¿El comandante no tiene quién le escriba? ¿Por qué está tan callado el comandante?

Sábado, 05/09/2020 03:47 PM

El Coronel Aureliano Buendía perdió como cien combates. Por lo menos algo así quiso dejarlo sentado su creador o mejor quien le trajo a la vida, para mostrarlo como un derrotado por meterse en guerras que no eran suyas y en las que nada tenía que buscar. Pero no contento con eso, en la vejez, el Coronel terminó sus días entre gallos y sueños de peleas y apuestas ganadas, por las guerras que había perdido y entre ir y venir a la oficina de correos esperando le llegase la notificación que había sido "premiado" por su esfuerzo y su juventud perdida, con una pensión para financiar malamente su vejez.

El otro comandante se fue a la guerrilla con sus sueños y para mejor decirlo tras de ellos. Porque no fueron en verdad suyos, concebidos y creados en su mente joven, sino que se le metieron como a muchos desde afuera y allí se instalaron tanto tiempo y hasta con él entablaron un debate e intimidad tal que terminó creyendo que eran suyos y ellos que a él pertenecían. Y la mutación que en él se produjo no sólo fue dentro de sí, sus ideas sino que sus espacios cotidianos se le convirtieron en otros que se describían en algunos libros y comenzó a pensar y hablar como si fuese otro y la gente que habitualmente le rodeaba también se le transformó en otra. En veces se veía como caminando dentro del libro y enredado entre palabras y signos de puntuación.

Se distanció de sus amigos del barrio, la escuela primaria y hasta el liceo porque no estaban en sus sueños y les olvidó como si nunca hubiesen existido ni él convivido con ellos. Hasta la familia dejó de interesarle porque estaban pendientes de las mismas cosas de siempre que a él dejaron de interesarle. Y ella, de él esperaba otra cosa, de esos amansamientos pequeñoburgueses, como la universidad, un título de doctor y al final un buen cargo que le permitiese vivir bien y ayudarla. Eso no era el destino que esperaba y le pintaban "sus sueños".

Además, los oráculos, esos que miran y hasta cuidan el futuro, más que a ellos mismos, y de quienes el otro comandante cree de aquél tienen todas las llaves que abren puertas de sus distintos espacios, contribuyeron que, en él, esos sueños tomasen asiento y hasta capacidad de mando. Porque esos sueños dominaron la vida del otro comandante y de unos cuantos como él. Y entonces todo su pasado fue borrado y sólo le quedó un presente y un futuro que se construyó a su conveniencia y, según él, perfectamente delineados.

Creyó por esos sueños ajenos, pero como si fuesen suyos, que debía irse a las guerrillas, pues según en aquella realidad que él se construía día a día, como si fuese esta una pasta moldeable que se ajustaba a sus decisiones y hasta presiones, no tenía en otra opción; más si aquello se lo decían quienes habían bajado victoriosos, por haber contado con el apoyo de la sociedad casi toda y hasta internacional cercano y poderoso por el descrédito de aquella dictadura que escasamente se mantenía a flote; y entonces, eso mismo había que hacer en su país de entonces, pues el cuadro era el mismo, según él en su estado mutante, eso decían los libros escritos tiempo atrás y sus asesores de fuera. Pasando por alto que aquellos poderosos apoyaron allá, pero no a él y los suyos, porque los factores, las fuerzas en pugna eran otras y también por lo que dicen los viejos refranes, "guerra avisá no mata soldado" y ningún prevenido tropieza dos veces con la misma piedra.

Hasta Errol Flynn, aquel actor que hizo del "Zorro", cuando ya su imagen había perdido popularidad, subió con la autorización del gobierno gringo, fungiendo de periodista, a estar entre los guerrilleros de la sierra cubana durante una semana, para entrevistar al comandante, y tomarse unas fotografías confundido entre los combatientes. Lo de haber acontecido aquello en otro sitio, en otras circunstancias y hasta un "tiempo atrás", para el otro comandante no tuvo significado alguno.

El sueño de aquellos, que se hizo realidad, lo asumió como suyo.Y los sembrados en el otro comandante también fueron los de muchos. No había opción más gloriosa y hasta heroica que bajar de la montaña, con aquel desaliñado uniforme verde oliva, hasta sucio, para ofrecer una imagen coherente con la forma de lucha y los sacrificios que ella implica, la gorrita ladeada y el fusil guindado al hombro, de barba y bigotes bien poblados para encargarse del poder. Y al entrar a las ciudades, montados en rústicos vehículos y hasta a lomo de caballo, recorrer las amplias avenidas, mientras a los lados y a lo largo de ellas, el pueblo aplaude y les grita ¡vivas! Y les trata de héroes y les lanza no palmas de oliva, porque aquí no hay de esa vaina, pero si ramos de cayenas. Y saliendo de entre la gente arrejuntada alrededor de aquella plaza en un punto de la marcha, se acerca aquella chica bella, cuya fotografía conservaba en el bolsillo izquierdo de la camisa de su uniforme de marcha, a la que le pidió lo esperase y se despidió aquella tarde con la promesa que volvería triunfante y por ella.

Y se veía, en los ratos de ocio, que eran como demasiados, allá arriba en la montaña, mirándola fijamente, con el pecho expandido, orgulloso de sí mismo y su proeza y verla llegar a saludarle más que todo como se hace con un héroe que a un simple muchacho soñador de la que se despidió una tarde bajo la promesa de "volveremos a vernos". "Espéreme y aquí te estaré esperando."

Cuando bajó derrotado, perdida parte de su juventud y hasta alegría, porque los derrotados son así, envejecen y se ponen tristes, se llenó de rencor porque pensó le habían robado su realidad y su tiempo. La muchacha se había cansado de esperarle y hasta convencida que la realidad era otra.

Otro comandante, un inesperado comandante, saliendo de donde menos esperaban, porque la cartilla les había dicho que como allá, los combatientes se enfrentaron todo el tiempo a un ejército oficial unido y coherente, no había manera de concebir que de este ejército al cual, según su opinión, se habían enfrentado palmo a palmo, tiro a tiro, se alzó contra el gobierno y en la derrota dijo ¡por ahora!, usando un proceder que ellos nunca habían creído, pues eso estaba descartado en la cartilla y por eso seguían sin creerlo valedero, llegó al gobierno y por él, el comandante de la guerrilla fracasada fue reconocido casi como héroe nacional y hasta llegó al gobierno.

Hoy el comandante está callado. Los honores recibidos lo atraparon y va de aquí hasta allá, con las manos detrás de las espaldas, un poco como el coronel, de su casa a la oficina de correo, no esperando le llegue la carta reconociéndole la pensión, porque la tiene y de las buenas, sino para distraer la preocupación que le produce el temor que esta historia de ahora tampoco sea verdadera, sino un sueño acomodado como aquellos de las viejas cartillas, complicado ahora por las malas compañías. Y eso le tiene preocupado, meditando callado por el temor de volverse a equivocar. ¿No habrán traicionado de nuevo los sueños undicidos al comandante?

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