El fin de lo sagrado

Martes, 15/09/2020 02:55 PM

La humanidad ha sido desde tiempos inmemorables la búsqueda de un equilibrio, la mesura como sabiduría, la medida en todo, controlar los excesos. Balancear razón e instintos, (reconocer a la razón como otro instinto más de ser humano) cosa de que nuestros impulsos no sean incontrolables, tengan alguna forma, una forma inteligible y la razón no se empodere de nuestro impulsos y constriña la voluntad de vivir. En la tradición oriental taoísta se conoce el símbolo del yin y el yan que recuerda la dualidad contradictoria presente en la vida y que debemos equiparar para mantener su tensión. La idea de equilibrio ha estado en el norte de toda civilización antigua, el espíritu del equilibrio ha estado delante de toda idea de progreso, o de evolución… Hasta que le toca el turno al capitalismo.

Con el capitalismo la razón no hace contrapeso a los instintos, se convierte en una inteligencia despiadada, en un engendro salido de un instinto básico, animal y depredador, una especie de "Alien", esa enorme cucaracha diabólica salida de la imaginación de Ridley Scott y James Cameron; el capitalismo es como ese bicho inteligente y voraz que anida en los carapachos humanos (quizás "Alien" haya sido una metáfora del capitalista y nosotros no nos dimos cuenta en ese momento por lo horrible y malo que era).

El capitalismo ha crecido como un ser monstruoso salido de la imaginación humana. Estimulado por la ganancia y la avaricia desmedida, su inteligencia es poderosa y fría, es capaz de inventarse cualquier cosa, desde "reaseguradoras de riesgo" hasta clones humanos, aviones súper supersónicos e invisibles o vender bolitas para adivinar en el centro de Caracas. Realmente estimula la imaginación, hasta retar a la muerte y llegar al borde de la nada.

Hoy la existencia de la humanidad está siendo amenazada por una devastación indetenible, una máquina despersonalizada que gobierna las mentes de todos y devora todo, recursos materiales y humanos. Los capitalistas se lamentan de no haber podido hacer el gran negocio de controlar muerte, siendo que también viven de ella, y por eso algunos ingenuos se consuelan, o más bien se distraen, pensando en viajes interplanetarios y en colonias marcianas, pero detrás les siguen muy de cerca las corporaciones buscando qué seguir devorando. Lo más probable que para cuando el hombre pise el suelo de Marte nuestro planeta estará hecho ñoña.

Consciente de la muerte el hombre antiguo aprendió a respetar la vida, ver algo sagrado en ella que había que cuidar y agradecer de su existencia. La vida es una fuerza increíble y persistente. Dice Dostoievski (o Camus, no recuerdo) que un hombre herido de muerte, hasta el último momento de su existencia cuenta con la voluntad de vivir, tiene esperanzas de vivir, de pararse y salir caminando…, hasta que muere. Por eso, el peor de los castigos salido de la mente humana es condenar a muerte a alguien y hacerle saber una fecha y una hora para su ejecución, es hacer que la muerte sea ineludible en la consciencia. El condenado a muerte muere mucho antes de morir.

La vida es una fuerza insólita capaz de superar la muerte, escabulléndose hacia delante, trasmitiendo su legado, multiplicándose, cuando entrega el testigo de su fuerza a otro ser más joven. El ser humano es de esa regla, trasciende, se inmortaliza conservando su especificidad, mediante el conocimiento y la educación; como comunidad, convertido en pueblos, naciones; en cultura elevada. Una cultura elevada es la célula madre de la humanidad.

En la chispa de la vida humana hay algo sagrado, o elevado, que debemos respetar, que descansa tanto en la naturaleza como en nosotros mismos, y que cada nación o pueblo ha santificado en su propio mito, incluyendo el mito judeo-cristiano el cual hoy es tan hegemónico como letal para el mundo. Habría que decirles a los sacerdotes que desdeñan la vida terrenal que frente a la muerte no somos nada. Ante la muerte el capitalismo y sus hazañas no son más que desperdicios; la petulancia, la soberbia, la arrogancia, el orgullo del gran sacerdote judeo-cristiano capitalista no son más que el llanto de un gato seco en la noche. El ciclo de vida y muerte es sagrado, porque sin él nuestra permanencia como especie, en el tiempo y en nuestro mundo, está condenada a desaparecer; la muerte vencería el legado de la vida, rompería el equilibrio, y esa nada sería el sustituto de nuestra especie. Si queremos vivir y trascender al tiempo, debemos hacerlo de cara a la muerte, de cara a la brevedad que caracteriza nuestra existencia. Somos seres de un día, como nos lo recuerdan los dioses inmortales.

Cada cultura y pueblo ha dado forma a ese ciclo de vida y muerte en distintas escrituras sagradas, en códigos o normas de conductas, algunas claras y naturales, referidas a los métodos para la vida cotidiana, al sexo, al matrimonio, a la alimentación, al respeto por la naturaleza, a los niños y ancianos, etc.. Y otras no tan claras, como es el caso de la Biblia judeocristiana, una compilación de contradicciones y disparates los cuales hay que saberlos leer para extraer lo que pueda haber de valioso a la vida en ellos, limpiar el libro de manipulaciones y engaños (como los granos de piedritas), de falsos profetas, si es que los hay que sean verdaderos, negadores de la vida terrenal, prometiendo otra existencia imposible después de la muerte.

Sin embargo, cada cultura tiene su propio mito cosmogónico, su montaña sagrada, su destino trazado, sus dioses, sus ninfas, sus sueños, en conjunto hacen de la humanidad una especie vigorosa que se prolonga al futuro. Esos mitos hay que cuidarlos, refundarlos en razón a prolongar la existencia de nuestra especie, en equilibrio con el resto del cosmos.

El capitalismo y la modernidad han acabado con el mito y con los dioses, erigiendo al Dios dinero y al Dios Razón, en sustitución a un mundo sagrado de costumbres de respeto por la vida. Una justifica la existencia del otro, o sea, el dinero justifica la existencia de esa razón atemporal y poderosa, la cual le devuelve el favor al dinero, convirtiéndose en su "razón de ser".

Cuando todo es permitido en razón al dinero no hay conducta impropia. No hay principios sagrados, no hay una ley moral que articule a un pueblo, sino normas vacías que no valen más que por su lógica racional, mueren los pueblos y emerge un solo dios universal, el capitalismo, el provecho, la competencia por ver quién más gasta o acumula. La ley de esta sociedad amoral (podría ser saciedad amoral) puede servir para todo, para condenar un delito o para disculparlo, para desforestar al Amazonas o para condenar a un pobre diablo que se roba una gallina. El capitalismo es un desequilibrio a favor de la destrucción de la vida, es la razón al servicio de la nada en un abismo insondable e insaciable.

En este mundo globalizado por la devastación capitalista nosotros refundamos el mito sagrado de la vida en el socialismo, cuando todo era común y respeto por la naturaleza, fuente de nuestra existencia.

Algunos dicen que gracias al capitalismo avanzó la humanidad, progresaron las ciencias y las tecnologías. Pero la humanidad es mucho más que esa miseria esclavista e idiotizante, porque es a pesar del capitalismo que ha avanzado, no gracias a él.

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