabajadores en modos cogestionarios de producción, las miles de empresas en mala hora estatizadas, hoy convertidas en desaguaderos de los dineros públicos y responsables de la ruidosa caída en la producción agrícola e industrial nacional (en casi todos por no decir todos los rubros, desde el café, el azúcar y el maíz, al hierro y el acero).

• Producir una gran negociación internacional con el capital privado para, de cara a los venezolanos vía referendos y sin menoscabar la propiedad estatal sobre la industria, lograr atraer los centenares de miles de millones de dólares que se requieren para convertir de nuevo al petróleo en una fuente de riqueza para el país, de modo de aprovechar adecuada e intensamente los 30 o 40 años plazo que algunos dan a esta fuente de energía.

• Explorar con audacia nuevas fuentes de energía, como aquéllas en las cuales Venezuela tiene notables ventajas comparativas: el sol, el agua y el viento.

• Reconstruir una relación armónica entre el necesario crecimiento económico, la justicia social y el medio ambiente.

• Impulsar con decisión la exportación en todas aquellas áreas donde tengamos ventajas comparativas y competitivas frente al mundo, de modo de multiplicar miles de unidades de producción en esas áreas y asegurar así el ingreso en divisas que el país requiere y cientos de miles de empleos bien remunerados, no importa si en otras áreas con menos ventajas competitivas y comparativas seamos importadores netos.

• Concentrar toda la acción del Estado en mejorar en las dimensiones requeridas, con ingresos vía impuestos y concertación con el sector privado, su acción en 5 áreas prioritarias: salud, educación, seguridad, servicios e infraestructura: alcanzar por esta vía la atención a todos los venezolanos es la mejor democratización de la riqueza.

• Asegurar la continuidad de las principales misiones sociales en áreas como la salud, la alimentación y la vivienda.

• Propiciar un nuevo esquema de pensiones y jubilaciones que pueda lograr en un plazo determinado la preservación de su capacidad adquisitiva: que lo que se compre con la primera pensión o jubilación sea lo mismo que se compre con la última.

• Renegociar la inmensa deuda pública externa de la República, que debe haber superado ya de largo los $ 150.000 millones.

• Diligenciar lo pertinente para la repatriación de los capitales malhabidos de venezolanos en el exterior.

Pero responder adecuadamente a estos desafíos requiere a su vez de una superestructura política y jurídica que se corresponda con los fines antes enunciados:

 

• Hay que reconstitucionalizar las instituciones del Estado, es decir, refundar a todos los Poderes Públicos siguiendo al pie de la letra lo que establece la Constitución a este respecto.

• Dotarnos así en plazo perentorio de un Poder Judicial y de un Poder Moral que sean garantes de derechos para todos los actores políticos, económicos y sociales, por su independencia y escrupulosa autonomía.

• Recuperar los controles y contrapesos institucionales en materia de decoro de la función pública y honestidad administrativa, para lo que se requiere una Contraloría independiente y el respeto estricto a las facultades de control e investigación que tiene la Asamblea Nacional de acuerdo a la Constitución.

• Reconstruir la administración sobre nuevas bases, designando para los cargos de la función pública a los venezolanos más capaces, que son muchos, sin atender a su pertenencia partidista.

• Someter a examen toda la legislación venezolana, de modo que se constriña a los parámetros constitucionales y se adecúe a los objetivos más arriba planteados.

• Someter a debate nacional y a referendo popular las enmiendas y/o reformas de la Constitución que se requieran.

• Avanzar en la democratización de la democracia, ampliando y ensanchando sus límites, de modo de lograr que en efecto los ciudadanos participen plural y libremente en la vida política y en la solución de sus conflictos por la vía pacífica.

• Lograr un estándar de transparencia electoral que dé amplias seguridades a todos.

• Apelar de modo rutinario a consultas referendarias para legitimar en la voluntad del soberano los cambios que se adelanten, y usar para ello ampliamente las nuevas tecnologías disponibles que pueden acercarnos al sueño, en estos tiempos de aldea global, de una democracia más directa que representativa, el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, que dijo Lincoln (entendiendo como pueblo a todos y no a unos por sobre todos).

• Impulsar decididamente una política internacional que rehaga nuestros vínculos con todas las naciones del mundo, sin vasallajes ni injerencias, basada en el principio de autodeterminación de los pueblos y de respeto irrestricto de nuestra soberanía como la nación independiente que somos.

 

¿Para qué gobernar así, Presidente, sólo defendiéndose de las acciones de una oposición extremista aliada con factores imperiales que en los Estados Unidos aún creen que la América Latina es su patio trasero? ¿Qué gestión de gobierno puede hacerse en esas circunstancias que son las de un campo de batalla? ¿No es acaso la mejor respuesta a esas fuerzas malignas la apertura del juego político hacia el consenso y la pluralidad que las deslegitime y deje sin discurso? Por contrario, insistir en la resolución autoritaria, es decir, a la fuerza, de los conflictos nacionales, sólo justificará a quienes buscan el caos como medio de cambio y puede llegar a legitimar a los ojos de muchos y hacer trágica realidad la deplorable posibilidad de una intervención militar extranjera.

Se requiere de un gobierno de unidad nacional. Para que esté construido sobre bases legales e institucionales sólidas, he venido formulando una propuesta de reforma constitucional que me permito anexarle con esta misiva, convencido como estoy de que ningún proceso de cambio político hacia una mayor democratización de la vida política nacional y hacia un nuevo pacto en lo económico y en lo social, podrá hacerse contra sino con quienes detentan el poder. Así se ha demostrado a lo largo de la historia reciente del planeta. Le resumo la propuesta, aunque seguramente usted ya la conoce:

• Se trata de transformar nuestro régimen político restringidamente presidencialista en uno semiparlamentario, al modo de la V República francesa: un presidente jefe de Estado con determinadas atribuciones de gobierno y un funcionario que en nuestro caso puede ser el vicepresidente como jefe de gobierno.

• Propongo que el presidente conserve como jefe de Estado numerosas atribuciones: la representación del Estado, la jefatura de la Fuerza Armada, la codesignación de los ministros junto con el jefe de gobierno, el control sobre la seguridad interna a través del ministro de Interior, la orientación de la política exterior, y muchas más.

• Propongo, por otra parte, que el vicepresidente en calidad de jefe de gobierno sea designado a propuesta presidencial por la Asamblea Nacional: como sabemos, la Constitución atribuye a la Asamblea Nacional la facultad de censurar al vicepresidente; aquí se propone que, además, sea formalmente designado por ella, con una votación igualmente calificada, de 2/3 o de 4/5 partes de sus integrantes.

• Este vicepresidente tendría facultades de gobierno en las áreas que le son propias: economía, salud, educación, servicios públicos, política exterior, entre otras.

• Esta disposición aseguraría que el gobierno, comenzando por quien ejercerá su jefatura, deba contar con el respaldo de una mayoría parlamentaria, basado en un programa común: si la fuerza política que apoya al presidente obtiene esa mayoría parlamentaria, se entiende que el gobierno se corresponderá enteramente con él y su influencia en él será determinante; si no es así, como creo es la circunstancia actual, deberá pensarse en un nombre para ocupar la vicepresidencia que tenga consenso del presidente y del parlamento y habría que conformar un cogobierno: la cohabitación que ya se probó con éxito en países como Francia y Polonia.

Señor Presidente:

Le ruego se tome el trabajo de al menos considerar esta ruta de cambio consensuado del cual usted sería protagonista fundamental. Hágalo con la mano en el corazón y sin fatuos orgullos que de nada sirven. Sólo la unidad nacional puede permitirnos cruzar con éxito esta tempestad que se avecina, inmediatamente superada la pandemia. Preparémonos para ese momento. Amplíe, como le he propuesto (y anexo también unas recomendaciones al respecto), el Consejo de Estado, que sea experimento y prefiguración del gobierno de unidad nacional que proponemos. Sea recordado como el presidente que a la hora de la verdad se atrevió a cambiar y que reconstituyó la unidad de todos los venezolanos.

Se suscribe de usted,

Enrique Ochoa Antich

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