El uno por ciento o incluir sin destruir

Martes, 25/08/2020 01:58 PM

Existe un uno por ciento de la población planetaria, mafia económica y política que concentra el 87% de las riquezas mundiales. Reducido grupo que acumula, despoja, manipula y maneja a su antojo el mundo, imponiendo gobiernos, modelos económicos, liderazgos, decidiendo en contra del resto del planeta, condenándonos a la miseria perpetua. Contra ese ínfimo porcentaje Venezuela se rebela en los años 1989 y 1992, concretando nuestra insurgencia en 1999 cuando, asumiendo constitucionalmente la igualdad de condiciones y oportunidades, la solidaridad, la equidad, la justicia social, la protección de lo humano frente a la voracidad del capital, se sustrae a la lógica perversa de ese sistema de opresión y dominio.

Una fusión de fuerzas políticas y sociales venció el dócil asentamiento emanado de cualquier apostolado; convirtiéndonos en fuerza constituyente superó la espinosa cuestión de la representación y el voluntarismo más allá de los dispositivos de participación clásicos y partidos políticos. Tras incorporar nuevas formas de organización: populares, económicas, sociales y culturales se concretó la participación de amplios sectores del pueblo organizado en las decisiones políticas de nuestro país.

Dilema superado en nuestro sistema democrático, al asumir que el partido y su capacidad de representar en lo uno, la multiplicidad de voces constituyentes del cuerpo social, no son suficientes para garantizar la participación, incorporándose otras organizaciones, formas y modos de participar no excluyentes en el quehacer diario de la política.

Así, nuestra Constitución, transversalizó los principios y fundamentos de la participación en nuestra democracia, y a la hora de ejercer nuestro derecho a elegir y a ser electos, incluyó nuevas modalidades organizativas (grupos de electores, asambleas de ciudadanos, consejos comunales, entre otros) que garantizaran nuestros derechos políticos, en ejercicio soberano de voluntad política, incluso sin la intermediación de partidos. Estos principios fueron cercenados en esta oportunidad por el CNE al impedir la inscripción de grupos de electores independientes, colocándoles plazos y condiciones de imposible cumplimiento o simplemente, en un silencio administrativo negativo, no respondiendo sus solicitudes, al igual que sucede con la rebatiña (canibalismo político) de los partidos "minoritarios".

Tampoco creemos en el uso instrumental de algunas minorías para destruir lo universal, como lo impulsan sectores que defienden la post política, respecto a las políticas identitarias y multiculturales. (Zizek) es incluir, sin destruir.

Como garantes y vigilantes de la Constitución señalamos: toda propuesta que intente sustituir a lo real excluyendo las infinitas minorías (tienen iguales derechos que las mayorías), secuestre y debilite sus poderes creativos, se tornará en impostura: falsificación de la real voluntad del pueblo. Captura de lo constituyente expresado en esas diversas voces que no tienen por qué coincidir con nosotros, pero tienen todo el derecho a manifestarse y participar electoral, social y políticamente; esa es la base de nuestra democracia participativa y protagónica, una Democracia Radical según Laclau.

Lo constituyente, lo participativo y protagónico se fundamentan en sí mismos, en su propio ejercicio de participación. Siendo el despojo de lo constituyente y participativo un acto despótico que anula al soberano. Por tanto el fundamento irrenunciable para los demócratas verdaderos, es viabilizar, propiciar y garantizar todo medio de participación a todos y todas. La falacia de menospreciar las minorías, pues no aportan o reúnen más allá del 1% -según sus apreciaciones- del caudal de votos, es poco menos que vergonzosa para un demócrata auténtico. Cualquier expresión de voluntad y soberanía popular cuenta. Más allá de que esa minoría no decida finalmente (en democracia las mayorías son las decisivas) lo importante para el fortalecimiento de nuestro modelo de inclusión, no es cercenar la participación o bloquear el protagonismo sino potenciarlo y estimularlo.

No es un tema de divisionismo. Se trata de participación y protagonismo. Lo ético no es lo moralmente recto, sino el acto constante de renuncia al poder que obliga a ser responsable de cada decisión. Lo ético no es que el amo, el partido, el jefe, sustituya el ejercicio de la soberanía, sino estaríamos frente a una disolución del cuerpo político todo. En el momento en que hay un amo, no hay soberano y desde entonces el cuerpo político es destruido (Rousseau). Es mandar obedeciendo.

La democracia, poder del pueblo, está constituida por su soberanía absoluta e indivisible. Ésta se manifiesta como poder de decisión y se ejerce protagónica, participativa e indelegablemente. Participar es resistir, pensar con cabeza propia, potenciando lo democrático, resistirnos a la servidumbre, al pensamiento único como forma de hacer política con P mayúscula, es invocar al pueblo excluido, a ese que todavía falta por llegar, pues toda resistencia es constituyente.

Proteger nuestras conquistas democráticas, los cambios alcanzados en nuestra Constitución, garantía de la pluralidad, es fundamental para fortalecer nuestro modelo democrático donde cabemos todos, y donde todos adentro, unificados en un mismo horizonte de lucha nos encontramos, con nuestras diferencias, lejos de ser divisionistas son potenciadoras de una mayor y mejor democracia.

El fundamento de la política es la ética y ésta consiste en orientar lo contingente, no clausurarlo ni cerrarlo. Lo que hace comunidad es lo común, además es lo incompleto, es la falta que nos hace componernos con el otro y con los otros: lo hetero, lo heterogéneo y de allí y por allí surgen los acuerdos, la cooperación, la solidaridad con esos otros. Es la exuberancia de lo heterogéneo, de lo incompleto de toda comunidad de incompletos: la autosuficiencia y totalidad homogénea, cuando se trata de lo común, no son posibles. (Maracapana)

La respuesta es diseñar políticas plasmadas en dispositivos, flexibles y dinámicos que permitan el empoderamiento, esa trasmisión o devolución de poder al Pueblo organizado, sin que esto signifique un salto al vacío. Producir dispositivos no para que desaparezcamos en ellos, ni que en ellos nos representen, sino dispositivos para presentarnos, eso es lo revolucionario.

Se trata entonces, de neutralizar todo poder representativo, no de exacerbarlo, pretendiendo una supuesta representación democrática. Nada puede sustituir al pueblo: ni partidos, ni jefes, ni cogollos, ni nada, ni nadie. Toda sustitución de este principio de soberanía indelegable, es una impostura despótica, que borra al soberano, una ficción irresponsable, no ética. Lo ético aquí es el acto constante de renuncia al poder representativo, para dar paso a lo protagónico y participativo.

Nada puede sustituir al pueblo: ni partidos, no jefes, ni nada ni nadie. Toda sustitución de este principio de soberanía indelegable es una impostura, despótica en sí misma que borra al soberano, convirtiéndolo en ficción irresponsable no ética. Lo ético aquí es el acto constante de renunciar al poder representativo para dar paso a lo protagónico y participativo.

Se trata de salir de la encrucijada, buscar que esos dispositivos disolventes sean abiertos, abiertos como el universo: la participación vs la cúpula, el cogollo o estado mayor político, decisiones tomadas y acciones emprendidas colectiva, comunitariamente, no unilaterales. Para eso hace falta salir y dejar a un lado la conducta calculadora de algunos dirigentes de la política nacional. La base de nuestra democracia es el poder del pueblo no de ningún sustituto, sobre todo si éstos excluyen las masas del ejercicio del poder real y monopolizan, secuestran la soberanía popular (Maracapana).

No cometamos el error de Procusto, el posadero de las colinas de Ática y actuemos de forma equivocada cuando incapaces de reconocer como válidas ideas de otros, o por miedo o envidia, nos dejemos llevar, no nos responsabilicemos, o tomemos malas decisiones, frenando distintas iniciativas, aportes e ideas de aquellos que difieren de nosotros, cercenando cualquier acción o emprendimiento divergente. Siempre es necesario el ojo crítico, contrario y diferente para alertarnos sobre cualquier desviación o mejor aún complementar ideas, propuestas que pudieran rectificar el rumbo y construir mejores decisiones tomando en cuenta siempre el bien común.

Resulta urgente garantizar la participación protagónica de todos y todas, sin estigmatizar a los diversos, los diferentes, los alternos, por muy minoritarios y diferentes a nuestro pensamiento. Lo contrario no solo sería inconstitucional, también moral y éticamente incorrecto.

Todo aquello que afecte principios y valores políticos constitucionales que fundamentan nuestra democracia participativa y protagónica, y que constituyen los parámetros, crean un precedente peligroso para la democracia radical revolucionaria

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