Dos o tres días atrás, a través del canal del Estado, VTV, el presidente Maduro, en uno de esos arrebatos propios de cuando se pierde la paciencia y los argumentos se escabullen, soltó una frase que en mi larga vida he escuchado incontables veces en boca de políticos, en cada oportunidad que algún o algunos intelectuales les han llevado la contraria y no encontrando nada denso que decir.
Dijo el presidente, "el socialismo no lo van hacer dos intelectuales de esos que escriben cosas que ni ellos mismos entienden, sino el pueblo".
En este caso, posiblemente el presidente se refirió a las críticas que hacen desde distintos ángulos a la visión o concepto que se tiene en el gobierno acerca del socialismo, tanto que desde allí se afirma persistentemente y por boca del mismo presidente, que la nuestra es una sociedad socialista y en veces, cuando baja la euforia, se limitan a decir que estamos en transición.
Con ese juicio el alto funcionario ratificó que ellos están construyendo el socialismo, las críticas de "los intelectuales" no tienen ningún valor, porque "ni ellos mismos las entienden", con lo que dejó claro que él tampoco y este socialismo, no serían ellos quienes lo están construyendo, sino el pueblo. Con lo que estaría como llamando a éste masoquista, cuando pone a una pequeña capa de la población, a la cual por supuesto no pertenece y es hasta su contrario, a acumular beneficios de manera desmedida, mientras él se hunde cada vez más en la pobreza.
Pero aquello, por fortuna, no es verdad. Lo común es que se afanan en decir que ellos lo construyen; hasta exhiben y "ventean", como contundente muestra de su hacer en ese sentido, la "Misión Vivienda". De donde uno en un primer término imagina que cuando los adecos crearon el Banco Obrero e iniciaron aquellas políticas de vivienda, discretas en comparación con el hacer desde los tiempos de Chávez, entonces estaban haciendo un socialismo chiquitico, pero socialismo al fin. Es más, recuerdo que en los tiempos de Pérez Jiménez, el empresario Eugenio Mendoza, desarrollaba unos planes de vivienda destinados a los trabajadores de sus distintas empresas diseminadas a lo largo del país.
El mismo Pérez Jiménez, por lo menos en Caracas, hizo para entonces una descomunal política de viviendas. Para muestra de ello, allí están los bloques del 23 de enero y algunas otras urbanizaciones, sobre todo en el oeste de Caracas.
Y uno no cree que el pueblo esté haciendo este "socialismo", por la simple razón que si alguien está llevando leña de la buena, como pasando todas las calamidades habidas y por haber es él, mientras hay una franja relativamente amplia de ciudadanos tan en la buena que posee dólares en buena cantidad para comprar todo lo que necesiten.
Imagino que al gobierno y a los pragmáticos, siendo coherentes, no debe gustarles mucho esto dicho por Luis Britto García: "en sendas oportunidades una Asamblea Nacional y una Constituyente cien por ciento socialistas, que sin embargo no culminaron la apropiación social integral de los medios de producción ni destruyeron el capitalismo."
https://www.aporrea.org/actualidad/a292406.html
Aunque siendo el citado un verdadero intelectual y quien esto escribe, "un maruñeco", como hubiese dicho mi suegro, me atrevería a decir que aun habiéndose apoderado el Estado de esos medios de producción no necesariamente eso llevaría al socialismo, sin olvidar que lo poco que expropiaron lo llevaron a la ruina.
La "clase obrera", esa a la que pertenece "originalmente" el presidente, como machacan sus seguidores, cobra salarios, como el mínimo mensual, que apenas es de dos dólares y si le agregamos todo lo que a cualquiera se le ocurra agregar, no llega a 15 dólares. Mientras en la calle, trabajadores informales y de la gente privilegiada disponen de dólares en cantidades suficientes. Como dato curioso, el primer patrón de este país es el propio presidente. Y al parecer esa es la economía socialista que, según él mismo, el pueblo está construyendo por su propia iniciativa.
Se pudiera hasta decir que en la historia de Venezuela de los últimos 60 años, esa confrontación entre quienes asumen la política de modo pragmático, eso de "tal como vengan las cosas vamos haciendo", ha sido permanente. Desde muy joven, apenas me asomé a la política, siempre metido entre los militantes, pero rondando por los predios de los intelectuales, vinculado estrechamente a un extraño militante, cuadro de partido pero al mismo tiempo un destacado intelectual desde muy joven, como lo fue Moisés Moleiro, pude percibir aquella confrontación.
"El Techo de la Ballena", aquel grupo de intelectuales vinculados políticamente al MIR, en primer término y al PCV, fue un foco de perturbación para los políticos de militancia tradicional. La desconfianza y hasta los gestos de descalificación eran mutuos y persistentes.
Los intelectuales solían hasta apostrofar a los políticos por sus debilidades intelectuales. Domingo Alberto Rangel, uno de esos raros políticos militantes muy cultos, fue docente universitario a los niveles más altos en Teoría Económica y escritor de rico lenguaje y elaborada prosa, solía hacer alusión a la "ignorancia de Betancourt". Posiblemente se trataba de una exageración del talentoso merideño o resultado de una evaluación demasiado exigente desde su propia perspectiva.
El político práctico, militante, suele ser ganado para reuniones, conversar con cuánta gente pueda, hacer y cuidar se hagan las tareas del partido. Y en función de eso valora a los demás. Por ese pragmatismo suele darle un valor determinante a la "disciplina" y disposición al desarrollo de las líneas del partido, "sin buscarle cuatro patas al gato". Para él el intelectual es tipo poco disciplinado y no propicio para las grandes luchas. Decía un viejo amigo, "los intelectuales son como trompos carreteros".
Ese político suele leer poco y aprende más que todo escuchando a otros cuando en reuniones de alto nivel. Quizás por eso, el intelectual que fue José Ignacio Cabrujas, llegó a decir que habían "marxistas de oído", formados en esas reuniones.
El intelectual privilegia el estudio antes que la ejecución de tareas partidistas. Para él, estas no suelen tener la importancia que si tiene leer un buen libro que le pudiera ayudar a hallarle respuestas a sus dudas. Por eso, los intelectuales suelen ser "malos militantes", porque generalmente poco interés prestan en la ejecución de las tareas que se les asignan, creyendo que mejor hace por el partido leer, pensar, investigar para responder sus dudas y ayudar en las reuniones que los demás logren lo mismo. Y por esto son los políticos quienes controlan los partidos,
El dirigente político pragmático, distinto a Domingo Alberto, Moisés y hasta Simón Sáez Mérida, nombro a quienes bien conocí, aborrece al intelectual que en las reuniones donde concurre le enmienda la plana y deja al descubierto sus debilidades. Le molesta sobremanera que cuando él, algo expone, el intelectual intervenga y deje al descubierto sus debilidades y corta visión y hasta le incomoda el sólo hecho que lo escuche y muestre una sonrisa sardónica. Se dice así mismo que el intelectual daña su prestigio, liderazgo y hasta pudiera estar intentando desplazarle, ignorando ex profeso que el intelectual, ese rol, generalmente no quiere. El asunto se torna peor cuando hay de por medio la posibilidad de competir por los cuerpos representativos o legislativos, como Concejalías, diputaciones, etc.
Al intelectual suele molestarle el dirigente político que incluso en un momento dado pudiera hablar en nombre suyo o de los suyos, exponga las cosas de manera deficiente y deformada dado sus limitaciones intelectuales y sólo contribuya a difundir visiones inadecuadas y en definitiva desviaciones costosas.
Por ejemplo, llamar socialismo a esta sociedad nuestra tiene un costo tan alto, como que se le da a quienes reniegan del viejo sueño de la justicia y la igualdad, argumentos para desacreditarlo y especialmente entre los suyos que son trabajadores y gente, que bien podrían asumir esa bella causa que no se apresura ni se hace cuando al pragmático se le ocurra.
Para los políticos pragmáticos, por siempre, lo importante es la acción. Nada de planes, análisis, diagnósticos, ni "esa perdedera de tiempo que significa el pensar y estudiar". Y menos ponerse a criticar lo que se hace, así la vaina ande choreta. Por eso Chávez, cuidadoso y consciente del asunto, solía aludir al concepto de intelectual orgánico de Antonio Gramsci, que en buena medida es coherente con los intelectuales de la izquierda venezolana.
Nunca olvidaré a aquél que luego fue comandante guerrillero que cuando debatíamos sobre la coyuntura en la década del sesenta, sólo decía, como quien martilla, para imponer su idea de la lucha que luego asumió, "aquí lo único que faltan son bolas".