Opinar es riesgoso. Habría que estar en el cuero de quienes opinan y sobre todo en el de aquellos que, antes de descargarse, no miran a los lados, no se cuidan de ponerse en la dirección de la corriente, de alguna de las tantas que tienen fortaleza o por lo menos la virtud de los santos como para ganarse el respeto de todos; lo que en política es como ser un hábil equilibrista capaz de caminar de punta a punta de la cuerda no sólo sin caer, sino sin siquiera en ningún punto inclinarse. Conseguir uno sólo de estos, en un ambiente proceloso como el venezolano de ahora, es harto difícil.
Incluso quienes opinan de modo que lucen más que convencidos, expresan lo que creen y siempre han creído, lo que implica ser persistentemente coherentes, haciéndolo a favor de lo que realmente perciben, se ganan el repudio de quienes sin la suficiente madurez y formación intelectual, sólo por pensar diferente, mal evalúan y en consecuencia juzgan.
Y quienes si saben hacerlo, pese le respeten, le ponen en la lista de los no dignos de confianza y menos reconocimiento público. Pues los políticos y los subalternos de estos no tienen las virtudes del académico y ni siquiera de la gente de bien. Pero quienes se pasan media vida diciendo unas vainas, y de repente, en asociación con algunas cosas, cuyos motivos siempre se saben, optan por decir otras y hasta contrarias, terminan en el más absoluto descrédito.
Hay quienes siendo eso que suelen llamar “objetivos”, entendiendo esto como sinónimo de imparcial, hasta logran se les respete. Y uno que también les admira y reconoce, no logra la afinación de ellos porque es tanta la inconformidad y sobre tantas cosas, como la necesidad de decir nuestras verdades, pese se roce a alguien, que tendríamos que borrarnos todo por dentro. Pero eso de intentar que la gente procure entenderse, demanda mucho tiempo y resta posibilidad y esfuerzo al derecho y deber de señalar lo que uno cree debe hacerse siendo esto, desde nuestra perspectiva, lo fundamental.
Uno discrepa por ejemplo del manejo del problema salarial, aspectos sustanciales de la educación, en casi todo de lo relativo a la economía y todavía sobre asuntos sobre la concepción táctica, estratégica, percepción de la coyuntura y para más vainas del modelo y funcionamiento del partido.
Pero también de quienes banalizan, por compromisos infames y hasta alienación, el valor de la patria, se tornan de una manera u otra en agentes de valores e intereses extraños a ella; como de aquellos para quienes todo tiene precio y la actividad, vida, participación, sólo la meta de acumular bienes materiales.
¿Y si uno discrepa y tiene opiniones distintas sobre tantas vainas, cómo ser equilibrado? Yo por lo menos no logró saber cómo podría ser eso o ser uno así, siendo tan quisquilloso y fisgón y lo que es más, sintiéndome todo el tiempo necesitado de dejar constancia de mis diferencias. Porque en las tantas cosas que soy malo, sobresale eso de no saber sacar cuentas, hacer cálculos, fingir una vaina para conseguir otra y dejar pasar cosas sustanciales para ganar aceptación. Ser discreto en asuntos que se me antojan vitales, fundamentales, me resulta algo más que imposible.
Recuerdo una anécdota que todavía me asombra de mi mismo. Habiéndome dado de baja de la militancia activa en el MIR, por discrepar de la lucha armada y por hambre, necesidad de conseguir un trabajo que me permitiese subsistir y cumplir con ciertas obligaciones, acudí al Congreso Nacional a solicitar de mi primo, Dr. Julio Fuentes Serrano, él y yo tenemos el mismo segundo apellido, entonces diputado por el Estado Sucre, en representación de URD, partido por el cual además ejercía la jefatura de la fracción parlamentaria y estando en el gobierno y con quien siempre había tenido y tuve amistad desde mis tiempos de adolescencia, para me consiguiese un trabajo.
-¡Coño hermano, estoy jodido! Necesito me coloques a trabajar en alguna parte. Me he dado de baja en la militancia porque ya no puedo más, estoy pasando el trabajo hereje y además necesito reintegrarme a la universidad.
Mi primo, reconocido en Cumaná como muy buena gente y además me apreciaba por familiar, cosa que yo no dudaba y como resultado de nuestras habituales conversaciones en la Plaza 19 de abril, hoy Andrés Eloy Blanco, cercana a la casa de URD, me interrogó de manera muy propia del momento.
-¿Con quién estás tú, con la línea dura o la blanda? ¿Con Domingo Alberto o Simón Sáez?
Era el momento cuando dentro del partido se había desatado casi abiertamente la discusión acerca del tema de la pertinencia de la lucha armada, encarnada en Simón o la “de masas” inherente entonces a Domingo, según la narrativa que corría en los vericuetos de la política.
No sé si por lo intemperante que me había vuelto, en medio de las circunstancias en las cuales se había desenvuelto mi vida de los últimos años, por una infantil interpretación de eso que llaman orgullo o porque “salí a buscar trabajo con ganas de no conseguirlo” o por consecuencia con ese reclamo persistente por mi derecho a opinar que no admite condicionamientos, como si estaba para esos menesteres, dije a mi primo y quizás uno de los pocos, si no el único, que podía darme la ayuda que buscaba:
-¡Con el c…….de tu madre!
Di la vuelta y le deje mirándome las espaldas, hasta que salí del espacio exterior del Palacio Legislativo, donde habíamos estado hablando, a la calle.
Por mi soberbia no valoré haber ofendido a mi primo quien se limitó a hacerme una pregunta como automática, la que le hacían a uno en cada sitio donde llegase, tomando en cuenta que aquel debate tenía significativa importancia y era hasta público. Di por un hecho, de manera por demás absurda, que me estaba condicionando. Y fue hasta como una reacción del derrotado que todavía se resistía a admitir su realidad.
No debo ocultar que pese mi posición, los dos personajes del MIR mencionados gozaban y todavía gozan de mi afecto y hasta admiración por sus cualidades humanas, abnegación y méritos intelectuales. Entonces, ponerme a escoger entre uno u otro, como con eso de ¿con quién estás tú?, también me irritó sobremanera.
Pero seamos sinceros. Uno es así porque no somos nada inteligentes. He oído decir desde que era muchacho, que un rasgo sustantivo de inteligencia es saberse adaptar; más que la capacidad misma que como humanos tenemos. Los animales por simple instinto se mimetizan ante el peligro. Pues uno puede manejar esa capacidad hasta racionalmente, que hace al humano la especie dominante y más fuerte, pero la terquedad que también en uno abunda, le pone a llevarle la contraria a la prudencia o al acomodo. Y uno por racional, a lo instintivo, podría agregarle un poco más a eso de la adaptación, pero no lo logra por poco inteligente y hasta impulsivo y entonces nos parapetamos en necedades como aquello de “yo no soy escaparate de nadie”, “a mí nadie me compra” y “no le voy estar jalando bolas a nadie”. Uno termina siendo eso que en el lenguaje coloquial se llama “un orgulloso pendejo”.
Pero así somos y ¿qué le vamos hacer? En el razonar común se dice ser así es un lujo; y así se le califica justamente por los riesgos que eso implica y la desconfianza que uno genera y si para más vainas la cogemos por opinar por los medios a nuestro alcance, terminamos por ser rechazados y no tomados en cuenta para nada.
-“Ese carajo siempre anda buscándole las cuatro patas al gato”, dicen de tipos como uno y recomiendan unas a otros, “lo mejor es sacarle el culo, porque nunca está de acuerdo con nada”.
Los políticos que quieren dirigir, no quieren a su lado a nadie que dude, discuta ni someta a análisis nada, lo de ellos es hacer lo que sea, la primera vaina que se les ocurra con tal de llamar la atención y estar “en el centro del debate”, aunque sea diciendo embustes y disparates. Ellos no están por enseñar a nadie, atrapar la realidad, diseñar un carajo sino engatusar gente y ganarse el apoyo de la misma. Y si el político en verdad lo que busca es ganarse unos reales ó dárselas de enviado de los dioses para lo que reclama obediencia absoluta, no quiere tener a su lado a nadie que le joda.
Y uno, por bruto como es, que discrepa de este y de aquel, del modelo de sociedad y de quienes manejan las manijas, estará destinado siempre, inexorablemente, a ver el juego desde aquel lejano asiento de las gradas y al frente dos o tres vigas que le parten el terreno de juego. Y en el festín, si acaso entra, sólo podrá acceder a las migajas y de vaina.