Liberalismo, democracia, socialismo (I)

Lunes, 10/08/2020 03:28 PM

"El rechazo casi maniático del pensamiento marxista al liberalismo se explica por esta incapacidad de tolerar las diferencias humanas…….. En general, la sensibilidad marxista a cuestiones éticas es enormemente deficiente. Se sabe que Marx consideraba los derechos humanos como derechos de la burguesía, lo que ha pasado al pensamiento marxista contemporáneo y a la ideología marxista vigente como un profundo desconocimiento del individuo y de toda voluntad de afirmación basada en la autonomía del individuo"

Luz Marina Barreto

El estado, como un órgano de poder impersonal e independiente de gobernantes y gobernados, aparece en el siglo XVI. En la Edad Media, el poder eclesiástico está aún por encima del poder secular: la ciudad de Dios domina y orienta a la ciudad de los hombres. Es la Reforma protestante la que empieza a cuestionar la autoridad papal y eclesiástica para los asuntos seculares. El individuo, concebido, desde la religión cristiana, como servidor de Dios, empieza a ser consciente de su soledad, ante Dios y ante los otros hombres. La función del estado será, básicamente, la protección del individuo.

El individualismo moderno, ese giro copernicano del pensamiento, es la base de la tradición liberal que empieza con Hobbes y John Locke Aunque, como se ha visto, no existe aún una representación democrática real, la insatisfacción teórica y práctica hacia los estados absolutistas y la defensa de las libertades frente al poder tiránico es una aspiración de toda la filosofía política a partir del siglo xvi. Para Locke, la razón de ser del gobierno es la protección de los ciudadanos y de sus derechos que son, fundamentalmente, tres: la vida, la libertad y la propiedad. El estado debe ser constitucional, lo que luego se llamará «estado de derecho», un estado que se da a sí mismo una constitución y la respeta, y que distingue y separa el poder ejecutivo del poder legislativo que posee el parlamento. La separación de poderes —que luego ratificará y desarrollará Montesquieu— es importante porque, como escribe Locke en Ensayo sobre el gobierno civil,

"…sería una tentación demasiado fuerte para la debilidad humana, que tiene tendencia a aferrarse al poder, confiar la tarea de ejecutar las leyes a las mismas personas que tienen la misión de hacerlas. Ello daría lugar a que eludiesen la obediencia a esas mismas leyes hechas por ellos, o a que las redactasen de acuerdo con sus intereses particulares, llegando por ello a que esos intereses fuesen distintos de los del resto de la comunidad, cosa contraria a la finalidad de la sociedad y del gobierno…"

Con la modernidad la vida privada de los individuos va ganando terreno e importancia. La política está para permitir y garantizar la realización de los fines privados de cada cual. Ello hace a los ciudadanos sujetos de derechos, pero también de una serie de obligaciones hacia la colectividad. El gobierno constitucional ~dirá Montesquieu— es el encargado de proteger la constitución y su desarrollo —las leyes— y de proteger, en consecuencia a los individuos. Es preciso que «el poder sea un control para el poder». Lo cual se logrará sólo por el procedimiento de separar los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Nadie podrá abusar del poder porque siempre alguien se lo impedirá o lo castigará si lo hiciere.

Los utilitaristas, con Bentham y Stuart Mili a la cabeza, afianzan la idea del estado protector del individuo: un estado interventor para hacer realidad todo lo socialmente útil (de ahí la denominación de «utilitaristas») o lo destinado a hacer feliz a la mayoría de los ciudadanos. Los fines del gobierno deberían ser, según Bentham, "proporcionar el sustento, producir abundancia, favorecer la igualdad y mantener la seguridad".

Stuart Mili, defensor acérrimo de la libertad individual, rechaza radicalmente el poder absoluto y la concepción de un estado sobredimensionado y, en definitiva, "paternalista". Al individuo se le puede permitir todo, salvo que haga daño a otros: "La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien a nuestra manera, siempre y cuando no intentemos privar de sus bienes a otros o frenar sus esfuerzos para obtenerla" (Sobre la libertad).

Pero, como se ha visto ya, el liberalismo o el origen de la democracia representativa tienen muchas deficiencias: el sufragio es censitario, no universal; se considera suficiente que voten los censados como contribuyentes, es decir, los propietarios, y no está reconocido el derecho de asociación para defender determinados intereses o ideas en forma de partidos o sindicatos. Demócratas convencidos como Madison, Paine, Jefferson, Tocqueville o Stuart Mili defendieron, sin embargo, votos desiguales que protegieran a determinadas minorías. El miedo a los muchos, a lo que Tocqueville llama la "tiranía de las mayorías", es insuperable. También Stuart Mili teme esa tiranía porque desconfía del pueblo. Por ello pide que valga más el voto de los sabios.

Si el primer liberalismo no merece aún el nombre de "democracia", a medida que se va reconociendo el pluralismo de intereses y se da entrada a los grupos intermedios entre los individuos y el estado, se consolida la democracia liberal: un estado más de derecho —más protector de las libertades individuales— que el estado meramente liberal.

Por otra parte el final del siglo xix es testigo de una evolución social de las democracias liberales. El precedente de la tradición socialista o socializante es, sin duda, Jean-Jacques Rousseau. Como lo es asimismo del peligro de degeneración de la democracia en totalitarismo. La convicción de que la soberanía es del pueblo lleva a Rousseau a considerar inadmisible la representación democrática y a abogar por una democracia directa: "La soberanía no puede ser representada".

Una democracia para la que el filósofo ginebrino veía un espacio adecuado en una república no industrializada y pequeña como la de Ginebra. Para Rousseau, la democracia debe significar, sobre todo, autogobierno. Su concepción del teórico «contrato social» es distinta de la de sus contemporáneos liberales. En lugar de partir del supuesto de que el hombre es egoísta y necesita la sociedad para vivir en armonía, Rousseau piensa que el hombre es bueno en estado asocial y la sociedad lo pervierte, pero lo hace necesariamente, no es posible ni conveniente volver atrás. Lo que debe conseguirse, entonces, es cambiar al hombre, de forma que no exista un estado opuesto a una sociedad civil, sino más bien una sociedad con las preocupaciones públicas propias del estado. Dicho fin será realidad si consigue instaurarse la "voluntad general", la cual es, a la vez, creación y limitación del ciudadano, puesto que sale de él, pero limita aquellos intereses y apetencias capaces de estorbar la empresa pública. También el gobierno es limitado y controlado por la «voluntad general».

Como todos los socialistas, Rousseau está convencido de que la libertad sin igualdad es un engaño, aunque la igualdad absoluta no es buena. Se trata sólo de promover aquella igualdad necesaria para que todos los individuos puedan ser realmente libres. Convicción puramente teórica pues tampoco Rousseau se muestra sensible hacia la inclusión de las mujeres en la vida pública. Al contrario, aboga por su exclusión e incluso la argumenta y da razones: las mujeres no son capaces de pensar y actuar con sensatez porque son víctimas de "pasiones inmoderadas". Por ello necesitan la guía y la protección masculina.

La evolución social de la democracia se producirá, sin embargo, gracias a la presión de organizaciones políticas y sindicales que reclaman más igualdad real. Los derechos fundamentales dejarán de estar polarizados en torno al derecho a la libertad —una libertad virtual o formal— y cobrarán importancia los derechos socioeconómicos: el derecho al trabajo, a la seguridad social, a una vivienda digna, a la educación. El estado se volverá más intervencionista para poder garantizar tales derechos: es el llamado "estado de bienestar". También se volverá más deficitario puesto que el gasto y las demandas de los ciudadanos serán cada vez mayores.

Son Marx y Engels quienes marcan un hito irreversible en el avance del pensamiento socialista. Su crítica a la democracia liberal es radical: una democracia burguesa en la que el estado no logrará nunca servir a los intereses de todos los ciudadanos porque el poder económico lo impide. En un estado liberal dominado por la economía de mercado, la sociedad se encuentra dividida en clases con intereses contrapuestos. Marx, gran admirador de Hegel, da un vuelco, sin embargo, a la filosofía hegeliana, afirmando que el punto de partida del análisis político no puede ser el individuo abstracto: "El hombre no es un ser abstracto situado fuera del mundo». No se entiende la relación real entre las personas si no se tiene en cuenta la división y la lucha de clases: una clase de no productores vive de la producción de otros. Los que tienen el control de los medios de producción —los propietarios— forman la clase dominante o gobernante económica y políticamente. La explotación sólo desaparecerá si desaparece el capitalismo que, por otra parte, está destinado a perecer víctima de sus propias contradicciones. Sólo en clave económica es comprensible y criticable la política.

La organización obrera y sindical es la estrategia necesaria para que los intereses generales, que son los de la clase obrera, puedan ser defendidos. La democracia liberal ha fracasado como medio para crear las condiciones necesarias para la libertad y la igualdad. Porque, para Marx, el gobierno democrático es imposible en una sociedad capitalista. El estado, de hecho, no puede representar a todo el mundo porque tiene que defender la propiedad privada de los medios de producción y la exclusión de muchos de esa propiedad. Tal es la base de la economía capitalista que es, a la vez, el sustento de la política. En consecuencia, las democracias liberales no pueden defender más que una libertad formal, irreal, no se preocupan de una libertad igual para todos. Dicha igualdad sólo será posible por la democratización completa de la sociedad.

Para que haya más igualdad, pues, tiene que haber más democracia, lo que parece una tautología. Si esto es posible —para Marx no sólo lo era, sino que lo vio como inevitable— la sociedad avanzará hacia el comunismo. Antes habrá que pasar por una fase de "dictadura del proletariado" o control democrático del estado y la sociedad por parte de los no propietarios (en la acepción de Marx, no de Lenin, que hizo de la dictadura "democrática" que Marx quería una dictadura sin más). El comunismo debía ser un estado donde, según Marx, "el libre desarrollo de cada uno» fuera compatible con «el libre desarrollo de todos". Un estado que significara el fin de todos los aparatos opresores: el estado, el derecho, la moral, el fin de la política misma que dejaría de ser necesaria. Un estado que expresaría cabalmente lo que el filósofo polaco y crítico del marxismo Lezek Kolakowski llamó "el mito de la autoidentidad humana", el mito de la identificación del estado y la sociedad civil, un mito en el que, como acabamos de ver, también creyó Rousseau.

BIBLIOGRAFÌA

  • Victoria Camps. Introducción a la filosofía politica

  • Jurgen Habermas, John Rawls.Debate Sobre El Liberalismo Político

  • Francisco Quesada (Ed). La Filosofía Politica En Perspectiva

  • John Rawls. Liberalismo Político

  • Domenico Losurdo. Antonio Gramsci dal liberalismo al «comunismo crítico»

  • Benjamín Arditi.La Política En Los Bordes Del Liberalismo

  • Carmen de Elejabeitia, Liberalismo, marxismo y feminismo

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