"Amo a la Colombia profunda, a la Colombia que ama la paz, porque la paz de Colombia es la paz de Venezuela".
Hugo Rafael Chávez Frías
Los venezolanos que nacimos en el Táchira y en especial en lugares cercanos o próximos a la frontera con Colombia, conocemos desde niños la cultura de su gente y su pasión por el trabajo y sus lazos de amistad con la tierra de Bolívar.
En nuestro caso, los vínculos familiares de origen campesino llegaron a estrecharse de tal manera, que muchos tíos y parientes cercanos se unieron en matrimonio con hermosas mujeres neogranadinas para tener como resultado vínculos de sangre e hijos, quienes hoy llevan nuestro apellido.
Desde niños conocimos en nuestras escuelas compañeros procedentes de departamentos vecinos de Colombia, quienes compartían nuestros juegos y deportes, al igual que nuestras aulas de clase.
En mi pueblo, La Grita, era muy común saber que los mejores tapiceros, latoneros, mecánicos, zapateros, sastres y albañiles, entre otros oficios, eran asumidos por mano de obra colombiana y sus mejores escuelas de futbol y ciclismo estaban en sus manos.
Igualmente, más del 80 por ciento de los agricultores de la zona de los páramos andinos y de la Zona Panamericana, al Norte del estado Táchira y Sur del Lago de Maracaibo es mano de obra colombiana.
Muchos de esos compatriotas de mi generación echaron raíces en nuestro país y muy pocos - con raras excepciones – volvieron a Colombia, al menos que no fuera solamente para visitar a sus parientes y luego regresar.
Desde niños también conocimos el alto intercambio comercial que existía entre los dos países y la frecuente movilidad del contrabando, en esa época mayormente de Colombia a nuestro territorio (con los tradicionales contrabandistas) cosa que se invirtió con el tiempo.
De esa época tenemos presentes muchas anécdotas de nuestros viajes cuando niños con mi padre a la ciudad de Cúcuta. Una de ellas está asociada a la fecha de nuestra primera comunión.
Desde La Grita salían viajeros frecuentes que trasladaban pasajeros a la capital del Norte de Santander a compras de ropa y mercado, especialmente de algunos productos como café y algunos medicamentos, cosa que era muy frecuente.
Recordamos como en la ciudad de Cúcuta, donde han existido muy buenos sastres y confeccionistas de prendas de vestir, nuestro padre Higinio nos llevó a una tienda. Allí un sastre nos tomó las medidas a mi hermano el morocho José Roberto y a mí, para hacernos dos trajes con una tela de lana (azul marino) previamente escogida por mi padre.
Ya por la tarde, después de un exquisito almuerzo (bandeja paisa) nuestro padre Higinio nos llevó a medirnos los trajes, los cuales quedaron a la perfección.
Paralelamente al traje, nuestro padre nos compró los primeros zapatos que usaríamos en nuestras vidas, unas camisas blancas, corbatas, medias, ropa interior y un lazo que distinguía a los niños que hacían la primera comunión y el cual se colocaba en una de las hombreras del traje.
Era común que en ciertas temporadas, al regreso de Colombia, los guardias nacionales hicieran operativos y decomisaran algunos productos o las cosas de las cuales se antojaban a los venezolanos, de quienes habíamos cruzado la frontera especialmente a Cúcuta o a Pamplona, para adquirir ropas, calzado y algunos comestibles, no muy frecuentes en Venezuela o por su comprobada calidad, entre ellos el café (Galaviz o Superior).
Recordamos que de regreso, nuestro padre nos hizo poner los trajes de la Primera Comunión para pasar por las Alcabalas. La anécdota viene a colación porque papá nos había advertido que deberíamos calladitos por el puesto de la guardia.
Al llegar a un tradicional pasó aduanero en Peracal, de la frontera. Recuerdo que uno de nosotros los morochos dijo: ¡papá digo, papá digo!…Es decir, que si le decíamos a los guardias que traíamos los trajes nuevos - cosa que era obvia - ¡Vainas de muchachos diría mi abuelo!
Con el tiempo todos esos recuerdos nos llenan de nostalgia por una Colombia que conocimos impregnada de valores y de espíritu de trabajo.
Ya con los años siendo de estudiantes de la UCV, viajaríamos a Colombia a un intercambio de la Escuela de Periodismo con la Universidad Nacional y la Javeriana de Bogotá y luego de paseo a la Costa colombiana (Santa Marta Barranquilla y Cartagena) como dice la canción.
Otro tanto ocurrió en el tiempo que laboramos en la industria petrolera, cuando estuvimos varios meses con Pdvsa en Guásdualito, estado Apure y pasamos al otro lado de la frontera en varias oportunidades, a la población colombiana de Arauca.
Desde luego todo ha cambiado. Han ocurrido convulsiones internas en la tierra de Francisco de Paula Santander y los gobiernos de la Oligarquía colombiana se han aferrado al poder, hasta combinarse con los más degradados sectores del narcotráfico y de la mafia que alimenta el mercado de la droga hacia los Estados Unidos.
Esta economía ficticia y degradada ha penetrado hasta los tuétanos de la sociedad colombiana, la cual se resiste a cambiar, por su tradicional apego por el trabajo y los profundos valores que hablan de la Colombia digna y profunda, como acostumbraba a calificarla el Comandante Hugo Chávez.
Hoy la imagen de Colombia es otra. Una sociedad que ha mirado hacia el Norte gracias al mercado de la droga y que ha sido destruida y masacrada por las sierras de las mafias y continua con su exterminio de los líderes sociales, por manos de los paramilitares ubicados en sus zonas que disputan con las fuerzas guerrilleras del ELN y las FARC-EP.
Existen tres Colombia: la que resiste y expresa su lucha revolucionaria y su lucha por la reivindicación del trabajo y la justicia como la que encarnó Jorge Eliecer Gaitán, Marulanda y Camilo Torres; la Colombia que prefiere ser indiferente y light, ante los designios de la explotación y la destrucción de la Naturaleza y la Colombia de quien maneja el poder actualmente, en manos de la oligarquía que pernota en el Palacio de Nariño, amparada por el protectorado de los EEUU y de su aparato militar, la cual protege a cambio de mantener intacto el imperio de la droga y sus negocios ilícitos del paramilitarismo y de la trata de blancas.
Quienes tenemos fe y esperanza en la paz de la Colombia buena y profunda, apostamos por ella y por su defensa a costa de lo que sea; porque como decía el Comandante Hugo Chávez, ante los ataques despiadados de su oligarquía encarnada en Pastrana, Santos, Uribe y Duque ¡No pasarán! a pesar de haber destruido los acuerdos de paz firmados en La Habana.
Hoy creemos y tenemos esperanzas en las fuerzas creadoras del pueblo a las que se refería Aquiles Nazoa y Rengifo. En la Colombia buena de Macondo y de "Cien Años de Soledad", regresarán algún día las mariposas amarillas de Úrsula y de Aureliano Buen Día enarbolando las banderas de la paz.
La Gran Colombia resucitará como cuando resucitan los pueblos cada cien años, con la bandera poética de la Patria Grande enarbolada por Pablo Neruda… ¡Venceremos!
¡Amanecerá y veremos!